domingo, 1 de junio de 2025

¿CÓMO CELEBRAR LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR?

¿Qué hemos de hacer para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión?

–Para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión hemos de hacer tres cosas:

1ª adorar a Jesucristo en el cielo como medianero y abogado nuestro;

2ª despegar enteramente nuestro corazón de este mundo como de lugar de destierro y aspirar únicamente al cielo, nuestra verdadera patria;

3ª determinarnos a imitar a Jesucristo en la humildad, en la mortificación y en los padecimientos, para tener parte en su gloria. (Catecismo San Pío X).


 

lunes, 26 de mayo de 2025

¡HE AHÍ EL AMOR MÍO, DADME EL AMOR MÍO!

San Felipe Neri

«San Felipe, el venerado apóstol de Roma, que tuvo la dicha de morir el día mismo del Corpus Christi, yacía sobre su lecho, extenuado de fuerzas por los males que le afligían; octogenario, había llegado ya al término de su carrera. No habla el santo anciano; parece que duerme. Pero no duerme; es que está absorto en Dios; está en espera y aguarda… De repente un sonido de campanillas lo conmueve… ¡Es el Viático, es el Señor que viene… el Señor! A este sonido, sus fuerzas retornan, sus miembros parecen reanimarse; quiere arrojarse del lecho y arrodillarse a toda costa… Y cuando ve aparecer el Santísimo Sacramento, no es ya hombre de la tierra; en aquel momento, Felipe Neri es ángel del cielo; diré mejor, es un serafín herido, un serafín que arde, que grita: ¡He ahí el Amor mío, he ahí el Amor mío…dadme, dadme el Amor mío! Si nadie hubiese escrito la vida de San Felipe Neri, esta escena de cielo bastaría para revelarla; bastaría este momento solo para testificar la virtud de sus gloriosos ochenta años. El último grito de su vida sería su panegírico más hermoso; y solo el Viático demostraría que era un gran santo, y especialmente un grande enamorado del Santísimo Sacramento» (Antonio de Castellammare, El alma eucarística, Ed. Casals, p. 261).

lunes, 19 de mayo de 2025

DOS HERMOSAS COLECTAS DEL VIEJO MISAL

El antiguo misal es un tesoro de oraciones preciosas que no termino de descubrir del todo. En mis últimas vacaciones me topé con dos hermosas colectas, lamentablemente desaparecidas en el misal de Pablo VI, que han sido de gran provecho para mi meditación. Se trata de la colecta de la misa votiva de San Pedro y San Pablo y de la colecta de la misa votiva de la Pasión del Señor. En la primera, sobresale la idea de que los Apóstoles Pedro y Pablo, auténticos cimientos de la Iglesia, deben toda su fortaleza al potente brazo de Dios que los ha liberado de las turbulencias y profundidades del mar; es siempre su mano salvadora la que los saca a flote. La segunda es una maravillosa síntesis cristológica–espiritual: Jesucristo ha bajado del cielo para derramar copiosamente su sangre por nosotros y así darnos la posibilidad de que, colocados a su derecha, merezcamos escuchar de sus labios de Juez universal una sentencia favorable de salvación: Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino…


Colecta de la misa votiva de San Pedro y San Pablo:

«Oh Dios, cuya diestra sostuvo a Pedro caminando sobre las olas para que no se hundiese y salvó a Pablo, su hermano en el apostolado, náufrago por tres veces, de lo más profundo del mar; óyenos propicio, y concede que, por los méritos de ambos, alcancemos la gloria de la eternidad. Tú que vives y reinas».

«Deus, cujus déxtera beátum Petrum, ambulántem in flúctibus, ne mergerétur, eréxit, et coapóstolum ejus Paulum, tértio naufragántem, de profundo pélagi liberávit: exáudi nos propítius, et concéde; ut, ambórum méritis, æternitátis glóriam consequámur: Qui vivis et regnas». 


