jueves, 26 de diciembre de 2019

Y EL VERBO SE HIZO CARNE


Copio una página selecta de Santo Tomás de Aquino sobre la conveniencia de que el Verbo se hiciese hombre para reparar nuestra miseria. Hilvanando textos de Agustín y León Magno, el Doctor Angélico confecciona una ordenada y armoniosa síntesis sobre el porqué del misterio de la Encarnación. Un texto especialmente adecuado para meditar en este tiempo al calor de las escenas del pesebre.

«U
na cosa puede ser necesaria de dos modos para alcanzar un fin: o como algo sin lo que tal cosa no puede existir, como sucede con el alimento para la conservación de la vida humana; o como algo con lo que se puede alcanzar el fin de manera más perfecta y conveniente, por ejemplo, el caballo para viajar. En el primer sentido no se puede afirmar que la encarnación del Verbo fuese necesaria para la redención, pues Dios, por ser omnipotente, pudo rescatar al género humano de infinidad de maneras distintas. En cambio, en el segundo sentido sí fue necesario que Dios se encarnase para salvar a la naturaleza humana. Por eso dice Agustín en el libro XIII De Trin: Debemos demostrar que Dios, a cuyo poder está todo sometido, no padece indigencia de medios; pero no existía otro más oportuno para sanar nuestra miseria.

Para convencerse de ello basta con atender a la promoción del hombre en el bien. Y primeramente en lo referente a la fe, que se hace más segura al creer al mismo Dios que nos habla. Por eso dice Agustín en el libro XI De Civ. Dei: Para que el hombre caminase con más confianza hacia la verdad, la misma Verdad, el Hijo de Dios, haciéndose hombre, constituyó y cimentó la fe. En segundo lugar, en lo que atañe a la esperanza, que con eso se consolida. A este propósito dice Agustín en el libro XIII De Trin: Nada hubo tan necesario para fortalecer nuestra esperanza como el demostrarnos Dios cuánto nos amaba. Y ¿qué prueba más palpable de este amor que el hermanamiento del Hijo de Dios con nuestra naturaleza? En tercer lugar, en lo que concierne a la caridad, que con ese misterio se inflama sobre toda ponderación. Por esto escribe Agustín en De catechizandis rudibus: ¿Qué causa mayor puede asignarse a la venida del Señor que la de mostrarnos su amor? Y luego añade: Si hemos sido remisos para amarle, no lo seamos para corresponder a su amor. En cuarto lugar, en lo que toca al recto comportamiento, en el que se nos ofreció como ejemplo. A este respecto dice Agustín en un sermón De Nativitate Domini: No había que seguir al hombre, a quien podíamos ver, sino a Dios, que no podía ser visto. Así, pues, para mostrarse al hombre y para que éste le viera y le siguiera, Dios se hizo hombre. Finalmente, la encarnación era necesaria para la plena participación de la divinidad, que constituye nuestra bienaventuranza y el fin de la vida humana. Y esto nos fue otorgado por la humanidad de Cristo; pues, como dice Agustín en un sermón De Nativitate Domini: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios.

De manera análoga, la encarnación fue útil para alejar el mal. Primeramente, porque de este modo aprende el hombre a no tenerse en menos que el demonio y a no venerar al que es autor del pecado. Dice Agustín en el libro XIII De Trin: Cuando la naturaleza humana pudo ser unida a Dios hasta el punto de no constituir con él más que una sola persona, los espíritus malignos no pueden atreverse a anteponerse al hombre porque ellos no tienen carne». Seguidamente, porque somos aleccionados acerca de la gran dignidad de la naturaleza humana, para que no la manchemos pecando. De aquí que diga Agustín en el libro De Vera Relig: Dios nos manifestó cuán excelso lugar ocupa entre las criaturas la naturaleza humana al mostrarse entre los hombres con naturaleza de verdadero hombre. Y el papa León dice en un sermón De Nativitate: Reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad; y, ya que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a tu antigua vileza por un comportamiento indigno. Después, porque para destruir la presunción humana nos fue otorgada la gracia de Dios en Cristo hombre sin ningún mérito nuestro, como se dice en el libro XIII De Trin. En cuarto lugar, porque, como vuelve a decir Agustín en el mismo sitio, la soberbia humana, obstáculo principal para la unión con Dios, puede ser confundida y curada por la profunda humildad de Dios. Finalmente, para librar al hombre de la esclavitud. A este respecto dice Agustín en el libro XIII De Trin: Debió hacerse de tal modo que el diablo fuese vencido por la justicia de Jesucristo hombre, lo que se cumplió al satisfacer Cristo por nosotros. Un simple hombre no podía satisfacer por todo el género humano; y Dios no estaba obligado a hacerlo; luego era conveniente que Jesucristo fuese a la vez Dios y hombre. Por eso dice el papa León en un sermón De Nativ: El poder asume la debilidad, la majestad se apropia de la humildad, a fin de que, como era necesario para nuestra redención, un solo y mismo mediador entre Dios y los hombres pudiese, por un lado, morir y, por otro, resucitar. Si no fuese verdadero Dios, no traería el remedio; y, de no ser verdadero hombre, no nos daría ejemplo.
Hay todavía otros muchos beneficios que se siguen de la encarnación, pero exceden la comprensión humana» (S. Th., III, q.1, a.2 c.).

jueves, 19 de diciembre de 2019

¿POR QUÉ MARÍA ES CORREDENTORA?

La Piedad de Anton Van Dyck
Imagen: www.museodelprado.es

Selecciono un texto de San Pío X que compendia con precisión la doctrina católica sobre la mediación corredentora de María, doctrina luminosa de profundas implicancias teológicas y espirituales, no mero adorno piadoso para con la Madre del Salvador. 

«A
 todo esto hay que añadir, en alabanzas de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de su carne [13] con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta [14]: mi vida transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. Efectivamente, cuando llegó la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la cruz de Jesús, su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que su Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció su Hijo [15].

Y por esta comunión de voluntad y de dolores entre María y Cristo, ella mereció convertirse con toda dignidad en reparadora del orbe perdido [16], y por tanto en dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su muerte y con su sangre.

