Con
una Misa multitudinaria, oficiada por el obispo de Río de Janeiro, Mons. Orani
Tempesta en la playa de Copacabana, se daba inicio el martes pasado a la nueva
Jornada Mundial de la Juventud. Es verdad que la vara dejada por el Cardenal
Rouco en la última JMJ en Madrid, estaba muy alta; también es verdad que no me
hice grandes ilusiones –en lo que a liturgia se refiere- para esta ocasión. Pero
nada sabía de la tremenda amnesia que padecen los cariocas. Precisamente
pensando en este tipo de eventos el Papa Benedicto XVI –recogiendo el parecer
de muchos padres sinodales, entre ellos algunos del Brasil, escribió en la
Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum
Caritatis: «En particular, pienso en
las celebraciones que tienen lugar durante encuentros internacionales, hoy cada
vez más frecuentes. Éstas han de ser valoradas debidamente. Para expresar mejor
la unidad y universalidad de la Iglesia, quisiera recomendar lo que ha sugerido
el Sínodo de los Obispos, en sintonía con las normas del Concilio Vaticano II:
exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles, sería bueno
que dichas celebraciones fueran en latín; también se podrían rezar en latín las
oraciones más conocidas de la tradición de la Iglesia y, eventualmente,
utilizar cantos gregorianos. Más en general, pido que los futuros sacerdotes,
desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa
Misa en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; se
procurará que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y
que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia» (n° 62). Pues bien,
nada de esto ocurrió en la Misa del martes por la tarde en la playa de
Copacabana. Ni una sola palabra en latín, ausencia absoluta de canto
gregoriano. El coro, sus canciones, sus melodías, sus ritmos, incluso su misma
situación en el escenario litúrgico, eran los propios de un grupo musical
ofreciendo un emotivo recital, que los de un coro de música sacra acompañando
una celebración eucarística de envergadura. Una solista que canto
maravillosamente bien el Panis Angelicus
durante la Comunión, fue la única excepción a la banalidad musical de esta Misa
de bienvenida. Lamentable también las reiteradas aclamaciones del coro
interrumpiendo la recitación del Canon, por supuesto el II, luego de una
liturgia de la palabra agotadora que superó la hora y diez. Óptimo, en cambio,
todo lo que se refirió al servicio del altar: piedad de los Celebrantes,
Diácono con dalmática, dignos y entrenados ceremonieros, acólitos de sotana y
roquete, ornamentos espléndidos, vasos sagrados de calidad y cuidado de lo
pequeño. Y para que no se piense que lo dicho son personales impresiones de un
testigo lejano, copio un par de twitter
que envió un sacerdote piadoso presente en la ceremonia: 1° La concelebración en la Misa en Copacabana
estuvo desordenada, con sacerdotes revestidos y otros no y con laicos entre
medio. 2° Los efectos de luz y la
música pop hacían que pareciera a veces un espectáculo pagano. Resta
esperar que la Misa de clausura, esta vez con presencia del Papa y a cargo de
su maestro Don Guido Marini, logren dejar una más clara sensación de haber
asistido a la Santa Misa, acción que actualiza, representa y conmemora el drama
tremendo del Calvario.
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