miércoles, 31 de marzo de 2021

EL LAVATORIO DE LOS PIES

La mansedumbre y humildad de Cristo en el Cenáculo, cuando lava los pies a sus discípulos, siempre ha inspirado afectos de profunda admiración en los corazones de los fieles. Un Dios de majestad soberana que se inclina ante los pies manchados de sus criaturas ingratas a nadie deja indiferente. En el siguiente texto, San Pedro de Alcántara nos descubre con estilo y piedad algunas lecciones que este paso de la vida del Señor nos ofrece.

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«Considera, pues, oh ánima mía, en esta cena, a tu dulce y benigno Jesús, y mira el ejemplo inestimable de humildad que aquí te da levantándose de la mesa y lavando los pies a sus discípulos. ¡Oh buen Jesús! ¿Qué es eso que haces? ¡Oh dulce Jesús! ¿Por qué tanto se humilla tu Majestad? Qué sintieras, ánima mía, si vieras allí a Dios arrodillado ante los pies de los hombres y ante los pies de Judas. ¡Oh cruel!, ¿cómo no te ablanda el corazón esa tan grande humildad? ¿Cómo no te rompe las entrañas esa tan grande mansedumbre? ¿Es posible que tú hayas ordenado de vender este mansísimo Cordero? ¿Es posible que no te hayas ahora compungido con este ejemplo? ¡Oh blancas y hermosas manos!, ¿cómo podéis tocar pies tan sucios y abominables? ¡Oh purísimas manos!, cómo no tenéis asco de lavar los pies enlodados en los caminos y tratos de vuestra sangre? ¡Oh apóstoles bienaventurados!, ¿cómo no tembláis viendo esa tan grande humildad? Pedro, ¿qué haces; por ventura, consentirás que el Señor de la Majestad te lave los pies? Maravillado y atónito San Pedro, como viese al Señor arrodillado delante de sí, comenzó a decir: ¿Tú, Señor, me lavas a mí los pies? (Io 13, 6) ¿No eres tú Hijo de Dios vivo? ¿No eres tú el Creador del mundo, la hermosura del cielo, paraíso de los ángeles, el remedio de los hombres, el resplandor de la gloria del Padre, la fuente de la sabiduría de Dios en las alturas? ¿Pues Tú me quieres a mí lavar los pies? ¿Tú, Señor de tanta majestad y gloria, quieres entender en oficio de tan gran bajeza? 

Considera también cómo, en acabando de lavar los pies, los limpia con aquel sagrado lienzo que estaba ceñido y sube más arriba con los ojos del ánima, y verás allí representado el Misterio de nuestra Redención. Mira cómo aquel lienzo recogió en sí toda la inmundicia de los pies sucios, y así ellos quedaron limpios y el lienzo quedaría todo manchado y sucio después de hecho este oficio. ¿Qué cosa más sucia que el hombre concebido en pecado, y qué cosa más limpia y más hermosa que Cristo concebido de Espíritu Santo? Blanco y colorado es mi Amado –dice la Esposa– y escogido entre millares (Cant 5, 10). Pues este tan hermoso y tan limpio quiso recibir en sí todas las manchas y fealdades de nuestras ánimas, y dejándolas limpias y libres de ellas, Él quedó (como lo ves) en la Cruz, amancillado y afeado con ellas. 

Después de esto, considera aquellas palabras con que dio fin el Salvador a esta historia, diciendo: Ejemplo os he dado, para que como Yo lo hice, así vosotros lo hagáis (Io 13, 15). Las cuales palabras no sólo se han de referir a este paso y ejemplo de humildad, sino también a todas las obras y vida de Cristo, porque ella es un perfectísimo dechado de todas las virtudes, especialmente de la que en este lugar se nos representa. (San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación, Madrid 1991, p.74).

sábado, 27 de marzo de 2021

SILENCIO Y PALABRA

En un mundo anegado por palabras y discursos livianos, de escasa sustancia, con pretensiones de férreo dominio sobre ideas y emociones, resulta refrescante la siguiente consideración del Cardenal Journet sobre el Verbo como Palabra silenciosa de Dios. Tenemos derecho a sospechar de las palabras que no proceden de una rica y profunda interioridad, porque «en la tierra el silencio es la garantía de las palabras verdaderas».

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«El Verbo es una Palabra silenciosa. Incluso las palabras de Cristo en su vida mortal están rodeadas de silencio. Nacen del silencio en que Él ansia vivir. 

Ante todo, del silencio de su vida oculta. Venido para anunciar la verdad a todos los tiempos del mundo, he aquí que no habla más que tres años y se calla durante treinta y, sin embargo, cada una de sus palabras podía iluminar la desesperación de una vida humana. 

