lunes, 24 de agosto de 2020

BARTOLOMÉ, UN APÓSTOL SIN DOBLEZ

Martirio de San Bartolomé. 
Francesco Hayez (1856)

Resumo en tres puntos la hermosa catequesis que Benedicto XVI dedicó al apóstol Bartolomé en la Audiencia General del 4 de octubre de 2006:

1. Dios se nos manifiesta donde quizá menos lo esperamos: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?».

 «A Natanael, Felipe le comunicó que había encontrado a "aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret" (Jn 1, 45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien fuerte: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn 1, 46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto, nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret (véase también Jn 7, 42). Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en realidad Jesús no era exclusivamente "de Nazaret", sino que había nacido en Belén (cf. Mt 2, 1; Lc 2, 4) y que, en último término, venía del cielo, del Padre que está en los cielos».

 2. El conocimiento de Jesucristo requiere un encuentro vivo y personal con Él: «Ven y verás».

«La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión:  en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos sólo con palabras. Felipe, en su réplica, dirige a Natanael una invitación significativa: "Ven y lo verás" (Jn 1, 46).

Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva: el testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos. Pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. De modo análogo los samaritanos, después de haber oído el testimonio de su conciudadana, a la que Jesús había encontrado junto al pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con él y, después de ese coloquio, dijeron a la mujer:  Ya no creemos por tus palabras; pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4, 42).

3. La fe verdadera comprende la confesión conjunta del ser divino-humano de Cristo: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».

«La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (Jn 1, 48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.

Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión:  este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel" (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús:  es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado. No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue».


miércoles, 19 de agosto de 2020

UNA RESPUESTA AUTORIZADA SOBRE LA COMUNIÓN EN LA LENGUA

San Carlos Borromeo administra el Santísimo Sacramento 
a las víctimas de la peste en Milán. Pierre Mignard (ca 1680)

En el año 1999 se solicitó a la Sagrada Congregación para el Culto Divino una respuesta aclaratoria sobre si era lícito obligar a los fieles a recibir la Sagrada Comunión exclusivamente en la mano. Eran tiempos en que los dubia solían responderse con presteza y competencia admirables. Por la actualidad que reviste el tema y por la insistencia, a veces poco juiciosa, con que se quiere imponer la comunión en la mano, recojo la respuesta a esa consulta aparecida en la revista Notitiæ, órgano informativo oficial de la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos.

RESPONSA AD DUBIA PROPOSITA (Respuestas a las dudas propuestas)

Pregunta: Si en las diócesis donde se puede distribuir la comunión en la mano de los fieles, es lícito que el sacerdote o los ministros extraordinarios de la comunión obliguen a los comulgantes a recibir la hostia exclusivamente en la mano y no sobre la lengua.

Respuesta: Consta claramente por los mismos documentos de la Santa Sede que en las diócesis donde el pan eucarístico se coloca en la mano de los fieles, permanece intacto su derecho a recibirlo en la lengua. Por consiguiente, actúan en contra de las normas establecidas, tanto los que obligan a los comulgantes a recibir la comunión exclusivamente en la mano, como los que niegan a los fieles la comunión en la mano, en las diócesis que gozan de este indulto.

En cumplimiento de las normas sobre la distribución de la Sagrada Comunión, los ministros ordinarios y extraordinarios deben tener especial cuidado de que la hostia sea inmediatamente sumida por los fieles, de tal manera que nadie se aleje con las especies eucarísticas en la mano.

Recuerden todos que es una tradición secular recibir la hostia en la lengua. El sacerdote celebrante, si existe peligro de sacrilegio, no dé la comunión en la mano a los fieles, y haga que tomen mayor conciencia del fundamento de esto modo de proceder.

Fuente: Notitiæ 1999, n° 392-393, pp. 160-161

 

viernes, 14 de agosto de 2020

REGINA IN CÆLUM ASSUMPTA

La Dormición de la Virgen. Real Colegiata de San Isidro, Madrid 

L

a liturgia de la fiesta de la Asunción está traspasada de júbilo: Assumpta est María in cælum: gaudet exércitus angelorum. Y junto con los ángeles nos gozamos también nosotros, porque los honores y alegrías de la madre son también los de los hijos. En un sermón sobre la Asunción de Nuestra Señora a los cielos, San Bernardo nos revela la gozosa esperanza contenida en este misterio:

 

«Nos precedió nuestra reina, nos precedió, y tan gloriosamente fue recibida, que confiadamente siguen a su Señora los siervos clamando: Atráenos en pos de ti y correremos todos tras el olor de tus aromas (Cant 1, 3). Subió de la tierra al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de misericordia, trate los negocios de nuestra salvación devota y eficazmente.

