martes, 8 de julio de 2025

EL ATRACTIVO DE UN NOMBRE

Al cumplirse dos meses de la elección del Papa León y a modo de reconocimiento filial, me permito esta modesta incursión en el campo del diseño gráfico. Que el Señor le conceda la prudencia de la serpiente, la sencillez de la paloma (Cf Mt 10, 16) y la fortaleza del León. 




 

lunes, 7 de julio de 2025

UN SEMBRADOR «DERROCHADOR». COMENTARIO DEL PAPA LEÓN XIV A LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR.

El sembrador al atardecer de Vincent van Gogh

Extracto de la primera Audiencia general del Papa León XIV en la que comentó la parábola evangélica del sembrador. (Plaza de San Pedro, miércoles 21 de mayo de 2025).

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«La parábola del sembrador habla precisamente de la dinámica de la palabra de Dios y de los efectos que produce. De hecho, cada palabra del Evangelio es como una semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la imagen de la semilla, con diferentes significados. En el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que ocurre en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido en el campo. ¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y provoca toda realidad.

Al principio, vemos a Jesús que sale de su casa; una gran multitud se reúne a su alrededor (cf. Mt 13, 1). Su palabra fascina y despierta la curiosidad. Entre la gente hay, evidentemente, muchas situaciones diferentes. La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola.

Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no se preocupa en donde cae la semilla. La arroja incluso donde es improbable que dé fruto: en el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud sorprende a los oyentes y los lleva a preguntarse: ¿por qué?

Estamos acostumbrados a calcular las cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto que el destino de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores. Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios.

Al contar cómo la semilla da fruto, Jesús también está hablando de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a «desperdiciarse» por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.

Tengo en mente ese hermoso cuadro de Van Gogh: El sembrador al atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla también del esfuerzo del campesino. Y me llama la atención que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece una imagen de esperanza: de una forma u otra, la semilla ha dado fruto. No sabemos muy bien cómo, pero es así. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador, que está a un lado, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, tal vez para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a veces nos parezca ausente o lejano. Es el sol que calienta la tierra y hace madurar la semilla. Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de la vida nos alcanza hoy la palabra de Dios? Pidamos al Señor la gracia de acoger siempre esta semilla que es su palabra. Y si nos damos cuenta de que no somos terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle que siga trabajando en nosotros para convertirnos en terreno mejor».

Fuente: www.vatican.va


domingo, 29 de junio de 2025

PEDRO Y PABLO, DISTINTOS PERO SIEMPRE HERMANOS

Extracto de una homilía del Papa Benedicto XVI pronuniada durante la celebración de las primeras vísperas de la fiesta de San Pedro y San Pablo. (Basílica de San Pablo Extramuros, jueves 28 de junio de 2007).

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«Una antiquísima tradición, que se remonta a los tiempos apostólicos, narra que precisamente a poca distancia de este lugar tuvo lugar su último encuentro antes del martirio:  los dos se habrían abrazado, bendiciéndose recíprocamente. Y en el portal mayor de esta basílica están representados juntos, con las escenas del martirio de ambos. Por tanto, desde el inicio, la tradición cristiana ha considerado a san Pedro y san Pablo inseparables uno del otro, aunque cada uno tuvo una misión diversa que cumplir:  san Pedro fue el primero en confesar la fe en Cristo; san Pablo obtuvo el don de poder profundizar su riqueza. San Pedro fundó la primera comunidad de cristianos provenientes del pueblo elegido; san Pablo se convirtió en el apóstol de los gentiles. Con carismas diversos trabajaron por una única causa:  la construcción de la Iglesia de Cristo.

En el Oficio divino, la liturgia ofrece a nuestra meditación este conocido texto de san Agustín: En un solo día se celebra la fiesta de dos apóstoles. Pero también ellos eran uno. Aunque fueron martirizados en días diversos, eran uno. San Pedro fue el primero; lo siguió san Pablo. (...) Por eso, celebramos este día de fiesta, consagrado para nosotros por la sangre de los Apóstoles (Disc. 295, 7. 8). Y san León Magno comenta: Con respecto a sus méritos y sus virtudes, mayores de lo que se pueda decir, nada debemos pensar que los oponga, nada que los divida, porque la elección los hizo similares, la prueba semejantes y la muerte iguales (In natali apostol., 69, 6-7)»…

