Semanas previas a la promulgación del motu proprio Traditionis Custodes, cuando se intensificaban los rumores de una posible revisión o abolición de Summorum Pontificum –hoy, por desgracia, un hecho consumado–, el informativo de cultura católica OnePeterFive publicó un artículo interesante del Dr. Lee Fratantuono, especialista en estudios clásicos, donde expone lo que a su juicio sería una razón importante de la persecución y odiosidad hacia la Misa antigua.
A partir de algunas experiencias litúrgicas vividas en su juventud, el autor desarrolla la tesis de que la actual animadversión hacia la Misa tradicional tendría su raíz en el hecho de que se trata de «una liturgia intolerante con el narcisismo». Un exacerbado culto a la propia personalidad, favorecido por ciertas características muy propias de la liturgia reformada, hacen que la Misa tridentina sea vista como una amenaza real o posible. En efecto, muchos no están en condiciones de soportar que el presbiterio deje de ser el escenario desde el cual un celebrante y su corte de ministros presiden, observan y controlan toda la función litúrgica, para volver a ser el sublime y misterioso Sancta Sanctorum de la iglesia, tal como lo fue durante siglos.
Para el Dr. Fratantuono, «la misa posconciliar es más susceptible al culto de la personalidad precisamente porque es muy probable que se celebre versus populum y en lengua vernácula, y porque está llena de un sistema de rúbricas que permite improvisar en varios puntos de la acción. Por estar sobrecargada con tantas opciones, el celebrante suele tener una amplia libertad para seleccionar los textos que le plazcan».
«La misa posconciliar –continúa diciendo el autor– no tiene por qué convertirse en el equivalente a un programa de entrevistas de los sábados por la tarde; sin embargo, no deberíamos sorprendernos cuando sucede así. Tampoco nos debería sorprender que exista una oposición a las misas “privadas”, incluso a las que utilizan el misal paulino. El “programa Bugnini”, ampliamente documentado en su gruesa apología sobre la reforma litúrgica, fue diseñado para liberar a los clérigos del constreñimiento de las rúbricas y marcar el comienzo de la era del celebrante popular, el celebrante encantador. El celebrante encantador que es, de igual modo, el que está a cargo de todo el negocio.
Varias son las razones que se aducen para desacreditar la Misa tridentina, según Fratantuono. Algunos alegan falta de respeto u obediencia hacia la autoridad de Pablo VI; otros, que la teología que aflora en cada página del misal de San Pío V es problemática; no faltan quienes sienten escozor hacia todo lo que pueda parecer demasiado intelectual u oler a cultura de élite; finalmente, «para otros, el hodiernum tempus (el hoy) del Concilio Vaticano II es el día sin fin, y la misma misa que se celebró diariamente durante dicho concilio es, de alguna manera, la encarnación de la «oposición» al «Espíritu» (tan solicitado y agotado) del mismo».
Sin embargo, nuestro autor cree percibir una razón tanto más profunda como pedestre en la génesis de este desprecio: «sospecho que la razón principal detrás de esta antipatía es que la Misa tridentina pone en peligro el culto a la personalidad. Elimina la mentalidad de audiencia cautiva tan típica de una liturgia de fin de semana, donde un celebrante preside con amplificación, bromas, con un flujo constante de palabras pronunciadas con la intensidad de un actor, sin que falte ese constante contacto visual. Elimina el clericalismo de los laicos, que permite a su tiempo que el padre pueda practicar su respiración aeróbica, mientras una miríada de ministros se encarga de que el público cautivo nunca esté sin palabras a las que atender. Le quita la oportunidad a un actor encantador de practicar la improvisación de los ritos, tanto penitenciales como de la paz». Y con frase lapidaria concluye su diagnóstico: «Es, en fin, una liturgia intolerante con el narcisismo».
Contrariamente a lo que muchos piensan, «el misal tridentino pone freno a los peores impulsos de clericalismo que se manifiestan en el culto a la personalidad de un afable celebrante-presidente. El misal tridentino es democrático: no se obsesiona escrupulosamente con cada gesto de sus fieles reunidos. El misal tridentino no requiere reuniones de un comité para decidir exactamente cómo elaborar una liturgia “significativa” para un determinado domingo o fiesta».
Y una nota de
optimismo cierra este sutil ensayo: «La Misa Tridentina sobrevivirá a
quienes hoy y mañana quieren verla relegada al basurero de la historia. La Misa
Tridentina sigue siendo el mejor antídoto contra la tendencia demasiado común
de sucumbir al culto a la personalidad, y esa es la razón –diría yo– de que
para algunos deba ser abolida de una vez por todas».
Fuentes:
Texto original en onepeterfive.comTraducción al italiano en marcotosatti.com
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