Un precioso regalo envió al cielo nuestra tierra hoy, para que, dando y recibiendo, se asocie, en trato feliz de amistades, lo humano a lo divino, lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo. Porque allá ascendió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto la Virgen bienaventurada otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no dará? Ni le falta poder ni voluntad. Es Reina de los cielos, es misericordiosa; finalmente, es Madre del Unigénito Hijo de Dios. Nada hay que pueda darnos más excelsa idea de la grandeza de su poder o de su piedad, a no ser que alguien pudiera llegar a creer que el Hijo de Dios se niega a honrar a su Madre o pudiera dudar de que están como impregnadas de la más exquisita caridad las entrañas de María, en las cuales la misma caridad que procede de Dios descansó corporalmente nueve meses» (San Bernardo, Sermón primero en la Asunción de la Virgen María).

Siguiendo el consejo de San Josemaría, nos mezclamos entre los Apóstoles para despedir a nuestra Madre antes de que los ángeles la transporten al Paraíso:

 

«Se ha dormido la Madre de Dios. —Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles. —Matías sustituyó a Judas.


Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.


Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. —Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. —Tú y yo —niños, al fin— tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. 

La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... —Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es ésta?» (San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, cuarto misterio de gloria).

lunes, 10 de agosto de 2020

CUANDO EL AMOR ARDE MÁS QUE EL FUEGO

Martirio de San Lorenzo, Tiziano

Breve extracto de un sermón de San Agustín en la fiesta de San Lorenzo mártir. Para el obispo de Hipona, solo la caridad que el Espíritu Santo derrama copiosamente en el corazón de sus amigos más selectos, explica esa fortaleza sublime con que los mártires han enfrentado atroces tormentos para ir gustosos al encuentro de Jesucristo. Con razón canta la Iglesia en su himno de acción de gracias por excelencia: «Te Martirum candidatus laudat exercitus», «A Ti te ensalza el blanco ejército de los Mártires» (Te Deum)

¿A qué se debe que San Lorenzo no temiese el fuego exterior
 sino a que dentro de él ardía la llama del Amor?

«P
ero la virtud solamente podrá salir invicta si la caridad no es fingida. Por tanto, quien derrama en nuestros corazones la caridad (Rm 5, 5) es quien nos da la verdadera virtud. ¿A qué se debe que el bienaventurado Lorenzo no temiese el fuego aplicado exteriormente sino a que dentro le ardía la llama de la caridad? Así, pues, hermanos míos, el mártir glorioso no temía las atroces llamas del fuego en su cuerpo, porque en su alma ardía el violentísimo deseo de los gozos celestes. En comparación del calor con que ardía su pecho, la llama exterior de los perseguidores resultaba fría. ¿Cómo hubiera soportado los pinchazos de tantos dolores si no hubiera amado los gozos de los premios eternos? Por último, ¿cuándo hubiese despreciado esta vida de no haber amado otra mejor? Y ¿quién puede dañaros —dice el apóstol Pedro— si sois amantes del bien? (1 Pr 3, 13). Aunque el perseguidor te inflija algún mal, no desfallezcas, lo que sucederá si amas el bien. Si amas en verdad, con todo tu corazón, el bien, soportarás con paciencia y serenidad de ánimo cualquier mal. ¿Qué daño hicieron al bienaventurado Lorenzo los tormentos que le infligieron los perseguidores? Con los mismos suplicios lo hicieron más resplandeciente, y para nosotros convirtieron esta fecha de su preciosa muerte en un día de gran fiesta». (San Agustín, Sermón 304, 4)

jueves, 6 de agosto de 2020

INTUICIONES LITÚRGICAS DE UN NO CREYENTE

Interior de la Catedral de Fidenza 

He vertido al español un artículo muy sugerente que apareció tiempo atrás en el periódico italiano Italia Oggi. El autor comparte con sus lectores las ideas que rondaron su mente mientras visitaba la Catedral de Fidenza, en una hermosa mañana dominical de primavera. La espléndida arquitectura del templo, los rayos de luz que atraviesan su interior, y la modesta misa que entonces ve celebrar, le hacen captar con agudeza la desacralización que se ha operado en el culto y en el sacerdocio durante las últimas décadas. No todo me parece exacto en sus reflexiones, –él mismo se declara agnóstico–, pero su testimonio da que pensar e invita a un examen sincero sobre los avatares de tantas reformas precipitadas, y ahora fracasadas, que siguieron al último Concilio. Urge que la liturgia devuelva al sacerdote, principalmente cuando está en el altar, parte de su majestad perdida.

