sábado, 1 de octubre de 2022

LAS PEQUEÑAS BATALLAS DE UNA GRAN SANTA

En los escritos autobiográficos de Teresa de Lisieux abundan los pequeños combates que la santa libraba periódicamente y que la condujeron en poco tiempo a la cima de una santidad sublime. A base de hacerse pequeña Dios la engrandeció de tal manera que su vida, en extremo sencilla, conmovió al mundo y consolidó en la Iglesia un camino luminoso de perfección, el camino de la infancia espiritual. «Yo no he dado a Dios más que amor» escribió Teresita, consciente de que es el amor lo que vuelve grande y trascendente lo más pequeño y corriente.

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«En otra ocasión, estaba en el lavadero enfrente de una hermana que me salpicaba de agua sucia la cara cada vez que golpeaba los pañuelos contra su banca.

Mi primer impulso fue echarme para atrás y enjugarme el rostro, a fin de hacer ver a la hermana que me asperjaba que me haría un gran favor obrando con más suavidad. Pero en seguida pensé que era bien tonta rehusar unos tesoros que tan generosamente se me daban, y me guardé de manifestar mi lucha interior.

Me esforcé por sentir el deseo de recibir en la cara mucha agua sucia, de suerte que acabó por gustarme aquel nuevo género de aspersión, y me prometí a mí misma volver otra vez a aquel sitio afortunado en el que tantos tesoros se recibían.

Ya veis, Madre amadísima, que soy un alma muy pequeña que solo puede ofrecer a Dios cosas muy pequeñas. Y aún me sucede muchas veces dejar escapar algunos de estos pequeños sacrificios, que tanta paz llevan al alma. Pero no me desanimo por eso: me resigno a tener un poco menos de paz y procuro estar más alerta en otra ocasión». (Orar con Teresa de Lisieux, Desclée De Brouwer 1997, p. 58. Selección de J. P. Manglano).


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