jueves, 26 de diciembre de 2019

Y EL VERBO SE HIZO CARNE


Copio una página selecta de Santo Tomás de Aquino sobre la conveniencia de que el Verbo se hiciese hombre para reparar nuestra miseria. Hilvanando textos de Agustín y León Magno, el Doctor Angélico confecciona una ordenada y armoniosa síntesis sobre el porqué del misterio de la Encarnación. Un texto especialmente adecuado para meditar en este tiempo al calor de las escenas del pesebre.

«U
na cosa puede ser necesaria de dos modos para alcanzar un fin: o como algo sin lo que tal cosa no puede existir, como sucede con el alimento para la conservación de la vida humana; o como algo con lo que se puede alcanzar el fin de manera más perfecta y conveniente, por ejemplo, el caballo para viajar. En el primer sentido no se puede afirmar que la encarnación del Verbo fuese necesaria para la redención, pues Dios, por ser omnipotente, pudo rescatar al género humano de infinidad de maneras distintas. En cambio, en el segundo sentido sí fue necesario que Dios se encarnase para salvar a la naturaleza humana. Por eso dice Agustín en el libro XIII De Trin: Debemos demostrar que Dios, a cuyo poder está todo sometido, no padece indigencia de medios; pero no existía otro más oportuno para sanar nuestra miseria.

Para convencerse de ello basta con atender a la promoción del hombre en el bien. Y primeramente en lo referente a la fe, que se hace más segura al creer al mismo Dios que nos habla. Por eso dice Agustín en el libro XI De Civ. Dei: Para que el hombre caminase con más confianza hacia la verdad, la misma Verdad, el Hijo de Dios, haciéndose hombre, constituyó y cimentó la fe. En segundo lugar, en lo que atañe a la esperanza, que con eso se consolida. A este propósito dice Agustín en el libro XIII De Trin: Nada hubo tan necesario para fortalecer nuestra esperanza como el demostrarnos Dios cuánto nos amaba. Y ¿qué prueba más palpable de este amor que el hermanamiento del Hijo de Dios con nuestra naturaleza? En tercer lugar, en lo que concierne a la caridad, que con ese misterio se inflama sobre toda ponderación. Por esto escribe Agustín en De catechizandis rudibus: ¿Qué causa mayor puede asignarse a la venida del Señor que la de mostrarnos su amor? Y luego añade: Si hemos sido remisos para amarle, no lo seamos para corresponder a su amor. En cuarto lugar, en lo que toca al recto comportamiento, en el que se nos ofreció como ejemplo. A este respecto dice Agustín en un sermón De Nativitate Domini: No había que seguir al hombre, a quien podíamos ver, sino a Dios, que no podía ser visto. Así, pues, para mostrarse al hombre y para que éste le viera y le siguiera, Dios se hizo hombre. Finalmente, la encarnación era necesaria para la plena participación de la divinidad, que constituye nuestra bienaventuranza y el fin de la vida humana. Y esto nos fue otorgado por la humanidad de Cristo; pues, como dice Agustín en un sermón De Nativitate Domini: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios.