Cierto que no queremos negar que la erogación de estos bienes corresponde por exclusivo y propio derecho a Cristo; puesto que se nos han originado a partir de su muerte y El por su propio poder es el mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por esa comunión, de la que ya hemos hablado, de dolores y bienes de la Madre con el Hijo, se le ha concedido a la Virgen augusta ser poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su Hijo Unigénito [17]. Así pues, la fuente es Cristo y de su plenitud todos hemos recibido [18]; por quien el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo nutren... va obrando su crecimiento en orden a su conformación en la caridad [19]. A su vez María, como señala Bernardo, es el acueducto [20]; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los dones espirituales [21]. Así pues, es evidente que lejos de nosotros está el atribuir a la Madre de Dios el poder de producir eficazmente la gracia sobrenatural, que es exclusivamente de Dios. Ella, sin embargo, al aventajar a todos en santidad y en unión con Cristo y al ser llamada por Cristo a la obra de la salvación de los hombres, nos merece de congruo, como se dice, lo que Cristo mereció de condigno y es Ella ministro principal en la concesión de gracias. Cristo está sentado a la derecha de la majestad en los cielos [22]; María a su vez está como reina a su derecha, refugio segurísimo de todos los que están en peligro y fidelísima auxiliadora, de modo que nada hay que temer y por nada desesperar con ella como guía, bajo su auspicio, con ella como propiciadora y protectora» [23].  (San Pío X, Extracto de la Encíclica Ad diem illum lætissimum, sobre la devoción a la Santísima Virgen, en el 50 aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción. 2 de febrero de 1904).
----------------
[13] San Beda, L. 4, in Luc. XI.
[14] Salm. 30, 11.
[15] San Buenaventura, I Sent. d. 48, ad Litt. dub. 4.
[16] Eadmerio, De Excelentia Virg. Mariae, c. 9
[17] Pío IX, Bula Ineffabilis.
[18] Jn. 1, 16
[19] Efes. 4, 16.
[20] Serm de temp., in Nativ. B. V. de Aquaeductu. n. 4.
[21] San Bernardino. Quadrag. de Evangelio aeterno, Serm. X, a. 3, c. 3..
[22] Hebr. 1, 3.
[23] Pío IX, Bula Ineffabilis.

***
Por tanto, resulta muy convincente el siguiente resumen que hace un manual de mariología sobre la doctrina de María corredentora, luego de un análisis atento de la enseñanza magisterial desde Pío IX hasta el Vaticano II:

«1) Se aplica expresamente a la Santísima Virgen el título de Corredentora; 2) Se afirma con insistencia la cooperación de María a la obra de la Redención, no solo subjetiva, sino también objetiva, es decir, no solo en la aplicación de la Redención, sino en su consecución, y dicha cooperación aparece como distinta de la misma Maternidad divina; 3) el fundamento de esta cooperación se pone en una inefable asociación con Cristo, que trascendiendo la natural unión de una madre con su Hijo, encuentran su última razón en la voluntad divina que quiso asociar a María a su Hijo en la obra de la Redención. Dedúcese de todo ello que la Corredención de María en los términos explicados es doctrina católica». (Cf J. Ibáñez, F. Mendoza. La Madre del Redentor, Ed. Palabra 1988, pp. 251-275).

Cuando la teología católica atribuye ciertos privilegios a la Madre de Dios, tanto a su persona como a su misión, no está obviamente usurpando nada al Hijo para otorgárselo a la Madre, sino reconociendo el hecho de que el Hijo ha querido compartirlo todo con su Madre, incluso su obra salvífica, en la medida en que es posible hacerlo con una criatura eximia y del todo singular. De Maria nunquam satis.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

REZAR LA LITURGIA, NO SOLO OÍRLA

Misa en una cabaña de Aloysius O'Kelly 

Presento en español el resumen que Gregory DiPippo ha publicado de la conferencia impartida por Dom Alcuin Reid en College Station, Texas, en su paso por Estados Unidos. Bajo el título «Rezando la Liturgia», Dom Alcuin Reid nos propone una comprensión más honda del lenguaje propio e íntimo que habla la liturgia; así podremos participar en ella de manera intensa y fructuosa. En efecto, el empobrecimiento que la idea litúrgica de participación activa ha sufrido en las últimas décadas es tan manifiesto, que urge redescubrir su noble significación y los caminos orantes de implementarla.

Publicado por G. DiPippo en newliturgicalmovement.org

Rezando la Liturgia
por Dom Alcuin Reid

L
a sagrada liturgia no es un tipo de actividad ordinaria. Tiene su propio «lenguaje», por así decirlo. Pero ese lenguaje no está compuesto principalmente de palabras. Es una de las paradojas de nuestro tiempo que la introducción de las lenguas vernáculas nos haya llevado a considerar los ritos litúrgicos sobre todo como un texto hablado e inmediatamente comprensible. Las nuevas generaciones han llegado a esperar que todo en la liturgia sea tan transparente e inmediato, como cualquier mensaje o información que encuentran en los medios impresos o electrónicos o que reciben en sus propios aparatos personales.

Ciertamente, los ritos litúrgicos implican el uso de palabras, y ellas tienen un significado que en última instancia debería estar al alcance de nuestra comprensión (si se usa el latín, al menos a través de un misal o de una traducción en un folleto). Pero en nuestra sociedad saturada de palabras, quizás hemos olvidado que la liturgia es principalmente una acción, no un discurso. La liturgia no es un conjunto de palabras que se leen, o por nosotros, o entre nosotros. Es un rito, un conjunto de acciones, gestos y sonidos en lugares determinados. Sí, incluye palabras, pero su uso en la liturgia va más allá que la de una eficiente comunicación de información o de ideas a las que estamos acostumbrados.

Porque no es simplemente lo que se dice lo que importa en un rito litúrgico, sino que lo fundamental es lo que se hace. Y no tanto lo que es hecho por nosotros; más bien lo que hace Dios omnipotente es lo que importa. Algo acontece en la liturgia que no es hechura nuestra. Es en la dinámica de ese acontecimiento, de esa acción, donde debemos situarnos. Esa es la participación activa en la liturgia.

Lo que acontece en la liturgia lo hace Cristo, no nosotros. Porque la liturgia es el culto ofrecido por Cristo en su Iglesia por el poder del Espíritu Santo a Dios Padre. No es algo que hacemos nosotros principalmente. Sin duda, por derecho de nuestro bautismo podemos participar en esa ofrenda. En efecto, es nuestro deber bautismal hacerlo en la medida de nuestras posibilidades y de acuerdo con nuestra vocación particular. Pero la liturgia es ante todo Cristo actuando en el mundo de hoy a través de los ritos de su Iglesia. Debido a esto, a través de esto, somos capaces de tomar parte en sus actos salvíficos: la redención que llevó a cabo por nuestros pecados en la cruz, y la esperanza de la vida eterna manifestada en su gloriosa resurrección. En resumen, la sagrada liturgia es la acción salvífica de Cristo en nuestro mundo de hoy.