Colecta de la misa votiva de la Pasión del Señor:

«Oh Señor Jesucristo, que desde el seno del Padre has bajado de los cielos a la tierra para derramar tu preciosa sangre en remisión de nuestro pecados; te suplicamos humildemente que, colocados en el día del juicio a tu derecha, merezcamos oír: Venid, benditos. Tú que con el mismo Dios Padre y el Espíritu Santo vives y reinas».

«Dómine Jesu Christe, qui de coelis ad terram de sinu Patris descendísti, et sánguinem tuum pretiósum in remissiónem peccatórum nostrórum fudísti: te humíliter deprecámur; ut in die judícii, ad déxteram tuam, audíre mereámur: Veníte, benedícti: Qui cum eodem Deo Patre et Spíritu Sancto vivis et regnas Deus, per ómnia sǽcula sæculórum».

 

miércoles, 30 de abril de 2025

LA SABIDURÍA DE CATALINA. SOLO SÉ QUE NADA SOY

Santa Catalina de Siena

La célebre frase atribuida universalmente a Sócrates «sólo sé que nada sé» inmortalizó un principio básico del saber recto: solo una actitud humilde de la inteligencia (nada sé) nos pone en óptimas condiciones de captar la realidad objetiva del mundo y del hombre. En el ámbito religioso sucede algo muy similar; solamente la conciencia de que no somos nada nos acerca al que lo es todo, Dios Creador nuestro. Esta percepción de radical insuficiencia está en la base de la vida de los santos, los amigos íntimos de Dios. Así lo refleja un breve ensayo sobre Catalina de Siena.

* * *

«¿No se creería uno estar escuchando el eco de la lección fundamental recibida en la diminuta celda de Siena: «Hija mía —le había dicho el Señor—, sabes quién eres tú y quién soy Yo? Si posees este doble conocimiento, serás feliz. Tú eres la que no es; Yo soy el que soy.»

Lección corta, de fecundidad inagotable, que guio la vida entera de Catalina y puso en su oración el distintivo de la humildad. La santa debía de pensar en esto, sin duda, cuando se explayaba con impetuoso entusiasmo:


¡Oh Bien supremo y eterno! ¿Quién, pues, te indujo a Ti, Dios infinito, a iluminarme con la luz de tu verdad, a mí, tu pequeña criatura? Sólo Tú, Fuego de amor. Siempre el Amor, el Amor sólo, te impulsó y te impulsa a crear a tu imagen y semejanza tus criaturas racionales y a tener misericordia de ellas, colmándolas de gracias infinitas y de dones sin mesura...

En cuanto a mí, soy la que no es. Si dijera que soy algo por mí misma, mentiría, sería hija del demonio, padre de la mentira. Tú sólo eres el que es. 

Magnánima humildad. Sentía esta alma transparente irresistible necesidad de hacer justicia al infinito; un movimiento irreprimible le forzaba a rebajarse, a prosternarse ante «el que es». Escuchadla orar: «Yo hablaré al Señor —decía el Patriarca Abraham—aunque no sea más que polvo y ceniza.» Así Catalina: sus oraciones comienzan por un grito de humildad, de sumisión, de adoración; no puede olvidar quién es y a quién se dirige:


¡Oh soberana y eterna Bondad! ¡Ay! ¿Qué soy, pues, miserable para que Tú, padre eterno y soberano, me hayas manifestado la Verdad?...

Por Ti, oh médico celeste, amor inefable de mi alma, suspiro con ardor. Oh Trinidad eterna e infinita, recurro a Ti, a pesar de mi pequeñez, y te suplico en unión con el cuerpo místico de la Santa Iglesia, que purifiques con tu gracia toda mancha de mi alma.

Ahora bien, no solamente tiene la humildad esencial de toda criatura que conoce su origen, sino esta otra humildad—más penosa a la naturaleza— del pecador que conoce su historia. La persigue el recuerdo de sus faltas.

