jueves, 31 de diciembre de 2020

AL LLEGAR LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

Luca Giordano. Adoración de los pastores. 

«Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer...» (Cf Gal 4, 4) escribe San Pablo a los Gálatas. En su comentario a esta carta paulina, Tomás de Aquino se hace eco de la tradición que llama plenitud de los tiempos a la época prefijada por Dios Padre para enviar a su Hijo al mundo. Esto viene justificado, en primer lugar, por la plenitud de gracias que se derramaron sobre el mundo en ese tiempo, como lo sugiere el salmo 64, 10: El río de Dios está rebosando de aguas. Asimismo, porque es el tiempo en que se hacen realidad las figuras de la antigua Ley y se cumplen las promesas anunciadas desde antiguo: no he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla, como se dice en Mateo 5, 17 (Cf In Gal c. 4, lect. 2).

En definitiva, el nacimiento del Redentor constituye la plenitud de los tiempos porque es la hora de la más plena y copiosa donación de Dios a los hombres, y es también el tiempo en que la historia de la salvación alcanza su máxima plenitud de significado; solo el misterio de la Encarnación da pleno sentido al tiempo y a la historia. 

Santo Tomás ha desarrollado además otra razón, esta vez con raíces ontológicas, sobre la Encarnación como plenitud del tiempo. En efecto, por este misterio el universo entero se reviste de una especial plenitud al regresar, por medio de la naturaleza humana asumida por el Verbo, a la Causa de la cual manó y en la que radica todo su bien. En una obra de juventud escribió: «Hay que saber que al tiempo de la Encarnación se le llama tiempo de plenitud por muchas razones. En primer lugar, a causa de la perfección del universo, porque entonces el universo llegó a su máxima realización, precisamente cuando todas las criaturas, en el hombre, volvieron a su Principio en la naturaleza humana asumida por Dios, como se lee en Ephes 1, 10: para realizar (su misterio) al cumplirse el tiempo, recapitulando todas las cosas en Cristo» (In III Sent.,  d. 1, q. 2, a. 5, Exp. tex). Encontramos la misma idea en una obra tardía: «Por la Encarnación, en fin, toda la obra de Dios alcanza, en cierto modo, su perfección, porque el hombre, que es lo último que fue creado, vuelve a su principio por una especie de círculo, al unirse con el Principio de todas las cosas por la obra de la Encarnación» (Comp Theol, c. 20). 

Con la Encarnación el tiempo alcanza su plenitud porque de alguna manera parece ya haber dado todo de sí, en el mismo instante que entra a participar de la eternidad de Dios. Muy sugerentes resultan estas palabras del doctor Angélico dichas como una razón más de que la plenitud de los tiempos se realiza con la Encarnación: «En cuarto lugar, por la grandeza de lo ocurrido en aquel tiempo; porque entonces nació el Señor del tiempo, de suerte que al suceder algo superior al tiempo, éste queda completado» (In III Sent., Ibid.) Solo resta que el mismo Verbo encarnado conduzca esta plenitud del tiempo a su consumación gloriosa. 

El cumplimiento de la plenitud de los tiempos no es fruto de la necesidad o del acaso. Es un tiempo establecido sabiamente por Dios desde siempre (ab aeterno). Santo Tomás expone dos razones que ayudan a comprender la elección divina sobre el momento de la venida de Cristo: no convenía que se realizase al inicio de la historia, ni tampoco que se dilatara para el fin de los tiempos. Dice al respecto: 

«Ahora bien, dos razones se dan de que aquel tiempo es el preordenado para la venida de Cristo. Una se toma de su grandeza. Porque al ser tan grande el que había de venir, convenía que por muchos indicios y con muchos preparativos se dispusieran los hombres a recibirlo: En diferentes ocasiones y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por los profetas (Heb 1, 1). La otra se toma de la condición del que había de venir. Puesto que era el médico quien vendría, era necesario que antes de su llegada quedaran convencidos los hombres de su enfermedad, tanto en cuanto a la falta de ciencia en la ley de la naturaleza como en cuanto a la falta de virtud en la ley escrita. Por lo cual era necesario que una y otra, o sea, tanto la ley de la naturaleza como la ley escrita precedieran a la venida de Cristo» (In Gal c. 4, lect. 2), mostrando así su insuficiencia para la restauración de la humanidad caída. 


