Dos grandes regalos entregó Jesucristo a
su Iglesia el Jueves Santo: la Eucaristía y el Sacerdocio. El santo Cura de
Ars, consciente de su pequeñez, pero también del grandioso don del sacerdocio,
decía: «Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más
grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más
preciosos de la misericordia divina». No extraña, por tanto, que otra alma
santa y delicada como Teresa de Lisieux hiciera de la oración por los
sacerdotes una auténtica característica de su vocación contemplativa y eclesial. He
aquí una conocida oración de Teresita por los sacerdotes:
Oh, Jesús, que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra la obra divina de salvar a las almas,
protege a tus sacerdotes en el refugio de tu Sagrado Corazón.
Guarda sin mancha sus manos consagradas,
que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo,
y conserva puros sus labios teñidos con tu preciosa sangre.
y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu santo amor los proteja de todo peligro.
que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo,
y conserva puros sus labios teñidos con tu preciosa sangre.
Haz que se preserven puros sus corazones,
marcados con el sello sublime del sacerdocio,y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu santo amor los proteja de todo peligro.
Bendice sus trabajos y fatigas,
y que como fruto de su apostolado obtengan la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el cielo. Amén.
y que como fruto de su apostolado obtengan la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el cielo. Amén.
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