lunes, 28 de marzo de 2022

VIVENCIA DE LA MISA TRADICIONAL

Iglesia de la Santísima Trinidad 
de los Peregrinos en Roma  

Publico en español los últimos párrafos de un emotivo testimonio de quien ha experimentado la alegría de encontrar el «tesoro escondido» de la misa tradicional.  «Quiero que todo cristiano y todo hombre de buena voluntad venga y vea lo que yo he visto», es el mensaje que nos transmite un alma que ha saboreado la liturgia antigua. Un llamamiento –añado yo– a que los pastores de la Iglesia no obstaculicen que muchas otras almas puedan tener una vivencia similar de encuentro con Cristo a través de este rito sublime.

Fuente: laterum. Reproducido también por messainlatino.it

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«La misa en lengua vulgar ha cambiado tantas veces desde que se introdujo en los años 70, que su propia esencia es cambiante y contingente. La Misa en latín no ha cambiado nunca, su esencia es eternidad, permanencia, un repetirse idéntico que trasciende la historia. Cuando entré en Trinità dei Pellegrini para mi primera Misa en rito antiguo, fue como dejar este tiempo y este mundo. No me sorprendería si un día descubriera que aquí los ángeles se arrodillan junto a los fieles y mezclan sus voces celestiales con las nuestras.

Estaba extasiada y conmovida. La belleza era el signo sensible de la verdad. Cantos, gestos, oraciones, perfumes: todo escondía cosas sublimes y me comunicaba la sacralidad de lo que sucede en el altar, de lo que está escondido en el misterioso cofre del Tabernáculo. El sacerdote no fue nunca el protagonista, pero su persona era como un dedo que señalaba incesantemente a Cristo; no lo veía a él, pequeño sacerdote, sino al Otro, al que él mismo mira.

Pues al final me habría arrojado a sus pies para besar sus zapatos, porque no quiero ser más que la servidora de quien Dios ha elegido y ha consagrado como siervo suyo.

Nunca más he dejado esta Misa, nunca he vuelto a mirar atrás. Me detengo aquí, porque no podría decir nada más: no todo hay que explicarlo, hay cosas que hay que vivirlas. Quiero que todo cristiano y todo hombre de buena voluntad venga y vea lo que yo he visto».



 

jueves, 24 de marzo de 2022

DIMENSIÓN CÓSMICA DE LA ORACIÓN

«Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración» (Tertuliano, Sobre la oración, c. 29).


 

sábado, 19 de marzo de 2022

JOSÉ, DEPOSITARIO DE LOS MISTERIOS DE DIOS

Conocidas son las homilías de Bossuet sobre las excelencias de San José. Para el gran orador francés, si rastreamos en la Escritura lo que allí se lee de José, todo parece decir relación con la hermosa cualidad de depositario de los secretos de Dios. A este hombre Dios lo hace depositario de sus más íntimos misterios, con la certeza de que los custodiará con su silencio reverente, su pureza virginal y su amorosa y humilde fidelidad. A continuación, un breve extracto del primer panegírico de Bossuet sobre San José.

