martes, 23 de abril de 2024

PLENA LIBERTAD PARA LA LITURGIA TRADICIONAL

El movimiento laical Renaissance Catholique ha iniciado una campaña internacional en favor de la plena libertad para la liturgia tradicional en la vida de la Iglesia. En una declaración respetuosa y de mucho sentido común, se señala que los tiempos de crisis que atravesamos exigen poner en juego todos los medios que puedan contribuir a remontar la penosa situación que enfrentamos. No es momento de restricciones ni de sospechas; al contrario, son tiempos para que la Iglesia despliegue generosamente el entero abanico de sus tesoros litúrgicos, doctrinales y pastorales en servicio de Dios, de las almas y de la cultura católica. Nos hacemos eco de esta iniciativa con la esperanza de que el Espíritu Santo rompa la cerrazón de muchos corazones. Dejo a continuación el texto de la declaración en español.

* * *

Lutetiae parisiorum, die XXI mensis aprilis, Dominica III post Pascha.

Ser católico en 2024 no es una tarea fácil. Occidente está atravesando una descristianización masiva, hasta el punto de que el catolicismo parece estar desapareciendo de la esfera pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe va en aumento. Es más, la Iglesia se ha visto afectada por una crisis interna que se manifiesta en una disminución de la práctica religiosa, una disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una disminución de la práctica sacramental e incluso una creciente disensión entre sacerdotes, obispos y cardenales que, hasta hace muy poco, era absolutamente impensable. Sin embargo, entre todas las cosas que pueden contribuir a la renovación interna de la Iglesia y a la renovación de su celo misionero, está, sobre todo, la celebración digna y reverente de su liturgia, que puede ser grandemente favorecida gracias al ejemplo y la presencia de la liturgia tradicional romana.

A pesar de todos los intentos que se han hecho para suprimirla, especialmente durante el actual pontificado, sigue viva, difundiéndose y santificando al pueblo cristiano, que tiene la dicha de poder beneficiarse de ella. Da abundantes frutos de piedad, así como un aumento de vocaciones y de conversiones. Atrae a los jóvenes y es fuente de numerosas obras florecientes, especialmente en las escuelas, y va acompañada de una sólida catequesis. Nadie puede negar que es un vector para la preservación y transmisión de la fe y de la práctica religiosa en medio de una disminución de las creencias religiosas y de un número cada vez menor de creyentes. Esta Misa, por su venerable antigüedad, puede presumir de haber santificado innumerables almas a lo largo de los siglos. Entre otras fuerzas vitales todavía activas en la Iglesia, esta forma de vida litúrgica destaca por la estabilidad que le confiere una lex orandi ininterrumpida.

Ciertamente, se han concedido, o más bien tolerado, algunos lugares de culto donde se puede celebrar esta liturgia, pero con demasiada frecuencia lo que se ha dado con una mano es recogido por la otra, pero sin lograr jamás hacerla desaparecer.

Desde el declive masivo durante el período inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II, en numerosas ocasiones se ha hecho todo lo posible para reactivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y religiosas y preservar la fe del pueblo cristiano. Todo menos dejar que el pueblo experimente la liturgia tradicional, dando una oportunidad justa a la liturgia tridentina. Hoy, sin embargo, el sentido común exige urgentemente que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vitales de la Iglesia, y en particular a aquella que disfruta de un derecho que se remonta a más de un milenio.

No nos equivoquemos: el presente llamamiento no es una petición para obtener una nueva tolerancia como en 1984 y 1988, ni siquiera una restauración del estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que, reconociendo en principio un derecho, en la práctica se ha reducido a un régimen de permisos concedidos magramente.

Como laicos, no nos corresponde a nosotros juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la enseñanza anterior de la Iglesia, los méritos o no de las reformas que resultaron de él, etc. Por otra parte, es necesario defender y transmitir los medios que la Providencia ha empleado para permitir a un número creciente de católicos conservar la fe, crecer en ella o descubrirla. La liturgia tradicional juega un papel esencial en este proceso, gracias a su trascendencia, su belleza, su atemporalidad y su certeza doctrinal.

Por esta razón, simplemente pedimos, en aras de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se conceda la plena libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros litúrgicos, para que, sin obstáculo, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.