Mas ¿qué desórdenes, se preguntará el lector, podía llorar esta privilegiada de la gracia que jamás conoció el pecado mortal?

La conciencia de los santos tiene delicadezas que nos asombran y nos desconciertan. Y, sin embargo, tienen razón. Además de que Catalina no cesó nunca de reprocharse con amargura la tibieza en que la sumió su hermana Bonaventura, atribuía particular gravedad a sus faltas de omisión de las que se acusó hasta el último momento, persuadida de que estas faltas eran la causa de los desfallecimientos de sus discípulos y las desventuras de la Iglesia: si su oración hubiese sido más ferviente ¿no hubiera evitado los azotes que ella ya veía cernerse sobre la cristiandad? «Si yo estuviera totalmente inflamada por el fuego del amor divino, decía a su confesor ¿no rezaría a mi Creador con un corazón de llamas, y El, soberanamente misericordioso, no se apiadaría de todos mis hermanos y les concedería el estar inflamados por el fuego que estaría en mí? ¿Cuál es el obstáculo para este gran bien? Mis pecados, sin duda». Se reprocha, pues, con amargura, no corresponder a la gracia. Con frecuencia, en su oración, cuando el impulso de la caridad parecía arrebatarla, se detenía de repente, como ante un obstáculo que amenazara quebrar el impulso de su oración, y se le oía acusarse:


¡Señor, yo he pecado; ten piedad de mí! Seguí en todo momento la ley perversa que hay en mí... No te he conocido a Ti, Luz verdadera.

Y con todo le plugo a tu caridad iluminarme... Yo no he sabido guardar mi memoria llena sólo de Ti y de tus beneficios inmensos. No he fijado mi inteligencia conforme a tu voluntad, no me he aplicado únicamente a buscar tu agrado; tampoco mi voluntad se ha empleado en amarte con todas sus fuerzas y sin mesura, como Tú me lo pedías. Yo te he ofendido».  

(M.V. Bernadot, O.P., Santa Catalina de Siena al Servicio de la Iglesia, Madrid 1958, pp. 20-23. Los destacados son nuestros).


martes, 29 de abril de 2025

UNA ESTOLA PAPAL SOBRE LOS HOMBROS DE SARAH

  

Actualizo una entrada que hice en este blog hace ya más de siete años (ver aquí). El momento que vivimos le proporciona una interesante actualidad. Cada lector podrá sacar sus propias conclusiones sobre el paralelismo de las anécdotas que aquí se relatan. Por mi parte, solo añado esta oración a Jesús Buen Pastor: Señor, reconozco que no lo merecemos, pero por favor reconoce Tú que lo necesitamos. Fiat voluntas tua!

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¿RECUERDO O PRESAGIO?

Benedicto XVI crea cardenal a Mons. Robert Sarah

Releo con emoción un pasaje del libro Dios o nada del Cardenal Sarah. Se trata del último párrafo con el que su Eminencia concluye los recuerdos de la visita de San Juan Pablo II a su tierra natal de Guinea, en febrero de 1992. La escena tiene lugar en los jardines del arzobispado de Conakri, la noche antes de la partida del Pontífice, junto a una gruta de Nuestra Señora de Lourdes.

«Después de coronar la imagen de la Santísima virgen -relata el Cardenal-, el Papa se arrodilló y permaneció recogido un buen rato. La profundidad y la duración de su oración, interminable, impactaron a los fieles allí reunidos. Después se levantó y, dirigiéndose lentamente hacia mí, depositó la hermosa estola que llevaba sobre mis hombros. Sentí una profunda emoción, sin entender el motivo de su gesto, que no estaba previsto. Al subir hacia la residencia, me abrazó y me dijo con rotundidad: ‘Ha sido un bonito final’» (Card. Robert Sarah, Dios o nada, Madrid 2015, p. 84).

