martes, 18 de abril de 2023

LA HONDURA DE LA MISERICORDIA DE DIOS

El Greco. La Curación del ciego

Así explica Santo Tomás de Aquino por qué compete a Dios ser misericordioso en grado sumo:

«Se debe atribuir a Dios la misericordia en grado máximo, aunque no por lo que tiene de afecto emocional, sino por lo que tiene de eficiente. Para entender esto, adviértase que decir de alguien que es misericordioso es como decir que tiene el corazón lleno de miserias, o sea que ante la miseria de otro experimenta la misma sensación de tristeza que experimentaría si fuese suya; de donde proviene que se esfuerce en remediar la tristeza ajena como si de la propia se tratase, y éste es el efecto de la misericordia. Pues bien, a Dios no le compete entristecerse por la miseria de otro; pero remediar las miserias, entendiendo por miseria un defecto cualquiera, es lo que más compete a Dios, pues lo que remedia las deficiencias son las perfecciones que confiere el bien, y el primer origen de toda bondad es Dios, como hemos dicho» (S. Th., I, q. 21, a. 3).

Ilustrativo al respecto es el siguiente comentario del autor que redacta la introducción a la cuestión 21 de la primera parte de la Suma Teológica:

«Al atribuir a Dios la misericordia debemos antes despojarla de las imperfecciones que tiene en los hombres. La tristeza, o condolencia del mal ajeno, que va implicada en la misericordia humana, no puede tener lugar en Dios. Al hablar de la misericordia en Dios, queremos significar el propósito o decisión de la divina voluntad de remediar los males o defectos que hay en las cosas, y particularmente en el hombre. Un defecto se remedia comunicando la perfección de que dicho defecto priva, como el pecado se perdona por la infusión de la gracia. Dios derrama de mil maneras su perfección sobre todas las cosas, ahuyentando los defectos contrarios que en ellas hubiere; luego remedia los defectos de las criaturas, y, por tanto, obra misericordiosamente con ellas». (Introducción a la cuestión 21. De la Justicia y de la Misericordia de Dios, BAC 1964).

martes, 11 de abril de 2023

EL DINAMISMO DE LA RESURRECCIÓN

Los apóstoles Pedro y Juan corriendo hacia el sepulcro. 
Eugène Burnand  (1898). 

Quita la esperanza y habrás paralizado el mundo, decía un alma cristiana. Por contraste, la resurrección de Cristo, en cuanto sólido fundamento de fe y esperanza teologal, imprime a nuestro caminar terreno una especial alegría y dinamismo. Lo recordaba recientemente el Papa con estas significativas palabras: “en Pascua el andar se acelera y se vuelve una carrera”.

 * * *

«Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado, como se proclama en las Iglesias de Oriente: Christòs anesti! Ese verdaderamente nos dice que la esperanza no es una ilusión, ¡es verdad! Y que, a partir de la Pascua, el camino de la humanidad, marcado por la esperanza, avanza veloz. Nos lo muestran con su ejemplo los primeros testigos de la Resurrección. Los Evangelios describen la prisa con la que el día de Pascua «las mujeres corrieron a dar la noticia a los discípulos» (Mt 28, 8). Y, después que María Magdalena «corrió al encuentro de Simón Pedro» (Jn 20, 2), Juan y el mismo Pedro “corrieron los dos juntos” (cf. v. 4) para llegar al lugar donde Jesús había sido sepultado. Y después, la tarde de Pascua, habiendo encontrado al Resucitado en el camino de Emaús, dos discípulos “partieron sin demora” (cf. Lc 24, 33) y se apresuraron para recorrer muchos kilómetros en subida y a oscuras, movidos por la alegría incontenible de la Pascua que ardía en sus corazones (cf. v. 32). Es la misma alegría por la que Pedro, viendo a Jesús resucitado a orillas del lago de Galilea, no pudo quedarse en la barca con los demás, sino que se tiró al agua de inmediato para nadar rápidamente hacia Él (cf. Jn 21, 7). En definitiva, en Pascua el andar se acelera y se vuelve una carrera, porque la humanidad ve la meta de su camino, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a ir de prisa hacia Él, esperanza del mundo». (Papa Francisco, Extracto del mensaje Urbi et Orbi. Pascua de Resurrección, 9 de abril de 2023).

Fuente: vatican.va

jueves, 6 de abril de 2023

«AUMENTA EL NÚMERO DE TUS APÓSTOLES»

Dos grandes regalos entregó Jesucristo a su Iglesia el Jueves Santo: la Eucaristía y el Sacerdocio. El santo Cura de Ars, consciente de su pequeñez, pero también del grandioso don del sacerdocio, decía: «Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina». No extraña, por tanto, que otra alma santa y delicada como Teresa de Lisieux hiciera de la oración por los sacerdotes una auténtica característica de su vocación contemplativa y eclesial. He aquí una conocida oración de Teresita por los sacerdotes:


Oh, Jesús, que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra la obra divina de salvar a las almas, 
protege a tus sacerdotes en el refugio de tu Sagrado Corazón. 

Guarda sin mancha sus manos consagradas,
que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo,
y conserva puros sus labios teñidos con tu preciosa sangre.

Haz que se preserven puros sus corazones,

marcados con el sello sublime del sacerdocio,
y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.

Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu santo amor los proteja de todo peligro.

Bendice sus trabajos y fatigas,
y que como fruto de su apostolado obtengan la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el cielo. Amén.


martes, 4 de abril de 2023

UNA MIRADA SOBRE LEÓN BLOY

En su libro Una biblioteca en el oasis, un conjunto de 60 reseñas de buena literatura, Juan Manuel de Prada nos ofrece una síntesis del estilo y tenor de los Diarios de León Bloy. Selecciono una aguda observación del autor sobre el escritor francés. Sucede a menudo que tras la pluma destemplada de Bloy suele asomarse un corazón infantil.

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«Pero no todo son intemperancias en los Diarios de Bloy. A un sacerdote que confiesa que «no tiene alma de santo», Bloy le recuerda que todos la tenemos, puesto que todos (lo mismo san Francisco de Asís que el burgués más horroroso) fuimos comprados por el mismo precio: «No hay hombre que no sea un santo, virtualmente, y el pecado o los pecados, incluso los más renegridos, no son más que accidentes que no modifican su sustancia». Y a la señora que se queja de que su hija es en exceso devota le responde: «La palabra exageración, cuando se trata del amor que a Dios se le debe, me parece ininteligible». Y es que, en efecto, Bloy amaba exageradamente a Dios, lo amaba con un amor abnegado e hiperbólico, con una falta de medida que chocaba a los hombres de su tiempo, tan calculadores y mesurados que no podían comprender cómo un escritor de tanto genio mostraba tan pocos respetos humanos, sin importarle convertirse en un apestado. Los católicos calculadores le reprochaban su falta de sentido práctico y le recomendaban que se «acomodase al siglo»; pero Bloy, que sólo escribía para «las tres Personas divinas», había decidido decir sin miedo todo lo que asusta, aun a riesgo de quedarse solo». (Juan Manuel de Prada, Una biblioteca en el oasis, Magnificat 2021, p. 185). (Los destacados son nuestros)