martes, 24 de agosto de 2021

AVERSIÓN A LA MISA TRIDENTINA, UNA HIPÓTESIS

Semanas previas a la promulgación del motu proprio Traditionis Custodes, cuando se intensificaban los rumores de una posible revisión o abolición de Summorum Pontificum –hoy, por desgracia, un hecho consumado–, el informativo de cultura católica OnePeterFive publicó un artículo interesante del Dr. Lee Fratantuono, especialista en estudios clásicos, donde expone lo que a su juicio sería una razón importante de la persecución y odiosidad hacia la Misa antigua. 

A partir de algunas experiencias litúrgicas vividas en su juventud, el autor desarrolla la tesis de que la actual animadversión hacia la Misa tradicional tendría su raíz en el hecho de que se trata de «una liturgia intolerante con el narcisismo». Un exacerbado culto a la propia personalidad, favorecido por ciertas características muy propias de la liturgia reformada, hacen que la Misa tridentina sea vista como una amenaza real o posible. En efecto, muchos no están en condiciones de soportar que el presbiterio deje de ser el escenario desde el cual un celebrante y su corte de ministros presiden, observan y controlan toda la función litúrgica, para volver a ser el sublime y misterioso Sancta Sanctorum de la iglesia, tal como lo fue durante siglos.

Para el Dr. Fratantuono, «la misa posconciliar es más susceptible al culto de la personalidad precisamente porque es muy probable que se celebre versus populum y en lengua vernácula, y porque está llena de un sistema de rúbricas que permite improvisar en varios puntos de la acción. Por estar sobrecargada con tantas opciones, el celebrante suele tener una amplia libertad para seleccionar los textos que le plazcan». 

«La misa posconciliar –continúa diciendo el autor– no tiene por qué convertirse en el equivalente a un programa de entrevistas de los sábados por la tarde; sin embargo, no deberíamos sorprendernos cuando sucede así. Tampoco nos debería sorprender que exista una oposición a las misas “privadas”, incluso a las que utilizan el misal paulino. El “programa Bugnini”, ampliamente documentado en su gruesa apología sobre la reforma litúrgica, fue diseñado para liberar a los clérigos del constreñimiento de las rúbricas y marcar el comienzo de la era del celebrante popular, el celebrante encantador. El celebrante encantador que es, de igual modo, el que está a cargo de todo el negocio. 

Varias son las razones que se aducen para desacreditar la Misa tridentina, según Fratantuono. Algunos alegan falta de respeto u obediencia hacia la autoridad de Pablo VI; otros, que la teología que aflora en cada página del misal de San Pío V es problemática; no faltan quienes sienten escozor hacia todo lo que pueda parecer demasiado intelectual u oler a cultura de élite; finalmente, «para otros, el hodiernum tempus (el hoy) del Concilio Vaticano II es el día sin fin, y la misma misa que se celebró diariamente durante dicho concilio es, de alguna manera, la encarnación de la «oposición» al «Espíritu» (tan solicitado y agotado) del mismo».

Sin embargo, nuestro autor cree percibir una razón tanto más profunda como pedestre en la génesis de este desprecio: «sospecho que la razón principal detrás de esta antipatía es que la Misa tridentina pone en peligro el culto a la personalidad. Elimina la mentalidad de audiencia cautiva tan típica de una liturgia de fin de semana, donde un celebrante preside con amplificación, bromas, con un flujo constante de palabras pronunciadas con la intensidad de un actor, sin que falte ese constante contacto visual. Elimina el clericalismo de los laicos, que permite a su tiempo que el padre pueda practicar su respiración aeróbica, mientras una miríada de ministros se encarga de que el público cautivo nunca esté sin palabras a las que atender. Le quita la oportunidad a un actor encantador de practicar la improvisación de los ritos, tanto penitenciales como de la paz». Y con frase lapidaria concluye su diagnóstico: «Es, en fin, una liturgia intolerante con el narcisismo». 