Jean-Pierre Maugendre, Director General de Renaissance Catholique, París, Francia

[Este llamamiento no es una petición que deba firmarse, sino un mensaje que debe difundirse, posiblemente repetirse en cualquier forma que parezca apropiada, y ser llevado y explicado a cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal. Si Renaissance Catholique ha iniciado esta campaña es sólo para expresar un amplio deseo que en tal sentido se manifiesta en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la transmitirán, la amplificarán, cada uno a su manera].

Fuente: renaissancecatholique.fr



 

sábado, 20 de abril de 2024

LA MAJESTAD DEL KYRIOS

Publico traducida al español una nueva parte del artículo de don Enrico Finotti Offerimus praeclarae divinae maiestati tuae, "Ofrecemos a tu excelsa Majestad divina". (Las demás entradas pueden verse aquí y aquí). Ahora se trata del punto segundo que lleva por título La majestad del Kyrios, donde el autor ofrece una respuesta a quienes pretenden privar a la liturgia de todo esplendor y solemnidad basados en una concepción insuficiente (cierto arqueologismo litúrgico) en torno a la sencillez y humildad que acompañó la realización histórica de los misterios de la vida del Señor en su fase terrena y que la liturgia actualiza y celebra. 


La Majestad del Kyrios
Por don Enrico Finotti 

Una sensibilidad bastante extendida hoy en día parece querer oponerse al concepto de majestad divina y manifiesta incomodidad a la hora de realizar debidamente aquellos ritos litúrgicos que pretenden afirmar y adorar dicha majestad. Se recurre al tema de la humildad de la Encarnación, a la vida pobre y sobria del Señor descrita en los Evangelios y, sobre todo, al drama sangriento de la Pasión, tan lejana aparentemente del ámbito sagrado y del protocolo litúrgico del templo. Se piensa que el Señor superó completamente toda sacralidad y sustituyó las grandiosas celebraciones del templo por una liturgia doméstica, humilde y familiar, como fue, según se dice, la Eucaristía, un culto nuevo que debía sustituir y subvertir toda la estructura cultual, no solo de la Antigua Alianza, sino también de la experiencia religiosa anterior de todos los pueblos.

De esta interpretación deriva, sobre todo en los años postconciliares, una notable y amplia secularización de la liturgia, que se propone quitar del culto católico todo aspecto sagrado, conformándolo al modo ordinario de la vida cotidiana. Sobre todo, se tiende a despojar a la liturgia de todo vínculo protocolario, abandonándola al manejo sentimental del grupo informal que la celebra. De forma muy clara se priva al rito de todo elemento de calidad, considerando que el esplendor del arte, la elegancia de los ornamentos y del mobiliario, la sublimidad de la música, la nobleza de la forma literaria y de los ritos en general deben ser despojados de su carácter de excelencia para convertirse en un reflejo del nivel básico y efímero de lo contingente. En realidad, esta mentalidad es completamente engañosa y ha provocado el colapso de la auténtica liturgia en la práctica eclesial, dando paso a su mistificación carente de fe y cerrada al don de la gracia. Tal experiencia ha vaciado los corazones del pueblo cristiano y degradado la gran cultura cristiana.

Nos preguntamos: ¿Realmente el Señor comprendió de este modo el culto evangélico que Él mismo promulgó?

Ciertamente, desde su concepción en el seno purísimo de la Virgen Inmaculada, Él es el Sumo Sacerdote constituido por el Padre para nuestra salvación; toda su vida se ha desarrollado en un permanente ejercicio sacerdotal, pero es sobre todo en la pasión sangrienta y en la muerte de cruz, cuando realiza de modo perfecto aquel Sacrificio único del que todos los sacrificios rituales del Antiguo Testamento y de todos los pueblos no eran más que una lejana figura. Él ha querido ejercer su sacerdocio bajo el velo de la carne del viejo Adán y llevar sobre sí el peso del pecado de todos los hombres: de ahí el sufrimiento vicario y la dimensión sangrienta de su culto inmaculado. Sin embargo, la fase terrena de su vida, en permanente lucha contra el príncipe de este mundo, contra el poder del pecado y consumada en el Calvario, con todas las características históricas que la configuraron, permanece en el pasado sin posibilidad de ser repetida. Pero la virtud interior de aquella vida teándrica y de aquel Sacrificio cruento permanece para siempre, siempre perdura resplandeciente ante la presencia de la Majestad divina, que, mediante ese homenaje de amor infinito, dona perpetuamente la regeneración y la vida eterna a todos los hombres.

