Acápite de una Conferencia de Mons. Guido Marini en el
Congreso Diocesano de Soriano Calabro (Italia, 7 de septiembre de 2010). El
silencio sagrado, propio de la liturgia, lejos de reducirse a un simple
permanecer callado, es como el alma que nos introduce más plenamente en los
ritos y oraciones del misterio que celebramos.
Texto
completo en italiano: vatican.va
El silencio sagrado
«Una liturgia bien celebrada, en sus diversas partes, prevé una acertada alternancia de silencio y palabra, donde el silencio anima a la palabra, permite a la voz resonar con extraordinaria profundidad, manteniendo cada expresión vocal en el adecuado clima de recogimiento. Recuérdese a este propósito, lo que afirma la Instrucción General del Misal Romano: “Se debe observar, a su tiempo, el silencio sagrado, como parte de la celebración. Su naturaleza depende del momento en el que tiene lugar en la celebración concreta. Así, durante el acto penitencial y después de la invitación a la oración, el silencio ayuda al recogimiento; después de la lectura o la homilía, es una llamada a meditar brevemente lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y de súplica” (n. 45).
La Instrucción General no hace otra cosa que explicitar cuanto la Sacrosanctum Concilium formulaba en términos más generales: “Obsérvese a su debido tiempo el silencio sagrado” (n. 30).
Hay que resaltar que en ambos textos citados se habla de “silencio sagrado”. El silencio requerido, por tanto, no hay que considerarlo como si fuera una pausa entre un momento celebrativo y el siguiente. Hay que considerarlo más bien como un verdadero y propio momento ritual, complementario a la palabra, a la oración vocal, al canto, al gesto…
Desde este punto de vista, se entiende mejor el motivo por el que durante la plegaria eucarística y, en especial, el canon, el pueblo de Dios reunido en oración sigue en silencio la oración del sacerdote celebrante. Aquel silencio no significa inactividad o ausencia de participación. Ese silencio lleva a hacer que todos se introduzcan en el significado de aquel momento ritual que resitúa en la realidad del sacramento, el acto de amor con el que Jesús se ofrece al Padre en la Cruz para la salvación del mundo. Aquel silencio, verdaderamente sagrado, es el espacio litúrgico en el que hay que decir sí, con toda la fuerza de nuestro ser, al obrar de Cristo, para que llegue a ser también nuestro actuar en la vida cotidiana.
Así, el silencio litúrgico es verdaderamente sagrado porque es el lugar espiritual donde se realiza la adhesión de toda nuestra vida a la vida del Señor, es el espacio del “amén” prolongado en el corazón que se rinde al amor de Dios y lo abraza como nuevo criterio del propio vivir. ¿No es quizás éste el estupendo significado del “amén” conclusivo de la doxología al término de la plegaria eucarística, en la que todos decimos con la voz lo que ampliamente hemos repetido en el silencio del corazón orante?
Si todo esto es el sentido del silencio en la liturgia, ¿no es quizás cierto que nuestras liturgias necesitan más espacio para el silencio sagrado?»
No hay comentarios:
Publicar un comentario