La comprensión de que la liturgia es una acción, no un texto, y que de hecho se trata principalmente de una acción de Cristo mismo, es crucial si quiero participar en un rito litúrgico, si realmente quiero involucrarme consciente y efectivamente en esa acción, si de hecho quiero orar la sagrada liturgia. De lo contrario, seré un mero espectador, posiblemente aburrido, o tal vez incluso entretenido. Pero la liturgia no es un espectáculo o entretenimiento para ser visto. Es una acción en la que debo estar integrado. Es adoración. Y es oración.

Por tanto, rezar la liturgia, que es sencillamente la participación verdadera o real (a veces llamada «activa») en la liturgia, no consiste tanto en decir las palabras correctas, «contestar las respuestas» o «unirse al canto» (estos son medios, no fines); más bien consiste en que yo me sumerja, me pierda, me deje atrapar por la acción de la liturgia».

sábado, 7 de diciembre de 2019

¡MÁS QUE TÚ, SÓLO DIOS!

Inmaculada Concepción de Rubens

¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!...
—Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole:
Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios! (San Josemaría Escrivá, Camino 496).

lunes, 2 de diciembre de 2019

DANZA EN SAN PEDRO


Animadas y pintorescas danzas se presenciaron ayer en la Basílica de San Pedro durante la Misa que el Papa Francisco celebró en rito zaireño, con motivo del 25 aniversario de la Capellanía Católica Congoleña de Roma. Es probable que este rito, como gran parte de las reformas litúrgicas posconciliares, no haya sido nunca solicitado por el pueblo fiel, sino que deba su existencia al diseño de liturgistas y misioneros centroeuropeos, que lo habrán impuesto bajo el consabido tópico de la inculturación.

Comparto plenamente el pensamiento del Cardenal africano Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto divino, sobre lo inapropiado que resulta la danza como gesto litúrgico dentro de la misa. En su libro La fuerza del silencio, dice al respecto:

«Cuando el ofertorio se considera únicamente una preparación de los dones, un gesto práctico y prosaico, crecerá la tentación de añadir e inventar ritos para ocupar lo que se percibe como una vacío. Me parecen lamentables esas largas y ruidosas procesiones de las ofrendas de algunos países africanos, acompañadas de danzas interminables. Estas procesiones se parecen más bien a espectáculos folklóricos que desvirtúan el sacrificio cruento de Cristo en la Cruz y nos alejan del misterio eucarístico; un misterio que se tiene que celebrar con sobriedad y recogimiento, porque también nosotros nos sumergimos en su muerte y en su ofrenda al Padre. Los obispos de mi continente deberían tomar medidas para que la celebración de la misa no se convierta en una autocelebración cultural. La muerte de Dios por amor a nosotros trasciende toda cultura. Desborda toda cultura» (Ed. Palabra 2017, p. 159).

Creo que la danza, por muy sobria que parezca, tiende a difuminar el carácter sacrificial de la santa misa. En procesiones festivas en honor de Cristo, de su Madre o de los Santos, obviamente que bailes y danzas juegan un rol importante y alegran la fe de los creyentes; pero en la cima del Gólgota no hay lugar para la danza, sí para el silencio, la adoración y las lágrimas.

viernes, 29 de noviembre de 2019

LA LIBERALIDAD DE DIOS CREADOR


En este texto San Gregorio Nacianceno nos invita a considerar la infinita liberalidad del Creador para con nosotros. Y ante este sublime paradigma, nuestro corazón se sentirá movido a mostrarse espléndido y generoso con el prójimo necesitado.

«R
econoce de dónde te viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría, y, lo que está por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, ciertamente, de forma enigmática y como en un espejo, pero después de manera más plena y pura); reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de quién te vienen todas estas cosas?
Limitándonos a hablar de las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros y la armonía y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira?
¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco?
¿A qué se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos y en parte como alimento?
¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las cosas que hay en la tierra?
¿Quién ha otorgado al hombre, para no hablar de cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás seres vivientes?
¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos?» (San Gregorio Nacianceno, Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 23-25. PG 35, 887-890).


viernes, 22 de noviembre de 2019

SOCORRIENDO A LAS ALMAS DEL PURGATORIO

 Imagen de aleteia.org

Breve texto de San Bernardo que refleja la premura de su caridad para con las almas del purgatorio:

«Tres son los lugares a que van las almas de los muertos según sus méritos respectivos: el infierno, el purgatorio y el cielo. Al infierno los impíos, al purgatorio los que deben purificarse, al cielo los perfectos...
Los primeros no merecen ser rescatados y los últimos ya no lo necesitan. Por eso nos compadecemos de los que están entre unos y otros, pues nos une a ellos el vínculo de nuestra humanidad...
Me apresuraré a ir en su socorro; me interesaré por ellas con suspiros, imploraré su perdón con mis penitencias, intercederé por ellas con mis súplicas y satisfaré por ellas con el incruento Sacrifico; para ver si consigo de esta suerte que el Señor se digne aceptar estos sufragios y juzgue oportuno aplicárselos, trocando su trabajo en descanso, su miseria en riqueza y su aflicción en corona de gloria sempiterna. Con estos sufragios e intercesiones y otros parecidos podemos abreviar sus tormentos, poner término a su cautiverio y destruir la pena que merecen. Recorre, pues, alma fiel, quienquiera que seas, recorre aquella región de la expiación, y observa lo que allí se hace y padece; y en este mercado haz tus provisiones de afectos de compasión, que te inspiren aplicar a aquellas almas toda clase de sufragios» (San Bernardo, Sermones varios, sermón 42, 5).

martes, 19 de noviembre de 2019

LA MISA Y LOS COROS CELESTIALES

Fotografía: catholicvs.blogspot

En su ensayo acerca de la misión de los Ángeles, Jean Daniélou nos ha dejado unas páginas selectas, de inspiración patrística, sobre el rol predominante que las jerarquías celestes ejercen en la celebración del Sacrificio eucarístico. De nuestra parte, debemos asociarnos con reverencia y humildad a los coros angélicos, para que nuestro pobre actuar humano no desentone ni perturbe la celestial melodía de los Serafines.

