martes, 25 de enero de 2022

«ÉSTE ES PARA MÍ VASO DE ELECCIÓN»

San Pablo de Guido Reni

Santo Tomás de Aquino escribió un hermoso prólogo a modo de introducción general a sus comentarios sobre las epístolas paulinas. Para presentar la extraordinaria figura de San Pablo, el Aquinate se inspira en las palabras que el Señor dirige a Ananías para sacarlo de su asombro ante el encargo se salir a su encuentro: Ve, porque éste es para mí vaso de elección (Hechos, 9, 15). La imagen de un vaso predilecto con la que el Señor alude aquí a Saulo de Tarso sirve a Santo Tomás para presentar la sublime figura del Apóstol. En un vaso podemos considerar cuatro aspectos: su constitución, es decir, el material del que está hecho; su capacidad receptiva, esto es, el líquido que puede ser vertido en él; el uso o finalidad que se le da; finalmente, los frutos que su uso proporciona. Refiriendo la imagen a San Pablo, Tomás de Aquino dirá que Pablo fue un vaso de oro macizo por el resplandor de su sabiduría y el adorno de todas las virtudes; un vaso lleno y rebosante del nombre de Cristo; un vaso destinado a llevar ese nombre a los confines de la tierra, y finalmente, un vaso de desbordante fecundidad apostólica y santidad de vida. En fin, un texto para meditar reposadamente y acrecentar nuestro amor por el gran apóstol de Jesucristo.

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«Éste es para mí vaso de elección» (Hechos 9, 15). En la Sagrada Escritura encontrarnos hombres comparados con vasos por cuatro cosas: por su constitución, por lo colmados, por el uso y por el fruto.

Lo primero es pues en cuanto a la constitución; porque, en efecto, el vaso está sujeto a la voluntad del artesano. Volvió a empezar transformándolo en otro vaso diferente, como mejor le pareció al alfarero (Jr 18,4). De la misma manera la hechura de los hombres está sujeta a la libre decisión de Dios, y así dice el Salmo (99,  2): Él nos ha hecho, y no nosotros a Él. Por lo cual dice Isaías  (45, 9): ¿Acaso, le dice la arcilla a su modelador: qué haces? Y más adelante: ¿Acaso el vaso dirá al que lo modeló: por qué me has hecho así? (Rm 9, 20). De aquí que según sea la voluntad de Dios artífice, es diversa la constitución de los vasos. En una casa grande no hay solamente vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro (2 Tim 2,20).

Ahora bien, qué clase de vaso fuera el bienaventurado Pablo, que es llamado vaso de elección en las palabras antes dichas, se ve claro por lo que dice el Eclesiástico (50, 10): Como vaso de oro macizo, adornado de toda clase de piedras preciosas. Vaso de oro fue ciertamente por el brillo de su sabiduría, de la cual se puede entender lo que dice el Génesis (2, 12): El oro de aquel país es de lo mejor porque, como dice el libro de los Proverbios (3, 15): Más preciosa es que todas las perlas. De aquí que también San Pedro lo atestigua diciendo: Como os lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue otorgada (2 Pedro 3,15). Entero fue ciertamente en la virtud de la caridad, de la cual dice el Cantar de los Cantares (8, 6): Fuerte es el amor como la muerte. Por lo cual el mismo San Pablo dice (Rm 8, 38): Persuadido estoy de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni cosas presentes, ni cosas futuras, ni potestades, ni altura, ni profundidad, ni otra creatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor. Porque adornado estuvo de toda clase de piedras preciosas, o sea, con todas las virtudes, de las cuales dice en 1 Co 3, 12: Si sobre este fundamento se edifica oro, plata, piedras preciosas, etc. Por lo cual él mismo dice en 2 Co 1, 12: Nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, según la cual nos hemos conducido en el mundo, y principalmente entre vosotros, con simplicidad y sinceridad de Dios, no según la sabiduría de la carne, sino con la gracia de Dios.

