martes, 8 de julio de 2025

EL ATRACTIVO DE UN NOMBRE

Al cumplirse dos meses de la elección del Papa León y a modo de reconocimiento filial, me permito esta modesta incursión en el campo del diseño gráfico. Que el Señor le conceda la prudencia de la serpiente, la sencillez de la paloma (Cf Mt 10, 16) y la fortaleza del León. 




 

lunes, 7 de julio de 2025

UN SEMBRADOR «DERROCHADOR». COMENTARIO DEL PAPA LEÓN XIV A LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR.

El sembrador al atardecer de Vincent van Gogh

Extracto de la primera Audiencia general del Papa León XIV en la que comentó la parábola evangélica del sembrador. (Plaza de San Pedro, miércoles 21 de mayo de 2025).

 * * * 

«La parábola del sembrador habla precisamente de la dinámica de la palabra de Dios y de los efectos que produce. De hecho, cada palabra del Evangelio es como una semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la imagen de la semilla, con diferentes significados. En el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que ocurre en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido en el campo. ¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y provoca toda realidad.

Al principio, vemos a Jesús que sale de su casa; una gran multitud se reúne a su alrededor (cf. Mt 13, 1). Su palabra fascina y despierta la curiosidad. Entre la gente hay, evidentemente, muchas situaciones diferentes. La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola.

Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no se preocupa en donde cae la semilla. La arroja incluso donde es improbable que dé fruto: en el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud sorprende a los oyentes y los lleva a preguntarse: ¿por qué?

Estamos acostumbrados a calcular las cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto que el destino de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores. Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios.

Al contar cómo la semilla da fruto, Jesús también está hablando de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a «desperdiciarse» por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.

Tengo en mente ese hermoso cuadro de Van Gogh: El sembrador al atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla también del esfuerzo del campesino. Y me llama la atención que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece una imagen de esperanza: de una forma u otra, la semilla ha dado fruto. No sabemos muy bien cómo, pero es así. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador, que está a un lado, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, tal vez para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a veces nos parezca ausente o lejano. Es el sol que calienta la tierra y hace madurar la semilla. Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de la vida nos alcanza hoy la palabra de Dios? Pidamos al Señor la gracia de acoger siempre esta semilla que es su palabra. Y si nos damos cuenta de que no somos terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle que siga trabajando en nosotros para convertirnos en terreno mejor».

Fuente: www.vatican.va


domingo, 29 de junio de 2025

PEDRO Y PABLO, DISTINTOS PERO SIEMPRE HERMANOS

Extracto de una homilía del Papa Benedicto XVI pronuniada durante la celebración de las primeras vísperas de la fiesta de San Pedro y San Pablo. (Basílica de San Pablo Extramuros, jueves 28 de junio de 2007).

* * *

«Una antiquísima tradición, que se remonta a los tiempos apostólicos, narra que precisamente a poca distancia de este lugar tuvo lugar su último encuentro antes del martirio:  los dos se habrían abrazado, bendiciéndose recíprocamente. Y en el portal mayor de esta basílica están representados juntos, con las escenas del martirio de ambos. Por tanto, desde el inicio, la tradición cristiana ha considerado a san Pedro y san Pablo inseparables uno del otro, aunque cada uno tuvo una misión diversa que cumplir:  san Pedro fue el primero en confesar la fe en Cristo; san Pablo obtuvo el don de poder profundizar su riqueza. San Pedro fundó la primera comunidad de cristianos provenientes del pueblo elegido; san Pablo se convirtió en el apóstol de los gentiles. Con carismas diversos trabajaron por una única causa:  la construcción de la Iglesia de Cristo.

En el Oficio divino, la liturgia ofrece a nuestra meditación este conocido texto de san Agustín: En un solo día se celebra la fiesta de dos apóstoles. Pero también ellos eran uno. Aunque fueron martirizados en días diversos, eran uno. San Pedro fue el primero; lo siguió san Pablo. (...) Por eso, celebramos este día de fiesta, consagrado para nosotros por la sangre de los Apóstoles (Disc. 295, 7. 8). Y san León Magno comenta: Con respecto a sus méritos y sus virtudes, mayores de lo que se pueda decir, nada debemos pensar que los oponga, nada que los divida, porque la elección los hizo similares, la prueba semejantes y la muerte iguales (In natali apostol., 69, 6-7)»…

Por tanto, aunque humanamente eran diversos, y aunque la relación entre ellos no estuviera exenta de tensiones, san Pedro y san Pablo aparecen como los iniciadores de una nueva ciudad, como concreción de un modo nuevo y auténtico de ser hermanos, hecho posible por el Evangelio de Jesucristo. Por eso, se podría decir que hoy la Iglesia de Roma celebra el día de su nacimiento, ya que los dos Apóstoles pusieron sus cimientos. Y, además, Roma comprende hoy con mayor claridad cuál es su misión y su grandeza. San Juan Crisóstomo escribe: El cielo no es tan espléndido cuando el sol difunde sus rayos como la ciudad de Roma, que irradia el esplendor de aquellas antorchas ardientes (san Pedro y san Pablo) por todo el mundo... Este es el motivo por el que amamos a esta ciudad... por estas dos columnas de la Iglesia (Comm. a Rom 32).