«P
ero los ángeles están asociados todavía mucho más al sacrificio eucarístico propiamente dicho. La misa es, en efecto, una participación sacramental en la liturgia celestial, en el culto oficialmente rendido a la Trinidad por el pleroma de la creación espiritual. La presencia de los ángeles introduce la eucaristía en el mismísimo cielo. Contribuye a rodearla de un misterio sagrado: ‘Los ángeles rodean al sacerdote’, escribe san Juan Crisóstomo. ‘Todo el santuario y el espacio en torno al altar están colmados por las potencias celestiales para honrar a Aquel que está presente sobre el altar’. Y en otra parte: ‘Represéntate en qué coros vas a entrar. Revestido de un cuerpo, has sido juzgado digno de celebrar con las potencias celestiales al común Señor de todos’. Y también: ‘He aquí la mesa regia. Los ángeles sirven a esta mesa. El Señor mismo está presente’

Vemos así cómo el despliegue de la liturgia terrestre es como un reflejo visible, un símbolo eficaz de la liturgia celeste de los ángeles. La misma liturgia expresa esta unidad de ambos cultos en el prefacio, cuando invita a la comunidad eclesial a unirse a los tronos y a las dominaciones, a los querubines y a los serafines para cantar el himno seráfico, el Trisagio: ‘Reflexiona ante quien estás y con quien vas a invocar Dios: con los querubines. ‘Represéntate en qué coros vas a entrar. Que nadie se asocie con negligencia a estos himnos sagrados y místicos. Que ninguno conserve pensamientos terrenos (¡Levantemos el corazón!) sino que, desprendiéndose de todas las cosas terrestres y transportándose todo entero al cielo, como ubicándose junto al trono mismo de la gloria y volando con los serafines, cante el himno santísimo del Dios de gloria y majestad’ (San Juan Crisóstomo).

También Teodoro de Mopsuesta subraya esta participación en la liturgia angélica en el Trisagio. Sobre esto hay que señalar que este aspecto es particularmente caro a la tradición Antioquena. ‘El sacerdote menciona ciertamente a todos los serafines que hacen subir hacia Dios esta alabanza que, por una revelación divina, el bienaventurado Isaías conoció, y que él trasmitió por la Escritura. Es esta alabanza la que todos nosotros, reunidos, hacemos en voz alta, de modo tal que eso mismo que dicen las naturalezas invisibles también nosotros lo digamos... Por ahí mostramos la grandeza de la misericordia que se ha extendido gratuitamente sobre nosotros. El terror religioso llena nuestra conciencia, ya sea antes de clamar ¡Santo!, ya sea después’. Se observa aquí que el canto de los serafines es la expresión del temor sagrado. Describe el terror reverencial que sienten las criaturas más altas en presencia de la infinita excelencia divina. Y esto hace comprender mejor la santidad de la Eucaristía que nos introduce con los serafines, en presencia del Dios muy Santo, velado solamente por la frágil especie del pan y del vino» (Jean Daniélou, La misión de los ángeles, Ed. Paulinas 2006, p. 69-72).

jueves, 7 de noviembre de 2019

EL SIGNIFICADO DE LOS ORNAMENTOS NEGROS

Exequias del Cardenal Joachim Meisner
Catedral de Colonia, julio de 2017

Durante el mes noviembre, la Iglesia, como buena Madre, hace especial memoria de sus hijos difuntos. Lo recordaba el Papa recientemente: «Queridos amigos, en este mes de noviembre estamos invitados a rezar por los difuntos. Encomendemos a Dios, especialmente en la Eucaristía, a nuestros familiares, amigos y conocidos, sintiéndonos cercanos en la compañía espiritual de la Iglesia». En este contexto de recuerdo y oración por nuestros fieles difuntos, me ha parecido interesante ofrecer en español un artículo de Brian Williams sobre el significado de los ornamentos negros en el uso litúrgico de la Iglesia. Si bien han ido desapareciendo en las últimas décadas, su uso está plenamente vigente y es ampliamente recomendable.


Abogando por los ornamentos negros
Por Brian Williams
Texto original: Liturgy Guy

E
l día de Todos los fieles difuntos nos presenta una vez más la oportunidad de considerar el uso de ornamentos negros dentro de la Misa. Mientras el negro es el color litúrgico requerido para el día de todos los fieles difuntos y para todos los funerales en la Misa latina tradicional, ha desaparecido casi del todo en el Novus Ordo. El blanco, un color históricamente asociado al bautismo y otras celebraciones, ha reemplazado al negro en la mayoría de las parroquias durante los últimos cuarenta años.
Comenzando con la elección del Papa Benedicto XVI en 2005, y continuando con el resurgimiento del antiguo rito tras la promulgación de Summorum Pontificum en 2007, toda una generación de sacerdotes amigos de la tradición ha comenzado a redescubrir el rico significado del uso de los ornamentos negros. El padre Ryan Erlenbush, escribiendo varios años atrás en The New Theological Movement, señalaba:

El color negro significa luto, pero no simplemente luto en general. El negro nos invita más particularmente a llorar y orar por los muertos. Mientras que el blanco es un color de fiesta y regocijo, el violeta (morado) es el color que significa la penitencia y dolor por el pecado.
El violeta, sin embargo, nos invita más al dolor por nuestros propios pecados y hacer penitencia por nuestra propia miseria. El negro, por otro parte, nos ayuda moviéndonos a llorar no por nosotros mismos, sino por el difunto. Esta es la razón por la cual el negro es tan adecuado para la Misa de exequias (además de las de Requiem y la de Todos los fieles difuntos); este color nos recuerda rezar por los muertos.

En pocas palabras, el uso de ornamentos negros es auténticamente católico. La verdad dogmática de que nosotros, la Iglesia Militante, debemos rezar por los muertos se reafirma con el uso del color negro en la Misa. Se trata de otro ejemplo más de cómo nuestra liturgia reafirma nuestra teología: lex orandi, lex credendi. Es también una enseñanza de la Iglesia que la mayoría de los protestantes no sostiene ni comprende. El padre Erlenbush continúa diciendo:

La Misa de Exequias no es en realidad para la familia, aunque haya ciertamente muchas oraciones para consolar a aquellos que están afligidos. Más bien la misa exequial es principalmente para quien ha fallecido: prácticamente cada oración es para pedir por el perdón de sus pecados (esto es, por la remisión de la pena temporal debida al pecado). Los funerales no son principalmente para los vivos, sino para los muertos, aunque alguien (aunque sea un sacerdote) te pueda decir otra cosa. Es por eso que no tiene sentido, teológicamente hablando, usar ornamentos blancos o incluso morados para una Misa exequial o de Requiem.