Hay que considerar entonces que después de su resurrección el Señor reina soberano sobre todos los tiempos y todas las gentes y su acción es la del Kyrios inmolado y glorioso, que se sienta a la diestra del Padre. Es en este estado de glorificación que nuestro Señor Jesucristo sigue estando presente en la liturgia de la Iglesia. La liturgia, por tanto, no puede ser una mera imitación histórica de lo que el Señor hizo, sino que debe ser el reflejo de su acción sobrenatural que actúa en el hoy de nuestro tiempo. No se trata de realizar una representación sagrada de lo que el Señor hizo, sino, aun siendo totalmente fieles a lo que entonces mandó, se trata de encontrarlo en el poder de su gloria incluso en el régimen de la fe.

En efecto, ya en la experiencia viva de los discípulos, el Señor después de su resurrección, suscita una profunda adoración y un sagrado temor reverencial hasta el punto de que todos se postran en actitud de adoración ante Él. De hecho, Santo Tomás exclama: Señor mío y Dios mío. La liturgia de la Iglesia se relaciona ahora con el Kyrios y se ajusta plenamente al modo de culto atestiguado en las visiones del Apocalipsis y prefigurado en las antiguas teofanías bíblicas.

Incluso la celebración de la Eucaristía no puede, por tanto, limitarse a repetir simplemente la forma histórica de su institución en el Cenáculo, toda vez que ha sido transfigurada por el mismo Resucitado cuando la celebró con los dos discípulos de Emaús en la tarde de Pascua, bajo la forma superior de su presencia en estado de gloria y con aquella oblación incruenta que en adelante será eterna. Es en esta nueva perspectiva que la Iglesia celebra el Sacrificio divino y accede a la majestad del Kyrios que ahora llena todas las cosas. Sin esta visión sobrenatural, nunca se podrá comprender el criterio sagrado y solemne que la Iglesia adoptó al establecer el culto cristiano.

Se trata entonces no sólo de acceder a la presencia de la majestad de la Santísima Trinidad, sino también de comparecer con veneración y temblor ante la majestad igualmente apofática del Kyrios glorioso, como bien se describe en el Apocalipsis. Pues el Apóstol declara: Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así (2 Cor 5, 16).

Por eso, la liturgia de la Iglesia se encuentra en tensión entre dos polos indisolubles: el histórico que en el Cenáculo nos ofrece la sustancia indefectible del sacrificio sacramental, y el trascendente que, realizado en el Calvario de modo cruento, arde sin cesar ante el trono de la Majestad sobre el altar de oro del cielo. El mero retorno arqueológico a las coordenadas históricas del momento terreno de la acción salvífica de Cristo, sería insuficiente frente a la realidad que se realiza en el hoy imperturbable de la liturgia celestial y que se refleja sobre el altar de la tierra bajo el velo del sacramento.

Por tanto, están lejos del sentir de la Iglesia y de la naturaleza íntima del hecho sagrado los que, en nombre de una mayor fidelidad histórica a lo que hizo el Señor en el tiempo, quisieran despojar a la liturgia de esa vestidura resplandeciente y de aquellos gestos solemnes que el Apocalipsis revela en el santuario celestial. Es esta liturgia del cielo la que ahora está en acto, y es en esta sublime forma que encuentra salida y cumplimiento aquel Sacrificio cruento y aquella Pasión dolorosa que entonces, de una vez y para siempre (semel), redimió el mundo. Hacia este culto inmortal suspira la Iglesia y, con veneración y temor, ofrece aquí abajo los auxilios oportunos para preparar a sus hijos a la gloria.


 

viernes, 12 de abril de 2024

EL DON DE LA CRUZ

«¡Oh don preciosísimo de la cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados, sino que en él todo es hermoso y atractivo tanto para la vista como para el paladar.

Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo.

Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza.

Si al principio un madero nos trajo la muerte, ahora otro madero nos da la vida: entonces fuimos seducidos por el árbol: ahora por el árbol ahuyentamos la antigua serpiente. Nuevos e inesperados cambios: en lugar de la muerte alcanzamos la vida; en lugar de la corrupción, la incorrupción; en lugar del deshonor, la gloria.