 

viernes, 27 de junio de 2025

CORAZÓN DE JESÚS, DELICIA DE TODOS LOS SANTOS

«¡Oh, Jesús, si en este día en que celebramos la fiesta de tu Sagrado Corazón quisieses encerrarnos en Él para no salir nunca más!»

Apuntes de una meditación dirigida por San Josemaría Escrivá en la noche del 3 al 4 de junio de 1937, vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Refugiado en la Legación de Honduras, no obstante las penalidades y angustias de la guerra civil española, su corazón no refleja tristeza ni amargura; solo suspira por refugiarse él y los suyos en ese Horno de ardiente caridad que es el Corazón de Cristo, y saborear las delicias que en él se encierran.

* * * 

«Ciérrense los ojos de nuestro cuerpo, ábranse los de nuestra alma; tengan paz nuestros oídos y pongámonos a escuchar la voz de nuestro Jesús. Hablémosle en confidencia amorosa, como amigos íntimos, como hermanos, como hijos. ¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti y, embriagado y sustentado de este amor, desentenderse completamente de las cosas mundanas!

¡Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera y quedase amorosamente hundido en tu seno, amándote sin cesar y siendo amado de Ti, y reviviese el encanto de aquella vieja leyenda del monje que pasó los siglos -siglos que no fueron sino un momento- arrobado, en la presencia de tu infinita hermosura! Decía la leyenda que saliendo el monje del convento, fuese al bosque; pero allí Tú te apareciste ante sus ojos. Él se quedó quieto, gozándose de tu vista. Cuando terminó su contemplación, se levantó para regresar al convento. Pero sus muros eran otros, viejos, desmoronados. Miró en torno suyo y vio muy añosos los árboles. Llamó, al fin, y un fraile en hábito negro le abrió. El monje contempló con asombro su propio hábito blanco; el que le había abierto era de otra Orden. Es que su contemplación había durado tres siglos y en ellos el mundo se había agitado, la revolución había pasado, arrollándolo todo, por aquellas tierras, y tras esos sucesos una nueva Orden se había asentado en el monasterio. Tres siglos del mundo, largos, llenos de devastación, de ruido, de agitación, no eran sino un momento ante la eternidad de Dios.

¡Jesús: verte, hablarte, amarte y sentirse amado de Ti! ¡Olvidarse de las ataduras de este mundo, librarse de su yugo y dejarte la plena posesión de nuestro corazón, abierto para Ti y sólo para Ti! Tú sabes, Señor, que te amo. Sí –te lo confieso como Pedro (Cfr. Jn 21, 17)–, Tú sabes que, a pesar de mi miseria, te amo, y que en medio de mis locuras no he dejado de amarte. Pues multiplica Tú, con tu poder y tu piedad, este amor hasta que no tenga límite ni medida. Hiere el corazón de este pobre y los de todos mis hijos, los de todos tus hijos, y aplícales tu cauterio para que nunca más deseen gustar de las cosas mundanas. Envuélvenos en las llamas de tu amor, y que nos consuman y nos curen y nos purifiquen. Dios mío, que seamos ya tuyos, tuyos solamente, y no nos sintamos atraídos por los goces y afectos de aquí abajo. ¡Oh, Jesús, si en este día en que celebramos la fiesta de tu Sagrado Corazón quisieses encerrarnos en Él para no salir nunca más! …

Yo quiero verme ahora, Dios mío, junto a la herida de tu pecho; y pensar en todos mis hijos, en todos los que ahora son miembros vivos de este Cuerpo vivo de tu Obra. Nombrándolos, consideraré sus cualidades, sus virtudes, sus defectos, y luego te suplicaré, empujándolos hacia Ti, uno a uno: "¡Adentro!". Los meteré dentro de tu Corazón. Así quiero hacer con cada uno y con todos los que vendrán después, durante siglos, hasta el fin del mundo, a formar parte de esta familia sobrenatural. Todos, todos unidos en el Corazón de Cristo, todos hechos uno por amor a Él y todos desprendidos de las cosas de la tierra por la fuerza de este amor acompañado de la mortificación. Queremos ser como los primeros cristianos; vamos a revivir su espíritu en el mundo. Empecemos, pues, por hacer real dentro de la Obra aquella afirmación: congregavit nos in unum Christi amor (Himno Ubi caritas).