La Conmemoración de Todos los fieles difuntos nos brinda la oportunidad de contemplar nuestra propia condición mortal, mientras rezamos en la tierra por la Iglesia purgante. Los ornamentos negros recuerdan a los fieles que debemos orar por los difuntos. Y esta obra de misericordia espiritual no es opcional. El Padre Erlenbush aborda la confusión que puede ocasionar el uso de vestimentas blancas en el día de Todos los difuntos:

En el día de Todos los Santos, está prescrito para el sacerdote llevar ornamentos blancos porque los santos están ya en el cielo y disfrutan de la visión de Dios. Ellos son absolutamente felices y no tienen ninguna necesidad de nuestras oraciones. En el día de todos los fieles difuntos, sin embargo, la Misa es ofrecida por las almas santas del purgatorio; se ofrece como una oración en su favor, para la remisión de la pena temporal debida a sus pecados.
Ahora bien, si el sacerdote usa ornamentos blancos el día de todos los fieles difuntos, ¿podrá sorprenderse de que sus fieles hayan dejado de creer en la realidad del purgatorio?  Si el sacerdote usa un color festivo, en lugar del color propio del duelo piadoso, ¿creerá alguna vez alguien que hay almas que sufren una purificación después de la muerte?

Como la Misa latina tradicional requiere ornamentos negros para el día de todos los fieles difuntos, como también para las misas exequiales y de Requiem, el resurgimiento de este color litúrgico solo debería aumentar en los próximos años. Con muchos sacerdotes jóvenes aprendiendo ambas formas del Rito Romano, poco a poco comenzaremos a ver que las vestimentas blancas ceden el paso al tradicional color negro en más y más parroquias en el día de todos los fieles difuntos. Esta recuperación litúrgica puede ayudar a una mayor comprensión del purgatorio y de nuestra necesidad de orar por las almas de los fieles difuntos.

sábado, 2 de noviembre de 2019

DALES SEÑOR EL DESCANSO ETERNO


La Iglesia, como dice la Constitución Lumen Gentium, n. 50, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, «porque es santo y saludable el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2 Mac 12, 46). Y un Padre de la Iglesia explica de la siguiente manera esta preocupación materna de la Iglesia por sus hijos difuntos:

«Oigo decir a muchos: ¿de qué le sirve a un alma que ya ha salido de este mundo con pecados o sin ellos, que se le recuerde en la oración? Y les respondo: si un rey envía al destierro a quienes le ofendieron, mas luego se le acercan los parientes de los desterrados ofreciéndole el homenaje de una corona en favor de ellos, ¿no los recompensará librando de la pena a sus allegados? Del mismo modo nos comportamos nosotros con los difuntos, aunque hayan sido pecadores. Ofreciendo a Dios nuestras preces, no tejemos una corona, sino que tratamos de hacer propicio al Dios clemente, por ellos y por nosotros, ofreciéndole a Cristo sacrificado por nuestros pecados» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógicas 5, 10).

domingo, 27 de octubre de 2019

LA FE QUE SE HACE PIEDRA

Interior de la Catedral de León
 Foto: wikipedia.org

Transcribo una luminosa catequesis del Papa Benedicto XVI sobre las Catedrales del medievo desde su trasfondo teológico. Para el Papa Ratzinger, la «via pulchritudinis, el camino de la belleza, es una senda privilegiada y fascinante para acercarse al misterio de Dios». La belleza nacida de la fe y plasmada en grandiosas obras de arte a lo largo de los siglos, es un grito a levantar la mirada y el corazón hacia la hermosura inmutable del Verbo Creador: Sursum corda!

* * *
Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis de las semanas anteriores presenté algunos aspectos de la teología medieval. Pero la fe cristiana, profundamente arraigada en los hombres y las mujeres de aquellos siglos, no dio origen solamente a obras maestras de la literatura teológica, del pensamiento y de la fe. Inspiró también una de las creaciones artísticas más elevadas de la civilización universal: las catedrales, verdadera gloria del Medievo cristiano. Durante casi tres siglos, a partir de comienzos del siglo XI, en Europa se asistió a un fervor artístico extraordinario. Un antiguo cronista describe así el entusiasmo y la laboriosidad de aquellos tiempos: "Sucedió que en todo el mundo, pero especialmente en Italia y en las Galias, se comenzaron a reconstruir las iglesias, aunque muchas de ellas, que todavía estaban en buenas condiciones, no necesitaban esa restauración. Era como una competición entre un pueblo y otro; parecía que el mundo, liberándose de los viejos andrajos, por todas partes quisiera revestirse del blanco vestido de nuevas iglesias. En definitiva, los fieles de entonces restauraron casi todas las iglesias catedrales, un gran número de iglesias monásticas e incluso oratorios de pueblo" (Rodolfo el Glabro, Historiarum 3, 4).

Varios factores contribuyeron a este renacimiento de la arquitectura religiosa. Ante todo, condiciones históricas más favorables, como una mayor seguridad política, acompañada por un aumento constante de la población y por el desarrollo progresivo de las ciudades, de los intercambios y de la riqueza. Además, los arquitectos encontraban soluciones técnicas cada vez más elaboradas para aumentar las dimensiones de los edificios, asegurando al mismo tiempo su solidez y majestuosidad. Pero fue principalmente gracias al entusiasmo y al celo espiritual del monaquismo en plena expansión como se construyeron iglesias abaciales, en las que se podía celebrar la liturgia con dignidad y solemnidad, y los fieles podían permanecer en oración, atraídos por la veneración de las reliquias de los santos, meta de incesantes peregrinaciones.