No le faltaba, pues, razón al Apóstol para exclamar: Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante necedad de la sabiduría mundana. El conjunto maravilloso de bienes que provienen de la cruz acabó con los gérmenes de la malicia y del pecado».

(De los sermones de San Teodoro Estudita [759 - 826]. Sermón sobre la adoración de la Cruz. Oficio de lectura, viernes segunda semana de Pascua).


 

jueves, 4 de abril de 2024

¿POR QUÉ ARRODILLARSE?

Giotto. Noli me tangere
Imagen: wikipedia.org

«¿Cuál es la actitud del engreído? Se atiesa, yergue la cabeza, los hombros y el cuerpo entero. Su continente está diciendo: «Soy mayor que tú; soy más que tú». Pero cuando uno siente bajamente de sí mismo y se tiene en poco, inclina la cabeza y agacha el cuerpo: «se achica». Y tanto más, a la verdad, cuanto mayor sea la persona que tiene a la vista, cuanto menos valga él mismo en su propia estimación.

¿Y cuándo más clara que en la presencia de Dios la sensación de pequeñez? ¡El Dios excelso, que era ayer lo que es hoy y será dentro de cien mil años! ¡El Dios que llena este aposento, y la ciudad, y el universo, y la inmensidad del cielo estelar! ¡El Dios ante quien todo es como un granito de arena! ¡El Dios santo, puro, justo y altísimo!...

¡Él, tan grande!... ¡Y yo, tan pequeño!... Tan pequeño, que ni remotamente puedo competir con Él; que ante Él soy nada.

Sin más, cae en la cuenta de que ante Él no es posible presentarse altivo. «Se empequeñece»; desearía reducir su talla, por no presentarla allí altanera; y ¡mira!, ya ha entregado la mitad, postrándose de rodillas. Y si el corazón no está aún satisfecho, cabe doblar la frente. Y aquel cuerpo inclinado parece decir: «Tú eres el Dios excelso; yo, la nada.»

Al arrodillarte, no seas presuroso ni inconsiderado. Es preciso dar a ese acto un alma, que consista en inclinar a la vez por dentro el corazón ante Dios con suma reverencia. Ya entres en la iglesia o salgas de ella, ya pases ante el Altar, dobla hasta el suelo la rodilla, pausadamente; y dobla a la vez el corazón, diciendo: «¡Soberano Señor y Dios mío! …». Si así lo hicieres, tu actitud será humilde y sincera; y redundará en bien y provecho de tu alma».  (R. Guardini, Los signos sagrados, Barcelona 1965, p. 23 y 24).


 

domingo, 31 de marzo de 2024

CRISTO VIVE

Resurrección de Murillo
Imagen: wikipedia.org

«Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.

¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio? “Si Cristo no resucitó, —decía el apóstol san Pablo— es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe” (1 Co 15, 14). Pero ¡resucitó!

El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es “el que vive” (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.

Incluso después de su Ascensión, Jesús siguió estando presente entre sus amigos, como por lo demás había prometido: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva». (Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 26 de marzo de 2008)

Fuente: vatican.va


 

sábado, 30 de marzo de 2024

DE LOS BRAZOS DE LA CRUZ A LOS BRAZOS DE SU MADRE

Descendimiento de Rubens

Los auxilios que un grupo selecto de almas enamoradas prestaron a Cristo muerto para descenderlo de la Cruz y darle digna sepultura han inspirado páginas bellísimas en la literatura espiritual. He aquí algunas de ellas.

1. «Nicodemo y José de Arimatea discípulos ocultos de Cristo interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43): ¡valentía heroica!

Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

Cuando todo el mundo os abandone y desprecie…, ¡serviam!, os serviré, Señor». (San Josemaría Escrivá, Via Crucis, XIV, 1)

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2. «Después de esto considera cómo aquel mismo día por la tarde llegaron aquellos dos santos varones, José y Nicodemo que, arrimadas sus escaleras a la Cruz, descendieron en brazos el Cuerpo del Salvador. Como la Virgen vio que, acabada ya la tormenta de la pasión, llegaba a tierra el sagrado Cuerpo, aparéjase Ella para darle puerto seguro en sus pechos y recibirlo de los brazos de la Cruz en los suyos…

Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh ángeles de la paz, llorad con esta Sagrada Virgen; llorad, cielos; llorad, estrellas del cielo, y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María! Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente en sus pechos (para solo esto le quedaban fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tíñese la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Es ése, por ventura, vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el que concebiste con tanta gloria y pariste con tanta alegría? ¿Pues qué se hicieron vuestros gozos pasados? ¿Dónde se fueron vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermosura en que os mirábades?

