martes, 14 de noviembre de 2023

NADA ES DEMASIADO BELLO PARA DIOS

Recojo unas palabras del Papa Benedicto XVI tomadas de la homilía que pronunció en la celebración de las Vísperas en la Catedral de Notre-Dame de París, el 12 de septiembre de 2008. Con ellas quisiera recordar una idea central del pensamiento litúrgico de Benedicto XVI: la necesaria belleza a la que nuestras celebraciones litúrgicas deben tender más y más. La belleza de la liturgia terrena no es capricho estético; tiene su fundamento en el hecho de que ella debe asemejarse lo más posible a la liturgia de la Jerusalén celeste, hacerla presentir y pregustar. En este sentido, también la presencia de la liturgia tradicional en nuestros templos puede jugar un rol importante; ella contribuye poderosamente a sublimar y dar renovado esplendor al culto que rendimos a Dios. Todos sus ritos son exigentes en pulcritud y cuidado, señales propias de amor auténtico.

 * * *

«Su Palabra, el Verbo, que desde siempre está junto a Él (cf. Jn 1, 1), nació de una mujer, nacido bajo la Ley, ‘para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción’ (Ga 4, 4-5). El Hijo de Dios se encarnó en el seno de una Mujer, de una Virgen. Vuestra catedral es un himno vivo de piedra y de luz para alabanza de este acto único de la historia humana: la Palabra eterna de Dios entrando en la historia de los hombres en la plenitud de los tiempos para rescatarlos por la ofrenda de sí mismo en el sacrificio de la Cruz. Las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a la celebración de un Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente su infinita densidad. En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir».

Fuente: vatican.va

 

miércoles, 1 de noviembre de 2023

NO ESTAMOS SOLOS

Especialmente apropiadas para meditar en un día como hoy, fiesta de todos los Santos, son las palabras con que Benedicto XVI comenzó la inolvidable homilía que pronunció durante la Misa del solemne inicio de su pontificado el Domingo 24 de abril de 2005. En la vida y en la muerte, y en todos los momentos de nuestro peregrinar terreno, nos acompaña la muchedumbre de los bienaventurados.

* * *

«Por tres veces nos ha acompañado en estos días tan intensos el canto de las letanías de los santos: durante los funerales de nuestro Santo Padre Juan Pablo II; con ocasión de la entrada de los Cardenales en Cónclave, y también hoy, cuando las hemos cantado de nuevo con la invocación: Tu illum adiuva, asiste al nuevo sucesor de San Pedro. 

He oído este canto orante cada vez de un modo completamente singular, como un gran consuelo. ¡Cómo nos hemos sentido abandonados tras el fallecimiento de Juan Pablo II! El Papa que durante 26 años ha sido nuestro pastor y guía en el camino a través de nuestros tiempos. Él cruzó el umbral hacia la otra vida, entrando en el misterio de Dios. Pero no dio este paso en solitario. Quien cree, nunca está solo; no lo está en la vida ni tampoco en la muerte. En aquellos momentos hemos podido invocar a los santos de todos los siglos, sus amigos, sus hermanos en la fe, sabiendo que serían el cortejo viviente que lo acompañaría en el más allá, hasta la gloria de Dios. Nosotros sabíamos que allí se esperaba su llegada. Ahora sabemos que él está entre los suyos y se encuentra realmente en su casa. 

Hemos sido consolados de nuevo realizando la solemne entrada en cónclave para elegir al que Dios había escogido. ¿Cómo podíamos reconocer su nombre? ¿Cómo 115 Obispos, procedentes de todas las culturas y países, podían encontrar a quien Dios quería otorgar la misión de atar y desatar? Una vez más, lo sabíamos; sabíamos que no estamos solos, que estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios. Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? Todos vosotros, queridos amigos, acabáis de invocar a toda la muchedumbre de los santos, representada por algunos de los grandes nombres de la historia que Dios teje con los hombres. De este modo, también en mí se reaviva esta conciencia: no estoy solo. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza. En efecto, a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos. Todos nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo. Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días».

Fuente: www.vatican.va