«San Juan, eres tú el discípulo del amor. Eres quien
ha escrito: ‘El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad’.
Pedro es la fogosidad, pero tú eres el amor. Y, sin
duda, convenía más Pedro para ser el Jefe de la Iglesia, pero eres tú quien ha
seguido a Jesús camino del Calvario.
Y, por ser amante, eres también ‘el discípulo a
quien amaba Jesús’. Y cuando hablaba Jesús, tú eras el que primero
entendía. En la mañana de la Resurrección, cuando se trataba de ver si la tumba
había quedado verdaderamente vacía, eras quien más a prisa corría, y cuando
Jesús se apareció al borde del lago, tú fuiste el que dijo primero: ‘Es el
Maestro’.
En el Colegio apostólico eres tú la intuición del
corazón.
Tu evangelio es el evangelio del amor. Eres quien nos
ha transmitido, no solo el discurso anunciando la Eucaristía, sino también el
discurso que siguió a la Cena, que es el supremo mensaje del amor.
* * *
San Juan, el más dulce entre los discípulos, en la
tradición iconográfica se te simboliza con el águila, el pájaro real que se
cierne sobre las cumbres. El vuelo del amor sobrepasa a todos los vuelos.
Y has llegado a vivir más que todos los demás. En tus
últimos días, según cuenta la tradición, no tenías ya más que un precepto en
los labios: ‘Hijitos míos, amaos los unos a los otros’.
Y por ser el discípulo del amor, ha existido un lazo especial entre la Virgen y tú. A creer todavía en la tradición, es junto a ti a donde vino a consumir sus últimos días en la tierra; a ti es a quien Jesús la confió, tú eras quien nos representaba a todos nosotros cuando desde la cruz musitó, poco antes de expirar: ‘Hijo he ahí a tu madre’ y ‘Madre, he ahí a tu hijo’».
(Jacques Leclercq, Siguiendo el año litúrgico,
Madrid 1957, p. 93).
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