Lloraban todos los que presentes estaban; lloraban aquellas santas mujeres, aquellos nobles varones; lloraba el cielo y la tierra y todas las criaturas acompañaban las lágrimas de la Virgen». (San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación, Madrid 1991, p. 99).

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3. «Tras de esto resta considerar con cuánta devoción y compasión desclavarían aquellos santos varones el Sacratísimo cuerpo de la Cruz, y con qué lágrimas y sentimiento lo recibiría en sus brazos la afligidísima Madre, y cuáles serían allí las lágrimas del amado discípulo, de la santa Magdalena y de las otras piadosas mujeres; cómo lo envolverían en aquella sábana limpia y cubrirían su rostro con un sudario, y, finalmente, lo llevarían en sus andas y lo depositarían en aquel huerto donde estaba el santo sepulcro.

En el huerto se comenzó la Pasión de Cristo, y en el huerto se acabó; y por este medio nos libró el Señor de la culpa cometida en el huerto del Paraíso, y por ella, finalmente, nos lleva al huerto del Cielo» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid 1990, p. 147).



 

viernes, 29 de marzo de 2024

AFECTOS A JESÚS CRUCIFICADO

Cristo de la buena muerte

«Alma mía, levanta los ojos y mira a este Hombre crucificado; mira al Cordero divino sacrificado sobre el altar de la cruz; considera que es el Hijo predilecto del Padre eterno, y que ha muerto por el amor que te profesa. Mira cómo tiene los brazos abiertos para abrazarte, la cabeza inclinada para darte el beso de paz, el costado abierto para darte entrada en su corazón. ¿Merece ser amado un Dios tan bueno y amoroso? ¿Qué respondes a esto? Hijo mío, te dice Jesús desde lo alto de la cruz, mira si ha habido en el mundo quien te haya amado más que tu Dios». (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 175).


jueves, 28 de marzo de 2024

EN LA INTIMIDAD DEL CENÁCULO

Imagen: pinterest.es

«Sea ésta la hora de reavivar el grandísimo recuerdo. Se hace presente a nuestro espíritu todo lo dicho, todo lo realizado en esta última Cena nocturna, ardientemente deseada por el mismo divino Maestro, en vísperas de su pasión y de su muerte. El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdos, tal conmoción de palabras y de sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte». (San Pablo VI, Extracto de la homilía del Jueves Santo, 27-III-1975).

Fuente: vatican.va 

lunes, 25 de marzo de 2024

LA UNCIÓN DE BETANIA, UNA LECCIÓN

Imagen: wikipedia.org

Conmovido con el ejemplo de María en casa de Simón el leproso, que vierte un ungüento de nardo puro de gran precio sobre Jesús, comenta san Josemaría:

«Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios.

  —Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco.

  —Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: «opus enim bonum operata est in me» una buena obra ha hecho conmigo» (Camino, n° 527).

La generosidad de María es modelo para los cristianos de todas las épocas en el afán de no escatimar nada en lo que se refiere al culto de Dios. No obstante las críticas que su actuación despierta, disfrazadas por un manto de preocupación social, a ella le basta con que su Señor esté contento. Y Jesús sale en su defensa: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo, pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mc 14, 6-7).

No cree María que hace una cosa extraordinaria al gastar ese perfume tan valioso para ungir al Señor. Quizá piense que ya no habrá otra oportunidad de hacer algo grande por su Maestro, y actúa coherentemente, con la espontaneidad del amor que no sabe de cicaterías. Así han actuado siempre los cristianos de todos los siglos, destinando lo mejor que tenían para honrar al Señor realmente presente bajo el velo de las especies sacramentales. El proceder de María ha quedado como una dulce invitación a no ser mezquinos con el Señor, a darle todo, «a romper el frasco» (Mc 14, 3), en correspondencia al amor de Cristo que ha ungido a la humanidad entera con el bálsamo de infinito valor de su Sangre preciosísima.


