sábado, 20 de agosto de 2022

SEÑORA, DI QUE SÍ

San Bernardo de Claraval (1090-1153) es conocido como el Doctor melifluo porque sus sermones suelen destilar con frecuencia la dulzura de la miel. Esta dulzura, fruto de su inmenso amor a Cristo y María, se hace muy patente cuando canta las excelencias de la Virgen Madre. A continuación dejo un texto bien conocido en el que, con audacia y amor filial, Bernardo se encara con nuestra Señora para que no tarde en dar su consentimiento al arcángel Gabriel: nunca antes tantas cosas importantes han estado supeditadas a la humilde respuesta de la esclava del Señor (Lc 1, 37).

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«Oísteis, oh Virgen, el hecho, oísteis el modo también: lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. Gozaos, hija de Sión, alegraos, hija de Jerusalén (Zach 9, 9). Y pues a vuestros oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de vuestra boca la respuesta de alegría que deseamos, para que con ella entre la alegría y gozo en nuestros huesos afligidos y humillados. Oísteis, vuelvo a decir, el hecho, y lo creísteis; creed lo que oísteis también acerca del modo. Oísteis, que concebiréis, y daréis a luz un hijo; oísteis que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mirad que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor, que le envió. Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia: a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por vuestras palabras.

Ved que se pone entre vuestras manos el precio de nuestra salvación; al punto seremos librados si consentís. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y con todo eso morimos; mas por vuestra breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.

Esto os suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los otros santos padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo os pide el mundo todo postrado a vuestros pies.

Y no sin motivo aguarda con ansia vuestra respuesta, porque de vuestra palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje. Dad, oh Virgen, aprisa vuestra respuesta. ¡Ah¡ Señora, responded aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó vuestra hermosura, tanto desea ahora la respuesta de vuestro consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradasteis por vuestro silencio, agradaréis ahora mucho más por vuestras palabras, pues Él os habla desde el cielo, diciendo: ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si vos le hiciereis oír vuestra voz, Él os hará ver el misterio de nuestra salvación.

¿Por ventura no es esto lo que buscabais, por lo que gemíais, por lo que orando días y noches suspirabais? ¿Qué hacéis, pues? ¿Sois vos aquella, para quien se guardan estas promesas, o esperamos a otra? No, no, vos misma sois, no es otra. Vos sois, vuelvo a decir, aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada, de quien vuestro santo padre Jacob, estando para morir esperaba la vida eterna, diciendo: Vuestra salud esperaré, Señor (Gen 49, 18). Vos, en fin, sois aquella en quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salvación en medio de la tierra. ¿Por qué esperaréis de otra, lo que a vos misma os ofrecen? ¿Por qué aguardaréis de otra, lo que al punto se hará por vos, como deis vuestro consentimiento, y respondáis una palabra? Responded, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responded una palabra y recibid otra Palabra; pronunciad la vuestra, y concebid la divina; articulad la transitoria, y admitid en vos la eterna.

¿Por qué tardáis? ¿Qué receláis? Creed, decid que sí, y recibid. Cobre ahora aliento vuestra humildad, y vuestra vergüenza confianza. De ningún modo conviene, que vuestra sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En solo este negocio no temáis, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras. Abrid, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mirad, que el deseado de todas las gentes está llamando a vuestra puerta. ¡Ay! si deteniéndoos en abrirle, pasa adelante, y después volvéis con dolor a buscar al amado de vuestra alma. Levantaos, corred, abrid, Levantaos por la fe, corred por la devoción, abrid por el consentimiento». (De las homilías de San Bernardo sobre las excelencias de la Virgen Madre. Homilía 4, 8).

 

 

martes, 9 de agosto de 2022

TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ Y LA ALABANZA DIVINA

Comparto un breve texto de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (en el mundo Edith Stein) extraído del primer capítulo de su obra La oración de la Iglesia, y que lleva por título La oración de la Iglesia como liturgia y eucaristía. Teresa Benedicta destaca aquí la dimensión cósmica e integradora de la liturgia que Cristo inauguró con su Sacrifico Redentor.  

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«En lugar del templo salomónico, Cristo ha construido un templo de piedras vivas, la comunión de los santos. En medio está él como el eterno y sumo sacerdote; sobre el altar es él la víctima perpetua, Y de nuevo toda la creación toma parte en la Liturgia, en el solemne oficio divino: los frutos de la tierra y las ofrendas misteriosas, las flores y los candelabros, las alfombras y el velo, los sacerdotes consagrados y la unción y bendición de la casa de Dios. Tampoco faltan los querubines. Creados por la mano del artista, velan las visibles formas junto al Santísimo. Como imágenes vivientes suyas, los «monjes angélicos» rodean el altar del sacrificio y cuidan de que no se interrumpa la alabanza de Dios, así en la tierra como en el cielo...

