¿Por qué
el sacerdote debe presentarse, actuar y moverse de manera sagrada?
Fuente: itresentieri.it
Hoy estamos acostumbrados a ver sacerdotes que han abandonado por completo el uso del hábito sagrado. Esto fue impuesto por la llamada «teología de la secularización». Por querer ser como todos, el sacerdote ha terminado diluyéndose en la masa; y paradójicamente no se ha acercado al pueblo, sino más bien se ha alejado de él, porque ya nadie puede reconocerlo. Pensemos en cuántos episodios edificantes han ocurrido en el pasado: almas que decidieron desahogarse e incluso confesarse encontrando un sacerdote en alguna estación de tren, en una calle, en un consultorio médico, etc... Hoy, en cambio, en el completo anonimato del ser "uno más", ¿quién se percata ya de la presencia de un sacerdote?
Por el contrario, precisamente porque el sacerdote debe ser también signo de la presencia salvífica de Cristo entre los hombres, está obligado a presentarse de manera sagrada. El Siervo de Dios don Dolindo Ruotolo (1882-1970), en su obra En los rayos de la grandeza y de la vida sacerdotal (Nei raggi della grandezza e della vita sacerdotale), firmado con el seudónimo de Dain Cohenel, escribía estas importantes palabras: El sacerdote con su traje talar, largo, compuesto, pobre pero limpio, con su manto que lo envuelve como si tuviera las alas plegadas, listas para el vuelo, con la cabeza marcada por la cruz del Redentor, con el cuerpo compuesto, exhalando orden y modestia, con los ojos bajos, absolutamente ajenos a toda curiosidad malsana, pasa por el mundo igual que un ángel, da un sentido de paz y de consuelo, da un sentido de esperanza en las angustias de la vida porque representa la caridad, y pasa como lámpara que ilumina, disipando con su sola presencia las tinieblas del error.
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