De manera análoga, la encarnación fue útil para alejar el mal. Primeramente, porque de este modo aprende el hombre a no tenerse en menos que el demonio y a no venerar al que es autor del pecado. Dice Agustín en el libro XIII De Trin: Cuando la naturaleza humana pudo ser unida a Dios hasta el punto de no constituir con él más que una sola persona, los espíritus malignos no pueden atreverse a anteponerse al hombre porque ellos no tienen carne». Seguidamente, porque somos aleccionados acerca de la gran dignidad de la naturaleza humana, para que no la manchemos pecando. De aquí que diga Agustín en el libro De Vera Relig: Dios nos manifestó cuán excelso lugar ocupa entre las criaturas la naturaleza humana al mostrarse entre los hombres con naturaleza de verdadero hombre. Y el papa León dice en un sermón De Nativitate: Reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad; y, ya que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a tu antigua vileza por un comportamiento indigno. Después, porque para destruir la presunción humana nos fue otorgada la gracia de Dios en Cristo hombre sin ningún mérito nuestro, como se dice en el libro XIII De Trin. En cuarto lugar, porque, como vuelve a decir Agustín en el mismo sitio, la soberbia humana, obstáculo principal para la unión con Dios, puede ser confundida y curada por la profunda humildad de Dios. Finalmente, para librar al hombre de la esclavitud. A este respecto dice Agustín en el libro XIII De Trin: Debió hacerse de tal modo que el diablo fuese vencido por la justicia de Jesucristo hombre, lo que se cumplió al satisfacer Cristo por nosotros. Un simple hombre no podía satisfacer por todo el género humano; y Dios no estaba obligado a hacerlo; luego era conveniente que Jesucristo fuese a la vez Dios y hombre. Por eso dice el papa León en un sermón De Nativ: El poder asume la debilidad, la majestad se apropia de la humildad, a fin de que, como era necesario para nuestra redención, un solo y mismo mediador entre Dios y los hombres pudiese, por un lado, morir y, por otro, resucitar. Si no fuese verdadero Dios, no traería el remedio; y, de no ser verdadero hombre, no nos daría ejemplo.
Hay todavía otros muchos beneficios que se siguen de la encarnación, pero exceden la comprensión humana» (S. Th., III, q.1, a.2 c.).

jueves, 19 de diciembre de 2019

¿POR QUÉ MARÍA ES CORREDENTORA?

La Piedad de Anton Van Dyck
Imagen: www.museodelprado.es

Selecciono un texto de San Pío X que compendia con precisión la doctrina católica sobre la mediación corredentora de María, doctrina luminosa de profundas implicancias teológicas y espirituales, no mero adorno piadoso para con la Madre del Salvador. 

«A
 todo esto hay que añadir, en alabanzas de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de su carne [13] con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta [14]: mi vida transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. Efectivamente, cuando llegó la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la cruz de Jesús, su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que su Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció su Hijo [15].

Y por esta comunión de voluntad y de dolores entre María y Cristo, ella mereció convertirse con toda dignidad en reparadora del orbe perdido [16], y por tanto en dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su muerte y con su sangre.

Cierto que no queremos negar que la erogación de estos bienes corresponde por exclusivo y propio derecho a Cristo; puesto que se nos han originado a partir de su muerte y El por su propio poder es el mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por esa comunión, de la que ya hemos hablado, de dolores y bienes de la Madre con el Hijo, se le ha concedido a la Virgen augusta ser poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su Hijo Unigénito [17]. Así pues, la fuente es Cristo y de su plenitud todos hemos recibido [18]; por quien el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo nutren... va obrando su crecimiento en orden a su conformación en la caridad [19]. A su vez María, como señala Bernardo, es el acueducto [20]; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los dones espirituales [21]. Así pues, es evidente que lejos de nosotros está el atribuir a la Madre de Dios el poder de producir eficazmente la gracia sobrenatural, que es exclusivamente de Dios. Ella, sin embargo, al aventajar a todos en santidad y en unión con Cristo y al ser llamada por Cristo a la obra de la salvación de los hombres, nos merece de congruo, como se dice, lo que Cristo mereció de condigno y es Ella ministro principal en la concesión de gracias. Cristo está sentado a la derecha de la majestad en los cielos [22]; María a su vez está como reina a su derecha, refugio segurísimo de todos los que están en peligro y fidelísima auxiliadora, de modo que nada hay que temer y por nada desesperar con ella como guía, bajo su auspicio, con ella como propiciadora y protectora» [23].  (San Pío X, Extracto de la Encíclica Ad diem illum lætissimum, sobre la devoción a la Santísima Virgen, en el 50 aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción. 2 de febrero de 1904).
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[13] San Beda, L. 4, in Luc. XI.
[14] Salm. 30, 11.
[15] San Buenaventura, I Sent. d. 48, ad Litt. dub. 4.
[16] Eadmerio, De Excelentia Virg. Mariae, c. 9
[17] Pío IX, Bula Ineffabilis.
[18] Jn. 1, 16
[19] Efes. 4, 16.
[20] Serm de temp., in Nativ. B. V. de Aquaeductu. n. 4.
[21] San Bernardino. Quadrag. de Evangelio aeterno, Serm. X, a. 3, c. 3..
[22] Hebr. 1, 3.
[23] Pío IX, Bula Ineffabilis.

