martes, 18 de octubre de 2022

DISCIPLINA LITÚRGICA II

Imagen de wikipedia.org

El cuidado de los gestos rituales en la misa es un bien que realza y protege un valor fundamental de la liturgia: la necesaria gravedad (gravitas) con que debe ser celebrada. En una entrada anterior sobre el tema (ver aquí) se trató de la gestualidad de las manos y brazos del celebrante; del mismo artículo recojo ahora lo que se dice en relación con los gestos rituales de la cabeza y la mirada.

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

La cabeza y la mirada

De Don Enrico Finotti

En el conjunto del cuerpo la cabeza representa la identidad profunda de la persona, mientras que la mirada revela los sentimientos interiores del alma. De aquí el valor de un sabio dominio de los movimientos de la cabeza que deben señalar las diversas fases del culto y orientar a los fieles a una imitación atenta. La cabeza se dirige normalmente hacia el lugar del misterio y en los momentos de meditación se mantiene baja en acto de reflexión; al pronunciar los Nombres Santos se inclina. Nunca es correcto agitar la cabeza en cualquier dirección secundando ruidos o mostrando una curiosidad innecesaria. El sacerdote no preside la asamblea santa al modo de un animador, sino con la gravedad de quien está siempre vuelto hacia el Señor y, por eso mismo, se convierte más que nunca en guía y ejemplo para el pueblo.

Una delicadeza aún mayor se refiere a la mirada que exige el control de los ojos. El sacerdote conduce a su pueblo a los santos misterios contemplándolos, él mismo en primer lugar, con adoración y amor. Centro indiscutido de una atención permanente durante todo el curso de la celebración litúrgica es el altar, al que se dirige la mirada de los ministros y de los fieles; el altar nunca debe salir del horizonte de referencia, ni siquiera cuando desde el ambón se proclama la palabra de Dios o cuando se administran los sacramentos. Cristo tiene en el símbolo del altar (especialmente cuando está dedicado) su trono invisible de presidencia y su punto de referencia para otorgar toda gracia y beneficio espiritual. Sin embargo, hay un momento en el que, sin desaparecer, el altar pierde temporalmente su fulgor: son los momentos en los que ese otro Altar vivo, que es Cristo mismo en su presencia real, se hace visible en el sacramento. Entonces el altar de alguna manera depone su majestad para postrarse ante Aquél que oficia permanentemente en el altar de oro del cielo y desciende sub especie sacramenti sobre su altar terrenal.


 

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