En segundo lugar, de los silencios de su vida pública. Después del Bautismo, «en seguida el Espíritu le empujó hacia el desierto; y permaneció en él cuarenta días, tentado por Satanás y moraba entre las fieras» (Mc 1, 13). Está solo cuando la Samaritana viene al pozo de Jacob. Le gusta retirarse a los montes: «Salió hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llego el día, llamó a Sí a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre de apóstoles» (Lc 6, 12-13). Cuando la primera multiplicación de los panes, «una vez que despidió a la muchedumbre, subió a un monte apartado para orar, y llegada la noche, estaba allí» (Mt 14, 23). En la agonía, se separa de los tres apóstoles a la distancia «como de un tiro de piedra» (Lc 22, 41). 

En la tierra el silencio es la garantía de las palabras verdaderas. ¿De qué valen las palabras que no van transidas de silencio? Son hojas muertas que lleva el viento (Charles Journet, Las siete palabras de Cristo en la Cruz, Madrid 1976, p. 45).

jueves, 18 de marzo de 2021

EXTRAORDINARIA POR SU HISTORIA Y BELLEZA

Dominica Lætare 2021. 
Iglesia de SS. Trinità dei Pelligrini, Roma

La primera disposición establecida por el Papa Benedicto XVI en el Motu Proprio Summorum Pontificum de 2007, dice así:


Art. 1.- «El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.

Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que nunca se ha abrogado, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia».

En estos casi 14 años, no han faltado los intentos por restringir al máximo las celebraciónes del Santo Sacrificio según el misal de San Juan XXIII. Algunos han querido ver en la misma terminología utilizada por el Papa (forma extraordinaria del rito romano) un cierto carácter de excepción que tendría esta forma litúrgica de la misa. Para ellos, forma extraordinaria sería equivalente a «inusual» o «rara vez», mientras que forma ordinaria significaría la forma habitual o permanente de celebración. Sin embargo, el sentido de esta nueva terminología no parece ir en esa dirección. El Cardenal Burke hizo una alusión sumamente oportuna al respecto en la conferencia que impartió el año pasado con motivo del VII Encuentro Summorum Pontificum. Decía su Eminencia:


«Con gran alegría me dirijo hoy a ustedes, y los animo a continuar esta obra, tan fiel, de preservación y promoción del usus antiquior del rito romano, según las intenciones del papa Benedicto XVI cuando promulgó su Motu Proprio Summorum Pontificum. Para dejar las cosas bien claras, prefiero utilizar los términos usus antiquior y usus recentior, más bien que «forma extraordinaria» y «forma ordinaria», y así subrayar de modo más señalado que la liturgia romana clásica ha sido, es y será siempre una parte significativa de la vida cotidiana de la Iglesia. Si esta palabra «extraordinaria» no es bien comprendida, puede hacer creer que la liturgia romana clásica sería, en la vida de la Iglesia, algo poco habitual que se manifestaría cada tanto. Por el contrario, su carácter extraordinario proviene de su larga historia y de su notable belleza, que el motu proprio buscaba justamente hacer cada vez más presentes en toda la Iglesia». 

Sí, «forma extraordinaria»: sobre todo por su larga historia, por su manifiesta santidad, por su intrínseca belleza, por su profunda piedad, por su capacidad de arrebatar el espíritu, por la teología que encierra, por la riqueza cultural que la rodea, por su capacidad de suscitar vocaciones al servicio de Dios, por la fuerza con que une la tierra al cielo... A todos los amantes del usus antiquior no les falta el consuelo del salmista: Inter medium montium pertransibunt aquae, a través de los montes las aguas pasarán (Ps. 103, 11). 

Texto completo del Cardenal Burke: unavocesevilla.com



 

jueves, 11 de marzo de 2021

AYUDAR A CRISTO CON LA CRUZ

Cristo camino del Calvario. Juan de Valdés Leal (ca 1660) 

Decía San Josemaría Escrivá en una meditación sobre la Pasión del Señor: Estamos ahora en el camino del Calvario, por donde Cristo arrastra su Cruz. ¿Vamos a permitir que la lleve solo? Si el mundo se ha de redimir por el sufrimiento, ¿por qué ha de ser únicamente Jesús quien padezca? No, carguemos también nosotros con nuestra cruz –esa cruz que han de abrazar todos sus seguidores (Mt 16, 24)– y unamos nuestro dolor al de Nuestro Señor para la redención del mundo. 

La meditación frecuente de la Pasión de Cristo ha hecho muchos santos en la Iglesia. Todos ellos, contemplando los padecimientos del Salvador, han sentido la necesidad de ayudarle a cargar con la Cruz, como otro buen cireneo, o enjugarle el rostro, como otra audaz Verónica. Es en esta obra de caridad divina cuando el sufrimiento humano resplandece con toda su nobleza y sentido. 

