Las breves consideraciones
que aquí propongo se inspiran en una columna del maestro Aurelio Porfiri
titulada I puntini sulle “i” (Los puntos sobre las íes) aparecida pocos
días después de la publicación del controvertido motu proprio Traditionis
Custodes, restringiendo drásticamente la celebración de la misa
tradicional. Conocedor de las reacciones suscitadas en determinados círculos por este documento papal, el autor nos ofrece algunas puntualizaciones en orden a centrar
el debate en lo que parece ser lo más esencial y decisivo.
Sobre todo me interesa subrayar
la idea de fondo que late en su análisis. Para Porfiri, el debate sobre la
antigua liturgia está radicalmente mal planteado. El valor de un rito litúrgico
no puede ser juzgado solo desde una perspectiva antropocéntrica y funcional: si
me gusta o no me gusta, si divide o no a los fieles, si es más participativo o
menos participativo, si me hace mejor persona o me deja indiferente, si se
celebra en tal iglesia o en tal otra, etc. Estas repuestas, válidas en sí, se
mueven en un ámbito excesivamente subjetivo y funcional, demasiado extrínseco, rehuyendo el meollo
del problema.
Luego de colocar algunos
puntos sobre las íes el autor declara con razón: «La misa tridentina
tiene su validez objetiva, no subjetiva, porque a través de ella estamos en
condiciones de cumplir el primer propósito de nuestra vida cristiana, el de dar
gloria a Dios de una manera digna y adecuada a su ser». En efecto, debemos
superar el debate pequeño y mezquino sobre la Misa tradicional y reconocer de
una vez por todas su valor intrínseco y objetivo en cuanto maravillosa obra de
glorificación de Dios. «La finalidad principal por la que se debería
continuar dando un amplio acceso a la Misa Tridentina –añade Porfiri–
es por su función de expresar (a través de la belleza del rito, el hieratismo
de los gestos, el esplendor del arte y de la música, etc.) de un modo digno,
más eficaz y objetivo la gloria de Dios, –su función latréutica–, de la que se
deriva, como elemento secundario, la edificación de los fieles».
Quienes aman la liturgia tradicional no son nostálgicos de un pasado que se marcha ni buscan una especie de reconocimiento jurídico para sus gustos personales, simplemente desean defender los justos derechos de Dios. Su derecho a ser glorificado con un culto objetivamente superior, de antigüedad milenaria y de probada santidad; su derecho a que no nos habituemos a volverle la espalda en la celebración de los misterios; su derecho a que en su presencia nos arrodillemos con santa reverencia; su derecho a que en el culto nos exijamos al máximo por superar el nivel de lo puramente prosaico; su derecho a que nos adentremos personalmente en su intimidad y no camuflados en una asamblea anónima, quizá por temor a oír su voz o a quedar traspasados por su mirada, como sucedió a Adán tras la caída. En cualquier caso, si hay una lección que nos brinda la Escritura al respecto, es que suele ser Dios en persona el que determina hasta el detalle «el cómo» ha de ser el culto que le debemos rendir.
Las palabras finales con
que Porfiri cierra su artículo son dignas de tener en cuenta por quienes de
verdad buscan una real paz litúrgica: «Creo que el verdadero problema es
teológico; se trata de una cuestión a la que se ha respondido durante décadas
de manera ineficaz y no conforme con los justos derechos de Dios y con los
deberes de la criatura para con el Creador».
Fuente: marcotosatti.com
Lo que Aurelio Porfiri no dice, al menos en la cita que de él hace el artículo, escla insuperable riqueza de sus oraciones, tanto del ‘ordo’ como de los propios de la Misa. Baste como ejemplo de esto último las colectas. Todo lo dicho aun más, mucho más, que los maravillosos ritos externos, cada gesto de los cuales tiene un significado muy profundo y a la vez de fácil alcance a los fieles atentos.
ResponderEliminarDe todo lo cual damos cuenta -y debemos hacerlo- quienes hemos tenido la fortuna de conocer esta forma sublime de rendir culto a Dios, que ha sido un hito en nuestras vidas.
Qué misterio tan grande resulta la indiferencia, cuando no el desprecio y la persecución de que en los últimos decenios ha sido objeto la forma tradicional de la Misa no obstante la evidencia de sus frutos.