(San Josemaría Escrivá, Crecer para adentro, Textos tomados de la predicación del Fundador del Opus Dei Madrid 1937, Roma 1997, p. 105 y ss.)


lunes, 23 de junio de 2025

EL PORQUÉ DE LA PROCESIÓN DEL CORPUS

El Papa León XIV preside a pie su primera procesión del Corpus

¿Por qué en la fiesta del CORPUS se lleva solemnemente la Santísima Eucaristía en procesión?


–En la fiesta del Corpus se lleva solemnemente la Santísima Eucaristía en procesión:
 
1° para honrar la Humanidad Santísima de nuestro Señor, escondida en las especies sacramentales;
2° para avivar la fe y aumentar la devoción de los fieles a este misterio;
3° para celebrar la victoria que ha dado a su Iglesia contra todos los enemigos del Sacramento;
4° para reparar de algún modo las injurias que recibe de los enemigos de nuestra religión.

¿Cómo hay que asistir a la procesión del CORPUS?

–A la procesión del Corpus hay que asistir:


1° con gran recogimiento y modestia, no mirando a una parte y a otra ni hablando sin necesidad;
2° con intención de honrar por medio de nuestras adoraciones el triunfo de Jesucristo;
3° pidiéndole humildemente perdón de las comuniones indignas y de todas las demás profanaciones que se cometen contra este divino Sacramento;
4° con sentimientos de fe, confianza, amor y reconocimiento a Jesucristo, presente en la hostia consagrada.

(Catecismo de San Pío X)


 

domingo, 1 de junio de 2025

¿CÓMO CELEBRAR LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR?

¿Qué hemos de hacer para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión?

–Para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión hemos de hacer tres cosas:

1ª adorar a Jesucristo en el cielo como medianero y abogado nuestro;

2ª despegar enteramente nuestro corazón de este mundo como de lugar de destierro y aspirar únicamente al cielo, nuestra verdadera patria;

3ª determinarnos a imitar a Jesucristo en la humildad, en la mortificación y en los padecimientos, para tener parte en su gloria. (Catecismo San Pío X).


 

lunes, 26 de mayo de 2025

¡HE AHÍ EL AMOR MÍO, DADME EL AMOR MÍO!

San Felipe Neri

«San Felipe, el venerado apóstol de Roma, que tuvo la dicha de morir el día mismo del Corpus Christi, yacía sobre su lecho, extenuado de fuerzas por los males que le afligían; octogenario, había llegado ya al término de su carrera. No habla el santo anciano; parece que duerme. Pero no duerme; es que está absorto en Dios; está en espera y aguarda… De repente un sonido de campanillas lo conmueve… ¡Es el Viático, es el Señor que viene… el Señor! A este sonido, sus fuerzas retornan, sus miembros parecen reanimarse; quiere arrojarse del lecho y arrodillarse a toda costa… Y cuando ve aparecer el Santísimo Sacramento, no es ya hombre de la tierra; en aquel momento, Felipe Neri es ángel del cielo; diré mejor, es un serafín herido, un serafín que arde, que grita: ¡He ahí el Amor mío, he ahí el Amor mío…dadme, dadme el Amor mío! Si nadie hubiese escrito la vida de San Felipe Neri, esta escena de cielo bastaría para revelarla; bastaría este momento solo para testificar la virtud de sus gloriosos ochenta años. El último grito de su vida sería su panegírico más hermoso; y solo el Viático demostraría que era un gran santo, y especialmente un grande enamorado del Santísimo Sacramento» (Antonio de Castellammare, El alma eucarística, Ed. Casals, p. 261).

lunes, 19 de mayo de 2025

DOS HERMOSAS COLECTAS DEL VIEJO MISAL

El antiguo misal es un tesoro de oraciones preciosas que no termino de descubrir del todo. En mis últimas vacaciones me topé con dos hermosas colectas, lamentablemente desaparecidas en el misal de Pablo VI, que han sido de gran provecho para mi meditación. Se trata de la colecta de la misa votiva de San Pedro y San Pablo y de la colecta de la misa votiva de la Pasión del Señor. En la primera, sobresale la idea de que los Apóstoles Pedro y Pablo, auténticos cimientos de la Iglesia, deben toda su fortaleza al potente brazo de Dios que los ha liberado de las turbulencias y profundidades del mar; es siempre su mano salvadora la que los saca a flote. La segunda es una maravillosa síntesis cristológica–espiritual: Jesucristo ha bajado del cielo para derramar copiosamente su sangre por nosotros y así darnos la posibilidad de que, colocados a su derecha, merezcamos escuchar de sus labios de Juez universal una sentencia favorable de salvación: Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino…


Colecta de la misa votiva de San Pedro y San Pablo:

«Oh Dios, cuya diestra sostuvo a Pedro caminando sobre las olas para que no se hundiese y salvó a Pablo, su hermano en el apostolado, náufrago por tres veces, de lo más profundo del mar; óyenos propicio, y concede que, por los méritos de ambos, alcancemos la gloria de la eternidad. Tú que vives y reinas».