Así nacieron las iglesias y las catedrales románicas, caracterizadas por el desarrollo longitudinal —a lo largo— de las naves para acoger a numerosos fieles; iglesias muy sólidas, con gruesos muros, bóvedas de piedra y líneas sencillas y esenciales. La introducción de las esculturas representa una novedad. Al ser las iglesias románicas el lugar de la oración monástica y del culto de los fieles, los escultores, más que preocuparse de la perfección técnica, cuidaron sobre todo la finalidad educativa. Puesto que era preciso suscitar en las almas impresiones fuertes, sentimientos que pudieran incitar a huir del vicio, del mal, y a practicar la virtud, el bien, el tema recurrente era la representación de Cristo como juez universal, rodeado por los personajes del Apocalipsis. Por lo general esta representación se encuentra en los portales de las iglesias románicas, para subrayar que Cristo es la Puerta que lleva al cielo. Los fieles, al cruzar el umbral del edificio sagrado, entran en un tiempo y en un espacio distintos de los de la vida cotidiana. En la intención de los artistas, más allá del portal de la iglesia, los creyentes en Cristo, soberano, justo y misericordioso, podían saborear anticipadamente la felicidad eterna en la celebración de la liturgia y en los actos de piedad que tenían lugar dentro del edificio sagrado.

En los siglos XII y XIII, desde el norte de Francia se difundió otro tipo de arquitectura en la construcción de los edificios sagrados: la arquitectura gótica, con dos características nuevas respecto al románico, que eran el impulso vertical y la luminosidad. Las catedrales góticas mostraban una síntesis de fe y de arte expresada con armonía mediante el lenguaje universal y fascinante de la belleza, que todavía hoy suscita asombro. Gracias a la introducción de las bóvedas de arco ojival, que se apoyaban en robustos pilares, fue posible aumentar considerablemente la altura. El impulso hacia lo alto quería invitar a la oración y él mismo era una oración. De este modo, la catedral gótica quería traducir en sus líneas arquitectónicas el anhelo de las almas hacia Dios. Además, con las nuevas soluciones técnicas adoptadas, los muros perimétricos podían ser perforados y embellecidos con vidrieras polícromas. En otras palabras, las ventanas se convertían en grandes imágenes luminosas, muy adecuadas para instruir al pueblo en la fe. En ellas —escena tras escena— se narraba la vida de un santo, una parábola u otros acontecimientos bíblicos. Desde las vidrieras coloreadas se derramaba una cascada de luz sobre los fieles para narrarles la historia de la salvación e implicarlos en esa historia.

Otra cualidad de las catedrales góticas es que en su construcción y su decoración, de modo diferente pero coral, participaba toda la comunidad cristiana y civil; participaban los humildes y los poderosos, los analfabetos y los doctos, porque en esa casa común se instruía en la fe a todos los creyentes. La escultura gótica hizo de las catedrales una "Biblia de piedra", representando los episodios del Evangelio e ilustrando los contenidos del año litúrgico, desde la Navidad hasta la glorificación del Señor. En aquellos siglos, por otro lado, se difundía cada vez más la percepción de la humanidad del Señor, y los sufrimientos de su Pasión se representaban de modo realista: el Cristo sufriente (Christus patiens) se convirtió en una imagen amada por todos, que inspiraba compasión y arrepentimiento de los pecados.

No faltaban los personajes del Antiguo Testamento, cuya historia llegó a ser familiar para los fieles que frecuentaban las catedrales, como parte de la única y común historia de salvación. La escultura gótica del siglo XIII, con sus rostros llenos de belleza, de dulzura, de inteligencia, revela una piedad feliz y serena, que se complace en difundir una devoción sentida y filial hacia la Madre de Dios, vista a veces como una mujer joven, sonriente y materna, representada principalmente como la soberana del cielo y de la tierra, poderosa y misericordiosa. A los fieles que llenaban las catedrales góticas les gustaba encontrar en ellas expresiones artísticas que les recordaran a los santos, modelos de vida cristiana e intercesores ante Dios. Y no faltaron las manifestaciones "laicas" de la existencia: en muchas partes aparecían representaciones del trabajo en los campos, de las ciencias y de las artes. Todo estaba orientado y se ofrecía a Dios en el lugar donde se celebraba la liturgia. Podemos comprender mejor el sentido que se atribuía a una catedral gótica, considerando el texto de la inscripción grabada en el portal central de Saint-Denís, en París: "Visitante, que quieres alabar la belleza de estas puertas, no te dejes deslumbrar ni por el oro ni por la magnificencia, sino más bien por el fatigoso trabajo. Aquí brilla una obra famosa, pero quiera el cielo que esta obra famosa que brilla haga resplandecer los espíritus, a fin de que con las verdades luminosas se encaminen hacia la verdadera luz, donde Cristo es la verdadera puerta".

Queridos hermanos y hermanas, ahora quiero subrayar dos elementos del arte románico y gótico útiles también para nosotros. El primero: las obras maestras en el campo del arte nacidas en Europa en los siglos pasados son incomprensibles si no se tiene en cuenta el alma religiosa que las inspiró. Marc Chagall, un artista que siempre testimonió el encuentro entre estética y fe, escribió que "durante siglos los pintores mojaron su pincel en el alfabeto colorido que era la Biblia". Cuando la fe, especialmente celebrada en la liturgia, se encuentra con el arte, se crea una sintonía profunda, porque ambas pueden y quieren hablar de Dios, haciendo visible al Invisible. Quiero compartir esto en el encuentro con los artistas del 21 de noviembre, renovándoles la propuesta de amistad entre la espiritualidad cristiana y el arte, que ya promovieron mis venerados predecesores, en particular los siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo II.

El segundo elemento: la fuerza del estilo románico y el esplendor de las catedrales góticas nos recuerdan que la via pulchritudinis, el camino de la belleza es una senda privilegiada y fascinante para acercarse al misterio de Dios. ¿Qué es la belleza, que escritores, poetas, músicos, artistas contemplan y traducen en su lenguaje, sino el reflejo del resplandor del Verbo eterno hecho carne? Afirma san Agustín: "Pregunta a la belleza de la tierra, pregunta a la belleza del mar, pregunta a la belleza del aire dilatado y difuso, pregunta a la belleza del cielo, pregunta al ritmo ordenado de los astros; pregunta al sol, que ilumina el día con su fulgor; pregunta a la luna, que mitiga con su resplandor modera la oscuridad de la noche que sigue al día; pregunta a los animales que se mueven en el agua, que habitan la tierra y vuelan en el aire; a las almas ocultas, a los cuerpos manifiestos; a los seres visibles, que necesitan quien los gobierne, y a los invisibles, que los gobiernan. Pregúntales. Todos te responderán: "Contempla nuestra belleza". Su belleza es su confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino la Belleza inmutable?" (Sermo CCXLI, 2: p l38, 1134).