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Por tanto, resulta muy convincente el siguiente resumen que hace un manual de mariología sobre la doctrina de María corredentora, luego de un análisis atento de la enseñanza magisterial desde Pío IX hasta el Vaticano II:

«1) Se aplica expresamente a la Santísima Virgen el título de Corredentora; 2) Se afirma con insistencia la cooperación de María a la obra de la Redención, no solo subjetiva, sino también objetiva, es decir, no solo en la aplicación de la Redención, sino en su consecución, y dicha cooperación aparece como distinta de la misma Maternidad divina; 3) el fundamento de esta cooperación se pone en una inefable asociación con Cristo, que trascendiendo la natural unión de una madre con su Hijo, encuentran su última razón en la voluntad divina que quiso asociar a María a su Hijo en la obra de la Redención. Dedúcese de todo ello que la Corredención de María en los términos explicados es doctrina católica». (Cf J. Ibáñez, F. Mendoza. La Madre del Redentor, Ed. Palabra 1988, pp. 251-275).

Cuando la teología católica atribuye ciertos privilegios a la Madre de Dios, tanto a su persona como a su misión, no está obviamente usurpando nada al Hijo para otorgárselo a la Madre, sino reconociendo el hecho de que el Hijo ha querido compartirlo todo con su Madre, incluso su obra salvífica, en la medida en que es posible hacerlo con una criatura eximia y del todo singular. De Maria nunquam satis.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

REZAR LA LITURGIA, NO SOLO OÍRLA

Misa en una cabaña de Aloysius O'Kelly 

Presento en español el resumen que Gregory DiPippo ha publicado de la conferencia impartida por Dom Alcuin Reid en College Station, Texas, en su paso por Estados Unidos. Bajo el título «Rezando la Liturgia», Dom Alcuin Reid nos propone una comprensión más honda del lenguaje propio e íntimo que habla la liturgia; así podremos participar en ella de manera intensa y fructuosa. En efecto, el empobrecimiento que la idea litúrgica de participación activa ha sufrido en las últimas décadas es tan manifiesto, que urge redescubrir su noble significación y los caminos orantes de implementarla.

Publicado por G. DiPippo en newliturgicalmovement.org

Rezando la Liturgia
por Dom Alcuin Reid

L
a sagrada liturgia no es un tipo de actividad ordinaria. Tiene su propio «lenguaje», por así decirlo. Pero ese lenguaje no está compuesto principalmente de palabras. Es una de las paradojas de nuestro tiempo que la introducción de las lenguas vernáculas nos haya llevado a considerar los ritos litúrgicos sobre todo como un texto hablado e inmediatamente comprensible. Las nuevas generaciones han llegado a esperar que todo en la liturgia sea tan transparente e inmediato, como cualquier mensaje o información que encuentran en los medios impresos o electrónicos o que reciben en sus propios aparatos personales.

Ciertamente, los ritos litúrgicos implican el uso de palabras, y ellas tienen un significado que en última instancia debería estar al alcance de nuestra comprensión (si se usa el latín, al menos a través de un misal o de una traducción en un folleto). Pero en nuestra sociedad saturada de palabras, quizás hemos olvidado que la liturgia es principalmente una acción, no un discurso. La liturgia no es un conjunto de palabras que se leen, o por nosotros, o entre nosotros. Es un rito, un conjunto de acciones, gestos y sonidos en lugares determinados. Sí, incluye palabras, pero su uso en la liturgia va más allá que la de una eficiente comunicación de información o de ideas a las que estamos acostumbrados.

Porque no es simplemente lo que se dice lo que importa en un rito litúrgico, sino que lo fundamental es lo que se hace. Y no tanto lo que es hecho por nosotros; más bien lo que hace Dios omnipotente es lo que importa. Algo acontece en la liturgia que no es hechura nuestra. Es en la dinámica de ese acontecimiento, de esa acción, donde debemos situarnos. Esa es la participación activa en la liturgia.