martes, 19 de marzo de 2024

LA TRINIDAD DEL CIELO Y DE LA TIERRA

La devoción a San José ha marcado profundamente el alma de muchos santos. Es el caso de San Josemaría Escrivá, cuya veneración por el Santo Patriarca creció hasta el fin de sus días, y siempre muy unida a su amor por la Sagrada Familia de Nazaret. «La devoción a san José en el fundador del Opus Dei –se lee en el diccionario a él dedicado- estaba íntimamente unida a la devoción a la Sagrada Familia, en cuya inseparabilidad insistía. Jesús, María y José formaban una familia unida a la que con frecuencia llamaba trinidad de la tierra: ‘Entre los bienes que el Señor ha querido darme, está la devoción a la Trinidad Beatísima: la Trinidad del cielo, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, único Dios, y la trinidad de la tierra: Jesús, María y José. Comprendo bien la unidad y el cariño de esta Sagrada Familia. Eran tres corazones, pero un solo amor’. Por eso conviene mantenerlos unidos también en la vida interior, según un itinerario de la vida espiritual que va desde la trinidad de la tierra hasta la Trinidad del Cielo: ‘A través de Jesús, María y José, la trinidad de la tierra, cada uno encontrará su modo propio de acudir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad del Cielo’» (Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, voz SAN JOSÉ, Monte Carmelo 2013, p.1108).


 

jueves, 14 de marzo de 2024

UNA INTOLERANCIA INMOTIVADA

Con el recrudecimiento de las hostilidades hacia la liturgia tradicional, las siguientes palabras del cardenal Joseph Ratzinger, dichas hace más de 20 años, parecen adquirir una sorprendente actualidad. Decía el entonces Prefecto para la Doctrina de la Fe: «También es importante para la correcta concienciación en asuntos litúrgicos que concluya de una vez la proscripción de la liturgia válida hasta 1970. Quien hoy aboga por la perduración de esa liturgia o participa en ella es tratado como un apestado; aquí termina la tolerancia. A lo largo de la historia nunca ha habido nada igual, esto implica proscribir también todo el pasado de la Iglesia. Y de ser así, ¿cómo confiar en su presente? Francamente, yo tampoco entiendo por qué muchos de mis hermanos obispos se someten a esta exigencia de intolerancia que, sin ningún motivo razonable, se opone a la necesaria reconciliación interna de la Iglesia» (Cf. Dios y el mundo, Buenos Aires 2005, p. 393). Este texto condensa lo que fue la postura invariable de Ratzinger/Benedicto XVI con relación al uso de la antigua liturgia. A sus ojos, lo que aquí está en juego es algo serio; al proscribir el pasado también se siembra la sospecha y desconfianza en el presente. Si lo que se hacía antes ya no es tolerable, ¿qué futuro se depara a lo que hoy se prescribe como genuino y auténtico? Está claro que la libre coexistencia de los ritos es un beneficio mutuo, y probablemente el único camino viable para la paz y un sano orden litúrgico.

 

viernes, 8 de marzo de 2024

MIRAR A CRISTO CRUCIFICADO

Cristo de Torreciudad

«Cuantas veces se detiene el alma a mirar con devoción el Crucifijo, otras tantas le mira Jesucristo con ojos de infinita ternura»

(San Alfonso María de Ligorio)

viernes, 1 de marzo de 2024

EL ECLIPSE DE LA MAJESTAD DIVINA EN LA LITURGIA

Hace algunos meses publiqué en el blog la primera parte de un artículo de don Enrico Finotti sobre la importancia que tiene para la liturgia la idea de la Majestad divina (ver aquí). No obstante, poco a poco un vago y acentuado «asambleísmo» ha terminado por ocultar la verdad central de que en toda celebración litúrgica estamos en presencia de la majestad infinita de Dios, presencia que nos reclama un comportamiento reverente y sagrado. Publico ahora una traducción del apartado tercero del mismo artículo.


Algunas insidias a la divina Majestad en la liturgia 
Por Don Enrico Finotti

Especialmente en los decenios postconciliares, se difundieron en la mentalidad y en la práctica litúrgicas ideas y comportamientos fuertemente perjudiciales para la majestad propia de la liturgia, y hay que constatar, por desgracia, daños incalculables a la dignidad de la celebración y al patrimonio del arte y del decoro sagrado. Un despojo universal de iglesias y sacristías ha caracterizado la aplicación inconsciente y frenética de la «reforma litúrgica». Aquella simplificación ideológica que golpeó las iglesias protestantes en la «reforma» luterana parece, en muchos casos, haber penetrado en el espléndido y cálido concierto de la liturgia católica, privándola de su color y belleza trascendentes.