Queridos hermanos y hermanas, que el Señor nos ayude a redescubrir el camino de la belleza como uno de los itinerarios, quizá el más atractivo y fascinante, para llegar a encontrar y a amar a Dios (Benedicto XVI, Audiencia General, 18 de noviembre de 2009).

Fuente: vatican.va


martes, 15 de octubre de 2019

«AD DEUM QUI LÆTIFICAT JUVENTUTEM MEAM». UNA MEDITACIÓN SOBRE EL SALMO 42



Las oraciones al pie del altar forman un impresionante y solemne pórtico de entrada a la celebración del Santo Sacrificio en su Forma Extraordinaria. Sentimientos de alegría y contrición profunda, de adoración y humilde súplica, de alabanza y gratitud, surcan estas oraciones, disponiendo al sacerdote, a sus ministros, y a todo el pueblo fiel, a acercarse lo más dignamente posible al altar de Dios, el nuevo madero donde se renovará el Sacrificio de nuestra redención.
Tiempo atrás, luego de leerla con mucho interés, guardé el texto de una conferencia de Mons. Andrew Wadsworth sobre una de estas oraciones que se recitan al pie del altar: el salmo 42. Ahora ofrezco una versión en español de esta conferencia, siempre con el deseo de difundir las riquezas de nuestra extraordinaria y vieja liturgia.

Las oraciones al pie del altar
Meditación espiritual sobre el salmo 42
por Mons. Andrew Wadsworth 

Día de Todos los Fieles Difuntos (2-Nov-2013)
Mañana de retiro organizada por Juventutem DC
Publicado por Kathleen Pluth en www.chantcafe.com 
y Fr James Bradley en thineownservice.com

D
ado que esta mañana en recuerdo de todos los fieles difuntos ha sido patrocinada por el nuevo capítulo de Juventutem DC, pensé que podría ser apropiado ofrecer algunas reflexiones sobre el nombre de «Juventutem» y su obvia referencia al Salmo 42, salmo que se encuentra entre las oraciones al pie del altar recogidas en la Misa Latina Tradicional. En la mayoría de las Misas según la Forma Extraordinaria, el Salmo 42 se recita íntegramente. En casi todas las misas se dice al menos el versículo 4 de este salmo. En las Misas cantadas, no suele oírse porque las oraciones al pie del altar coinciden con el canto del introito y del kyrie. En las Misas durante el tiempo de Pasión y en las Misas de Requiem (como la Misa de Requiem por las almas de todos los fieles difuntos de esta mañana), se omite el salmo, pero se conserva la antífona.

Aunque los comentaristas a menudo no están de acuerdo en su explicación de los orígenes de ciertos rasgos de la liturgia, parece que históricamente este acto penitencial ocupó su lugar al comienzo de la Misa, al pie del altar, desde el momento en que la liturgia romana se extendió por el territorio galo-franco. Sin embargo, el salmo no logró entrar en muchos ritos de la Misa, ni siquiera en la Edad Media tardía, ni durante mucho tiempo después. En las liturgias de las órdenes religiosas, como la de los Cartujos y Dominicos, el Salmo 42 no aparecía en los ritos de su Misa cuando estas órdenes se establecieron en el siglo XIII. Incluso cuando se insertó, solo se recitaba el verso: Introibo ad altare Dei. También ahora, cuando se omite el mismo salmo, la antífona se dice una sola vez.

Este salmo maravilloso expresa perfectamente el sentimiento que debe animar al sacerdote cuando se acerca al altar. Expresa una gran verdad: el sacerdote se siente poderosamente atraído por el altar. El sacerdote pertenece al altar y no hay lugar donde sea más consciente de la realidad de su sacerdocio que cuando está en el altar. El altar de Dios, sin embargo, es un lugar asombroso y santo, pero allí está también el sacerdote, indigno siervo del Altísimo. Podrá quizá recordar las palabras de San Juan Crisóstomo: «Cuando el sacerdote invoca al Espíritu Santo y ofrece el Sacrificio admirable, dime: ¿en qué rango debemos colocarlo? ¿Qué pureza le pediremos, qué reverencia?»

Cuando el sacerdote se acerca al altar para celebrar la Santa Misa, anhela subir allí para cumplir con su deber sagrado, de acercarse al Señor y estar unido a Él. San Juan Crisóstomo continúa diciendo: «Con las palabras juventutem meam, el sacerdote también puede reconocer que desde sus primeros días Dios ha sido su deleite y le ha concedido mil alegrías».

Estos son pensamientos muy hermosos, pero este salmo expresa claramente sentimientos encontrados y manifiesta algo propio de un corazón dividido, lo que forma parte de nuestra condición humana. Contiene una suerte de lamento en el que, sin embargo, se incluye un voto de dar gracias en el Templo. Incluso cuando estamos ansiosos y las cosas no van como quisiéramos, podemos hacer el propósito de alabar a Dios a pesar de cómo nos sintamos. Esta primacía de la voluntad sobre las emociones es una de las primeras lecciones de la Misa, esencial para todo aquel que quiera encontrar la felicidad en la Iglesia. Va muy en contra de todos los consejos de esta época que sugieren que nuestros sentimientos son la mejor guía de la realidad. A decir verdad, son la guía menos fiable, de la que a menudo debemos desconfiar o incluso ignorar.

Lo grandioso del Salmo 42 es que es una expresión muy pura del anhelo por Dios sin esperar recompensa ni ningún otro beneficio: buscamos a Dios por el bien que Él es en sí mismo y no en última instancia por un beneficio personal. Este acercarse al altar con el que comienza cada Misa, resume en muchos sentidos todo lo que sigue. Debemos notar que este subir al altar es siempre un subir alegre y gozoso, incluso si la Misa deba celebrarse en circunstancias poco alegres o quizá francamente tristes. Tal vez por esta razón los sirios llaman a toda la Misa simplemente Kurobho, «acercamiento».

San Ambrosio explica así el significado de este salmo a los que acaban de ser bautizados: «El pueblo purificado, rico con estos adornos, se apresura al altar de Cristo, diciendo: Iré al altar de Dios, al Dios que alegra a mi juventud; porque habiendo dejado a un lado el abismo del error antiguo, renovado con la juventud de un águila, se apresura a acercarse a esa fiesta celestial. Viene, y al ver el altar santo arreglado, exclama: Has preparado una mesa a mi vista».