Lo que acontece en la liturgia lo hace Cristo, no nosotros. Porque la liturgia es el culto ofrecido por Cristo en su Iglesia por el poder del Espíritu Santo a Dios Padre. No es algo que hacemos nosotros principalmente. Sin duda, por derecho de nuestro bautismo podemos participar en esa ofrenda. En efecto, es nuestro deber bautismal hacerlo en la medida de nuestras posibilidades y de acuerdo con nuestra vocación particular. Pero la liturgia es ante todo Cristo actuando en el mundo de hoy a través de los ritos de su Iglesia. Debido a esto, a través de esto, somos capaces de tomar parte en sus actos salvíficos: la redención que llevó a cabo por nuestros pecados en la cruz, y la esperanza de la vida eterna manifestada en su gloriosa resurrección. En resumen, la sagrada liturgia es la acción salvífica de Cristo en nuestro mundo de hoy.

La comprensión de que la liturgia es una acción, no un texto, y que de hecho se trata principalmente de una acción de Cristo mismo, es crucial si quiero participar en un rito litúrgico, si realmente quiero involucrarme consciente y efectivamente en esa acción, si de hecho quiero orar la sagrada liturgia. De lo contrario, seré un mero espectador, posiblemente aburrido, o tal vez incluso entretenido. Pero la liturgia no es un espectáculo o entretenimiento para ser visto. Es una acción en la que debo estar integrado. Es adoración. Y es oración.

Por tanto, rezar la liturgia, que es sencillamente la participación verdadera o real (a veces llamada «activa») en la liturgia, no consiste tanto en decir las palabras correctas, «contestar las respuestas» o «unirse al canto» (estos son medios, no fines); más bien consiste en que yo me sumerja, me pierda, me deje atrapar por la acción de la liturgia».

sábado, 7 de diciembre de 2019

¡MÁS QUE TÚ, SÓLO DIOS!

Inmaculada Concepción de Rubens

¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!...
—Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole:
Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios! (San Josemaría Escrivá, Camino 496).

lunes, 2 de diciembre de 2019

DANZA EN SAN PEDRO


Animadas y pintorescas danzas se presenciaron ayer en la Basílica de San Pedro durante la Misa que el Papa Francisco celebró en rito zaireño, con motivo del 25 aniversario de la Capellanía Católica Congoleña de Roma. Es probable que este rito, como gran parte de las reformas litúrgicas posconciliares, no haya sido nunca solicitado por el pueblo fiel, sino que deba su existencia al diseño de liturgistas y misioneros centroeuropeos, que lo habrán impuesto bajo el consabido tópico de la inculturación.

Comparto plenamente el pensamiento del Cardenal africano Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto divino, sobre lo inapropiado que resulta la danza como gesto litúrgico dentro de la misa. En su libro La fuerza del silencio, dice al respecto:

«Cuando el ofertorio se considera únicamente una preparación de los dones, un gesto práctico y prosaico, crecerá la tentación de añadir e inventar ritos para ocupar lo que se percibe como una vacío. Me parecen lamentables esas largas y ruidosas procesiones de las ofrendas de algunos países africanos, acompañadas de danzas interminables. Estas procesiones se parecen más bien a espectáculos folklóricos que desvirtúan el sacrificio cruento de Cristo en la Cruz y nos alejan del misterio eucarístico; un misterio que se tiene que celebrar con sobriedad y recogimiento, porque también nosotros nos sumergimos en su muerte y en su ofrenda al Padre. Los obispos de mi continente deberían tomar medidas para que la celebración de la misa no se convierta en una autocelebración cultural. La muerte de Dios por amor a nosotros trasciende toda cultura. Desborda toda cultura» (Ed. Palabra 2017, p. 159).

Creo que la danza, por muy sobria que parezca, tiende a difuminar el carácter sacrificial de la santa misa. En procesiones festivas en honor de Cristo, de su Madre o de los Santos, obviamente que bailes y danzas juegan un rol importante y alegran la fe de los creyentes; pero en la cima del Gólgota no hay lugar para la danza, sí para el silencio, la adoración y las lágrimas.