martes, 28 de febrero de 2017

UN SUCULENTO PAN CUARESMAL, EL PAN DE LAS LÁGRIMAS

El Greco. Las lágrimas de San Pedro. Detalle
Museo del Greco. Toledo

San Bernardo, en un sermón cuaresmal, nos exhorta a buscar en este tiempo el sustancioso pan de la compunción, el pan de las lágrimas, que atrae sobre nosotros el perdón de nuestras maldades y la esperanza de una amorosa fidelidad junto a Cristo. De este pan el cristiano nunca debe abstenerse; es el pan de los enamorados, de los humildes, de los contemplativos. No cuesta nada; Dios lo reparte gratuitamente a todo pecador arrepentido y suplicante.

«Hermanos, quiero que seáis conscientes de que el ayuno no consiste únicamente en abstenerse de alimentos, sino de todas las seducciones de la carne y de todas las apetencias del cuerpo. Debemos ayunar mucho más de los vicios que del comer. Pero hay una clase de pan del que no quiero que ayunéis para no desfallecer en el camino. Me refiero, si no lo sabéis, al pan de las lágrimas. Se nos dice a renglón seguido: Con ayuno, con llanto, con luto. La penitencia de la vida pasada nos exige el luto, y el deseo de la futura felicidad, el llanto. Las lágrimas son mi pan día y noche, dice el Profeta, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? Poco puede agradar la novedad de esta vida a quien no llora la antigua ni los pecados cometidos, ni se lamenta del tiempo perdido. Si no lloras, tampoco sientes las llagas de tu alma ni la herida de tu conciencia. Ni siquiera anhelas los gozos venideros si no los pides diariamente con lágrimas. Y menos sabrás qué son si tu alma no desecha todo consuelo hasta que lleguen» (San Bernardo, Sermones en el tiempo de cuaresma, Sermón 2, 4).

El misal antiguo contiene oraciones preciosas –forman parte del “propio” de la misa votiva pro petitione lacrimarum– para alcanzar de Dios este pan sabroso, condición de supervivencia para cualquier pecador. Rezan así:

Omnipotente y mansísimo Dios, que produjiste de la roca una fuente de agua viva para el pueblo sediento: saca de la dureza de nuestros corazones lágrimas de compunción; para que podamos llorar nuestros pecados y merezcamos alcanzar por tu misericordia, su perdón. Por Nuestro Señor.

Te suplicamos, Señor Dios, mires propicio esta oblación que ofrecemos a tu majestad por nuestros pecados: y produce en nuestros ojos ríos de lágrimas con las cuales podamos apagar los incendios provocados por nuestras llamas. Por Nuestro Señor.

Infunde clemente en nuestros corazones, oh Señor Dios, la gracia del Espíritu Santo: la cual nos haga lavar las manchas de nuestros pecados con gemidos de lágrimas, y nos alcance, por tu gracia, el efecto de una ansiada indulgencia. Por Nuestro Señor…

viernes, 24 de febrero de 2017

SACERDOTES DEL OPUS DEI CELEBRAN CON EL RITO ANTIGUO (Y SIEMPRE NUEVO) LA SANTA MISA.

Jóvenes sacerdotes del Opus Dei aprovechan la mayor paz de los períodos estivales, o bien de convivencias o cursos de retiro espiritual para celebrar la Santa Misa según la forma extraordinaria del rito Romano. El hecho de que San Josemaría empapara hasta el último rincón de su vida espiritual de las oraciones, ritos y gestos de la misa antigua, es un aliciente más para conocer la misa tradicional. Las siguientes fotografías muestran a algunos sacerdotes de la Prelatura celebrando el Santo Sacrificio con el rito antiguo.







sábado, 11 de febrero de 2017

YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN

¡Qué bien se corresponden las apariciones de la Virgen con su carácter maternal! Una buena madre no deja pasar mucho tiempo sin visitar a sus hijos. Así también María; de una manera siempre discreta no ha cesado de visitar nuestro mundo para alegrarnos con su presencia gloriosa, traernos las bendiciones del cielo y convertir ciertos lugares de la tierra en fuentes de gracia y conversión. Sin duda Lourdes es uno de esos lugares benditos. La Iglesia sin esa corona de santuarios marianos que la adornan quizá pronto se convertiría en un desierto.

«Volví a ir allí durante quince días. La Señora se me apareció como de costumbre, menos un lunes y un viernes. Siempre me decía que advirtiera a los sacerdotes que debían edificarle una capilla, me mandaba lavarme en la fuente y rogar por la conversión de los pecadores. Le pregunté varias veces quién era, a lo que me respondía con una leve sonrisa. Por fin, levantando los brazos y los ojos al cielo, me dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción” (Carta de Santa María Bernarda Soubirous al padre Gondrand, 1861). 

miércoles, 8 de febrero de 2017

BAKHITA, LA SANTA QUE HALLÓ A SU AMO

Al comienzo de su encíclica Spe salvi, el Papa Benedicto XVI nos proponía la vida  de Josefina Bakhita como ejemplo vivo de lo que significa ser salvados por la esperanza. Ella comprendió que estaba salvada en la misma medida en que entendió que tenía un Amo que la amaba con locura. Hoy que celebramos su fiesta podemos releer este impresionante texto.

«Pero ahora se plantea la pregunta: ¿en qué consiste esta esperanza que, en cuanto esperanza, es « redención »? Pues bien, el núcleo de la respuesta se da en el pasaje antes citado de la Carta a los Efesios: antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo «sin Dios». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza. Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles «dueños» de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un «dueño» totalmente diferente –que llamó «Paron» en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un «Paron» por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el «Paron» supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba «a la derecha de Dios Padre». En este momento tuvo «esperanza»; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue «redimida», ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su «Paron». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había «redimido» no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos». (Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi, n° 3, 30 de Noviembre de 2007)

jueves, 2 de febrero de 2017

EL INSTANTE GOZOSO DE SIMEÓN

Simeón con Jesús en brazos. Oleo de Alekséi Yegórov (1830-40)
Foto Wikipedia

La figura del anciano Simeón nos resulta fascinante. Una larga vida de oración y de sacrificio esperanzados que se ve plenamente colmada, ya en este mundo, por un instante de cercana e intensa contemplación del Verbo hecho carne junto a su Madre Virginal.
Recojo a continuación una piadosa reflexión de Fray Luis de Granada al respecto.

"D
espués de esto considera también la grandeza de la alegría que aquel Santo Simeón recibiría con la vista y presencia de este Niño, la cual excede todo encarecimiento.
Porque cuando este varón (que tanto celo tenía de la gloria de Dios y de la salud de las almas, y tanto deseaba ver antes de su partida a Aquél en cuya contemplación respiraban los deseos de todos los Padres (Gn 49, 1), y en cuya venida estaba la salud y remedio de todos los siglos), cuando le viese delante de sí y le recibiese en sus brazos, y conociese por revelación del Espíritu Santo que dentro de aquel corpecico estaba toda la majestad de Dios y viese juntamente en presencia de tal Hijo tal Madre, ¿qué sentiría su piadoso corazón con la vista de dos tales lumbreras y con el conocimiento de tan grandes maravillas? ¿Qué diría? ¿Qué sentiría? ¿Qué sería ver allí las lágrimas de sus ojos y los colores y semblantes de su rostro y la devoción con que cantaría aquel suavísimo cántico en que está encerrada la suma del Evangelio? " (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Ed. Rialp, Madrid 1990 p. 47-48).