«Deus, cujus déxtera beátum Petrum, ambulántem in flúctibus, ne mergerétur, eréxit, et coapóstolum ejus Paulum, tértio naufragántem, de profundo pélagi liberávit: exáudi nos propítius, et concéde; ut, ambórum méritis, æternitátis glóriam consequámur: Qui vivis et regnas». 


Colecta de la misa votiva de la Pasión del Señor:

«Oh Señor Jesucristo, que desde el seno del Padre has bajado de los cielos a la tierra para derramar tu preciosa sangre en remisión de nuestro pecados; te suplicamos humildemente que, colocados en el día del juicio a tu derecha, merezcamos oír: Venid, benditos. Tú que con el mismo Dios Padre y el Espíritu Santo vives y reinas».

«Dómine Jesu Christe, qui de coelis ad terram de sinu Patris descendísti, et sánguinem tuum pretiósum in remissiónem peccatórum nostrórum fudísti: te humíliter deprecámur; ut in die judícii, ad déxteram tuam, audíre mereámur: Veníte, benedícti: Qui cum eodem Deo Patre et Spíritu Sancto vivis et regnas Deus, per ómnia sǽcula sæculórum».

 

miércoles, 30 de abril de 2025

LA SABIDURÍA DE CATALINA. SOLO SÉ QUE NADA SOY

Santa Catalina de Siena

La célebre frase atribuida universalmente a Sócrates «sólo sé que nada sé» inmortalizó un principio básico del saber recto: solo una actitud humilde de la inteligencia (nada sé) nos pone en óptimas condiciones de captar la realidad objetiva del mundo y del hombre. En el ámbito religioso sucede algo muy similar; solamente la conciencia de que no somos nada nos acerca al que lo es todo, Dios Creador nuestro. Esta percepción de radical insuficiencia está en la base de la vida de los santos, los amigos íntimos de Dios. Así lo refleja un breve ensayo sobre Catalina de Siena.

* * *

«¿No se creería uno estar escuchando el eco de la lección fundamental recibida en la diminuta celda de Siena: «Hija mía —le había dicho el Señor—, sabes quién eres tú y quién soy Yo? Si posees este doble conocimiento, serás feliz. Tú eres la que no es; Yo soy el que soy.»

Lección corta, de fecundidad inagotable, que guio la vida entera de Catalina y puso en su oración el distintivo de la humildad. La santa debía de pensar en esto, sin duda, cuando se explayaba con impetuoso entusiasmo:


¡Oh Bien supremo y eterno! ¿Quién, pues, te indujo a Ti, Dios infinito, a iluminarme con la luz de tu verdad, a mí, tu pequeña criatura? Sólo Tú, Fuego de amor. Siempre el Amor, el Amor sólo, te impulsó y te impulsa a crear a tu imagen y semejanza tus criaturas racionales y a tener misericordia de ellas, colmándolas de gracias infinitas y de dones sin mesura...

En cuanto a mí, soy la que no es. Si dijera que soy algo por mí misma, mentiría, sería hija del demonio, padre de la mentira. Tú sólo eres el que es. 

Magnánima humildad. Sentía esta alma transparente irresistible necesidad de hacer justicia al infinito; un movimiento irreprimible le forzaba a rebajarse, a prosternarse ante «el que es». Escuchadla orar: «Yo hablaré al Señor —decía el Patriarca Abraham—aunque no sea más que polvo y ceniza.» Así Catalina: sus oraciones comienzan por un grito de humildad, de sumisión, de adoración; no puede olvidar quién es y a quién se dirige:


¡Oh soberana y eterna Bondad! ¡Ay! ¿Qué soy, pues, miserable para que Tú, padre eterno y soberano, me hayas manifestado la Verdad?...

Por Ti, oh médico celeste, amor inefable de mi alma, suspiro con ardor. Oh Trinidad eterna e infinita, recurro a Ti, a pesar de mi pequeñez, y te suplico en unión con el cuerpo místico de la Santa Iglesia, que purifiques con tu gracia toda mancha de mi alma.

