martes, 19 de julio de 2022

AD ORIENTEM, UNA INVITACIÓN SIEMPRE VIGENTE

Papa Francisco celebra ad orientem en el santuario de Loreto

Como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el cardenal Robert Sarah reiteró de palabra y por escrito la conveniencia de la celebración ad orientem de la Sagrada Eucaristía. Siguiendo la senda de reconocidos liturgistas como Josef A. Jungmann, Louis Bouyer, Klaus Gamber y el propio Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, el cardenal Sarah proponía en una conferencia en la ciudad de Londres el 2016: «Es muy importante que volvamos tan pronto como sea posible a una orientación común, que los sacerdotes y los fieles se vuelvan juntos en la misma dirección – hacia el este o al menos hacia el ábside – al Señor que viene»... «Así, queridos padres, les pido que implementen esta práctica en donde sea posible, con prudencia y con la necesaria catequesis, ciertamente, pero también con la confianza de pastor de que esto es algo bueno para la Iglesia, algo bueno para las personas». Lamentablemente su propuesta cayó en saco roto; sin embargo, los principios que la avalan siguen siendo actuales y su implementación bien podría constituirse en una primera piedra para recuperar y acentuar la dimensión sagrada de la Misa.

Treinta años antes, la escritora católica canadiense Anne Roche Muggeridge, en su libro sobre la crisis que azota a la Iglesia, escribía al respecto con algo de fina intuición femenina:  

«Si un ángel me permitiera dar una sugerencia sobre lo que por encima de todo devolvería rápidamente el sentido de lo sagrado a la Misa, sería ésta: acabar con la Misa cara al pueblo. Estoy convencida de que la posición del sacerdote en el altar es el símbolo litúrgico externo más importante, y el que tiene la mayor carga doctrinal. Volver a poner al sacerdote de nuestro mismo lado del altar, mirando con nosotros hacia Dios, convertiría de golpe la Misa, de un ejercicio de relación interpersonal, en la oración universal de la Iglesia a nuestro Padre Dios. Con el sacerdote frente a Dios, una vez más como guía del pueblo, la importancia del micrófono disminuirá, y el sacerdote podría dejar de hacernos muecas. Él y nosotros podemos volver a pensar solamente en el Misterio que está sucediendo» (Anne Roche Muggeridge, The Desolate City: Revolution in the Catholic Church, rev. ed. San Francisco: Harper & Row, 1990, pp. 176-77. La primera edición de esta obra es de 1986).

Fuente: liturgyguy.com





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