lunes, 29 de abril de 2024

CATALINA DE SIENA Y SU PASIÓN POR LA IGLESIA

Publico una selección de textos tomados de la homilía pronunciada por el Papa Pablo VI en la basílica de San Pedro el 3 de octubre de 1970, durante el acto de proclamación de Santa Catalina de Siena como Doctora de la Iglesia Universal.

* * * 

«La alegría espiritual que ha inundado nuestra alma al proclamar doctora de la Iglesia a la humilde y sabia virgen dominica Catalina de Siena, encuentra su explicación más profunda, y hasta podíamos decir su justificación, en la alegría purísima experimentada por el Señor Jesús cuando, como nos narra el evangelista San Lucas, ‘se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito’» (Lc 10,21; cfr. Mt 11,25-26).

«Pero lo que más sorprende en la Santa es la sabiduría infusa, es decir, la luminosa, profunda y extraña asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe contenidos en los Libros Sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento. Es una asimilación que se ve ciertamente favorecida por dotes naturales del todo singulares, pero que es evidentemente prodigiosa, causada por un carisma de sabiduría del Espíritu Santo, un carisma místico».

«Su doctrina no fue adquirida; hay que considerarla como maestra antes que como discípula; así declaró el mismo Pío II en la bula de canonización. Y, ciertamente, ¡cuántos rayos de sabiduría sobrehumana, cuántas urgentes llamadas a la imitación de Cristo en todos los misterios de su vida y de su Pasión, cuántos eficaces consejos para el ejercicio de la virtudes propias para los diversos estados de vida se encuentran esparcidos en las obras de la Santa! Sus Cartas son otras tantas chispas de un fuego misterioso, encendido en su corazón ardiente por el Amor infinito que es el Espíritu Santo».

«Pero ¿cuáles son las líneas características y los temas dominantes de su magisterio ascético y místico? Nos parece que, a imitación del glorioso Pablo, del que toma incluso el estilo robusto e impetuoso, Catalina es la mística del Verbo Encarnado y, sobre todo, de Cristo crucificado. Catalina de Siena fue la pregonera de la virtud redentora de la sangre adorable del Hijo de Dios, derramada sobre el leño de la cruz con amor desbordante para la salvación de todas las generaciones humanas. La Santa veía fluir continuamente esta Sangre del Salvador en el sacrificio de la Misa y en los Sacramentos, por medio de la acción ministerial de los ministros sagrados, para purificación y embellecimiento de todo el Cuerpo Místico de Cristo. Por lo cual podemos llamar a Catalina la mística del cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia».

«Por otra parte, la Iglesia es para ella una auténtica madre, a la que uno debe someterse, reverenciar y prestar asistencia. La Iglesia no es otra cosa que el mismo Cristo, se atreve a decir la Santa… ¡Qué respeto y apasionado amor nutrió santa Catalina hacia el Romano Pontífice! Todos lo saben. Ella contemplaba en el Papa al dulce Cristo en la tierra, a quien se debe afecto filial y obediencia, porque quien se muestre desobediente a Cristo, que está en el cielo, no participa del fruto de la sangre del Hijo de Dios».

«¿Cómo no recordar, además, la actividad desarrollada por la Santa a favor de la reforma de la Iglesia? … ¿Qué entendía ella por renovación y reforma de la Iglesia? No ciertamente la subversión de las estructuras esenciales, la rebelión contra los pastores, la vía libre a los carismas personales, las arbitrarias innovaciones del culto y de la disciplina, como algunos querrían en nuestros días. Por el contrario, Catalina afirma repetidamente que le será devuelta la belleza a la Esposa de Cristo y se deberá hacer la reforma no con guerra, sino con paz y tranquilidad, con humildes y continuas oraciones, sudores y lágrimas de los siervos de Dios. Se trata, por tanto, para la Santa, de una reforma ante todo interior y después externa, pero siempre en la comunión y en la obediencia filial a los legítimos representantes de Cristo».