Ahora bien, no solamente tiene la humildad esencial de toda criatura que conoce su origen, sino esta otra humildad—más penosa a la naturaleza— del pecador que conoce su historia. La persigue el recuerdo de sus faltas.

Mas ¿qué desórdenes, se preguntará el lector, podía llorar esta privilegiada de la gracia que jamás conoció el pecado mortal?

La conciencia de los santos tiene delicadezas que nos asombran y nos desconciertan. Y, sin embargo, tienen razón. Además de que Catalina no cesó nunca de reprocharse con amargura la tibieza en que la sumió su hermana Bonaventura, atribuía particular gravedad a sus faltas de omisión de las que se acusó hasta el último momento, persuadida de que estas faltas eran la causa de los desfallecimientos de sus discípulos y las desventuras de la Iglesia: si su oración hubiese sido más ferviente ¿no hubiera evitado los azotes que ella ya veía cernerse sobre la cristiandad? «Si yo estuviera totalmente inflamada por el fuego del amor divino, decía a su confesor ¿no rezaría a mi Creador con un corazón de llamas, y El, soberanamente misericordioso, no se apiadaría de todos mis hermanos y les concedería el estar inflamados por el fuego que estaría en mí? ¿Cuál es el obstáculo para este gran bien? Mis pecados, sin duda». Se reprocha, pues, con amargura, no corresponder a la gracia. Con frecuencia, en su oración, cuando el impulso de la caridad parecía arrebatarla, se detenía de repente, como ante un obstáculo que amenazara quebrar el impulso de su oración, y se le oía acusarse:


¡Señor, yo he pecado; ten piedad de mí! Seguí en todo momento la ley perversa que hay en mí... No te he conocido a Ti, Luz verdadera.

Y con todo le plugo a tu caridad iluminarme... Yo no he sabido guardar mi memoria llena sólo de Ti y de tus beneficios inmensos. No he fijado mi inteligencia conforme a tu voluntad, no me he aplicado únicamente a buscar tu agrado; tampoco mi voluntad se ha empleado en amarte con todas sus fuerzas y sin mesura, como Tú me lo pedías. Yo te he ofendido».  

(M.V. Bernadot, O.P., Santa Catalina de Siena al Servicio de la Iglesia, Madrid 1958, pp. 20-23. Los destacados son nuestros).


martes, 29 de abril de 2025

UNA ESTOLA PAPAL SOBRE LOS HOMBROS DE SARAH

  

Actualizo una entrada que hice en este blog hace ya más de siete años (ver aquí). El momento que vivimos le proporciona una interesante actualidad. Cada lector podrá sacar sus propias conclusiones sobre el paralelismo de las anécdotas que aquí se relatan. Por mi parte, solo añado esta oración a Jesús Buen Pastor: Señor, reconozco que no lo merecemos, pero por favor reconoce Tú que lo necesitamos. Fiat voluntas tua!

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¿RECUERDO O PRESAGIO?

Benedicto XVI crea cardenal a Mons. Robert Sarah

Releo con emoción un pasaje del libro Dios o nada del Cardenal Sarah. Se trata del último párrafo con el que su Eminencia concluye los recuerdos de la visita de San Juan Pablo II a su tierra natal de Guinea, en febrero de 1992. La escena tiene lugar en los jardines del arzobispado de Conakri, la noche antes de la partida del Pontífice, junto a una gruta de Nuestra Señora de Lourdes.

«Después de coronar la imagen de la Santísima virgen -relata el Cardenal-, el Papa se arrodilló y permaneció recogido un buen rato. La profundidad y la duración de su oración, interminable, impactaron a los fieles allí reunidos. Después se levantó y, dirigiéndose lentamente hacia mí, depositó la hermosa estola que llevaba sobre mis hombros. Sentí una profunda emoción, sin entender el motivo de su gesto, que no estaba previsto. Al subir hacia la residencia, me abrazó y me dijo con rotundidad: ‘Ha sido un bonito final’» (Card. Robert Sarah, Dios o nada, Madrid 2015, p. 84).

Su lectura me evoca inmediatamente un suceso similar ocurrido entre Pablo VI y el entonces Patriarca de Venecia, Cardenal Albino Luciani, luego Beato Juan Pablo I. El mismo Pontífice lo contó en su primer Angelus, cuando explicó a los fieles allí congregados el porqué de su nombre Juan Pablo: 

«Ayer por la mañana, fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca habría imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos colegas que tenía al lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: ‘ánimo, si el Señor da un peso, dará también las fuerzas para llevarlo’. Y el otro compañero: ‘no tenga miedo, en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa’. Al llegar el momento, he aceptado.