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«El primero de todos los depósitos que ha sido confiado a su fe (entiendo el primero en el orden del tiempo) es la santa virginidad de María, que él debe conservar intacta bajo el velo sagrado de su matrimonio, y que él siempre cuidó santamente como un depósito sagrado que no le estaba permitido tocar. Éste es el primer depósito. El segundo es el más augusto, es la persona de Jesucristo, al cual el Padre celestial deja en sus manos, para que sirva de padre a este Santo Niño que no puede tener uno en la tierra. Cristianos, ya veis dos grandes y dos ilustres depósitos confiados al cuidado de José. Pero yo señalo todavía un tercero, que encontraréis admirable, si puedo explicároslo claramente. Para entenderlo, es necesario señalar que el secreto es como un depósito. Traicionar el secreto de un amigo es violar la santidad del depósito; y las leyes nos enseñan, que si divulgáis el secreto del testamento que os confío, puedo luego obrar contra vosotros, como por haber faltado al depósito: Depositi actione tecum agi posse, como hablan los jurisconsultos. La razón es evidente, porque el secreto es como un depósito. Por donde podéis comprender fácilmente que José es depositario del Padre eterno, porque Él le ha dicho su secreto. ¿Qué secreto? El secreto admirable es la encarnación de su Hijo. Porque, fieles, no ignoráis, que ésa era la voluntad de Dios, no manifestar a Jesucristo al mundo antes de que llegase la hora; y San José fue escogido no solamente para conservarlo, sino también para ocultarlo. Por eso, leemos en el Evangelista que él admiraba con María todo lo que se decía del Salvador: pero no leemos que él hablara, porque el Padre Eterno, descubriéndole el misterio, le descubre todo en secreto, y bajo la obligación del silencio; y este secreto es un tercer depósito, que el Padre agrega a los otros dos; según lo que dice el gran San Bernardo, que Dios quiso encomendar a su fe el secreto más sagrado de su corazón: Cui tuto committeret secretísimas atque sacratissímum sui cordis arcanum. Oh incomparable José cuan querido sois por Dios, porque os confía estos tres grandes depósitos, la virginidad de María, la persona de su Hijo único y el secreto de todos sus misterios».




 

lunes, 14 de marzo de 2022

SINE ME NIHIL

Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5), advirtió el Señor a sus discípulos en el entrañable sermón de despedida. A lo largo de los siglos los autores espirituales han multiplicado las imágenes para ejemplificar esta doctrina del Maestro. Particularmente bella es la imagen de la yedra utilizada por Fray Luis de Granada; Cristo es el único medio para trepar hacia lo alto.

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«La yedra por sí no sube a lo alto; mas, arrimada a un árbol, sube cuanto el árbol sube. Pues así también en su manera sube la bajeza de nuestras obras, si las ayuntamos a este árbol de vida puesto en medio del paraíso de la Iglesia, que es Cristo nuestro Salvador.

Junta, pues, tus oraciones con las suyas, tus lágrimas con las suyas, tus ayunos y vigilias con los suyos, y ofrécelos al Señor, para que lo que por sí es de poco precio, por Él sea de mucho valor.

Una gota de agua, por sí tomada, no es más que agua; mas lanzada en un gran vaso de vino, toma otro más noble ser y hácese vino; y así nuestras obras, que por parte de ser nuestras son de poco valor, ayuntadas con las de Cristo se hacen de precio inestimable, por razón de la gracia que se nos da por Él». (Cf. Vida de Jesucristo, Madrid 1990, p. 47).


 

jueves, 10 de marzo de 2022

LA LITURGIA ES LA ALEGRÍA DE DIOS

Traduzco al español una breve consideración donde se esboza una respuesta luminosa de por qué la liturgia debe estar envuelta de belleza y resplandor. 

Fuente: itresentieri.it

En su obra La Sainte Liturgie, (La Santa Liturgia) Dom Gérard Calvet relata el siguiente episodio:

Un día Carlomagno preguntó a Alcuino, su ministro y consejero: «¿Qué es la liturgia?».

Alcuino respondió como si se tratara de la pregunta más sencilla: «¡La liturgia es la alegría de Dios!».

Así es, en efecto: la liturgia es la alegría de Dios, porque a través de ella el Señor viene plenamente glorificado.

Y luego Calvet añade: «Esta alegría, ya sea un eco o una anticipación de la mansión bienaventurada, se expresa líricamente, sobre todo a través del canto, la luz, los ornamentos blancos, la procesión».

De ahí -añadimos por nuestra parte- la obligación de que la liturgia sea bella y llena de esplendor.



 

viernes, 4 de marzo de 2022

SAN IRENEO DE LYON, NUEVO DOCTOR DE LA IGLESIA, PRESENTADO POR BENEDICTO XVI

El pasado 21 de enero el Papa Francisco firmaba el decreto que declaraba a San Ireneo de Lyon Doctor de la Iglesia, con el título de Doctor unitatis. Un excelente resumen de su vida y de su pensamiento teológico es la catequesis que el Papa Benedicto dedicó a esta nueva lumbrera de la Iglesia, auténtico «campeón en la lucha contra las herejías».