«No contenta con haber desarrollado un intenso y vastísimo magisterio de verdad y bondad con su palabra y sus escritos, Catalina, quiso sellarlos con la ofrenda final de su vida al Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, en la edad todavía joven de treinta y tres años. Desde su lecho de muerte, rodeada de sus fieles discípulos en una celda junto a la Iglesia de santa María sopra Minerva, en Roma, dirigió al Señor esta conmovedora oración, verdadero testamento de fe y de agradecido y ardiente amor:

Dios eterno, recibe el sacrificio de mi vida en favor del Cuerpo místico de la santa Iglesia. No tengo otra cosa que darte si no es lo que tú me has dado a mí. Toma mi corazón y exprímelo sobre la faz de esta esposa».

«El mensaje que nos trasmite es, por tanto, de una fe purísima, de un amor ardiente, de una entrega humilde y generosa a la Iglesia Católica como Cuerpo místico y Esposa del divino Redentor. Este es el mensaje específico de la nueva doctora de la Iglesia, Catalina de Siena, para que sea luz y ejemplo de cuantos se glorían de pertenecer a ella. Acojámoslo con ánimo agradecido y generoso, para que sea luz de nuestra vida terrena y prenda segura de la definitiva pertenencia a la Iglesia triunfante del cielo».

(Homilía completa en español e italiano: vivirlafecatolica y vatican.va).

domingo, 28 de abril de 2024

JESÚS, LA VID VERDADERA

Cristo, la vid verdadera, 
ícono griego del siglo XVI

«El Evangelio de hoy, quinto domingo del tiempo pascual, comienza con la imagen de la viña. Jesús dijo a sus discípulos: '«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador'» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601). Benedicto XVI, Regina caeli Domingo 6 de mayo del 2012.

Fuente: vatican.va





 

martes, 23 de abril de 2024

PLENA LIBERTAD PARA LA LITURGIA TRADICIONAL

El movimiento laical Renaissance Catholique ha iniciado una campaña internacional en favor de la plena libertad para la liturgia tradicional en la vida de la Iglesia. En una declaración respetuosa y de mucho sentido común, se señala que los tiempos de crisis que atravesamos exigen poner en juego todos los medios que puedan contribuir a remontar la penosa situación que enfrentamos. No es momento de restricciones ni de sospechas; al contrario, son tiempos para que la Iglesia despliegue generosamente el entero abanico de sus tesoros litúrgicos, doctrinales y pastorales en servicio de Dios, de las almas y de la cultura católica. Nos hacemos eco de esta iniciativa con la esperanza de que el Espíritu Santo rompa la cerrazón de muchos corazones. Dejo a continuación el texto de la declaración en español.

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Lutetiae parisiorum, die XXI mensis aprilis, Dominica III post Pascha.

Ser católico en 2024 no es una tarea fácil. Occidente está atravesando una descristianización masiva, hasta el punto de que el catolicismo parece estar desapareciendo de la esfera pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe va en aumento. Es más, la Iglesia se ha visto afectada por una crisis interna que se manifiesta en una disminución de la práctica religiosa, una disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una disminución de la práctica sacramental e incluso una creciente disensión entre sacerdotes, obispos y cardenales que, hasta hace muy poco, era absolutamente impensable. Sin embargo, entre todas las cosas que pueden contribuir a la renovación interna de la Iglesia y a la renovación de su celo misionero, está, sobre todo, la celebración digna y reverente de su liturgia, que puede ser grandemente favorecida gracias al ejemplo y la presencia de la liturgia tradicional romana.

A pesar de todos los intentos que se han hecho para suprimirla, especialmente durante el actual pontificado, sigue viva, difundiéndose y santificando al pueblo cristiano, que tiene la dicha de poder beneficiarse de ella. Da abundantes frutos de piedad, así como un aumento de vocaciones y de conversiones. Atrae a los jóvenes y es fuente de numerosas obras florecientes, especialmente en las escuelas, y va acompañada de una sólida catequesis. Nadie puede negar que es un vector para la preservación y transmisión de la fe y de la práctica religiosa en medio de una disminución de las creencias religiosas y de un número cada vez menor de creyentes. Esta Misa, por su venerable antigüedad, puede presumir de haber santificado innumerables almas a lo largo de los siglos. Entre otras fuerzas vitales todavía activas en la Iglesia, esta forma de vida litúrgica destaca por la estabilidad que le confiere una lex orandi ininterrumpida.

