«Todo en la Iglesia nace en la oración y todo crece gracias a la oración», señalaba recientemente el Papa Francisco. El siguiente texto del Cardenal Sarah, extraído de su libro La fuerza del silencio, confirma esta verdad en la vida de una gran santa de nuestro tiempo.
«Sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres»
«Me vienen a la memoria las firmes y emotivas palabras que la Madre Teresa dirigió a un joven sacerdote, Angelo Comastri, hoy cardenal arcipreste de la basílica de San Pedro en Roma, cuyo libro Dio scrive dritto contiene un espléndido mensaje. Este es el relato de su conmovedor encuentro con la santa, que transcribo con intensa emoción. “Llamé por teléfono a la casa general de las hermanas misioneras de la caridad para entrevistarme con la Madre Teresa de Calcuta, pero la respuesta fue tajante: imposible ver a la Madre: sus compromisos no se lo permiten. De todas formas, me presenté allí. La hermana que vino a abrirme me preguntó amablemente: ¿Qué desea? Querría ver un momento a la Madre Teresa. Ella me contestó sorprendida: ¡Cuánto lo siento! ¡No puede ser!... No me moví de allí, dándole a entender que no me iría sin haber visto a la Madre Teresa.
La hermana desapareció durante unos instantes y regresó acompañada de la Madre, quien me invitó a sentarme en una salita próxima a la capilla. En el entretanto, pude reponerme un poco y conseguí decir: Madre, soy un sacerdote muy joven: ¡estoy dando mis primeros pasos! Venía a pedirle que me acompañe con mi oración. La Madre me miró tierna y dulcemente y, sonriendo, me dijo: Siempre rezo por los sacerdotes. Rezaré también por usted. Luego me tendió una medalla de María Inmaculada, la deposito en mi mano y me preguntó: ¿Cuánto tiempo dedica al día a la oración? Me quedé sorprendido y algo desconcertado. Después de hacer memoria, repuse: Madre, celebro misa todos los días, todos los días rezo en breviario. Como bien sabe, ¡en nuestra época esto es una heroicidad! (era 1969). También rezo todos los días el Rosario y lo hago con gusto, porque lo aprendí de mi madre. La Madre Teresa apretó con sus manos rugosas el rosario que llevaba siempre consigo; luego clavó en mí aquellos ojos llenos de luz y de amor y me dijo: No basta con eso, hijo mío. No basta con eso, porque el amor no puede reducirse al mínimo indispensable: ¡el amor exige el máximo! En ese momento no entendí las palabras de la Madre Teresa y, casi justificándome, contesté: Madre, en realidad lo que quería preguntarle era qué actos de caridad hace usted. Inmediatamente, su rostro se volvió severo y la Madre me dijo con voz firme: ¿Cree usted que yo podría vivir la caridad si no le pidiera cada día a Jesús que llene mi corazón de su amor? ¿Cree usted que podría recorrer las calles en busca de los pobres si Jesús no comunicara a mi alma el fuego de la caridad? Me sentí muy pequeño...
Miré a la Madre Teresa con honda admiración y el deseo sincero de penetrar en el misterio de su alma, tan llena de la presencia de Dios. Ella subrayando cada una de sus palabras, añadió: Lea atentamente el evangelio y verá cómo también Jesús, por la oración, sacrificaba la caridad. ¿Y sabe por qué? Para enseñarnos que sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres. En esa época veíamos a muchos sacerdotes y religiosos abandonar la oración para hacer una inmersión -así lo llamaban- en el campo social. Las palabras de la Madre Teresa fueron para mí como un rayo de sol; y en mi fuero interno repetí lentamente; Sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres”. (Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, Ed. Palabra 2017, n. 55, p. 52-53).
No hay comentarios:
Publicar un comentario