De qué calidad fuera ese vaso se ve claramente por lo que rindió: en efecto, enseñó de manera excelentísima los misterios de la Divinidad, los cuales pertenecen a la sabiduría, y consta en 1 Co 2,6: Predicamos, sí, sabiduría entre los perfectos. También recomendó excelentísimamente la caridad (I Co 13). Instruyó a la gente sobre las diversas virtudes, como consta en Col 3 12: Vestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, benignidad, mansedumbre, longanimidad, etc.

Lo segundo es que sin duda los vasos son para llenarse de algún líquido, según aquello de 4 Reyes 4, 5: Le presentaban vasos, y los iba llenando. También hay diversidad de vasos en cuanto a su contenido. Porque algunos son vasos para vino, otros para aceite, y otros para diversos usos: así también los hombres se llenan por parte de Dios de diversas gracias como si fuera de diversos líquidos. Porque a uno, por medio del Espíritu, se le otorga palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, etc. (I Co 12,8).

Ahora bien, el vaso de que tratamos se le llenó de precioso líquido, esto es, con el nombre de Cristo, del cual se dice en el Cantar de los Cantares (I, 2): Tu nombre, un ungüento que se vierte. De aquí que se diga: Para que lleve tu nombre. En efecto, se ve que a este vaso se le llenó con este nombre, según aquello de Apocalipsis 3, 12: En él escribiré mí nombre. Pues tuvo este nombre en el conocimiento del entendimiento, según 1 Co 2, 2: Porque me propuse no saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y Este crucificado. Tuvo también este nombre en el amor de la voluntad, según Romanos 8, 35: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Y en 1 Co 16, 22 dice el Apóstol: Si alguno no ama a nuestro Señor Jesucristo, sea anatema. Y lo tuvo también siempre en la intimidad de toda su vida, por lo cual decía: Y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo (Galat 2, 20).

Lo tercero es que en cuanto al uso se debe considerar que todo vaso se destina a algún uso: algunos a lo más digno, otros a lo más vil, según Romanos 9, 2 1: ¿O es que el alfarero no tiene derecho sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honor y otro para uso vil? Así también los hombres según divina ordenación son destinados a diversos ejercicios, según aquello de Eccli 33, 10-12: Así todos los hombres vienen del suelo y de la tierra, de la que fue creado Adán. En multitud de disciplinas los diferenció el Señor, e hizo distintos sus caminos, y a unos los bendijo y ensalzó, a otros los maldijo y humilló.

Pero este vaso fue destinado para un uso noble. Porque es el vaso de los portadores del divino nombre, pues dice: Para llevar su nombre, nombre que ciertamente era necesario llevar porque muy lejos estaba de los hombres, según Is 30, 27: He aquí que el nombre del Señor viene de lejos. Lejos está, en efecto, de nosotros, por el pecado, según aquello del Salmo 118, 55: Lejos de los pecadores la salvación. Lejos está de nosotros también por la oscuridad del entendimiento. Por lo cual también de ellos se dice en Hebreos 2, 13 que las veían de lejos (las cosas prometidas). Y, en Números 24, 17 se dice: Lo veré, pero no ahora; lo divisaré, pero no de cerca. Y por eso, así como los ángeles nos trajeron divinas iluminaciones por estar nosotros alejados de Dios, así también los Apóstoles nos presentaron a nosotros la doctrina evangélica recibida de Cristo; y así también como en el Antiguo Testamento después de la ley de Moisés se leen los profetas, que le explicaban al pueblo la doctrina de la ley, según aquello de Malaquías 4, 4: Acordaos de la ley de Moisés, siervos míos; de la misma manera, en el Nuevo Testamento después del Evangelio se lee la doctrina de los Apóstoles, quienes transmitieron a los fieles las cosas que le oyeron al Señor, según 1 Corintios 2, 23: Del Señor recibí lo que os transmití a vosotros.