 

domingo, 27 de diciembre de 2020

JUAN, EL HIJO DEL TRUENO

San Juan Evangelista. Vladimir Borovikovsky

En el florilegio de textos que Dom Guerenger recoge para la fiesta del Evangelista San Juan, hay unas cuantas alabanzas tomadas de la Liturgia Griega. Entre las menciones honoríficas para el «predilecto del Señor», destaco la interpretación insinuada sobre el apodo hijo del trueno que le dio el Señor junto a su hermano (Cf Mc 3, 17). En efecto, su evangelio se inicia con un rotundo y solemne trueno: «Al principio era el Verbo», acompañado del más resplandeciente relámpago: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».

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«Celebremos con alabanzas espirituales al siervo de Cristo, al venerable Juan, al que es flor de la virginidad, mansión escogida de egregias virtudes, instrumento de la Sabiduría, templo del Espíritu Santo, voz ardiente de la Iglesia, ojo lúcido de la caridad.  

Venid, fieles, coronemos hoy con cánticos divinos al abismo de la Sabiduría, al escritor de los dogmas de la ortodoxia, al glorioso Juan, al predilecto, porque él fue quien clamó: «Al principio era el Verbo». Por eso apareció como voz de trueno, iluminando al mundo con su Evangelio, el ilustre maestro de la Sabiduría.

Lira de celestiales melodías, por Dios mismo pulsada, místico escritor, boca de palabra divina, canta con suavidad el Cántico de los Cantares y ruega por nuestra salvación» (Dom Prospero Gueranger, El Año Litúrgico, Burgos 1953, p. 889).


 

sábado, 26 de diciembre de 2020

MI VILLANCICO PREFERIDO

El arte flamenco, fruto del genio andaluz, hunde sus raíces en variadas culturas de gran personalidad. Ese arte ha producido también las más hermosas canciones populares de navidad –los villancicos–, que conmueven a niños y adultos, suscitando emociones nobles de alegría, de asombro y de piedad por la venida del Niño Dios a la tierra.  En sus letras simples y sencillas se esconde una teología de la buena, quizá poco valorada de sabios y prudentes, pero amada de pequeños y humildes. Del amplio repertorio de villancicos flamencos, puestos a escoger, no puedo ocultar mi preferencia por El Naranjel o Romance del ciego, sublime y sentida composición popular, capaz de despertar los más bellos afectos por la Sagrada Familia en su regreso a Nazaret.

 

 





miércoles, 23 de diciembre de 2020

¡OH EMANUEL!

Govert Flink. Ángeles anuncian 
el nacimiento de Cristo a los pastores. 

Con el nacimiento del Redentor se hace patente que Dios es verdaderamente un Dios con nosotros. «Ya no es el Dios lejano –decía Benedicto XVI– que, mediante la creación y a través de la conciencia se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado» (24-XII-2009). 

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Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza y salvador de las naciones, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro (Antífona del 23-XII). 

«¡Oh Emmanuel, Rey de Paz! hoy es tu entrada en Jerusalén, tu ciudad escogida, pues allí tienes el Templo. Pronto hallarás también en ella tu Cruz y tu Sepulcro; y día vendrá en que establezcas allí tu tremendo tribunal. Ahora penetras humilde y callado en la ciudad de David y de Salomón. Es simplemente un lugar de paso para Belén. Pero tu Madre María y su esposo José, no dejan por eso de entrar en el Templo para ofrecer al Señor sus votos y homenajes: entonces se realiza por vez primera la profecía del Profeta Ageo, cuando anunció que la gloria del segundo Templo había de ser mayor que la del primero. Efectivamente, este Templo posee ahora un Arca de la Alianza mucho más preciosa que la de Moisés, e incomparablemente superior a cualquier otro santuario, por la dignidad de Aquel a quien encierra. Es el mismo Legislador quien está aquí y no simplemente unas tablas de piedra donde está grabada la Ley. Pero en seguida el Arca viva del Señor desciende las gradas del Templo y se dispone a continuar su camino hacia Belén, adonde le llaman otras profecías. Adoramos, oh Emmanuel, todos tus pasos por la tierra, admirando la fidelidad con que cumples todo lo que de ti está escrito, para que nada falte de las señales que deben manifestarte, oh Mesías, a tu pueblo. Acuérdate que va a sonar la hora; haz que todo esté dispuesto para tu Nacimiento; ven a salvarnos; ven, para que podamos llamarte no sólo Emmanuel, sino Jesús, es decir, Salvador» (Ibid., p. 656). 

