lunes, 27 de junio de 2022

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, APÓSTOL DE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA

«Me extraña en gran manera que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los santos Padres.

Y, así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios.

Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: “La finalidad y característica de la sagrada Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios”.

Y, un poco más adelante, dice también: “Han existido muchas personas santas e inmunes de todo pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo”. Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.

Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es sólo Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.

Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción» (San Cirilo de Alejandría, Carta 1, PG 77, 14-18; 27-30).

 

martes, 21 de junio de 2022

SAN LUIS GONZAGA, SERAFÍN DE LA EUCARISTÍA

No son pocos los santos que han vivido verdaderamente heridos por el amor de la Eucaristía hasta el punto de desfallecer ante un Sagrario.

Se cuenta del joven Luis Gonzaga que era inútil alejarlo del Tabernáculo; era inútil pedirle que se distrajera y no pensase tanto en su Amado. Cuanto más se aleja, más cerca está de Él; quiere pensar menos en Él, y lo recuerda más; quiere huir de Él y se lo topa en todas partes, lo abraza y se une con Él.

¡Pobre Luis!... Un día debe cumplir cierto encargo que le han hecho; debe realizarlo con urgencia y para ello debe pasar por la iglesia. Mas ¿qué hará para pasar con presteza y sin dilación? ¿qué hará para no detenerse un momento, al menos un momento solo, delante del Santísimo Sacramento? Y ¿si pasando, quedase allí? ¿si no pudiese ya levantarse? ¡Pobre Luis! pasar delante del Amado esta vez no le resulta delicioso, sino más bien penoso. Preocupado con estos pensamientos, confuso y temblando, entra en la iglesia y apresura el paso... ¡He ahí el Tabernáculo!... ¡Oh Dios!... cae de rodillas delante de su Amado; y diciéndole luego que ahora no puede detenerse, que debe marcharse, se despide: ¡adiós!, le dice, ¡adiós!... e intenta levantarse. Pero no puede: una mano invisible lo detiene; una fuerza oculta lo sujeta. Su corazón late fuertemente, sus sentidos se desvanecen y su espíritu entra en dulce éxtasis... No es ya él que no quiera marchar; es Jesús quien entonces lo encadena amorosamente. En aquel instante feliz, el hijo de Ignacio desaparece, y queda el hijo de Dios; queda el enamorado de Jesús, el ángel, el serafín de la Eucaristía. (Cf. A. De Castellammare, El alma eucarística, Barcelona, p. 98 y 99)


 

jueves, 16 de junio de 2022

PROCESIÓN DEL CORPUS EN VARSOVIA

Un amigo nos envía estas fotografías de la procesión del Corpus de hoy en la capital polaca. Años atrás, el Papa Benedicto aludía al sentido profundo de este “pasear” a Jesús sacramentado, entronizado en la custodia, por las calles de nuestras ciudades:

«En este sacramento, el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se muestra en la procesión de nuestra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su bondad.

¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para él y con él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. ¡Que el rayo de su bendición se extienda sobre todos nosotros!» (Benedicto XVI, Homilía en el día del Corpus Christi, al celebrar la eucaristía en la plaza de la Basílica de San Juan de Letrán. 28/05/2005).









martes, 14 de junio de 2022

DEVASTACIÓN LITÚRGICA, UN SÍNTOMA INQUIETANTE

Monseñor Héctor Aguer 
Arzobispo Emérito de La Plata

La Iglesia de hoy padece una severa pulmonía, afirma Monseñor Héctor Aguer en una de sus últimas columnas. La devastación litúrgica, agravada recientemente por el motu proprio Traditionis Custodes, es uno de los síntomas inquietantes de esta dolencia que aqueja a la Iglesia. Una vez analizados los síntomas y hecho el diagnóstico, este sabio y valeroso pastor nos ofrece el remedio: una oración empapada de tal modo por la fe y la esperanza teologal que se vuelva clamor incesante ante el Señor. Dejo a continuación un extracto del artículo con su enlace respectivo.

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«... Otro síntoma de la pulmonía: la devastación de la liturgia, que ha seguido a la debacle posconciliar. Los avisos sensatos, contenidos en la constitución Sacrosanctum Concilium, no fueron tenidos en cuenta. El itinerario seguido por las reformas que impuso la Santa Sede, especialmente la creación de una nueva Misa, que no suele llamarse Santo Sacrificio de la Misa, sino más bien «celebración eucarística», no ha reconocido que la verdadera reforma es siempre una restauración. El eximio liturgista Klaus Gamber ha mostrado cómo se desarrollaron orgánicamente los ritos de la Iglesia, sin romper nunca con la Tradición. La pretensión reciente (lleva ya medio siglo) implica un «orgullo creativo» de efectos penosos. Si deseamos referirnos al Rito Romano, debemos reconocer que se constituyó sustancialmente a fines del siglo IV, por obra del Papa San Dámaso; recibió adiciones de San Gregorio Magno (fines del siglo VI), y fue definido después del Concilio de Trento por la Bula Quo Primum, de San Pío V. Este es el Santo Sacrificio de la Misa, cuya última versión es de 1962, el Misal de Juan XXIII. La verdadera reforma es la recuperación de las formas originales, como lo hizo San Pío X, con el Canto Gregoriano.