Su lectura me evoca inmediatamente un suceso similar ocurrido entre Pablo VI y el entonces Patriarca de Venecia, Cardenal Albino Luciani, luego Beato Juan Pablo I. El mismo Pontífice lo contó en su primer Angelus, cuando explicó a los fieles allí congregados el porqué de su nombre Juan Pablo: 

«Ayer por la mañana, fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca habría imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos colegas que tenía al lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: ‘ánimo, si el Señor da un peso, dará también las fuerzas para llevarlo’. Y el otro compañero: ‘no tenga miedo, en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa’. Al llegar el momento, he aceptado.

Después vino la cuestión del nombre, porque preguntan también qué nombre se quiere tomar, y yo había pensado poco en ello. Hice este razonamiento: el Papa Juan quiso consagrarme él personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo, no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo poner completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre los hombros. Jamás me he puesto tan rojo. Por otra parte, en quince años de pontificado, este Papa ha demostrado, no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo. (Angelus, 27 de agosto de 1978).


martes, 22 de abril de 2025

MEDITACIÓN DE PASCUA. ¿A QUIÉN BUSCAS?

Aparición a María Magdalena. Alejandro Andreevich Ivanov
Imagen: arthive.com

«Las misas de la semana de Pascua nos van recordando en sus evangelios las diversas apariciones de Cristo resucitado. La primera y una de las más conmovedoras es en la que Jesús se manifestó a María Magdalena. (Jn 20, 11.18). En este episodio María se nos presenta de nuevo con su inconfundible carácter de alma completamente arrebatada por el amor de Dios. Llega al sepulcro, y apenas «ve la piedra quitada del monumento», un solo pensamiento la obsesiona: «Han quitado al Señor del sepulcro»: ¿quién habrá sido?, ¿dónde le habrán puesto? Y va preguntando a todos los que encuentra, creyéndolos a todos dominados por la misma idea, por esa misma ansia en que ella se abrasa: les pregunta a Pedro y a Juan, a quienes ha venido a avisar, a los ángeles, al mismo Jesús. Las otras mujeres, apenas advierten que está el sepulcro abierto, entran en él para ver lo que ha pasado; ella corre a toda prisa para comunicar la noticia a los Apóstoles. Y después vuelve: ¿qué va a hacer allí junto a la tumba vacía? No lo sabe, pero su amor la arrastra hacia el sepulcro y la ata al lugar donde había sido colocado el cuerpo del Maestro, aquel Cuerpo que ella quiere encontrar de nuevo a toda costa.

Ve a los ángeles, pero no se maravilla ni se turba como las otras mujeres: el dolor absorbe su alma haciendo imposible cualquier otra emoción. Y cuando los ángeles le preguntan: ¿Por qué lloras mujer?, ella responde inmediatamente: «Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto». Poco después Jesús le hace la misma pregunta, y María absorta y ensimismada en sus pensamientos, no le reconoce, y creyendo que era el hortelano, le dice: «Señor, si lo has cogido tú, dime dónde lo has puesto, y yo lo tomaré». La obsesión por hallar de nuevo a Jesús domina de tal manera todo su ser que ni siquiera siente la necesidad de nombrarle; cree que todos piensan en su Jesús y que entenderán al vuelo su petición, como si todos estuviesen poseídos por el mismo estado de ánimo que vive ella.

Cuando el amor y el sedeo de Dios en han apoderado totalmente de un alma, hacen imposible que surjan en ella otros amores, otros deseos o preocupaciones. Todos sus movimientos están orientados hacia Dios, y el alma no hace más que buscar en todo únicamente a Dios». (Gabriel de S. M. Magdalena O.C.D. Intimidad Divina, Burgos 1961, p. 638).

 


 

sábado, 19 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. EL DESCENDIMIENTO

El Descendimiento de la Cruz. Pedro Machuca
Imagen: wikipedia.org 

El descendimiento de Cristo de la Cruz ha inspirado pinturas extraordinarias y meditaciones sublimes. Es la hora de la suprema «impotencia» de Dios, que nos obliga a intervenir, a apresurarnos para darle pronta y piadosa sepultura en el corazón. ¡Al fin podemos sentirnos útiles!