Así es que el bienaventurado Pablo llevó el nombre de Cristo. Lo primero, ciertamente, en el cuerpo, su vida y pasión imitando, según Galat 6, 17: Las señales de Cristo Jesús las llevo yo en mi cuerpo. Lo segundo, en la boca, lo cual se ve en que en sus epístolas frecuentísimamente nombra a Cristo. De la abundancia del corazón habla la boca, como se dice en Mateo 12, 34. De aquí que se le puede representar por la paloma, de la cual se dice (Gen 8, 11) que vino al arca trayendo en el pico un verde ramo de olivo. Como, en efecto, el olivo significa la misericordia, de manera conveniente por el ramo de olivo se entiende el nombre de Jesucristo, que también significa la misericordia, según Mateo 1, 21: Le pondrás por nombre Jesús porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. La rama de verdes hojas la llevó al arca, esto es, a la Iglesia, al expresar de múltiple manera su virtud y significación, mostrando la gracia y la misericordia de Cristo. Por lo cual dice San Pablo: Mas para esto se me hizo misericordia, a fin de que Jesucristo mostrase toda su longanimidad en mí (I Tim 1, 16). Y de aquí que, así como de entre las Escrituras del Antiguo Testamento de lo que más se echa mano en la Iglesia son los Salmos de David, que obtuvo el perdón después de su pecado, así también en el Nuevo Testamento muy frecuentemente se echa mano de las epístolas de Pablo, que obtuvo misericordia, para que por esto se enderecen los pecadores a la esperanza. Puede haber cuántas otras razones quieras, porque en una y otra Escritura se contiene poco más o menos toda la doctrina de la teología.

En tercer lugar, llevó el nombre de Cristo no sólo a los que le eran presentes sino también a los ausentes y futuros transmitiéndoles el sentido de la Escritura, según Is 8, 1: Toma una placa grande y escribe en ella con buril de hombre.

Ahora bien, en este cargo de llevar el nombre de Cristo se muestra la excelencia de Pablo en cuanto a tres cosas. La primera, ciertamente, en cuanto a la gracia de la elección, por lo que se llama vaso de elección. Desde antes de la fundación del mundo nos eligió en Cristo (Efes 1, 4). La segunda, en cuanto a la fidelidad, porque nada buscó para sí, mas todo para Cristo, según aquello de 2 Co 4, 5: Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús. Por lo cual dice Hechos 9, 15: Un vaso de elección es para mí. La tercera, en cuanto a la singular excelencia. Por lo cual él mismo dice: He trabajado más copiosamente que todos ellos (I Co 15, 10). Por lo cual señaladamente se dice: Un vaso de elección es para mí, como extraordinariamente con preferencia a los demás.

En cuanto al fruto, se debe considerar que algunos son como vasos inútiles: o por el pecado, o por extravío o error, según aquello de Jeremías 51, 34: Me desechó como cacharro vacío. Pero Pablo estuvo limpio de pecado y de extravío, por lo cual fue vaso de elección útil, según 2 Tim 2, 21: Si pues uno se purificare de estas cosas, quiere decir, de extravíos y de pecados, será un vaso para uso honroso, santificado, útil al Señor. De aquí que la utilidad o fruto de tal vaso se expresa cuando se dice: Ante los Gentiles, cuyo doctor fue, según 1 Tim 2, 7: Doctor de las gentes en la fe y la verdad. Y para los reyes, a quienes les anunció la fe de Cristo, como a Agripa, según leemos en Hechos 26, 1-29, y aun a Nerón y a sus cortesanos. De aquí que dice (Filíp 1, 12-13): Las cosas que me han sucedido han redundado en mayor progreso del Evangelio, de tal manera que se ha hecho notorio en todo el pretorio y entre todos los demás que llevo mis cadenas por Cristo. Dice Is (49, 7): Veránlo reyes, y se pondrán de pie príncipes. Y a los hijos de Israel, contra los cuales disputaba sobre Cristo: Saulo, empero, fortalecíase cada día más y confundía a los judíos que vivían en Damasco, afirmando que este es el Cristo (Hechos 9,22).