Benedicto XVI sabía muy bien que nunca había sido abolida la tradicional Misa Latina, y la habilitó nuevamente como forma extraordinaria del Rito Romano, para respetar, con auténtico sentido pastoral, a los sacerdotes que la celebraban, y a los fieles que participaban de ella con frutos espirituales innegables. Fue una decisión sapientísima, como podía esperarse de un gran teólogo, que es a la vez un hombre de Dios. Esta obra ha sido destruida por una medida draconiana, despótica, el motu proprio Traditionis custodes. Fue este documento un pésimo úkase, arbitrario e ideológico, ajeno al desarrollo orgánico de la Iglesia. El obispo Rob Mutsaerts ha escrito, con razón, que «la Liturgia no es un juguete de los papas, sino la herencia de la Iglesia».

Fuente: infocatolica.com


domingo, 12 de junio de 2022

LA MISA COMO ACCIÓN TRINITARIA POR EXCELENCIA

Comparto un bello texto de San Josemaría Escrivá sobre el aspecto trinitario de la Eucaristía. En la santa Misa nos sumergimos en una corriente de amor trinitario porque toda ella es la donación misma de la Trinidad a la Iglesia. En esta línea me gustaría señalar que la dimensión trinitaria de la misa es mucho más explícita y determinante en el rito antiguo que en el nuevo. Otra razón más para favorecer la presencia del viejo misal en la vida de la Iglesia.

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«Hablaba de corriente trinitaria de amor por los hombres. Y ¿dónde advertirla mejor que en la Misa? La Trinidad entera actúa en el santo sacrificio del altar. Por eso me gusta tanto repetir en la colecta, en la secreta y en la postcomunión aquellas palabras finales: Por Jesucristo, Señor Nuestro, Hijo tuyo —nos dirigimos al Padre—, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.

En la Misa, la plegaria al Padre se hace constante. El sacerdote es un representante del Sacerdote eterno, Jesucristo, que al mismo tiempo es la Víctima. Y la acción del Espíritu Santo en la Misa no es menos inefable ni menos cierta. Por la virtud del Espíritu Santo, escribe San Juan Damasceno, se efectúa la conversión del pan en el Cuerpo de Cristo.

Esta acción del Espíritu Santo queda expresada claramente cuando el sacerdote invoca la bendición divina sobre la ofrenda: Ven, santificador omnipotente, eterno Dios, y bendice este sacrificio preparado a tu santo nombre, el holocausto que dará al Nombre santísimo de Dios la gloria que le es debida. La santificación, que imploramos, es atribuida al Paráclito, que el Padre y el Hijo nos envían. Reconocemos también esa presencia activa del Espíritu Santo en el sacrificio cuando decimos, poco antes de la comunión: Señor, Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, vivificaste el mundo con tu muerte....

Toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar. Por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora. Aprendamos a tratar a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino: tres Personas divinas en la unidad de su substancia, de su amor, de su acción eficazmente santificadora.

Inmediatamente después del lavabo, el sacerdote invoca: Recibe, Santa Trinidad, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, de la Resurrección y de la Ascensión de Jesucristo, Señor Nuestro. Y, al final de la Misa, hay otra oración de encendido acatamiento al Dios Uno y Trino: Placeat tibi, Sancta Trinitas, obsequium servitutis meæ... que te sea agradable, oh Trinidad Santísima, el tributo de mi servidumbre; dispón que el sacrificio que yo, aunque indigno, he ofrecido a la Majestad tuya, merezca aceptación; y te pido que, por tu misericordia, sea éste un sacrificio de perdón para mí y para todos por los que lo he ofrecido.

La Misa —insisto— es acción divina, trinitaria, no humana. El sacerdote que celebra sirve al designio del Señor, prestando su cuerpo y su voz; pero no obra en nombre propio, sino in persona et in nomine Christi, en la Persona de Cristo, y en nombre de Cristo.

El amor de la Trinidad a los hombres hace que, de la presencia de Cristo en la Eucaristía, nazcan para la Iglesia y para la humanidad todas las gracias. Este es el sacrificio que profetizó Malaquías: desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes; y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura. Es el Sacrificio de Cristo, ofrecido al Padre con la cooperación del Espíritu Santo: oblación de valor infinito, que eterniza en nosotros la Redención, que no podían alcanzar los sacrificios de la Antigua Ley.

La Santa Misa nos sitúa de ese modo ante los misterios primordiales de la fe, porque es la donación misma de la Trinidad a la Iglesia. Así se entiende que la Misa sea el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 85 y ss).

 


 

sábado, 4 de junio de 2022

¡VEN SANTO Y DIVINO ESPÍRITU!

Luz, fuego, lengua, nube, lluvia, rayo y sol, agua, maestro, componen el variado mosaico de imágenes que Francisca Javiera del Valle emplea para significar la acción siempre vivificante del Espíritu Santo en nuestros corazones. Esa acción multiforme del Paráclito es la única savia capaz de renovar permanentemente la faz de la tierra.

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«¡Ven, Santo y Divino Espíritu! ¡Ven como Luz, e ilumínanos a todos!

¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que todos ardan en amor divino! 

Ven, date a conocer a todos, para que todos conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa que existe digna de ser amada. 

Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente.

Ven como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo.

Ven como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones.

Ven como suave rayo y como sol que nos caliente, para que se abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.

Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de placeres que tienen todos los corazones.

Ven como Maestro y enseña a todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber salido de nuestra ignorancia y rudeza.

Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.

Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la que ha de durar por los siglos sin fin. Amén».

(Cf. Francisca Javiera del Valle, Decenario al Espíritu Santo, Madrid 2004, p. 24).