sábado, 2 de noviembre de 2019

DALES SEÑOR EL DESCANSO ETERNO


La Iglesia, como dice la Constitución Lumen Gentium, n. 50, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, «porque es santo y saludable el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2 Mac 12, 46). Y un Padre de la Iglesia explica de la siguiente manera esta preocupación materna de la Iglesia por sus hijos difuntos:

«Oigo decir a muchos: ¿de qué le sirve a un alma que ya ha salido de este mundo con pecados o sin ellos, que se le recuerde en la oración? Y les respondo: si un rey envía al destierro a quienes le ofendieron, mas luego se le acercan los parientes de los desterrados ofreciéndole el homenaje de una corona en favor de ellos, ¿no los recompensará librando de la pena a sus allegados? Del mismo modo nos comportamos nosotros con los difuntos, aunque hayan sido pecadores. Ofreciendo a Dios nuestras preces, no tejemos una corona, sino que tratamos de hacer propicio al Dios clemente, por ellos y por nosotros, ofreciéndole a Cristo sacrificado por nuestros pecados» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógicas 5, 10).

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