La mayoría de nosotros nos acercamos al altar con nuestro bautismo recibido en un pasado relativamente lejano; pero este aspecto esencial de nuestra identidad cristiana es de gran importancia cada vez que asistimos a Misa. La designación tradicional de «Misa de los catecúmenos» y «Misa de los fieles» nos recuerda el inmenso privilegio que supone para los bautizados el hecho de que se les permita permanecer durante toda la realización del ofrecimiento del Sacrificio y, aún más, de acercarse al altar para la recepción de la Sagrada Comunión.

Estas oraciones «al pie del altar», como explica Josef Jungmann en sus grandiosos escritos sobre la historia del desarrollo de la Misa, solo se formaron después del año 1000. Esto se debe a que antes del siglo XI, por regla general, no había ningún escalón hasta el altar, ni siquiera una predela o plataforma. Sin embargo, ya en el siglo IX, estas oraciones se habían introducido: «En el camino al altar se reza en común el salmo 42, y al llegar a él, se le añaden, para conclusión, dos oraciones, una de las cuales es nuestro Aufer.  Además, en las mismas fuentes se encuentran diversas apologías, precursoras del Confiteor. Algunas de ellas las vemos antepuestas al salmo, intercaladas otras, o también añadidas después de la oración final».

«Este orden es el que prevaleció sobre otros esquemas parecidos... Raras veces se señala con claridad como lugar para su recitación el pie del altar. Esto se debió a que en algunos casos el sacerdote se revestía, o al menos se ponía la casulla, junto al mismo altar, como era costumbre sobre todo en la misa privada. En otros casos las rúbricas no determinan este detalle, consecuencia a veces de las condiciones especiales del lugar, cuando, como ocurría con frecuencia, el camino de la sacristía al altar era muy corto. Por otra parte, comprendemos que no se haya querido poner obstáculo al piadoso deseo de recitar con mayor devoción este salmo tan jugoso con más tranquilidad y atención solo después de haber llegado al altar. Estos parecen haber sido los motivos que llevaron en el misal de Pio V a la actual práctica».



Aunque no podamos estar seguros sobre los orígenes de este salmo y su lugar en la liturgia de la Misa, tenemos el salmo en sí mismo, que es digno de una atención cuidadosa y amerita una lectura atenta. Me gustaría repasar brevemente este salmo con ustedes y ofrecerles un pequeño comentario sobre las frases que he destacado en sus folletos impresos:

- Júzgame, oh Dios
Pedimos algo muy serio cuando le decimos a Dios que nos juzgue. Le pedimos que escudriñe nuestro corazón y discierna nuestras motivaciones más profundas que son las únicas que dan sentido a nuestras acciones. Muchas veces juzgamos a otros por sus acciones con la esperanza de que nos juzguen por nuestras intenciones. Sólo Dios tiene toda la ciencia necesaria para hacer tales juicios. Por esta razón, Él, y sólo Él, es el juez de todo.

-Defiende mi causa de la gente malvada
Siempre deseamos que quede bien claro que nosotros no somos como los demás, pero olvidamos que para Dios somos como la única persona que existe. ¡Él es fiel, incluso cuando nosotros no lo somos!

-Líbrame del hombre inicuo y engañador
Necesitamos que Dios nos ayude y rescate, especialmente de aquellos que pueden causar nuestra ruina: malas compañías, ocasiones de pecado, etc...

- Porque tú eres, oh Dios, mi fortaleza
Una profesión de fe que necesitamos hacer a menudo en el transcurso del día para que el músculo de la fe pueda ejercitarse y hacerse fuerte.

- ¿Por qué he de andar triste?
Es fácil estar deprimido, pero debemos dominar nuestras emociones hablando con fe a nuestros sentimientos.

- Envía tu luz y tu verdad
Solo Dios puede mostrarnos el camino, el camino correcto; sin su Luz, estamos realmente perdidos.

- Ellas me han conducido y me han traído a tu monte santo
Aquí es donde Dios me lleva, al monte santo que es el altar, la Misa: el único lugar donde podemos dar sentido a tanta confusión y caos.

- Me acercaré al altar de Dios
Se trata de un tiempo futuro de intención y propósito; tengo que seguir viniendo aquí, seguir ascendiendo esta montaña sagrada. Es la única respuesta.

- Al Dios que es la alegría de mi juventud
Dios es la única fuente confiable de felicidad, la única satisfacción verdadera para todo corazón humano. Tantos matrimonios, vínculos y amistades fracasan porque la gente no entiende que nadie puede finalmente satisfacernos, sino solo Dios.

- Cantaré tus alabanzas al son de la cítara
Tengo que seguir cantando y no desfallecer, incluso cuando la contrariedad o el desaliento, ya proceda de mí o de otros, sea muy considerable.

- Espera en Dios
La virtud fundamental de la vida cristiana: la capacidad de mirar más allá de las dificultades presentes y divisar el tiempo en que todo irá bien. Es la virtud más claramente testimoniada por los fieles difuntos por los que oramos hoy.

Quisiera concluir estos breves pensamientos con una cita de los escritos del Papa Benedicto XVI. Se trata de un comentario suyo muy particular sobre un versículo de este salmo al concluir un sermón que predicó el Domingo de Sexagésima de 1962, con ocasión de la primera Misa de un nuevo sacerdote. Tiene una especial importancia personal para mí, ya que elegí incluir este texto en el programa impreso para la celebración de mi primera Misa Latina Tradicional, al día siguiente de mi ordenación, hace ya veinte años. Dice mucho mejor de lo que yo podría hacerlo, lo que yace en el corazón de esta palabra de la Escritura:
«Y llegaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud» (Sal 42, 4).

Escribe el Papa Benedicto:
«Dirijamos nuestra oración a Dios, para que, cuando sea necesario, derrame algo del resplandor de esta alegría en nuestras vidas. Para que conceda a este sacerdote, que hoy se acerca por vez primera al altar de Dios, el resplandor cada vez más puro y más profundo de este gozo. Que le siga iluminando, cuando se acerque por última vez, cuando se acerque al altar de la eternidad, en la que sea Dios la alegría de nuestra vida eterna, de nuestra siempre perdurable juventud. Amén».