O Emmanuel, canto y partitura: www.youtube.com

 

martes, 22 de diciembre de 2020

¡OH REY DE LAS NACIONES!

Señor, tus manos me hicieron y me plasmaron canta el salmista (cf Sal 119, 73). Esas mismas manos descienden ahora del cielo para llevar acabo la restauración de su obra predilecta –desfigurada por el pecado–, y devolverla a su prístina belleza y perfección. Así nos lo recuerda esta oración del día de Navidad: Oh Dios que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo,...

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Oh Rey de las naciones, objeto de sus deseos, piedra angular que juntas en ti los dos pueblos, ven y salva al hombre a quien formaste del limo de la tierra (Antífona del 22-XII). 

«¡Oh Rey de las naciones! cada día te vas aproximando más a Belén donde habrás de nacer. Va a concluir el viaje, y tu augusta Madre, animada y fortalecida con tal dulce carga, camina en constante coloquio contigo. Adora a tu divina majestad, y da gracias por tu misericordia; se alegra de haber sido elegida para la sublime misión de ser Madre de Dios. Desea y goza ya del momento en que te verá por sus propios ojos. ¿Podrá servir dignamente a tu soberana grandeza, la que se considera como la última de las criaturas? ¿Osará levantarte en sus brazos, estrecharte contra su corazón, amamantarte en su humano regazo? Y con todo eso, al pensar que se avecina la hora, en que sin dejar de ser su hijo vas a salir de ella y reclamar todos los cuidados de su ternura, su corazón desfallece, y al unirse su amor materno con el amor de Dios, está a punto de expirar en aquella desigual lucha de la naturaleza humana con los más fuertes y poderosos afectos reunidos en un mismo corazón. Pero tú la sostienes ¡oh Deseado de las naciones! porque quieres que llegue a ese momento feliz en que dé a la tierra el Salvador, y a los hombres la Piedra angular que los ha de unir en una sola familia. ¡Bendito seas, oh divino Rey, en los prodigios de tu poder y de tu bondad! Ven cuanto antes a salvarnos, acordándote del amor que tienes al hombre por haber salido de tus manos. Ven, pues tu obra ha degenerado y está perdida y condenada a muerte: tómala en tus poderosas manos y rehazla; sálvala; pues la continúas amando y no te avergüenzas de ella» (Dom Prospero Gueranger, El Año Litúrgico I, 1952, p. 654).

O Rex Gentium, canto y partitura: www.youtube.com

lunes, 21 de diciembre de 2020

¡OH ORIENTE!

Con razón el nacimiento del Salvador es comparado con el despuntar del sol naciente. La humanidad, sumida desde la caída original en una prolongada y tenebrosa noche, mira por fin al oriente y contempla los primeros rayos del Sol divino, y exulta con su luz que jamás conocerá el ocaso.

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Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y Sol de justicia, ven e ilumina a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte (Antífona 21.XII).