* * *
Pensamientos sueltos durante una mañana en la espléndida Catedral de Fidenza. ¿Fue oportuna la decisión del Concilio de volver al sacerdote cara a los fieles?

Por Domenico Cacopardo

Fuente: italiaoggi.it 
Reproducido en messainlatino.it

E
l último domingo de mayo, con su sol claro y una brisa ligera, nos motivó finalmente a mi esposa y a mí para dedicarnos al clásico paseo fuera de la ciudad. Desde el año pasado que, por diversas razones, la última, obviamente, el Covid-19, no habíamos puesto nuestros pies fuera de Parma, la ciudad donde vivimos. Elegí Fidenza, una ciudad a la que por razones familiares estoy muy unido: de niño, había acompañado allí a mi madre. En la ciudad vivían sus tíos y, en las visitas a su familia, en Piacenza, no dejábamos de pasar unos días en la ciudad de San Donnino. En los últimos años había estado allí alguna vez, y había tratado inútilmente de volver a ver la Catedral (dedicada precisamente a San Donnino), pero no lo había logrado debido a importantes e interminables restauraciones.

Se trata de una iglesia importante que se remonta al 1117, cuya fachada románica se atribuye a Benedetto Antelami, el artista nacido en Val d’Intelvi y que trabajó sobre todo en la provincia de Parma. En el interior, sobre sus tres naves, ya se aprecia la elevación de los arcos ojivales típicos del gótico, el estilo aprendido por los constructores cristianos en Tierra Santa, incluso antes de las cruzadas (iniciadas en 1096).

Como tantas otras iglesias de ese período (se viene a mi memoria la Catedral de Parma y otras más, como la de San Sixto en Viterbo y la Catedral de Acquapendente) está dispuesta en dos niveles: el de los fieles y, más arriba, el de los celebrantes. Hoy, la límpida luz de un día plenamente primaveral (que puede volver muy grato el Valle del Bajo Po, privado para la ocasión de la humedad y de los humores que normalmente lo atraviesan) golpeaba de modo sugestivo el viejo altar elevado. El sacerdote celebrante estaba en la planta baja junto con el público o, mejor dicho, con los fieles. Por supuesto, era casi imposible identificarlo, ubicado en una esquina del templo, al inicio de la escalera. Así, con tal estímulo visivo, se me ha venido a la mente un pensamiento como incrédulo o agnóstico que soy.

Interior iglesia de San Sixto en Viterbo 
Imagen: wikipedia.org

La cultura escenográfica de la Iglesia, sacada de los cultos egipcios, griegos y romanos, preveía que los celebrantes no se confundieran con la grey de los fieles asistentes. Estaban en una posición elevada, dando testimonio de un diálogo con Dios en el que impetraban la misericordia en favor de sus ovejas. O, como sucede en las iglesias orientales, escondidos en el «santuario» del que se vislumbra algún borde de las vestiduras y provienen las voces de fascinantes cánticos gregorianos.

Este domingo, por ejemplo, un sacerdote colocado en la parte elevada habría sido iluminado por el sol mientras que, muy sabiamente, la zona baja hubiera permanecido en la sombra, la sombra que se aviene a una multitud indefinida y suplicante. Cualquiera podría haber imaginado que ese sacerdote estaba en diálogo con la divinidad, recibiendo la iluminación adecuada para transmitir a su rebaño.

Desde el Concilio Vaticano II, la posición del sacerdote ha sufrido un cambio: ya no está con el rostro vuelto hacia el Sagrario con la Hostia consagrada (que, según los católicos, es el Cuerpo de Cristo) y, en consecuencia, hacia Dios, sino vuelto hacia los fieles. Y nunca como en este domingo, en la Catedral de San Donnino de Fidenza, se podía comprender que, con este cambio, el sacerdote celebrante había perdido todo carisma, todo vínculo con el Dios del dogma y del misterio y se había convertido en un fiel como los demás, dotado de facultades terrenales delegadas por una Iglesia menos (o tal vez no) efusiva con su Dios.