Nosotros, es decir, no solo los religiosos cuyo oficio es la solemne alabanza divina, sino todo el pueblo cristiano, cuando en las fiestas solemnes afluye a las catedrales y a las iglesias abaciales, cuando toma con alegría parte activa en el oficio divino y en las formas renovadas de la liturgia, muestra que es consciente de su vocación a la alabanza divina. La unidad litúrgica de la Iglesia del cielo y de la Iglesia de la tierra, que dan gracias a Dios «por Cristo», encuentra la expresión más vigorosa en el prefacio y en el Sanctus de la santa misa. En la liturgia no hay lugar a dudas de que nosotros no somos plenos ciudadanos de la Jerusalén celeste, sino peregrinos en camino hacia nuestra patria. Tenemos siempre necesidad de una preparación, antes que podamos atrevernos a elevar nuestros ojos a las luminosas alturas y unir nuestras voces al «Santo, santo, santo» de los coros celestiales. Todo lo creado que se destina al servicio divino, debe retirarse del uso profano, tiene que ser consagrado y santificado.

El sacerdote, antes de subir las gradas del altar, tiene que purificarse por la confesión de los pecados, y los fieles juntamente con él; antes de cada nuevo paso a lo largo del santo sacrificio, tiene que repetir la petición de perdón para sí mismo, para los circundantes y para todos aquellos a quienes han de alcanzar los frutos del sacrificio. El sacrifico mismo es sacrificio de expiación, que, juntamente con las ofrendas, transforma también a los fieles, les abre el cielo y los hace dignos de una acción de gracias agradable a Dios» (Edith Stein, Escritos espirituales, Madrid 2001, p. 10-11).


 


jueves, 4 de agosto de 2022

SAN JUAN MARÍA VIANNEY Y EL SAGRARIO

Pensamientos y afectos de San Juan María Vianney sobre el Sagrario y la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento:

● ¿Qué hace nuestro Señor en el Sagrario? Nos espera.

● Nuestro Señor está en el cielo. Está también en el Sagrario. ¡Qué felicidad!

● Nuestro Señor está allí, escondido, esperando que vayamos a visitarle y a hacerle nuestras peticiones. Ved qué bueno es: se acomoda a nuestra pequeñez. Si se hubiera presentado lleno de gloria delante de nosotros, no nos hubiéramos atrevido a acercarnos.

● ¿Qué mayor felicidad que estar en la presencia de Dios, solos, a sus pies, ante los santos Sagrarios?

● Él está en los santos Sagrarios como un religioso en su celda.

● Cuando no podamos ir a la iglesia, volvámonos del lado del Sagrario. Para Dios no hay muros que valgan.

●Cuando os despertéis durante la noche, transportaos rápidamente en espíritu ante el Sagrario.

● Luego de una procesión con el Santísimo Sacramento comenta: ¿Cómo podría estar cansado? Llevaba al que me lleva.

● En lugar de hacer ruido en los periódicos, haced ruido a la puerta del Sagrario.

● Nada es suficientemente precioso para contener el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.


Fuente: José López Teulón, El Santo Cura de Ars. El hombre que se hizo misericordia, Madrid 2009.



 

martes, 2 de agosto de 2022

ODIAN LO QUE IGNORAN

Tertuliano, el gran apologista latino, hizo célebre la frase «desinunt odisse cum desinunt ignorare», «dejan de odiar cuando dejan de ignorar» (Ad Nationes, 1, 1).

Para él, la ignorancia explicaría el odio y las persecuciones de que son víctimas los cristianos. Dirigiéndose a los paganos les recuerda que aquellos «que con vosotros antes ignoraban y con vosotros odiaban, así que comienzan a conocer dejan de odiar lo que dejaron de ignorar; es más, se hacen aquello que odiaban y comienzan a odiar aquello que eran». Reencontramos la misma idea en su más famosa apología: «Aquellos, pues, que aborrecen porque ignoran la calidad de la cosa aborrecida, ¿por qué no pueden siquiera sospechar (ya que lo ignoran) que pueda ser bueno aquello que aborrecen, o que injustamente aborrecen aquello que ignoran?» (Apologeticum, c. 1).

No hace mucho y desde una óptica similar, un prelado dirigía esta cuestión a los críticos de la liturgia tradicional: Los que permitís que se prohíba la Misa Tradicional, ¿la habéis celebrado alguna vez? Los que desde lo alto de vuestras cátedras de liturgia dictáis amargas sentencias sobre la Misa de antes, ¿habéis meditado alguna vez en sus oraciones, sus ritos y sus sagrados gestos ancestrales?

En muchos casos los argumentos esgrimidos para prohibir la vieja liturgia delatan una profunda ignorancia. No hay razonamientos serios ni fundamentaciones sólidas; abundan, en cambio, las consignas efectistas, los eslóganes añosos, que por lo general apuntan más al sentimiento que a la razón. Da la sensación de que se busca impactar más que pensar. Parafraseando a Tertuliano, nos gustaría repetir al oído de muchos detractores de la misa tradicional: dejad de ignorar y dejaréis de odiar; dejad de ignorar y comenzaréis a amar.

Son muchos los que hoy en la Iglesia valoran y trabajan por el mantenimiento y expansión de la antigua liturgia. Sembrar una sospecha generalizada de sus afanes podría tener algo de temerario. Se trata de un maravilloso tesoro que algunos quisieran ver relegado a los sótanos de la vida de la Iglesia. Pero privar a las nuevas generaciones de ese tesoro nos parece cruel, más aún en los tiempos que corren donde cualquier costumbre o rito ancestral se aprecia y custodia como reliquia sagrada.