«¡Oh Jesús, Sol divino, vienes a sacarnos de la eterna noche: sé por siempre bendito! Mas, ¡cuánto pruebas nuestra fe antes de brillar ante nuestra vista en todo tu esplendor! ¡Cómo te complaces en ocultar tus destellos hasta el momento señalado por tu Padre celestial para que aparezcas en la plenitud de tu brillo! He aquí que vas atravesando la Judea, y te acercas a Jerusalén; el viaje de María y de José toca a su fin. Por el camino, una gran muchedumbre que llega de todas las direcciones y para cumplir el edicto de empadronamiento, cada cual en su ciudad de origen. Ninguno de todos esos hombres ha adivinado que estuvieras tan cerca de ellos ¡oh divino Oriente! A María, tu Madre, la toman por una mujer más; a lo sumo, reconocen la dignidad e incomparable modestia de tan augusta Reina, sienten vagamente el rudo contraste que existe entre tan soberana majestad y un exterior tan humilde, pero en seguida olvidan el feliz encuentro. Pues, si a la Madre miran con tanta indiferencia ¿tienen acaso un solo pensamiento para el hijo que lleva encerrado en su seno? Y sin embargo de eso, ese Hijo eres tú mismo ¡oh Sol de justicia! Aumenta en nosotros la fe, y el amor. Si esos hombres te amaran ¡oh libertador del género humano! te harías sentir de ellos; tal vez no te verían sus ojos, pero al menos ardería su corazón dentro de su pecho; suspirarían por ti, y con sus ansias y oraciones anticiparían el momento de tu llegada. ¡Oh Jesús, que atraviesas el mundo creado por ti, sin forzar a ninguna de tus criaturas! queremos acompañarte durante el resto de tu viaje; queremos besar en la tierra las huellas benditas de la que te lleva en su seno; no te abandonaremos hasta que contigo lleguemos a la afortunada Belén, a esa casa del Pan, donde por fin te verán nuestros ojos ¡oh Esplendor eterno, Señor y Dios nuestro!» (Ibid., p. 652).

O Oriens, canto y partitura: www.youtube.com


domingo, 20 de diciembre de 2020

¡OH LLAVE DE DAVID!

Antonio Palomino. Niño Jesús Salvador

La llave y el cetro son signos de la potestad regia. El Mesías Redentor viene a liberarnos del cautiverio del pecado, del demonio y de la muerte. Sobre todo, con su llave omnipotente, viene a abrirnos las puertas del Reino de los cielos que el pecado había cerrado para siempre. Ya podemos adentrarnos en el mundo de su luz admirable y respirar el aire puro de su gracia.

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Oh llave de David, y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y saca de la cárcel al cautivo que está sentado en las tinieblas y en la sombra de la muerte. (Antífona del 20-XII)

«¡Oh Hijo de David, heredero de su trono y de su poderío! en tu triunfal marcha vas recorriendo una tierra sometida en otros tiempos a tu abuelo, y hoy esclavizada por los Gentiles. Por todas partes reconoces a tu paso los lugares que fueron testigos de los prodigios de la justicia y de la misericordia de Dios Padre para con su pueblo, en tiempos del Antiguo Testamento que ya termina. Pronto, libre ya del velo virginal que te envuelve volverás a recorrer todas esas tierras; pasarás por ellas haciendo el bien, curando toda suerte de miserias y enfermedades, y sin tener donde descansar tu cabeza. Al menos hoy te ofrece el seno materno un dulce y tranquilo refugio, donde recibes las demostraciones del más tierno y respetuoso amor. Pero, debes salir, Señor, de ese feliz retiro; es necesario, oh Luz eterna, que brilles en medio de las tinieblas, porque el cautivo a quien vas a libertar yace sumido en las mazmorras. Sentado en las sombras de la muerte va a perecer en ellas si no vienes pronto a abrir sus puertas con tu Llave omnipotente. Oh Jesús, ese Cautivo es el género humano esclavo de sus vicios y errores; ven a romper el yugo que le abruma y degrada; ese cautivo es nuestro propio corazón, esclavizado con frecuencia por sus malas inclinaciones: ven, oh divino Libertador, a liberar todo lo que gratuitamente creaste libre, y a hacernos dignos de ser hermanos tuyos» (Dom Gueranger, Id, p. 641). 

O clavis David, canto y partitura: www.youtube.com

sábado, 19 de diciembre de 2020

¡OH RAÍZ DE JESÉ!

Del viejo tronco de Jesé, padre de David, brotará un vástago santo y poderoso, que se levantará como señal gloriosa para todos los pueblos (Cf Is 11, 1-10). La antífona de hoy nos recuerda que Jesucristo es el feliz cumplimiento de la promesa profética. La espera del Mesías -con toda razón- toma forma de ansia impaciente: iam noli tardare, ya no tardes más.