El tono gris de las nuevas salas litúrgicas y el lenguaje vacío de la funcionalidad han desvitalizado el aliento y la luz de la tradición litúrgica tamizada por los siglos e impregnada de la piedad de los pueblos cristianos. La mística de los santos y el genio de los artistas inspirados por la fe, la piedad de los padres y la gravedad de los sacerdotes, han dado paso a la funcionalidad ordinaria y a la banalidad superficial de lo cotidiano secularizado. Ya no se acude a la Majestad divina, sino que uno se junta para una mera reunión de camaradería movida de un vago sentimiento de religiosidad. El ambiente ya no sagrado, los vestidos totalmente simplificados y ligeros, los gestos espontáneos y sin compostura, el lenguaje común de la calle, todo encaja en este cuadro.

El sacerdote y los demás ministros ya no consideran necesario prepararse para el rito con la oración; los ornamentos (a veces ni siquiera bendecidos y reducidos a traje de circunstancia) se visten con precipitación y a veces con molestia, mientras se conversa o se hace otra cosa. De hecho, no se trata de presentarse ante la Majestad divina, sino simplemente de animar a la asamblea, que interactúa en la sala litúrgica de modo similar a una relajada comunicación en la plaza pública.

Esta es la triste situación de tantas parroquias que han perdido por completo el sentido de la Majestad divina y consideran un progreso lo que la tradición más genuina aborrece como mistificación y pérdida de lo sagrado trascendente. Ya no hay presencia de Dios en esas reuniones, a no ser que Él mismo llame a su puerta como uno más entre tantos amigos. Ellos son los verdaderos protagonistas y su programación se impone a todos los que acuden a la iglesia, que solo pueden ser acogidos si están abiertos al libre impulso del «espíritu» y no tristemente volcados en la tradición de siempre. ¡He aquí el fruto del eclipse del sentido de la Majestad divina! 

Las causas de tal deriva son complejas, pero al menos podemos identificar algunas: el concepto de noble simplicidad; el concepto de pobreza de la Iglesia; la misa coram populo; el biblicismo litúrgico. Examinaremos brevemente estas causas.


miércoles, 21 de febrero de 2024

EL HOMBRE, DISEÑO Y PROPIEDAD DE DIOS

Imagen: wikipedia.org

Se ha dicho que los derechos de Dios son el verdadero y único fundamento de los derechos del hombre. En un horizonte similar se mueven las siguientes palabras del Cardenal Ratzinger (Benedicto XVI) sobre la inviolable dignidad del hombre como creatura hecha a imagen y semejanza del Creador.


«quien maltrata al hombre atenta contra la propiedad de Dios»

«El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Génesis 1, 26 y ss.). En él se tocan el cielo y la tierra. Con el hombre, Dios se incorpora a su creación. El hombre es creación directa de Dios: es llamado por Él. La palabra de Dios del Antiguo Testamento vale para cada hombre en particular: “Yo te he llamado por tu nombre, tú eres mío”. Cada hombre es conocido y amado por Dios, querido por Él, pues todos son imagen suya. La más grande y profunda unidad del género humano reside en que todos nosotros –cada hombre– realiza el plan único de Dios, tiene su origen en la idea creadora de Dios. En este sentido dice la Biblia que quien maltrata al hombre atenta contra la propiedad de Dios (Génesis 9, 5). La vida se halla bajo la especial protección de Dios, porque cada hombre, pobre o encumbrado en las alturas, enfermo y afligido, inútil o valioso, nacido o no nacido, incurablemente enfermo o rebosante de vida, lleva en sí el aliento divino, es imagen de Dios. Ése es el fundamento más profundo de la inviolabilidad de la dignidad humana, sobre el que, por lo demás, descansa en última instancia toda civilización. Cuando el hombre deja de ser estimado como ser que se halla bajo la protección de Dios, que lleva en sí el aliento divino, empieza a ser considerado por su utilidad. En ese momento aparece la barbarie que pisotea la dignidad del hombre. Y, a la inversa: cuando el hombre es reconocido como imagen de Dios, se manifiesta de modo patente el rango de lo espiritual y lo moral». (Joseph Card. Ratzinger, Cooperadores de la verdad, Madrid 1991, p. 67-68.).


