Luz, fuego,
lengua, nube, lluvia, rayo y sol, agua, maestro, componen el variado mosaico de
imágenes que Francisca Javiera del Valle emplea para significar la acción
siempre vivificante del Espíritu Santo en nuestros corazones. Esa acción
multiforme del Paráclito es la única savia capaz de renovar permanentemente la
faz de la tierra.
«¡Ven, Santo y Divino Espíritu! ¡Ven como Luz, e ilumínanos a todos!
¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que
todos ardan en amor divino!
Ven, date a conocer a todos, para que todos
conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa que existe
digna de ser amada.
Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente.
Ven como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo.
Ven como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones.
Ven como suave rayo y como sol que nos caliente, para que se abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.
Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de placeres que tienen todos los corazones.
Ven como Maestro y enseña a todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber salido de nuestra ignorancia y rudeza.
Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.
Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la que ha de durar por los siglos sin fin. Amén».
(Cf.
Francisca Javiera del Valle, Decenario al Espíritu Santo, Madrid 2004,
p. 24).
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