* * *

«Nicodemo y José de Arimatea discípulos ocultos de Cristo interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43): ¡valentía heroica!

Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

Cuando todo el mundo os abandone y desprecie…, serviam!, os serviré, Señor» (San Josemaría Escrivá, Via Crucis, XIV, 1).


El Descendimiento. Obra copiada de Correggio

«Él no ha estado en tus brazos, Madre de Dios, desde que era niño, y tienes ahora un motivo para reclamar, cuando el mundo ha hecho lo peor, porque eres la favorecida, la bendecida, la agraciada madre del Altísimo. Nos alegramos en este gran misterio. Él estuvo escondido en tu seno, recostado en tu regazo, amamantado por tus pechos, llevado en tus brazos, y ahora que está muerto es puesto sobre tus rodillas. Virgen Madre de Dios, ruega por nosotros» (San John Henry Newman, Via Crucis, XIII).

 

viernes, 18 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. CORONACIÓN E IMPROPERIOS

Coronación de espinas e improperios. 
Atribuido al Maestro de la Sisla 
Imagen: wikipedia.org

Noche horrible y siniestra la que pasó nuestro Redentor luego de su prendimiento en el huerto. Es comprensible que la devoción cristiana haya fomentado largas noches de vela y vigilia –de jueves a viernes– en desagravio a esa noche de dolor y humillación que precedió la muerte de Jesús. Los pinceles siempre serán insuficientes para expresar en plenitud la inmensidad del dolor Cristo y la serena majestad con que los sobrellevó. Sin embargo, el genio artístico nos ha proporcionado a lo largo de los siglos obras maestras de la Pasión que nos ayudan a vislumbrar el misterio de ese sufrimiento. Con piedad y talento literario, escribe un autor contemporáneo:

«Podría parecer que los golpes y salivazos, las injurias y bofetadas, comenzaron solo cuando Jesús estuvo en manos de los soldados del César. Pero en realidad habían empezado desde el mismo prendimiento, por parte de la guardia del templo, y ahora, antes de ser llevado a Pilato, se redoblaron con nueva intensidad. «Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban» (Lc 22, 63). Jesús quedaba a merced de aquellos guardias como un hombre sin derechos, sin honra, sin dignidad humana: podían tratarlo como se les antojara.

Es costumbre casi universal del mundo civilizado el respeto con que se trata a quien ha sido condenado a muerte. Ese respeto procede de la compasión humana hacia el que vive sus últimos momentos, y de la solemnidad que infunde el misterio de la muerte. Ni una ni otra cosa estuvieron presentes en el trato que recibió Cristo después de la sentencia del Sanedrín. La violencia física, que había comenzado con el prendimiento, se exacerbó tras la sentencia, y continuó hasta el momento mismo de presentar el caso ante el procurador romano.

En efecto, tras la condena Jesús fue entregado a los verdugos de su propio pueblo, quienes, autorizados y aun azuzados por sus jefes, «comenzaron a escupirle en la cara y a golpearle» (Mt 26, 67). Escupir a alguien, y más en la cara, es el gesto universal del sumo desprecio. Como esos guardias conocían bien la fama de profeta que tenía Jesús ante el pueblo (Mt 16, 14), no iban a desperdiciar la ocasión de ponerlo en ridículo. Y así, «tapándole la cara» (Mc 14, 65), «los que le abofeteaban decían: “Adivina, mesías, ¿quién es el que te golpeó?”» (Mt 26, 68). «Y otras muchas injurias decían contra él» (Lc 22, 65).

