El Cardenal
Robert Sarah, a quien debemos contar entre los más genuinos guardianes de la Tradición, acaba de
publicar en Le Figaro/Vox una magnífica columna sobre la urgente tarea que enfrenta la Iglesia de ofrecer a un mundo desorientado y en crisis, el carácter sagrado y trascendente de su fe y de su
culto. El desafío es impresionante; es preciso aunar fuerzas y evitar rencillas
mezquinas que solo sirven para dañar la credibilidad de la Iglesia. Dejo a continuación
un extracto de las reflexiones del Cardenal Sarah, tomadas de la traducción
española que publica Infovaticana.
Fuente: Infovaticana.com
«Para responder a las expectativas del mundo, la Iglesia debe, por tanto, encontrar el camino de vuelta a sí misma y retomar las palabras de San Pablo: «Porque no he querido saber nada mientras estuve con vosotros, sino a Jesucristo, y a Jesús crucificado». Debe dejar de pensar en sí misma como sustituta del humanismo o de la ecología. Estas realidades, aunque buenas y justas, no son para ella más que consecuencias de su único tesoro: la fe en Jesucristo.
Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin rupturas ni contradicciones, una cadena de oración y liturgia sin rupturas ni desmentidos. Sin esta continuidad radical, ¿qué credibilidad podría seguir reclamando la Iglesia? En ella no hay vuelta atrás, sino un desarrollo orgánico y continuo que llamamos tradición viva. Lo sagrado no se puede decretar, se recibe de Dios y se transmite.
Esta es, sin duda, la razón por la que Benedicto XVI pudo afirmar con autoridad:
«En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado perjudicial. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde».
En un momento en el que algunos teólogos pretenden reabrir las guerras litúrgicas enfrentando el misal revisado por el Concilio de Trento con el que se utiliza desde 1970, es urgente recordarlo. Si la Iglesia no es capaz de preservar la continuidad pacífica de su vínculo con Cristo, no podrá ofrecer al mundo «lo sagrado que une a las almas», según las palabras de Goethe».
Más allá de la disputa por los ritos, está en juego la credibilidad de la Iglesia. Si ella afirma la continuidad entre lo que comúnmente se llama la Misa de San Pío V y la Misa de Pablo VI, entonces la Iglesia debe ser capaz de organizar su cohabitación pacífica y su enriquecimiento mutuo. Si se excluyera radicalmente una en favor de la otra, si se declararan irreconciliables, se reconocería implícitamente una ruptura y un cambio de orientación. Pero entonces la Iglesia ya no podría ofrecer al mundo esa continuidad sagrada, que es la única que puede darle la paz. Al mantener viva una guerra litúrgica en su interior, la Iglesia pierde su credibilidad y se vuelve sorda a la llamada de los hombres. La paz litúrgica es el signo de la paz que la Iglesia puede aportar al mundo».
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