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Oh Raíz de Jesé, que eres cual estandarte de los pueblos, ante el que los reyes guardarán silencio, a quien las naciones dirigirán sus plegarias; ven a librarnos; no tardes ya. (Antífona del 19-XII)

 «Ya estás, pues, en marcha hacia la ciudad de tus abuelos, oh Hijo de Jesé. El Arca del Señor se ha levantado ya y se dirige con su Señor dentro, al lugar de su descanso. ¡Cuán bellos son tus pasos, oh Hija del Rey, en el esplendor de tu calzado (Cant VII, 1) cuando caminas llevando la salvación a las ciudades de Judá! Los ángeles te dan escolta; rodéate tu fiel esposo con toda su ternura, el cielo se complace contigo y la tierra se estremece de júbilo, sosteniendo a su Creador y a su augusta Reina. Sigue, pues, oh Madre de Dios y de los hombres, Propiciatorio omnipotente donde se contiene el divino Maná que guarda al hombre de la muerte. Nuestros corazones marchan en tu compañía; juramos como tu real abuelo no entrar en casa, no subir a nuestro lecho, no cerrar nuestros párpados, ni descansar nuestra cabeza hasta que hayamos hallado para tu Señor una morada en nuestros corazones una tienda para el Dios de Jacob. Ven, pues, oh tallo de Jesé, oculto en el seno purísimo del Arca Santa, hasta que llegue el momento de revelarte a los pueblos como estandarte victorioso. Entonces los reyes vencidos se callarán en tu presencia, y las naciones se dirigirán a ti con sus ruegos. Date prisa, oh Mesías, ven a vencer a todos tus enemigos, ven a libertarnos» (Dom Prospero Gueranger, El año litúrgico, I, Burgos 1952, p.640).

O Radix Iesse, canto y partitura: www.youtube.com


 

viernes, 18 de diciembre de 2020

¡OH ADONAI, JEFE DE LA CASA DE ISRAEL!

Moisés y la zarza ardiente

La admiración por el misterio (¡Oh!) y la súplica anhelante del Redentor (¡Ven!) entretejen las antífonas mayores del Adviento. Compuestas por los siglos VII-VIII, expresan los deseos de salvación de la humanidad de todos los tiempos, e invitan a una espera vigilante y amorosa del Señor.

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Oh Adonai, Señor, jefe de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la llama de la zarza que ardía, y le diste la ley en el monte Sinaí; ven a redimirnos con la fuerza de tu brazo. (Antífona del 18-XII)

«¡Oh soberano Señor, Adonai! ven a rescatarnos, no con tu poder, sino con tu humildad. Antiguamente te apareciste a tu siervo Moisés en medio de una santa llama; diste la ley a tu pueblo entre rayos y truenos: ahora no se trata de amedrentar sino de salvar. Por eso, conocedores tu purísima Madre María y su esposo José del edicto del Emperador que les obliga a emprender el camino de Belén, ocúpanse de los preparativos de tu próximo Nacimiento. Dispone ella, oh Sol divino, los humildes pañales que han de cubrir tu desnudez, y que en este mundo creado por ti te protegerán contra el frío, cuando aparezcas en medio de la noche y del silencio. Así es como nos has de librar de la servidumbre del orgullo, así como se dejará sentir tu brazo poderoso, aunque parezca débil e inútil a los ojos de los hombres. Todo está dispuesto, oh Jesús, tus pañales te esperan: sal pues cuanto antes y ven a Belén, para rescatarnos del poder de nuestros enemigos» (Dom Guerenger, Ibid., p. 635-636). 

O Adonai, canto y partitura: www.youtube.com


jueves, 17 de diciembre de 2020

ORANDO CON LAS ANTÍFONAS DEL ADVIENTO. ¡OH SABIDURÍA!


Prope est iam Dominus: venite adoremus, el Señor está ya cerca, venid adoremos, nos hace repetir la liturgia de la Iglesia en estas últimas ferias del tiempo de Adviento. Hoy comienzan también las siete grandes antífonas llamadas «O», que son un apremiante suspiro para que venga el Mesías, cuyas prerrogativas y títulos gloriosos proclaman. Estas antífonas encierran en sí todo el espíritu del Adviento y son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia. En su conocida obra El Año Litúrgico, Dom Gueranger nos ha dejado un comentario piadoso a cada una de ellas que deseo publicar en días sucesivos.