San John H. Newman, en unas breves meditaciones sobre el Via Crucis, decía también: Jesús podía haber llevado su cruz solo, si lo hubiese querido así, pero permitió que Simón le ayudara para recordarnos que debemos tomar parte en sus sufrimientos y asociarnos a su obra. Su mérito es infinito, pero condescendiente a que su pueblo agregue el suyo. La santidad de la Bienaventurada Virgen, la sangre de los mártires, las oraciones y penitencias de los santos, y las buenas obras de los fieles, toman parte en esa obra que, no obstante, es perfecta sin ellos. Él nos salva por su sangre, pero lo hace a través de nosotros y con nosotros. Amado Señor, enséñanos a sufrir contigo haciendo que nos sea agradable sufrir por tu causa, y santifica todos nuestros sufrimientos por los méritos de los tuyos.


martes, 2 de marzo de 2021

MISA TRADICIONAL Y RESURGIR DE LA CULTURA CRISTIANA

Infovaticana publicó el mes pasado dos interesantes entrevistas a Natalia Sanmartín Fenollera, autora de la exitosa novela El despertar de la señorita Prim (2013) y, más recientemente, Un cuento de Navidad para Le Barroux (Planeta, 2020). Natalia Sanmartín es en nuestros días una de las grandes difusoras en lengua hispana del proyecto ideado por John Senior para salvar nuestra cultura cristiana. Para el profesor norteamericano, la cultura cristiana es esencialmente la Misa y todo lo que ha nacido y crecido en torno a ella. Por esta razón, la liturgia tradicional ha jugado y seguirá jugando un papel capital en la preservación y restauración de nuestra cultura occidental. Caro ha sido el precio que la Iglesia ha debido pagar por cierta desidia en la custodia de su patrimonio litúrgico. Selecciono a continuación algunos párrafos donde Natalia Sanmartín expone sus ideas al respecto, ideas que no solo animan su obra literaria, sino que informan también su propia vida. 


«Cuando leí La restauración de la cultura cristiana, estaba en la mitad de El despertar de la señorita Prim, y fue como encontrar ordenadas, pensadas y sistematizadas algunas de las intuiciones que me llevaron a escribir la historia. Senior sostenía que la cultura cristiana es la misa y todo lo que se ha generado a su alrededor a lo largo de los siglos para enriquecerla y protegerla. Es la misa tradicional, con su liturgia milenaria, la que santificó a los grandes santos de la iglesia, fue arrinconada y casi proscrita en los años sesenta con la reforma litúrgica, defendida en soledad por quienes se resistieron a esa reforma y finalmente rehabilitada, por decirlo de algún modo, por Benedicto XVI, a quien mucha gente no podrá agradecer nunca lo suficiente esa intervención. Esa misa se ha convertido en los últimos años en un camino de vuelta a casa o de descubrimiento de la fe para mucha gente, especialmente cuando el culto se desnaturaliza, se mundaniza y se banaliza cada vez más, cuando el modo de administrar y de recibir los sacramentos se desacraliza, y hay mucha gente herida y desorientada».


Hablando de San Ireneo de Arnois, la aldea imaginaria donde se desarrolla la trama de su novela, la autora comenta:


«Tienen una abadía que celebra la antigua liturgia, en la que se trata con reverencia el cuerpo de Cristo, que es tocado solo por manos consagradas y que se recibe en la boca, como ha acostumbrado a hacer la Iglesia hasta antes de ayer, como han comulgado grandes santos y todos los cristianos durante siglos, que tal vez no leían mucha teología, pero que tenían muy clara la diferencia que existe entre un sacerdote y un laico. En San Ireneo tienen mucho más de lo que la Iglesia ofrece ahora mismo a buena parte de sus fieles, a los que saben cómo y en qué condiciones se introdujo la comunión en la mano y a todos los que, en conciencia, como es mi caso, no pueden aceptarla».


«Sí, la iglesia está viviendo un proceso de secularización muy fuerte, paralelo al que vive el mundo y la cultura occidental, y mucho más grave. Vivimos una crisis profunda, inmersos en un mundo y una cultura que mayoritariamente ya no son cristianos y que rechazan explícitamente lo cristiano, una crisis que no es nueva, aunque ahora parezca acelerarse. Esa crisis ha abierto fugas de agua en la Iglesia y ha generado diferencias profundas y cada vez más explícitas, no solo en la doctrina, sino también en la liturgia, en el culto. Hay una parte de la Iglesia que cree que la fe cristiana y el culto deben cambiar con los tiempos, deben adaptarse poco a poco a esos cambios, abrirse, por decirlo así, al mundo. Y hay otra que sigue a la regla de San Vicente de Lerins, que enseñaba que los cristianos deben aferrarse a lo que siempre, en todas partes y por todos ha sido creído, a la fe de los apóstoles, que no cambia del mismo modo que no cambia Dios. El cardenal Newman advertía hace más de un siglo sobre ese fenómeno, sobre la capacidad del modernismo religioso, que es como él denominaba a esa infiltración, para adulterar y destruir progresivamente la fe. Yo creo que en la lucha contra ese proceso destructivo, la misa tradicional, con su enorme profundidad, su reverencia y su belleza, tiene un papel central, y creo que la restauración, si llega, llegará por y a través de ella»

(Los destacados son nuestros).


Fuente: 

infovaticana.com 2021/02/13

infovaticana.com 2021/02/27