jueves, 18 de noviembre de 2021

UN ESPACIO PARA LA LITURGIA TRADICIONAL

Luego de la publicación de Traditionis Custodes han proliferado los «expertos» que se sienten llamados a explicarnos las motivaciones que inspiraron a Benedicto XVI, cuando publicó su motu proprio Summorum Pontificum. Quienes están familiarizados con el pensamiento litúrgico del Papa emérito, y modestamente creo contarme entre uno de ellos, advertimos con facilidad el sesgo de tales explicaciones. Para Benedicto XVI, si no se deja un amplio espacio a la celebración de los ritos preconciliares, los mismos ritos reformados vivirán en una perpetua inestabilidad, siempre amenazados por el relativismo y el subjetivismo. En cualquier caso, como gracias a Dios el Papa Ratzinger aún nos acompaña, y con la suficiente lucidez para poder hablar por sí mismo, a quien quiera arrogarse la autoridad de interpretar las motivaciones litúrgicas de su pontificado, al menos se le podrá exigir este mínimo de nobleza: solicitar la opinión del propio interesado. Si no fuera posible, esas motivaciones están expuestas con claridad y de modo bien explícito en sus obras litúrgicas y en su magisterio como Papa. Lo que afirmo bien puede deducirse del siguiente texto del Cardenal Ratzinger tomado de su Informe sobre la fe, uno de los diagnósticos más agudos sobre la situación de la Iglesia posconciliar.

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«Como quiera que sea, lo que según Ratzinger tiene que encontrarse de nuevo plenamente es «el carácter predeterminado, no arbitrario, “imperturbable”, “impasible” del culto litúrgico». «Ha habido años –recuerda– en que los fieles, al prepararse para asistir a un rito, a la misma Misa, se preguntaban de qué modo se desencadenaría aquel día la creatividad del celebrante...» Lo cual, recuerda, estaba en abierta contradicción con la advertencia insólitamente severa y solemne del Concilio: “Que nadie (fuera de la Santa Sede y de la jerarquía episcopal), que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite, o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia» (SC n, 22, 3).

Añade: «La liturgia no es un show, no es un espectáculo que necesite directores geniales y actores de talento. La liturgia no vive de sorpresas “simpáticas”, de ocurrencias “cautivadoras”, sino de repeticiones solemnes. No debe expresar la actualidad, el momento efímero, sino el misterio de lo Sagrado. Muchos han pensado y dicho que la liturgia debe ser “hecha” por toda la comunidad para que sea verdaderamente suya. Es ésta una visión que ha llevado a medir el “resultado” de la liturgia en términos de eficacia espectacular, de entretenimiento. De este modo se ha dispersado el proprium litúrgico, que no proviene de lo que nosotros hacemos, sino del hecho de que aquí acontece Algo que todos nosotros juntos somos incapaces de hacer. En la liturgia opera una fuerza, un poder que ni siquiera la Iglesia entera puede conferirse: lo que en ella se manifiesta es lo absolutamente Otro que, a través de la comunidad (la cual no es dueña, sino sierva, mero instrumento), llega hasta nosotros». 

Continúa: «Para el católico, la liturgia es el hogar común, la fuente misma de su identidad: también por esta razón debe estar “predeterminada” y ser “imperturbable”, para que a través del rito se manifieste la Santidad de Dios. En lugar de esto, la rebelión contra lo que se ha llamado “vieja rigidez rubricista”, a la que se acusa de ahogar a la “creatividad”, ha sumergido la liturgia en la vorágine del “hazlo-como quieras”, y así, poniéndola al nivel de nuestra mediocre estatura, no se ha hecho otra cosa que trivializarla» (Card. Joseph Ratzinger–Vittorio Messori, Informe sobre la fe, BAC 1985, pp. 138-139).

 


 

lunes, 1 de noviembre de 2021

LA CORONA DE LOS SANTOS

Nadie podrá ser coronado si no ha vencido, ni podrá vencer si no ha luchado, decía San Agustín. Los santos del cielo han alcanzado la corona inmarcesible de gloria (1 Pedro 5, 4) porque han luchado por imprimir la imagen de Cristo en sus vidas, y su victoria viene coronada finalmente por Dios: «al coronar sus méritos, coronas tu propia obra», dice hermosamente el prefacio de los Santos. Desde antiguo se ha representado a los santos con un disco o aureola sobre sus cabezas para simbolizar la corona que Dios otorga a sus soldados vencedores. Interesante al respecto es el comentario de Santo Tomás a un versículo del salmo 5 (Señor nos coronaste con el escudo de tu buena voluntad):  

«El Señor está aquí abajo como escudo protector, pero en la Patria como escudo que corona. De hecho, era una costumbre entre los antiguos romanos usar escudos redondos, y en ellos tenían la esperanza de la victoria; y cuando triunfaban, usaban ese mismo escudo como corona. Y de ahí que los santos estén representados en los cuadros con un escudo redondo en la cabeza, pues, habiendo obtenido la victoria sobre sus enemigos, como los romanos, llevan un escudo redondo en la cabeza, que les sirve de corona. Por eso el salmista dice: con tu buena voluntad nos coronaste como con un escudo, es decir: para el escudo de nuestra coronación tenemos tu buena voluntad, que nos defiende aquí abajo, y que nos corona en la Patria». (Postilla super Psalmos 5, 9).