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«En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Las noticias biográficas acerca de él provienen de su mismo testimonio, transmitido por Eusebio en el quinto libro de la “Historia eclesiástica”.

San Ireneo nació con gran probabilidad, entre los años 135 y 140, en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan. No sabemos cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a san Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a san Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, que murió a causa de los malos tratos sufridos en la cárcel. De este modo, a su regreso, san Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.

San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros “Contra las herejías” y “La exposición de la predicación apostólica”, que se puede considerar también como el más antiguo “catecismo de la doctrina cristiana”. En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la “gnosis”, una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban “gnósticos”— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía; en efecto, se puede decir que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.

En el centro de su doctrina está la cuestión de la “regla de la fe” y de su transmisión. Para san Ireneo la “regla de la fe” coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.

De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al aceptar esta fe transmitida públicamente por los Apóstoles a sus sucesores, los cristianos deben observar lo que dicen los obispos; deben considerar especialmente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del Colegio apostólico, san Pedro y san Pablo. Todas las Iglesias deben estar en armonía con la Iglesia de Roma, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia.

Con esos argumentos, resumidos aquí de manera muy breve, san Ireneo confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los gnósticos, los “intelectuales”: ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de unos pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles y, sobre todo, del Obispo de Roma. En particular, criticando el carácter “secreto” de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.

a) La Tradición apostólica es “pública”, no privada o secreta. Para san Ireneo no cabe duda de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiera conocer la verdadera doctrina le basta con conocer “la Tradición que procede de los Apóstoles y la fe anunciada a los hombres”: tradición y fe que “nos han llegado a través de la sucesión de los obispos” (Contra las herejías III, 3, 3-4). De este modo, sucesión de los obispos —principio personal— y Tradición apostólica —principio doctrinal— coinciden.

b) La Tradición apostólica es “única”. En efecto, mientras el gnosticismo se subdivide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, san Ireneo llama precisamente regula fidei o veritatis. Por ser única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diversas culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas.

Hay un párrafo muy hermoso de san Ireneo en el libro Contra las herejías: “Habiendo recibido esta predicación y esta fe [de los Apóstoles], la Iglesia, aunque esparcida por el mundo entero, las conserva con esmero, como habitando en una sola mansión, y cree de manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón; y las predica, las enseña y las transmite con voz unánime, como si no poseyera más que una sola boca. Porque, aunque las lenguas del mundo difieren entre sí, el contenido de la Tradición es único e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Alemania, ni las que están en España, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, es decir, de Egipto y Libia, ni las que están fundadas en el centro del mundo, tienen otra fe u otra tradición” (I, 10, 1-2).

En ese momento —es decir, en el año 200—, se ve ya la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes de Alemania, España, Italia, Egipto y Libia, en la verdad común que nos reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición apostólica es, como dice él en griego, la lengua en la que escribió su libro, “pneumatikós”, es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, espíritu se dice pneuma. No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la “vida” de la Iglesia; es lo que la mantiene siempre joven, es decir, fecunda con muchos carismas. La Iglesia y el Espíritu, para san Ireneo, son inseparables: “Esta fe”, leemos en el tercer libro Contra las herejías, “que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un depósito valioso conservado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer al vaso mismo que lo contiene. (...) Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia” (III, 24, 1).

Como se puede ver, san Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, porque esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, el cual hace que viva de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que se presente como debe ser, es decir, “pública”, “única”, “pneumática”, “espiritual”. A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia.

Más en general, según la doctrina de san Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente fundada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación del Espíritu. Esta doctrina es como un “camino real” para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para impulsar continuamente la acción misionera de la Iglesia, la fuerza de la verdad, que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo». (Benedicto XVI, Audiencia general, Miércoles 28 de marzo de 2007).

Fuente: vatican.va