Contrariamente a lo que muchos piensan, «el misal tridentino pone freno a los peores impulsos de clericalismo que se manifiestan en el culto a la personalidad de un afable celebrante-presidente. El misal tridentino es democrático: no se obsesiona escrupulosamente con cada gesto de sus fieles reunidos. El misal tridentino no requiere reuniones de un comité para decidir exactamente cómo elaborar una liturgia “significativa” para un determinado domingo o fiesta». 

Y una nota de optimismo cierra este sutil ensayo: «La Misa Tridentina sobrevivirá a quienes hoy y mañana quieren verla relegada al basurero de la historia. La Misa Tridentina sigue siendo el mejor antídoto contra la tendencia demasiado común de sucumbir al culto a la personalidad, y esa es la razón –diría yo– de que para algunos deba ser abolida de una vez por todas».

Fuentes:

Texto original en onepeterfive.com
Traducción al italiano en marcotosatti.com

 

sábado, 21 de agosto de 2021

¡BASTA YA DE SILENCIO! UN GRITO DE SAN PÍO DÉCIMO

San Pío X de fray Pedro Subercaseaux

A principios del siglo XX, con espíritu verdaderamente profético, el Papa Pío X vislumbró la horrible amenaza que se cernía sobre la Iglesia: el modernismo. Con prudencia y fortaleza heroicas logró contener entre rejas la voracidad del enemigo que, a pesar de todo, rebrotó con inusitada fiereza a partir de los años 50-60. Hombre sencillo y humilde, pero que a la hora de proteger el rebaño de Cristo, fue siempre Ignem ardens (fuego ardiente), como lo definió la profecía de Malaquías. Su celo de buen pastor salta a la vista en los primeros párrafos de su encíclica Pascendi, uno de los documentos magisteriales más señalados del siglo XX.

* * *

«A

l oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, «hombres de lenguaje perverso» (Hch 20, 30), «decidores de novedades y seductores» (Tit 1, 10), «sujetos al error y que arrastran al error»(2 Tim 3, 13).


Gravedad de los errores modernistas 

1. Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, de modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy ya no es menester ir a buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados. 

Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por el contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni siquiera la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre. 

2. Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia. Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo.

A la verdad, Nos habíamos esperado que algún día volverían sobre sí, y por esa razón habíamos empleado con ellos, primero, la dulzura como con hijos, después la severidad y, por último, aunque muy contra nuestra voluntad, las reprensiones públicas. Pero no ignoráis, venerables hermanos, la esterilidad de nuestros esfuerzos: inclinaron un momento la cabeza para erguirla enseguida con mayor orgullo. Ahora bien: si sólo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez disimular; pero se trata de la religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad».

(CARTA ENCÍCLICA PASCENDI DEL SUMO PONTÍFICE PÍO X SOBRE LAS DOCTRINAS DE LOS MODERNISTAS, Roma, 8 de septiembre de 1907, Introducción).

Fuente: vatican.va

 


domingo, 15 de agosto de 2021

LA INENARRABLE BELLEZA DE MARÍA

Inmaculada de Murillo. Detalle. 

Párrafos de una homilía de Santiago de Sarug, Padre de la Iglesia siria en el siglo V, donde canta las hermosuras con que adornó Dios a su Madre Santísima.

 * * *

«Tal es mi amor, que me siento impelido a hablar de aquélla que es hermosa; pero tan sobre mis fuerzas juzgo el argumento, que no se me antoja fácil exponerlo. 

¿Qué haré, pues? A los cuatro vientos gritaré que no fui ni soy idóneo para ello y, con amor, osaré proclamar el misterio de la criatura excelsa. Sólo el amor no yerra cuando habla, porque el amor tiene por objeto la perfección, y llena de dádivas a quien sigue sus dictados. Tiemblo de emoción cuando hablo de María y me maravillo, porque la hija de los hombres alcanzó la suma medida de toda grandeza. ¿Qué ocurrió, por ventura? ¿Volcó el Hijo la gracia misma sobre Ella? ¿O le agradó hasta el extremo de convertirse en Madre del Hijo de Dios? Que bajó a la tierra por don suyo, es manifiesto; y como María fue toda pura, le acogió. 