Así, pues, de las predichas palabras podemos colegir cuatro causas de esta obra, o sea, de las epístolas de Pablo, que tenemos a nuestra disposición. El primero, ciertamente, el autor, en el vaso. El segundo, la materia, en el nombre de Cristo, la cual es la plenitud del vaso, porque toda esta doctrina es sobre la doctrina de Cristo. El tercero, el modo o forma, en la manera de llevarlo. Se transmite, en efecto, esta doctrina mediante epístolas, que se acostumbraba a llevar por correos, según el texto de 2 Paralip 30, 6: Los correos con las cartas del rey de sus jefes recorrieron todo Israel, etc. El cuarto, el carácter distintivo de la obra, en la predicha utilidad. En efecto, Pablo escribió catorce Epístolas, de las cuales nueve son para instrucción de la iglesia de los Gentiles; cuatro, para prelados y príncipes de la Iglesia, o sea, para reyes; una, para el pueblo de Israel, la dirigida a los Hebreos (I, 1-2). (Santo Tomás de Aquino, Prólogo, en Comentario a la Epístola a los Romanos, Ed. Tradición, México 1982, pp. 9-11)


 

jueves, 20 de enero de 2022

LITURGIA TRADICIONAL Y DERECHOS DE DIOS

Las breves consideraciones que aquí propongo se inspiran en una columna del maestro Aurelio Porfiri titulada I puntini sulle “i” (Los puntos sobre las íes) aparecida pocos días después de la publicación del controvertido motu proprio Traditionis Custodes, restringiendo drásticamente la celebración de la misa tradicional. Conocedor de las reacciones suscitadas en determinados círculos por este documento papal, el autor nos ofrece algunas puntualizaciones en orden a centrar el debate en lo que parece ser lo más esencial y decisivo.

Sobre todo me interesa subrayar la idea de fondo que late en su análisis. Para Porfiri, el debate sobre la antigua liturgia está radicalmente mal planteado. El valor de un rito litúrgico no puede ser juzgado solo desde una perspectiva antropocéntrica y funcional: si me gusta o no me gusta, si divide o no a los fieles, si es más participativo o menos participativo, si me hace mejor persona o me deja indiferente, si se celebra en tal iglesia o en tal otra, etc. Estas repuestas, válidas en sí, se mueven en un ámbito excesivamente subjetivo y funcional, demasiado extrínseco, rehuyendo el meollo del problema.

Luego de colocar algunos puntos sobre las íes el autor declara con razón: «La misa tridentina tiene su validez objetiva, no subjetiva, porque a través de ella estamos en condiciones de cumplir el primer propósito de nuestra vida cristiana, el de dar gloria a Dios de una manera digna y adecuada a su ser». En efecto, debemos superar el debate pequeño y mezquino sobre la Misa tradicional y reconocer de una vez por todas su valor intrínseco y objetivo en cuanto maravillosa obra de glorificación de Dios. «La finalidad principal por la que se debería continuar dando un amplio acceso a la Misa Tridentina –añade Porfiri– es por su función de expresar (a través de la belleza del rito, el hieratismo de los gestos, el esplendor del arte y de la música, etc.) de un modo digno, más eficaz y objetivo la gloria de Dios, –su función latréutica–, de la que se deriva, como elemento secundario, la edificación de los fieles».

Quienes aman la liturgia tradicional no son nostálgicos de un pasado que se marcha ni buscan una especie de reconocimiento jurídico para sus gustos personales, simplemente desean defender los justos derechos de Dios. Su derecho a ser glorificado con un culto objetivamente superior, de antigüedad milenaria y de probada santidad; su derecho a que no nos habituemos a volverle la espalda en la celebración de los misterios; su derecho a que en su presencia nos arrodillemos con santa reverencia; su derecho a que en el culto nos exijamos al máximo por superar el nivel de lo puramente prosaico; su derecho a que nos adentremos personalmente en su intimidad y no camuflados en una asamblea anónima, quizá por temor a oír su voz o a quedar traspasados por su mirada, como sucedió a Adán tras la caída.  En cualquier caso, si hay una lección que nos brinda la Escritura al respecto, es que suele ser Dios en persona el que determina hasta el detalle «el cómo» ha de ser el culto que le debemos rendir.