Después vino la cuestión del nombre, porque preguntan también qué nombre se quiere tomar, y yo había pensado poco en ello. Hice este razonamiento: el Papa Juan quiso consagrarme él personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo, no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo poner completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre los hombros. Jamás me he puesto tan rojo. Por otra parte, en quince años de pontificado, este Papa ha demostrado, no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo. (Angelus, 27 de agosto de 1978).


martes, 22 de abril de 2025

MEDITACIÓN DE PASCUA. ¿A QUIÉN BUSCAS?

Aparición a María Magdalena. Alejandro Andreevich Ivanov
Imagen: arthive.com

«Las misas de la semana de Pascua nos van recordando en sus evangelios las diversas apariciones de Cristo resucitado. La primera y una de las más conmovedoras es en la que Jesús se manifestó a María Magdalena. (Jn 20, 11.18). En este episodio María se nos presenta de nuevo con su inconfundible carácter de alma completamente arrebatada por el amor de Dios. Llega al sepulcro, y apenas «ve la piedra quitada del monumento», un solo pensamiento la obsesiona: «Han quitado al Señor del sepulcro»: ¿quién habrá sido?, ¿dónde le habrán puesto? Y va preguntando a todos los que encuentra, creyéndolos a todos dominados por la misma idea, por esa misma ansia en que ella se abrasa: les pregunta a Pedro y a Juan, a quienes ha venido a avisar, a los ángeles, al mismo Jesús. Las otras mujeres, apenas advierten que está el sepulcro abierto, entran en él para ver lo que ha pasado; ella corre a toda prisa para comunicar la noticia a los Apóstoles. Y después vuelve: ¿qué va a hacer allí junto a la tumba vacía? No lo sabe, pero su amor la arrastra hacia el sepulcro y la ata al lugar donde había sido colocado el cuerpo del Maestro, aquel Cuerpo que ella quiere encontrar de nuevo a toda costa.

Ve a los ángeles, pero no se maravilla ni se turba como las otras mujeres: el dolor absorbe su alma haciendo imposible cualquier otra emoción. Y cuando los ángeles le preguntan: ¿Por qué lloras mujer?, ella responde inmediatamente: «Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto». Poco después Jesús le hace la misma pregunta, y María absorta y ensimismada en sus pensamientos, no le reconoce, y creyendo que era el hortelano, le dice: «Señor, si lo has cogido tú, dime dónde lo has puesto, y yo lo tomaré». La obsesión por hallar de nuevo a Jesús domina de tal manera todo su ser que ni siquiera siente la necesidad de nombrarle; cree que todos piensan en su Jesús y que entenderán al vuelo su petición, como si todos estuviesen poseídos por el mismo estado de ánimo que vive ella.

Cuando el amor y el deseo de Dios se han apoderado totalmente de un alma, hacen imposible que surjan en ella otros amores, otros deseos o preocupaciones. Todos sus movimientos están orientados hacia Dios, y el alma no hace más que buscar en todo únicamente a Dios». (Gabriel de S. M. Magdalena O.C.D. Intimidad Divina, Burgos 1961, p. 638).

 


 

sábado, 19 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. EL DESCENDIMIENTO

El Descendimiento de la Cruz. Pedro Machuca
Imagen: wikipedia.org 

El descendimiento de Cristo de la Cruz ha inspirado pinturas extraordinarias y meditaciones sublimes. Es la hora de la suprema «impotencia» de Dios, que nos obliga a intervenir, a apresurarnos para darle pronta y piadosa sepultura en el corazón. ¡Al fin podemos sentirnos útiles!

* * *

«Nicodemo y José de Arimatea discípulos ocultos de Cristo interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43): ¡valentía heroica!

Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

Cuando todo el mundo os abandone y desprecie…, serviam!, os serviré, Señor» (San Josemaría Escrivá, Via Crucis, XIV, 1).


El Descendimiento. Obra copiada de Correggio

«Él no ha estado en tus brazos, Madre de Dios, desde que era niño, y tienes ahora un motivo para reclamar, cuando el mundo ha hecho lo peor, porque eres la favorecida, la bendecida, la agraciada madre del Altísimo. Nos alegramos en este gran misterio. Él estuvo escondido en tu seno, recostado en tu regazo, amamantado por tus pechos, llevado en tus brazos, y ahora que está muerto es puesto sobre tus rodillas. Virgen Madre de Dios, ruega por nosotros» (San John Henry Newman, Via Crucis, XIII).