Ciertamente, se han concedido, o más bien tolerado, algunos lugares de culto donde se puede celebrar esta liturgia, pero con demasiada frecuencia lo que se ha dado con una mano es recogido por la otra, pero sin lograr jamás hacerla desaparecer.

Desde el declive masivo durante el período inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II, en numerosas ocasiones se ha hecho todo lo posible para reactivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y religiosas y preservar la fe del pueblo cristiano. Todo menos dejar que el pueblo experimente la liturgia tradicional, dando una oportunidad justa a la liturgia tridentina. Hoy, sin embargo, el sentido común exige urgentemente que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vitales de la Iglesia, y en particular a aquella que disfruta de un derecho que se remonta a más de un milenio.

No nos equivoquemos: el presente llamamiento no es una petición para obtener una nueva tolerancia como en 1984 y 1988, ni siquiera una restauración del estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que, reconociendo en principio un derecho, en la práctica se ha reducido a un régimen de permisos concedidos magramente.

Como laicos, no nos corresponde a nosotros juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la enseñanza anterior de la Iglesia, los méritos o no de las reformas que resultaron de él, etc. Por otra parte, es necesario defender y transmitir los medios que la Providencia ha empleado para permitir a un número creciente de católicos conservar la fe, crecer en ella o descubrirla. La liturgia tradicional juega un papel esencial en este proceso, gracias a su trascendencia, su belleza, su atemporalidad y su certeza doctrinal.

Por esta razón, simplemente pedimos, en aras de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se conceda la plena libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros litúrgicos, para que, sin obstáculo, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.

Jean-Pierre Maugendre, Director General de Renaissance Catholique, París, Francia

[Este llamamiento no es una petición que deba firmarse, sino un mensaje que debe difundirse, posiblemente repetirse en cualquier forma que parezca apropiada, y ser llevado y explicado a cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal. Si Renaissance Catholique ha iniciado esta campaña es sólo para expresar un amplio deseo que en tal sentido se manifiesta en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la transmitirán, la amplificarán, cada uno a su manera].

Fuente: renaissancecatholique.fr



 

sábado, 20 de abril de 2024

LA MAJESTAD DEL KYRIOS

Publico traducida al español una nueva parte del artículo de don Enrico Finotti Offerimus praeclarae divinae maiestati tuae, "Ofrecemos a tu excelsa Majestad divina". (Las demás entradas pueden verse aquí y aquí). Ahora se trata del punto segundo que lleva por título La majestad del Kyrios, donde el autor ofrece una respuesta a quienes pretenden privar a la liturgia de todo esplendor y solemnidad basados en una concepción insuficiente (cierto arqueologismo litúrgico) en torno a la sencillez y humildad que acompañó la realización histórica de los misterios de la vida del Señor en su fase terrena y que la liturgia actualiza y celebra. 


La Majestad del Kyrios
Por don Enrico Finotti 

Una sensibilidad bastante extendida hoy en día parece querer oponerse al concepto de majestad divina y manifiesta incomodidad a la hora de realizar debidamente aquellos ritos litúrgicos que pretenden afirmar y adorar dicha majestad. Se recurre al tema de la humildad de la Encarnación, a la vida pobre y sobria del Señor descrita en los Evangelios y, sobre todo, al drama sangriento de la Pasión, tan lejana aparentemente del ámbito sagrado y del protocolo litúrgico del templo. Se piensa que el Señor superó completamente toda sacralidad y sustituyó las grandiosas celebraciones del templo por una liturgia doméstica, humilde y familiar, como fue, según se dice, la Eucaristía, un culto nuevo que debía sustituir y subvertir toda la estructura cultual, no solo de la Antigua Alianza, sino también de la experiencia religiosa anterior de todos los pueblos.

De esta interpretación deriva, sobre todo en los años postconciliares, una notable y amplia secularización de la liturgia, que se propone quitar del culto católico todo aspecto sagrado, conformándolo al modo ordinario de la vida cotidiana. Sobre todo, se tiende a despojar a la liturgia de todo vínculo protocolario, abandonándola al manejo sentimental del grupo informal que la celebra. De forma muy clara se priva al rito de todo elemento de calidad, considerando que el esplendor del arte, la elegancia de los ornamentos y del mobiliario, la sublimidad de la música, la nobleza de la forma literaria y de los ritos en general deben ser despojados de su carácter de excelencia para convertirse en un reflejo del nivel básico y efímero de lo contingente. En realidad, esta mentalidad es completamente engañosa y ha provocado el colapso de la auténtica liturgia en la práctica eclesial, dando paso a su mistificación carente de fe y cerrada al don de la gracia. Tal experiencia ha vaciado los corazones del pueblo cristiano y degradado la gran cultura cristiana.