Por tanto, aunque humanamente eran diversos, y aunque la relación entre ellos no estuviera exenta de tensiones, san Pedro y san Pablo aparecen como los iniciadores de una nueva ciudad, como concreción de un modo nuevo y auténtico de ser hermanos, hecho posible por el Evangelio de Jesucristo. Por eso, se podría decir que hoy la Iglesia de Roma celebra el día de su nacimiento, ya que los dos Apóstoles pusieron sus cimientos. Y, además, Roma comprende hoy con mayor claridad cuál es su misión y su grandeza. San Juan Crisóstomo escribe: El cielo no es tan espléndido cuando el sol difunde sus rayos como la ciudad de Roma, que irradia el esplendor de aquellas antorchas ardientes (san Pedro y san Pablo) por todo el mundo... Este es el motivo por el que amamos a esta ciudad... por estas dos columnas de la Iglesia (Comm. a Rom 32).




 

viernes, 27 de junio de 2025

CORAZÓN DE JESÚS, DELICIA DE TODOS LOS SANTOS

«¡Oh, Jesús, si en este día en que celebramos la fiesta de tu Sagrado Corazón quisieses encerrarnos en Él para no salir nunca más!»

Apuntes de una meditación dirigida por San Josemaría Escrivá en la noche del 3 al 4 de junio de 1937, vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Refugiado en la Legación de Honduras, no obstante las penalidades y angustias de la guerra civil española, su corazón no refleja tristeza ni amargura; solo suspira por refugiarse él y los suyos en ese Horno de ardiente caridad que es el Corazón de Cristo, y saborear las delicias que en él se encierran.

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«Ciérrense los ojos de nuestro cuerpo, ábranse los de nuestra alma; tengan paz nuestros oídos y pongámonos a escuchar la voz de nuestro Jesús. Hablémosle en confidencia amorosa, como amigos íntimos, como hermanos, como hijos. ¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti y, embriagado y sustentado de este amor, desentenderse completamente de las cosas mundanas!

¡Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera y quedase amorosamente hundido en tu seno, amándote sin cesar y siendo amado de Ti, y reviviese el encanto de aquella vieja leyenda del monje que pasó los siglos -siglos que no fueron sino un momento- arrobado, en la presencia de tu infinita hermosura! Decía la leyenda que saliendo el monje del convento, fuese al bosque; pero allí Tú te apareciste ante sus ojos. Él se quedó quieto, gozándose de tu vista. Cuando terminó su contemplación, se levantó para regresar al convento. Pero sus muros eran otros, viejos, desmoronados. Miró en torno suyo y vio muy añosos los árboles. Llamó, al fin, y un fraile en hábito negro le abrió. El monje contempló con asombro su propio hábito blanco; el que le había abierto era de otra Orden. Es que su contemplación había durado tres siglos y en ellos el mundo se había agitado, la revolución había pasado, arrollándolo todo, por aquellas tierras, y tras esos sucesos una nueva Orden se había asentado en el monasterio. Tres siglos del mundo, largos, llenos de devastación, de ruido, de agitación, no eran sino un momento ante la eternidad de Dios.

¡Jesús: verte, hablarte, amarte y sentirse amado de Ti! ¡Olvidarse de las ataduras de este mundo, librarse de su yugo y dejarte la plena posesión de nuestro corazón, abierto para Ti y sólo para Ti! Tú sabes, Señor, que te amo. Sí –te lo confieso como Pedro (Cfr. Jn 21, 17)–, Tú sabes que, a pesar de mi miseria, te amo, y que en medio de mis locuras no he dejado de amarte. Pues multiplica Tú, con tu poder y tu piedad, este amor hasta que no tenga límite ni medida. Hiere el corazón de este pobre y los de todos mis hijos, los de todos tus hijos, y aplícales tu cauterio para que nunca más deseen gustar de las cosas mundanas. Envuélvenos en las llamas de tu amor, y que nos consuman y nos curen y nos purifiquen. Dios mío, que seamos ya tuyos, tuyos solamente, y no nos sintamos atraídos por los goces y afectos de aquí abajo. ¡Oh, Jesús, si en este día en que celebramos la fiesta de tu Sagrado Corazón quisieses encerrarnos en Él para no salir nunca más! …