Las palabras finales con que Porfiri cierra su artículo son dignas de tener en cuenta por quienes de verdad buscan una real paz litúrgica: «Creo que el verdadero problema es teológico; se trata de una cuestión a la que se ha respondido durante décadas de manera ineficaz y no conforme con los justos derechos de Dios y con los deberes de la criatura para con el Creador».

 Fuente: marcotosatti.com


 

viernes, 14 de enero de 2022

¿POR QUÉ LA IGLESIA NECESITA EL LATÍN?


Responde un santo, un filósofo y un escritor: 

«La Sede Apostólica ha procurado siempre conservar con celo y amor la lengua latina, y la ha juzgado digna de usarla como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las leyes Santísimas, en el ejercicio de su sagrado magisterio, y de hacerla usar a sus ministros... Por tanto, el pleno conocimiento y el conveniente uso de esta lengua, tan íntimamente unida a la vida de la Iglesia, interesa más a la religión que a la cultura y a las letras, como dijo nuestro predecesor de inmortal memoria Pío XI, el cual, estudiando sus fundamentos científicos, indicó tres dotes de esta lengua admirablemente adaptadas a la naturaleza misma de la Iglesia: De hecho la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones, y estando destinada a durar hasta el fin de los siglos, exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable y no popular” (San Juan XXIII, CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA VETERUM SAPIENTIA, 22 de febrero de 1962).

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«El latín es la lengua de la Iglesia; el doloroso envilecimiento de la liturgia cristiana por obra de traducciones en lengua vulgar que sin cesar se vulgariza más, permite ver la necesidad de una lengua sagrada cuya misma inmovilidad proteja contra las depravaciones del gusto» (Étienne Gilson, El filósofo y la teología, Madrid 1962, p.22).

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«La Iglesia hizo suyo el latín, lo preservó y defendió, con tanto mayor celo y cuidado, cuanto más se multiplicaban sus hijos y se extendían por toda la haz de la tierra; porque al universalizarse ellos, por así decirlo, en el espacio y en el tiempo, corrían peligro, si no tenían un vínculo externo de unión, de convertirse en extraños a Ella y entre ellos mismos.

No solo preservó la Iglesia el latín; lo hizo amar. Ella lo enriqueció con la belleza incomparable de su altísima poesía e inspiradora música... ; y así la Iglesia, imagen viva de la corte celestial, ha siempre cantado, con una sola voz, las eternas alabanzas –“una voce” quam laudant Angeli atque Archangeli, Cherubim quoque ac Seraphim, qui non cessant clamare quotidie, una voce dicentes”, como nos lo dice el maravilloso Prefacio de la Santísima Trinidad, propio de los domingos.

La idea de un lenguaje universal, el latín, para la Iglesia universal, fue también enaltecida por aquel gran campeón de la unidad de la Iglesia, laico, digno de ser comparado con Dante en este aspecto, José De Maistre, que en su libro sobre el papa escribió: “De polo a polo, cualquier católico, que entre en una iglesia de su propio rito, se siente luego como en casa, como en familia, Nada le es extraño allí, ni a su mente ni a su corazón: El oye allí lo mismo que desde niño ha oído en su iglesia parroquial de su ciudad natal, y, por lo mismo, puede unir su oración y sus cánticos, a las personas que ahora le rodean y que él considera como hermanos; él puede entender y ser entendido...”. Y, mirando las cosas desde un punto de vista histórico y filosófico, añade De Maistre: “La hermandad, que resulta de un lenguaje común, es un vínculo misterioso de un poder indecible”. (Tito Casini, La túnica rasgada, Hawthorne 1967, pp. 30 y 31).