Nos preguntamos: ¿Realmente el Señor comprendió de este modo el culto evangélico que Él mismo promulgó?

Ciertamente, desde su concepción en el seno purísimo de la Virgen Inmaculada, Él es el Sumo Sacerdote constituido por el Padre para nuestra salvación; toda su vida se ha desarrollado en un permanente ejercicio sacerdotal, pero es sobre todo en la pasión sangrienta y en la muerte de cruz, cuando realiza de modo perfecto aquel Sacrificio único del que todos los sacrificios rituales del Antiguo Testamento y de todos los pueblos no eran más que una lejana figura. Él ha querido ejercer su sacerdocio bajo el velo de la carne del viejo Adán y llevar sobre sí el peso del pecado de todos los hombres: de ahí el sufrimiento vicario y la dimensión sangrienta de su culto inmaculado. Sin embargo, la fase terrena de su vida, en permanente lucha contra el príncipe de este mundo, contra el poder del pecado y consumada en el Calvario, con todas las características históricas que la configuraron, permanece en el pasado sin posibilidad de ser repetida. Pero la virtud interior de aquella vida teándrica y de aquel Sacrificio cruento permanece para siempre, siempre perdura resplandeciente ante la presencia de la Majestad divina, que, mediante ese homenaje de amor infinito, dona perpetuamente la regeneración y la vida eterna a todos los hombres.

Hay que considerar entonces que después de su resurrección el Señor reina soberano sobre todos los tiempos y todas las gentes y su acción es la del Kyrios inmolado y glorioso, que se sienta a la diestra del Padre. Es en este estado de glorificación que nuestro Señor Jesucristo sigue estando presente en la liturgia de la Iglesia. La liturgia, por tanto, no puede ser una mera imitación histórica de lo que el Señor hizo, sino que debe ser el reflejo de su acción sobrenatural que actúa en el hoy de nuestro tiempo. No se trata de realizar una representación sagrada de lo que el Señor hizo, sino, aun siendo totalmente fieles a lo que entonces mandó, se trata de encontrarlo en el poder de su gloria incluso en el régimen de la fe.

En efecto, ya en la experiencia viva de los discípulos, el Señor después de su resurrección, suscita una profunda adoración y un sagrado temor reverencial hasta el punto de que todos se postran en actitud de adoración ante Él. De hecho, Santo Tomás exclama: Señor mío y Dios mío. La liturgia de la Iglesia se relaciona ahora con el Kyrios y se ajusta plenamente al modo de culto atestiguado en las visiones del Apocalipsis y prefigurado en las antiguas teofanías bíblicas.

Incluso la celebración de la Eucaristía no puede, por tanto, limitarse a repetir simplemente la forma histórica de su institución en el Cenáculo, toda vez que ha sido transfigurada por el mismo Resucitado cuando la celebró con los dos discípulos de Emaús en la tarde de Pascua, bajo la forma superior de su presencia en estado de gloria y con aquella oblación incruenta que en adelante será eterna. Es en esta nueva perspectiva que la Iglesia celebra el Sacrificio divino y accede a la majestad del Kyrios que ahora llena todas las cosas. Sin esta visión sobrenatural, nunca se podrá comprender el criterio sagrado y solemne que la Iglesia adoptó al establecer el culto cristiano.

Se trata entonces no sólo de acceder a la presencia de la majestad de la Santísima Trinidad, sino también de comparecer con veneración y temblor ante la majestad igualmente apofática del Kyrios glorioso, como bien se describe en el Apocalipsis. Pues el Apóstol declara: Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así (2 Cor 5, 16).