Yo quiero verme ahora, Dios mío, junto a la herida de tu pecho; y pensar en todos mis hijos, en todos los que ahora son miembros vivos de este Cuerpo vivo de tu Obra. Nombrándolos, consideraré sus cualidades, sus virtudes, sus defectos, y luego te suplicaré, empujándolos hacia Ti, uno a uno: "¡Adentro!". Los meteré dentro de tu Corazón. Así quiero hacer con cada uno y con todos los que vendrán después, durante siglos, hasta el fin del mundo, a formar parte de esta familia sobrenatural. Todos, todos unidos en el Corazón de Cristo, todos hechos uno por amor a Él y todos desprendidos de las cosas de la tierra por la fuerza de este amor acompañado de la mortificación. Queremos ser como los primeros cristianos; vamos a revivir su espíritu en el mundo. Empecemos, pues, por hacer real dentro de la Obra aquella afirmación: congregavit nos in unum Christi amor (Himno Ubi caritas).

(San Josemaría Escrivá, Crecer para adentro, Textos tomados de la predicación del Fundador del Opus Dei Madrid 1937, Roma 1997, p. 105 y ss.)


lunes, 23 de junio de 2025

EL PORQUÉ DE LA PROCESIÓN DEL CORPUS

El Papa León XIV preside a pie su primera procesión del Corpus

¿Por qué en la fiesta del CORPUS se lleva solemnemente la Santísima Eucaristía en procesión?


–En la fiesta del Corpus se lleva solemnemente la Santísima Eucaristía en procesión:
 
1° para honrar la Humanidad Santísima de nuestro Señor, escondida en las especies sacramentales;
2° para avivar la fe y aumentar la devoción de los fieles a este misterio;
3° para celebrar la victoria que ha dado a su Iglesia contra todos los enemigos del Sacramento;
4° para reparar de algún modo las injurias que recibe de los enemigos de nuestra religión.

¿Cómo hay que asistir a la procesión del CORPUS?

–A la procesión del Corpus hay que asistir:


1° con gran recogimiento y modestia, no mirando a una parte y a otra ni hablando sin necesidad;
2° con intención de honrar por medio de nuestras adoraciones el triunfo de Jesucristo;
3° pidiéndole humildemente perdón de las comuniones indignas y de todas las demás profanaciones que se cometen contra este divino Sacramento;
4° con sentimientos de fe, confianza, amor y reconocimiento a Jesucristo, presente en la hostia consagrada.

(Catecismo de San Pío X)


 

domingo, 1 de junio de 2025

¿CÓMO CELEBRAR LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR?

¿Qué hemos de hacer para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión?

–Para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión hemos de hacer tres cosas:

1ª adorar a Jesucristo en el cielo como medianero y abogado nuestro;

2ª despegar enteramente nuestro corazón de este mundo como de lugar de destierro y aspirar únicamente al cielo, nuestra verdadera patria;

3ª determinarnos a imitar a Jesucristo en la humildad, en la mortificación y en los padecimientos, para tener parte en su gloria. (Catecismo San Pío X).


 

lunes, 26 de mayo de 2025

¡HE AHÍ EL AMOR MÍO, DADME EL AMOR MÍO!

San Felipe Neri

«San Felipe, el venerado apóstol de Roma, que tuvo la dicha de morir el día mismo del Corpus Christi, yacía sobre su lecho, extenuado de fuerzas por los males que le afligían; octogenario, había llegado ya al término de su carrera. No habla el santo anciano; parece que duerme. Pero no duerme; es que está absorto en Dios; está en espera y aguarda… De repente un sonido de campanillas lo conmueve… ¡Es el Viático, es el Señor que viene… el Señor! A este sonido, sus fuerzas retornan, sus miembros parecen reanimarse; quiere arrojarse del lecho y arrodillarse a toda costa… Y cuando ve aparecer el Santísimo Sacramento, no es ya hombre de la tierra; en aquel momento, Felipe Neri es ángel del cielo; diré mejor, es un serafín herido, un serafín que arde, que grita: ¡He ahí el Amor mío, he ahí el Amor mío…dadme, dadme el Amor mío! Si nadie hubiese escrito la vida de San Felipe Neri, esta escena de cielo bastaría para revelarla; bastaría este momento solo para testificar la virtud de sus gloriosos ochenta años. El último grito de su vida sería su panegírico más hermoso; y solo el Viático demostraría que era un gran santo, y especialmente un grande enamorado del Santísimo Sacramento» (Antonio de Castellammare, El alma eucarística, Ed. Casals, p. 261).