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Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, que tocas de una extremidad a la otra y dispones todas las cosas con fuerza y dulzura al mismo tiempo: ven a enseñarnos los caminos de la prudencia. (Antífona del 17. XII)

«¡Oh Sabiduría increada, que vais a haceros pronto visible al mundo, cuán bien aparece en estos momentos que todo lo gobiernas! He aquí que por tu permisión divina, va a salir un edicto del emperador Augusto, para empadronar al mundo. Todos los ciudadanos del Imperio deberán acudir a su ciudad de origen. En su orgullo, creerá el emperador haber conmovido en favor suyo a todo el género humano. Agítanse los hombres por todas partes a millones, y atraviesan en todos los sentidos el inmenso imperio romano; piensan que obedecen a un hombre y es a Dios a quien obedecen. Todo ese gran movimiento no tiene más que una finalidad: la de llevar a Belén a un hombre y a una mujer que tienen su humilde morada en Nazaret de Galilea; para que la mujer desconocida de los hombres y amada del cielo, al concluir el mes noveno de la concepción de su hijo, le diese a luz en Belén, según lo anunciado por el Profeta: “Es su salida de los días de la eternidad: ¡Oh Belén, de ningún modo eres la más pequeña entre las mil ciudades de Judá, porque El saldrá de ti!” ¡Oh Sabiduría divina, cuán fuerte eres para conseguir tus fines de manera infalible, aunque oculta a la mirada de los hombres! ¡cuán suave para no forzar su libertad y cuán paternal previendo nuestras necesidades! Escogiste Belén para nacer en ella, porque Belén significa Casa de Pan. Con esto nos quieres demostrar que eres nuestro Pan, nuestro manjar, nuestro alimento de vida. Nutridos por un Dios, no podremos ya morir. ¡Oh Sabiduría del Padre, Pan vivo bajado del cielo! ven pronto a nosotros, para que nos acerquemos a ti, y seamos iluminados por tus destellos; concédenos esa prudencia que conduce a la salvación» (Dom Prospero Gueranger, El año litúrgico, I, Burgos 1952, p.634).

O Sapientia, letra y melodía en gregoriano: www.youtube.com


 

martes, 15 de diciembre de 2020

BODA EN FORMA EXTRAORDINARIA

Un amigo nuestro nos envía esta fotografía de su reciente matrimonio celebrado según la Forma Extraordinaria del Rito Romano. La boda tuvo lugar en la parroquia Sagrada Familia de Linderos, diócesis de San Bernardo, Chile. Nuestra más cordial enhorabuena para estos jóvenes esposos.

 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

RORATE CÆLI, EL HIMNO DEL ADVIENTO

La letra y la melodía gregoriana del himno de Adviento Rorate Caeli hieren las fibras más profundas del corazón humano. Sentimientos de angustia y dolor por la desolación que ha causado el pecado y la infidelidad a Dios; reconocimiento humilde de la maldad y vaciedad que nos envuelve; súplica sentida y urgente para que no se dilate más la venida del Cordero que regirá la tierra. Finalmente, la consoladora respuesta del Señor: pueblo mío, yo soy tu Dios y tu Redentor, pronto verás la salvación. Humildad, contrición, esperanza, sed de Dios, rondan este himno sublime que nos invita a levantar los ojos en una ansiosa espera del Justo, Jesucristo Señor Nuestro, el único capaz de cancelar nuestra iniquidad.


Derramad, oh cielos, el rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo

1. No te enojes, Señor, no te acuerdes más de nuestra maldad: he aquí que la ciudad del Santo está desierta; Sión ha quedado arrasada, Jerusalén ha sido desolada; la casa de tu santidad y de tu gloria, donde te alabaron nuestros Padres.

2. Hemos pecado y nos hemos vuelto inmundos. Todos hemos caído como una hoja y nuestras iniquidades nos han arrastrado como el viento. Escondiste tu faz de nosotros y nos abandonaste al poder de nuestra iniquidad.

3. Mira, Señor, la aflicción de tu pueblo, y envía al que has prometido; envía al Cordero que rige la tierra, desde el desierto de piedra hasta el monte de la hija de Sión, para que Él nos quite el yugo de nuestro cautiverio.

4. Consolaos, consolaos, pueblo mío; pronto vendrá tu salvación. ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿Por qué se renueva tu dolor? Te salvaré, no temas: Yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Redentor.