En el último artículo de su comentario
sobre el Credo, Santo Tomás de Aquino nos ha dejado un luminoso texto sobre la
naturaleza de la vida eterna. Como
dice San Agustín, el Símbolo de los Apóstoles ha de ser un espejo donde mirarnos: “mírate en él, para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu
fe”.
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«De manera harto apropiada concluye el Símbolo las verdades que hay que creer, con la que es corona de todos nuestros deseos, a saber, con la vida eterna...». Vamos ahora a considerar en qué consiste la vida eterna.
En primer lugar consiste en la unión con Dios. Dios mismo es el premio y el fin de todos nuestros trabajos: “Yo soy tu protector, y tu galardón grande sobre manera” (Gen 15. 1).
A su vez, esta unión consiste en la visión perfecta: “Ahora vemos en un espejo, confusamente, entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12).
Consiste también en la suprema alabanza. Dice san Agustín en el libro 22 De Civitate Dei: “Veremos, amaremos, y alabaremos”. Y el profeta: “Gozo y alegría se hallarán en ella; acción de gracias y voz de alabanza” (Is 51, 3).
En segundo lugar, la vida eterna consiste en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, porque en ella todos los bienaventurados tendrán más de lo que anhelan y esperan.
En esta vida nadie puede ver colmados sus deseos, ni existe cosa creada capaz de dar satisfacción completa a los anhelos del hombre, pues solo Dios los sacia, y aun los excede infinitamente; por eso el hombre no descansa sino en Dios: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Agustín, en el libro I de las Confesiones). Pero, como en la patria los santos poseerán a Dios de una manera perfecta, es evidente que sus anhelos quedarán satisfechos, y aún sobrará gloria. Por ello, el Señor dice: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21). Y san Agustín comenta: “El gozo entero no entrará en los gozantes, sino que los gozantes enteros entrarán en el gozo”. Y en los salmos se lee: “Cuando aparezca tu gloria quedaré saciado” (Ps 16, 15); “Él colma de bienes tus deseos” (Ps 102, 5).
Todo lo apetecible sobreabundará allí. Si se ansían deleites, allí se hallará el más grande y más perfecto deleite, pues tendrá por objeto al sumo bien, es decir, a Dios: “Entonces en el Todopoderoso abundarás de delicias” (Iob 22, 26); “A tu derecha, deleites para siempre” (Ps 15, 11). Si se ambicionan honores, en la vida eterna se alcanzará todo honor... Si se anhela ciencia, perfectísima la alcanzaremos en el cielo: conoceremos la naturaleza de todas las cosas, toda la verdad, todo lo que queramos, y poseeremos allí, junto con la vida eterna misma, cuanto deseemos poseer: “Todos los bienes acudieron a mí juntamente con ella (con la Sabiduría)” (Sap 7, 11).
En tercer lugar, la vida eterna consiste en una seguridad total. En este mundo no se da la perfecta seguridad, pues cuanto más tiene uno y más sobresale, tanto más recela y más necesita; pero en la vida eterna no existirá la tristeza, ni se pasarán trabajos, ni miedo alguno. “Se disfrutará de abundancia sin temor a los males” (Prv 1, 33).
En cuarto lugar, consiste en la feliz compañía de todos los bienaventurados, compañía que será de lo más agradable, porque serán de cada uno los bienes de todos. Efectivamente, cada uno amará a los otros como a sí mismo, y por ello disfrutará con el bien de los demás como con el suyo propio. De lo que resultará que se acrecentará la alegría y el goce de cada uno en la misma medida en que gozan todos. “Vivir en ti es júbilo compartido” (Ps 86, 7)». (Cf. Tomás de Aquino, Obras catequéticas, Ed. Eunate, Pamplona 1995, pp. 93-95).
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