Por eso, la liturgia de la Iglesia se encuentra en tensión entre dos polos indisolubles: el histórico que en el Cenáculo nos ofrece la sustancia indefectible del sacrificio sacramental, y el trascendente que, realizado en el Calvario de modo cruento, arde sin cesar ante el trono de la Majestad sobre el altar de oro del cielo. El mero retorno arqueológico a las coordenadas históricas del momento terreno de la acción salvífica de Cristo, sería insuficiente frente a la realidad que se realiza en el hoy imperturbable de la liturgia celestial y que se refleja sobre el altar de la tierra bajo el velo del sacramento.

Por tanto, están lejos del sentir de la Iglesia y de la naturaleza íntima del hecho sagrado los que, en nombre de una mayor fidelidad histórica a lo que hizo el Señor en el tiempo, quisieran despojar a la liturgia de esa vestidura resplandeciente y de aquellos gestos solemnes que el Apocalipsis revela en el santuario celestial. Es esta liturgia del cielo la que ahora está en acto, y es en esta sublime forma que encuentra salida y cumplimiento aquel Sacrificio cruento y aquella Pasión dolorosa que entonces, de una vez y para siempre (semel), redimió el mundo. Hacia este culto inmortal suspira la Iglesia y, con veneración y temor, ofrece aquí abajo los auxilios oportunos para preparar a sus hijos a la gloria.


 

viernes, 12 de abril de 2024

EL DON DE LA CRUZ

«¡Oh don preciosísimo de la cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados, sino que en él todo es hermoso y atractivo tanto para la vista como para el paladar.

Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo.

Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza.

Si al principio un madero nos trajo la muerte, ahora otro madero nos da la vida: entonces fuimos seducidos por el árbol: ahora por el árbol ahuyentamos la antigua serpiente. Nuevos e inesperados cambios: en lugar de la muerte alcanzamos la vida; en lugar de la corrupción, la incorrupción; en lugar del deshonor, la gloria.

No le faltaba, pues, razón al Apóstol para exclamar: Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante necedad de la sabiduría mundana. El conjunto maravilloso de bienes que provienen de la cruz acabó con los gérmenes de la malicia y del pecado».

(De los sermones de San Teodoro Estudita [759 - 826]. Sermón sobre la adoración de la Cruz. Oficio de lectura, viernes segunda semana de Pascua).


 

jueves, 4 de abril de 2024

¿POR QUÉ ARRODILLARSE?

Giotto. Noli me tangere
Imagen: wikipedia.org

«¿Cuál es la actitud del engreído? Se atiesa, yergue la cabeza, los hombros y el cuerpo entero. Su continente está diciendo: «Soy mayor que tú; soy más que tú». Pero cuando uno siente bajamente de sí mismo y se tiene en poco, inclina la cabeza y agacha el cuerpo: «se achica». Y tanto más, a la verdad, cuanto mayor sea la persona que tiene a la vista, cuanto menos valga él mismo en su propia estimación.

¿Y cuándo más clara que en la presencia de Dios la sensación de pequeñez? ¡El Dios excelso, que era ayer lo que es hoy y será dentro de cien mil años! ¡El Dios que llena este aposento, y la ciudad, y el universo, y la inmensidad del cielo estelar! ¡El Dios ante quien todo es como un granito de arena! ¡El Dios santo, puro, justo y altísimo!...

¡Él, tan grande!... ¡Y yo, tan pequeño!... Tan pequeño, que ni remotamente puedo competir con Él; que ante Él soy nada.

Sin más, cae en la cuenta de que ante Él no es posible presentarse altivo. «Se empequeñece»; desearía reducir su talla, por no presentarla allí altanera; y ¡mira!, ya ha entregado la mitad, postrándose de rodillas. Y si el corazón no está aún satisfecho, cabe doblar la frente. Y aquel cuerpo inclinado parece decir: «Tú eres el Dios excelso; yo, la nada.»

Al arrodillarte, no seas presuroso ni inconsiderado. Es preciso dar a ese acto un alma, que consista en inclinar a la vez por dentro el corazón ante Dios con suma reverencia. Ya entres en la iglesia o salgas de ella, ya pases ante el Altar, dobla hasta el suelo la rodilla, pausadamente; y dobla a la vez el corazón, diciendo: «¡Soberano Señor y Dios mío! …». Si así lo hicieres, tu actitud será humilde y sincera; y redundará en bien y provecho de tu alma».  (R. Guardini, Los signos sagrados, Barcelona 1965, p. 23 y 24).