 

viernes, 18 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. CORONACIÓN E IMPROPERIOS

Coronación de espinas e improperios. 
Atribuido al Maestro de la Sisla 
Imagen: wikipedia.org

Noche horrible y siniestra la que pasó nuestro Redentor luego de su prendimiento en el huerto. Es comprensible que la devoción cristiana haya fomentado largas noches de vela y vigilia –de jueves a viernes– en desagravio a esa noche de dolor y humillación que precedió la muerte de Jesús. Los pinceles siempre serán insuficientes para expresar en plenitud la inmensidad del dolor Cristo y la serena majestad con que los sobrellevó. Sin embargo, el genio artístico nos ha proporcionado a lo largo de los siglos obras maestras de la Pasión que nos ayudan a vislumbrar el misterio de ese sufrimiento. Con piedad y talento literario, escribe un autor contemporáneo:

«Podría parecer que los golpes y salivazos, las injurias y bofetadas, comenzaron solo cuando Jesús estuvo en manos de los soldados del César. Pero en realidad habían empezado desde el mismo prendimiento, por parte de la guardia del templo, y ahora, antes de ser llevado a Pilato, se redoblaron con nueva intensidad. «Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban» (Lc 22, 63). Jesús quedaba a merced de aquellos guardias como un hombre sin derechos, sin honra, sin dignidad humana: podían tratarlo como se les antojara.

Es costumbre casi universal del mundo civilizado el respeto con que se trata a quien ha sido condenado a muerte. Ese respeto procede de la compasión humana hacia el que vive sus últimos momentos, y de la solemnidad que infunde el misterio de la muerte. Ni una ni otra cosa estuvieron presentes en el trato que recibió Cristo después de la sentencia del Sanedrín. La violencia física, que había comenzado con el prendimiento, se exacerbó tras la sentencia, y continuó hasta el momento mismo de presentar el caso ante el procurador romano.

En efecto, tras la condena Jesús fue entregado a los verdugos de su propio pueblo, quienes, autorizados y aun azuzados por sus jefes, «comenzaron a escupirle en la cara y a golpearle» (Mt 26, 67). Escupir a alguien, y más en la cara, es el gesto universal del sumo desprecio. Como esos guardias conocían bien la fama de profeta que tenía Jesús ante el pueblo (Mt 16, 14), no iban a desperdiciar la ocasión de ponerlo en ridículo. Y así, «tapándole la cara» (Mc 14, 65), «los que le abofeteaban decían: “Adivina, mesías, ¿quién es el que te golpeó?”» (Mt 26, 68). «Y otras muchas injurias decían contra él» (Lc 22, 65).

Un juego infantil ya inventado en la antigüedad, semejante a nuestra gallinita ciega, comenzó a practicarse con la víctima en su versión más humillante. Esos lacayos tenían en su poder al hombre indefenso que sus autoridades habían puesto a su merced, con la recomendación tácita o expresa de hacer con él lo que se les antojara, como si les hubieran dicho: allí tenéis a vuestro rey mesías, rendidle los homenajes que le corresponden. Y no ignoramos el frenesí de los peores instintos, y los grados de crueldad que pueden alcanzar esas masacres, sobre todo cuando son legitimadas por la jefatura.

La Burla de Cristo. Maestro de Messkirch

¿Cómo pasó Jesús el resto de la noche, que poca debía quedar ya? Seguramente en la mazmorra o el calabozo que habría en el palacio del tribunal, donde sus guardianes no le darían tregua: algo quedaba todavía de su rostro sin escupir, algo de su honra sin mancillar. Así hasta que se cansaron y se echaron a dormitar. Jesús, en tanto, oraba por ellos, y por todos los verdugos que le esperaban todavía hasta el descanso de la muerte, y por nosotros los pecadores todos, que no lo tratamos mejor que ellos.

Golpes y más golpes hasta que el sueño los venció. En los bajos fondos del alma hay alegría, una vil alegría, cuando la manifiesta superioridad de un hombre, que roza los cielos, queda entregada en manos de los inferiores empoderados, abandonada al capricho de sus instintos, y quizá al peor de todos ellos: la humillación de la grandeza, la venganza de la bajeza ante todo lo que es superior, el pisoteo de lo sublime, la profanación de lo sagrado.

Cuando lo más alto está en poder de lo más bajo, y lo superior a merced de lo inferior, el peor de los resentimientos humanos se toma su desquite, y practica con júbilo esa inversión de todas las jerarquías del espíritu en su forma perfecta: la profanación.

«Pueblo mío, ¿qué te he hecho, o en qué te he contristado? ¡Respóndeme!» (Mi 6, 3). ¿Acaso por los ciegos, leprosos, paralíticos tuyos a quienes devolví la salud? ¿Acaso por las parábolas sin número con que te revelé los misterios del reino de los cielos? ¿Acaso por los demonios que de ti expulsé, por los muchos pecados que te perdoné?».