Vio su humildad, su mansedumbre y su pureza, y habitó en Ella, porque para Dios es fácil morar entre los humildes. ¿A quién,  por virtud de su gracia, miró siempre, sino a los mansos y humildes? Puso sus ojos sobre Ella, y en Ella habitó, pues entre los de humilde condición se contaba. Ella misma dijo: ha puesto los ojos en la bajeza (cfr. Lc 1, 48), y habitó en Ella. Por eso fue ensalzada, porque agradó mucho.

Suma perfección ha de ser la humildad, cuando mira Dios al hombre que se humilla. Humilde fue Moisés, preclaro entre los hombres, y el Señor se le reveló en el monte. También la humildad se manifestó en Abraham, porque siendo justo, se llamó a sí mismo polvo y tierra (cfr. Gn 18 27). En su humildad, Juan se proclamaba indigno de desatar siquiera las sandalias del Esposo, su Señor. Agradaron por humildad, en todas las generaciones, varones ilustrísimos, porque ésta es la vía maestra por la que el hombre se acerca a Dios. 

Pero ninguno en el mundo se humilló como María, y así se deduce del hecho que ninguno ha sido exaltado como Ella. En la medida de la humildad concede Dios la gloria: Madre suya la hizo, y ¿quién podrá parangonarse a Ella en humildad? (...). Nuestro Señor, queriendo descender a la tierra, buscó entre todas las mujeres, y sólo a una escogió: la que sin par era bella. A Ella la escrutó y sólo encontró humildad y santidad, buenos pensamientos y un alma enamorada de la divinidad; un corazón puro y deseos de perfección; por eso Dios escogió a la pura y a la llena de belleza. Descendió de su lugar y moró en la bienaventurada entre las mujeres, porque no había en el mundo quien comparársele pueda. Sólo existía una doncella humilde, pura, bella e inmaculada, que fuera digna de ser Madre suya. 

En Ella observó una condición sublime, su limpieza de todo pecado, que no cabía en Ella pasión que la inclinara a la concupiscencia, ni pensamiento que instigara a la flaqueza, ni conversación mundana que condujera a males irreparables. Tampoco halló agitación por las vanidades del mundo, ni un comportamiento a guisa de niña. Y vio que no había en el mundo nada igual o similar, y la tomó por Madre, de la que se amamantaría con leche pura.

Era prudente y llena del amor de Dios, porque el Señor nuestro no mora en donde el amor no reina. Apenas el Gran Rey decidió descender a nuestro lugar, porque fue su beneplácito, se hospedó en el más puro templo del mundo, en un seno limpio, adornado de virginidad y de pensamientos dignos de santidad. 

Era también hermosísima en su naturaleza y en la voluntad,  porque no fue contaminada con deshonestos pensamientos. Desde la infancia, ninguna mancha afeó su integridad; sin mancha,  caminó por su senda sin pecados. Fue su naturaleza custodiada con el albedrío fijo en las cosas más altas, portó en su cuerpo las señales de la virginidad y las de la santidad en el alma.

Aquél que en Ella se manifestó, me ha dado aliento para decir todas estas cosas sobre su belleza inenarrable...» (Santiago de Sarug, Homilía sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios. En José Antonio Loarte, El tesoro de los padres, Madrid 1998, p. 333).

sábado, 14 de agosto de 2021

CARDENAL SARAH, UN AUTÉNTICO «CUSTOS TRADITIONIS»

El Cardenal Robert Sarah, a quien debemos contar entre los más genuinos guardianes de la Tradición, acaba de publicar en Le Figaro/Vox una magnífica columna sobre la urgente tarea que enfrenta la Iglesia de ofrecer a un mundo desorientado y en crisis, el carácter sagrado y trascendente de su fe y de su culto. El desafío es impresionante; es preciso aunar fuerzas y evitar rencillas mezquinas que solo sirven para dañar la credibilidad de la Iglesia. Dejo a continuación un extracto de las reflexiones del Cardenal Sarah, tomadas de la traducción española que publica Infovaticana.