Para un incrédulo y agnóstico, una prueba visible, palpable, de la secularización del catolicismo y del derrumbe de su sacralidad que, durante muchos siglos, con razón o sin ella, ha existido y ha sido reconocida por el cuerpo laical. Un colapso que también se hizo evidente por su reacción frente a la pandemia: una respuesta totalmente terrenal, tan terrenal que ha renunciado a la relación con la trascendencia que le garantizaba el rito de la Misa y la Comunión.

sábado, 1 de agosto de 2020

DANDO GRACIAS CON SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

San Alfonso María de Ligorio 

San Alfonso María de Ligorio, hombre doctísimo con alma de niño, sigue siendo un auténtico maestro espiritual y un guía excepcional en el arte de la oración. Leyendo sus obras espirituales se aprende a tratar a Dios con afecto y ternura de enamorado. Para llegar a la intimidad con Jesucristo es bueno conocer a los santos: ellos son sus más íntimos amigos, y los amigos del Amigo nos enseñan cómo buscarlo y dónde encontrarlo.

Como manifestación de su amor a Jesús Sacramentado, San Alfonso María compuso para los sacerdotes (con leves modificaciones se adaptan a cualquier fiel) unas oraciones de acción de gracias para cada día de la semana. Son oraciones que arrancan del corazón afectos sublimes para honrar la visita de nuestro Rey sacramentado. Ellas rezuman fe, piedad, contrición profunda, esperanza y, sobre todo, chifladura de amor por Cristo. Dejo a continuación la oración de los sábados.

* * *
«H
abla, Señor, que tu siervo escucha. Oh Jesús amantísimo, también esta mañana has venido a visitar mi alma; te doy las gracias desde lo hondo de mi corazón. Puesto que has venido a mí, te pido que hables, dime qué quieres de mí, pues deseo hacerlo todo. No merezco que vuelvas a hablarme, porque con frecuencia me he negado a oír tu voz que me llamaba a tu amor, y volví mis dardos contra Ti. Pero ya he hecho penitencia por mis pecados y todavía ahora me duelen, y confío que ya habré obtenido tu perdón. Dime, pues, lo que quieres que haga, pues estoy dispuesto a todo.

¡Ojalá te hubiese amado siempre, ¡Dios mío! ¡Pobre de mí! ¡Cuántos años he perdido! Pero tu Sangre y tus promesas me proporcionan la esperanza de reparar el tiempo perdido, amándote solo a Ti a partir de ahora y agradándote en todo. Te amo, Redentor mío; Dios mío; a ninguna otra cosa aspiro, sino a amarte con todo mi corazón y a entregar mi vida por tu amor, ya que quisiste padecer por mí la muerte. Te diré con palabras de San Francisco: «Moriré de amor por tu amor, pues te dignaste morir por amor».

Jesús, te entregaste todo entero por mí, diste tu Sangre, tu vida, todos tus sudores, todos tus méritos; no tenías ya más que dar: Yo me entrego todo a Ti; te doy todos mis goces, todas las delicias de este mundo, mi cuerpo, mi alma, mi voluntad; ya no tengo más que darte; si más tuviera te lo daría. Bondadosísimo Jesús, Tú me bastas.

Pero Señor, haz que te sea fiel; no permitas que cambie mi voluntad y te abandone. Espero, Salvador mío, que por los méritos de tu Pasión esto no me ocurrirá nunca. Dijiste: Nadie que ha puesto su confianza en el Señor ha sido defraudado. También yo puedo decir con toda confianza: En Ti, Señor, espero; no quedaré nunca confundido. Espero, Dios de mi alma, y siempre esperaré que nunca padeceré la confusión de verme separado de Ti. En Ti, Señor, espero; no quedaré nunca confundido.

Dios mío, Tú eres todopoderoso: hazme santo. Haz que te ame mucho, haz que no desaproveche nada que redunde en tu gloria, y que consiga todo lo que te agrade. ¡Qué dichoso sería yo si lo perdiera todo y solo te encontrara a Ti y a tu amor! Para esto me diste la vida, haz que la gaste solamente en obras para tu gloria. No merezco beneficios, sino penas; por eso te pido que me castigues como quieras, con tal que no apartes tu gracia de mí.

Me has amado sin medida, caridad infinita, bondad infinita, por eso te amo y te amaré. Voluntad de Dios, Tú eres mi amor. Jesús mío, Tú has muerto por mí, ¡ojalá yo pudiera también morir por Ti y con mi muerte conseguir que todos te amen! Bondad infinita, infinitamente amable, me pongo decididamente a tu lado y te amo sobre todas las cosas.

Oh María, llévame a Dios; dame confianza en Ti y haz que siempre acuda a Ti. Con tu intercesión debes hacerme santo. Así lo espero».