(José Miguel Ibáñez Langlois, La Pasión de Cristo, Rialp, Madrid 2021, pp. 85-88).


 



 

jueves, 17 de abril de 2025

JUEVES SANTO. PIADOSA REFLEXIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Jesucristo. Detalle de la última cena 
de Leonardo da Vinci

«Mientras estaban cenando tomó Jesús el pan y lo bendijo y partió y dióselo a sus discípulos diciendo: Tomad y comed; éste es mi cuerpo (Mt 26, 26). Después del lavatorio de los pies, acto de tan grande humildad, que Jesucristo recomendó a sus discípulos, volvió a tomar sus vestidos, y, sentándose de nuevo a la mesa, quiso dar a los hombres la última prueba de amor de su corazón: fue la institución del Santísimo Sacramento del altar. Tomó el pan, lo consagró y, partiéndolo entre sus discípulos, les dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Luego les recomendó que cada vez que comieran aquel pan se acordasen de la muerte que iba a padecer por su amor, recomendación que interpreta San Pablo diciendo: Tosas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor (I Cor 11, 26). Obró entonces Jesucristo como obraría un príncipe que está para morir y ama entrañablemente a su esposa; entre sus joyas escogería la de más subido precio, llamaría a la esposa y le diría: voy a morir, amada mía, y para que no te olvides de mí te dejo por recuerdo esta alhaja; cuando la mires, acuérdate de mí y del amor que te he tenido». (San Alfonso M. de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 135). 


 

miércoles, 16 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. PRENDIMIENTO Y TRAICIÓN

El Prendimiento de Cristo
 Anton Van Dyck (1599 - 1641)

El beso de un discípulo es ahora la señal acordada para traicionar al Maestro y entregarlo en manos de sus enemigos. Por treinta miserables monedas, que dentro de poco deberá arrojar como carbones encendidos que queman su alma y sus manos, Judas ha decidido abandonar a su Maestro. El salmista ya había profetizado este dolor profundo de Cristo durante su prendimiento en el huerto: «Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad» (Ps, 54, 13-15).

Este inaudito episodio de la vida de Nuestro Señor, en el umbral mismo de su Pasión redentora, también ha quedado inmortalizado en telas de grandes pintores como Caravaggio y Van Dick. En ellas la figura de Cristo, que irradia paz y misericordia, contrasta con la furia y agitación de sus captores. 

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Breve comentario espiritual. «Prendieron a Jesús y lo ataron (Io 18,4). ¿Pero qué es lo que veo? ¡un Dios maniatado!, comenta San Alfonso María de Ligorio. Y añade más adelante: «Mira, alma mía, cómo mientras unos le cogen y le atan las manos, le injurian otros y le hieren, el inocente Cordero se deja maniatar y herir a gusto de sus verdugos; no pretende huir, ni pide socorro ni se lamenta de tantos baldones recibidos, ni pregunta por qué así le maltratan. En aquel momento se cumplió la profecía de Isaías que dijo: Se ofreció a la muerte porque Él mismo lo quiso, y no abrió su boca; será llevado a la muerte como oveja al matadero» (Is 53, 7).

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Breve comentario iconográfico. «En la oscuridad del monte de los Olivos, Jesús recibe el beso que consuma la traición de Judas, mientras Pedro con su espada corta la oreja a Malco, criado del Sumo Sacerdote, según describe el relato evangélico. Esta obra corresponde a la producción juvenil de Van Dyck, inspirada directamente en modelos venecianos. El bajo punto de vista y la utilización de un único foco de luz contribuyen a lograr una gran intensidad dramática, muy apropiada para el acontecimiento». 

«Van Dyck sigue con bastante fidelidad el relato del Prendimiento de Cristo que hacen los evangelistas: la multitud de soldados y sacerdotes que van a buscarle, las linternas, antorchas y armas que llevan, el beso de Judas, el momento en que Pedro corta la oreja al criado del Sumo Sacerdote. 

El pintor destaca la ondulante energía de la agresiva muchedumbre, cuyos gestos y tosquedad física se oponen a la contenida serenidad y la idealizada belleza de Cristo, tal y como recogen los Evangelios, que hacen hincapié en la tranquilidad de Jesús frente a la violencia que le rodea, especialmente cuando recrimina a Pedro que use la violencia contra Malco, el criado del Sumo Sacerdote». Muy expresiva me parece la mirada que Jesús dirige a Judas: traslada fielmente a la tela las palabras que brotaron de sus labios: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? (Lc 22, 48). Compasión y decepción a la vez.


Fuente: museodelprado.es