Fuente: Infovaticana.com

«Para responder a las expectativas del mundo, la Iglesia debe, por tanto, encontrar el camino de vuelta a sí misma y retomar las palabras de San Pablo: «Porque no he querido saber nada mientras estuve con vosotros, sino a Jesucristo, y a Jesús crucificado». Debe dejar de pensar en sí misma como sustituta del humanismo o de la ecología. Estas realidades, aunque buenas y justas, no son para ella más que consecuencias de su único tesoro: la fe en Jesucristo.

Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin rupturas ni contradicciones, una cadena de oración y liturgia sin rupturas ni desmentidos. Sin esta continuidad radical, ¿qué credibilidad podría seguir reclamando la Iglesia? En ella no hay vuelta atrás, sino un desarrollo orgánico y continuo que llamamos tradición viva. Lo sagrado no se puede decretar, se recibe de Dios y se transmite. 

Esta es, sin duda, la razón por la que Benedicto XVI pudo afirmar con autoridad:

«En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado perjudicial. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde».

En un momento en el que algunos teólogos pretenden reabrir las guerras litúrgicas enfrentando el misal revisado por el Concilio de Trento con el que se utiliza desde 1970, es urgente recordarlo. Si la Iglesia no es capaz de preservar la continuidad pacífica de su vínculo con Cristo, no podrá ofrecer al mundo «lo sagrado que une a las almas», según las palabras de Goethe». 

Más allá de la disputa por los ritos, está en juego la credibilidad de la Iglesia. Si ella afirma la continuidad entre lo que comúnmente se llama la Misa de San Pío V y la Misa de Pablo VI, entonces la Iglesia debe ser capaz de organizar su cohabitación pacífica y su enriquecimiento mutuo. Si se excluyera radicalmente una en favor de la otra, si se declararan irreconciliables, se reconocería implícitamente una ruptura y un cambio de orientación. Pero entonces la Iglesia ya no podría ofrecer al mundo esa continuidad sagrada, que es la única que puede darle la paz. Al mantener viva una guerra litúrgica en su interior, la Iglesia pierde su credibilidad y se vuelve sorda a la llamada de los hombres. La paz litúrgica es el signo de la paz que la Iglesia puede aportar al mundo».

jueves, 5 de agosto de 2021

LOS LLEVÓ A UN MONTE ALTO Y SE TRANSFIGURÓ ANTE ELLOS

Tiziano. La Transfiguración del Señor

El misterio de la Transfiguración del Señor, al igual que otros hechos significativos de su vida, sucedió sobre la cima de un monte. Para entrar en comunión íntima con Cristo debemos tomar altura, reemprender el camino de una nueva ascensión a la montaña, salir de la estrecha zanja por la que solemos transitar habitualmente, decididos a seguir a Cristo hacia la cumbre donde nos quiere guiar sin otro anhelo que el de manifestarnos algo más de su divina grandeza. Es una de las ideas que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI nos transmite en su profundo comentario exegético al relato de la Transfiguración de Jesús sobre el monte Tabor.

* * * 

«Pasemos a tratar ahora del relato de la transfiguración. Allí se dice que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, a solas (cf. Mc 9, 2). Volveremos a encontrar a los tres juntos en el monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33), en la extrema angustia de Jesús, como imagen que contrasta con la de la transfiguración, aunque ambas están inseparablemente relacionadas entre sí. No podemos dejar de ver la relación con Éxodo 24, donde Moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab y Abihú, además de los setenta ancianos de Israel. 

De nuevo nos encontramos —como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración— con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión, en el que el Señor —en contraposición a la oferta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio— dice: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18). Pero resaltan en el fondo también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo montes de la pasión y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte del templo, en el que la revelación se hace liturgia.

En la búsqueda de una interpretación, se perfila sin duda en primer lugar sobre el fondo el simbolismo general del monte: el monte como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador. La historia añade a estas consideraciones la experiencia del Dios que habla y la experiencia de la pasión, que culmina con el sacrificio de Isaac, con el sacrificio del cordero, prefiguración del Cordero definitivo sacrificado en el monte Calvario. Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en persona». 

(Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta 2007, pp. 359-361).