 

jueves, 15 de febrero de 2024

LOS SANTOS DEL CANON ROMANO

Pensando en ese conjunto de santos que desde antiguo son nombrados en el Canon Romano, León Bloy apuntó en uno de sus diarios: 

«Mientras esperaba la hora de la misa, he estado pensando en San Juan y San Pablo, cuyo día es hoy. Multæ tribulationes justorum... Amo a esos mártires, extrañamente privilegiados y tan pocos, a quienes todas las mañanas, en el Sacrificio, se les nombra en el mundo entero. Son exactamente treinta y nueve. ¿Estos personajes extraordinarios no deberían ser invocados como los próceres de una jerarquía superior?».

La mención devota de estos santos por sus propios nombres nos dice que la Iglesia es una familia de vínculos sobrenaturales que va más allá del espacio y el tiempo. Este puñado de hombres y mujeres especialmente venerados por la iglesia de Roma, selecta representación de cuantos siguieron a Cristo en los primeros tiempos hasta el derramamiento de su sangre por Él, nos recuerda que no estamos solos, que contamos con la ayuda de una multitud de intercesores que nos aguarda en la Patria celestial. 


 

viernes, 2 de febrero de 2024

EN LOS BRAZOS DE MARÍA

La Purificación de Luis de Vargas. 
Imagen: wikipedia.org

De sus reflexiones en torno el misterio de la Purificación de la Virgen, recojo esta breve consideración de San Alfonso María de Ligorio sobre María como camino seguro para encontrar a Jesús.

«Dios había prometido a San Simeón que no había de morir antes de ver al Mesías: El Espíritu Santo le había revelado -dice San Lucas- que no había de morir antes de ver al Ungido del Señor (Lc 2, 26). Pero esta gracia la alcanzó solo por medio de María, porque solo en sus brazos halló al Salvador. Por consiguiente, el que quiera hallar a Jesús, debe buscarlo por medio de María. Acudamos a esta divina Madre, y acudamos con gran confianza, si deseamos hallar a Jesús». (San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María, Madrid 1977, p. 435).


 

miércoles, 31 de enero de 2024

SAN JUAN BOSCO Y LA VISITA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Capilla donde San Juan Bosco celebró su última misa. 

La presencia real de Jesucristo en el Sagrario siempre ha ejercido una fuerza de atracción irresistible en el corazón de los santos. Así se entiende la alta estima que San Juan Bosco tenía por la visita al Santísimo Sacramento como medio necesario y eficaz en nuestra lucha cristiana. A todos solía repetir sin cesar:

 «¿Queréis que el Señor os conceda muchas gracias? Pues visitadlo con frecuencia. ¿Queréis que os conceda pocas? Visitadlo pocas. ¿Queréis que el demonio os asalte? Visitad raramente a Jesús Sacramentado. ¿Queréis que el diablo huya de vosotros? Visitad con frecuencia a Jesús. ¿Queréis vencerle? Refugiaos muchas veces a los pies de Jesús. ¿Queréis, por el contrario, ser vencidos? Dejad de visitar a Jesús. Carísimos míos, añadía, la visita a Jesús Sacramentado es un medio necesarísimo para vencer al demonio. Id, pues, con frecuencia a visitar a Jesús, y el demonio no podrá nunca nada contra vosotros». (Cf. Antonino de Castellammare, El alma Eucarística).


 

domingo, 28 de enero de 2024

TOMÁS DE AQUINO, MODELO DE SANTIDAD Y DOCTRINA


Oh Dios, que hiciste de santo Tomás de Aquino

un varón preclaro por su anhelo de santidad

y por su dedicación a las ciencias sagradas;

concédenos entender lo que él enseñó

e imitar el ejemplo que nos dejó en su vida.

Por nuestro Señor Jesucristo.

(Oración colecta)



jueves, 25 de enero de 2024

PANEGÍRICO DE SAN PABLO

Murillo. La conversión de San Pablo

Es bien conocida la admiración y devoción que el Crisóstomo tenía por San Pablo. Prueba de ello son las homilías que dedicó a cantar las alabanzas del Apóstol, en el que veía una imagen viva del Corazón de Cristo. El oficio de lecturas de hoy, fiesta de la Conversión de San Pablo, nos ofrece un extracto de una de ellas.

 ***

 «Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo». (De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo. Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 477-480).