Un juego infantil ya inventado en la antigüedad, semejante a nuestra gallinita ciega, comenzó a practicarse con la víctima en su versión más humillante. Esos lacayos tenían en su poder al hombre indefenso que sus autoridades habían puesto a su merced, con la recomendación tácita o expresa de hacer con él lo que se les antojara, como si les hubieran dicho: allí tenéis a vuestro rey mesías, rendidle los homenajes que le corresponden. Y no ignoramos el frenesí de los peores instintos, y los grados de crueldad que pueden alcanzar esas masacres, sobre todo cuando son legitimadas por la jefatura.

La Burla de Cristo. Maestro de Messkirch

¿Cómo pasó Jesús el resto de la noche, que poca debía quedar ya? Seguramente en la mazmorra o el calabozo que habría en el palacio del tribunal, donde sus guardianes no le darían tregua: algo quedaba todavía de su rostro sin escupir, algo de su honra sin mancillar. Así hasta que se cansaron y se echaron a dormitar. Jesús, en tanto, oraba por ellos, y por todos los verdugos que le esperaban todavía hasta el descanso de la muerte, y por nosotros los pecadores todos, que no lo tratamos mejor que ellos.

Golpes y más golpes hasta que el sueño los venció. En los bajos fondos del alma hay alegría, una vil alegría, cuando la manifiesta superioridad de un hombre, que roza los cielos, queda entregada en manos de los inferiores empoderados, abandonada al capricho de sus instintos, y quizá al peor de todos ellos: la humillación de la grandeza, la venganza de la bajeza ante todo lo que es superior, el pisoteo de lo sublime, la profanación de lo sagrado.

Cuando lo más alto está en poder de lo más bajo, y lo superior a merced de lo inferior, el peor de los resentimientos humanos se toma su desquite, y practica con júbilo esa inversión de todas las jerarquías del espíritu en su forma perfecta: la profanación.

«Pueblo mío, ¿qué te he hecho, o en qué te he contristado? ¡Respóndeme!» (Mi 6, 3). ¿Acaso por los ciegos, leprosos, paralíticos tuyos a quienes devolví la salud? ¿Acaso por las parábolas sin número con que te revelé los misterios del reino de los cielos? ¿Acaso por los demonios que de ti expulsé, por los muchos pecados que te perdoné?».

(José Miguel Ibáñez Langlois, La Pasión de Cristo, Rialp, Madrid 2021, pp. 85-88).


 



 

jueves, 17 de abril de 2025

JUEVES SANTO. PIADOSA REFLEXIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Jesucristo. Detalle de la última cena 
de Leonardo da Vinci

«Mientras estaban cenando tomó Jesús el pan y lo bendijo y partió y dióselo a sus discípulos diciendo: Tomad y comed; éste es mi cuerpo (Mt 26, 26). Después del lavatorio de los pies, acto de tan grande humildad, que Jesucristo recomendó a sus discípulos, volvió a tomar sus vestidos, y, sentándose de nuevo a la mesa, quiso dar a los hombres la última prueba de amor de su corazón: fue la institución del Santísimo Sacramento del altar. Tomó el pan, lo consagró y, partiéndolo entre sus discípulos, les dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Luego les recomendó que cada vez que comieran aquel pan se acordasen de la muerte que iba a padecer por su amor, recomendación que interpreta San Pablo diciendo: Tosas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor (I Cor 11, 26). Obró entonces Jesucristo como obraría un príncipe que está para morir y ama entrañablemente a su esposa; entre sus joyas escogería la de más subido precio, llamaría a la esposa y le diría: voy a morir, amada mía, y para que no te olvides de mí te dejo por recuerdo esta alhaja; cuando la mires, acuérdate de mí y del amor que te he tenido». (San Alfonso M. de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 135). 


 

miércoles, 16 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. PRENDIMIENTO Y TRAICIÓN

El Prendimiento de Cristo
 Anton Van Dyck (1599 - 1641)

El beso de un discípulo es ahora la señal acordada para traicionar al Maestro y entregarlo en manos de sus enemigos. Por treinta miserables monedas, que dentro de poco deberá arrojar como carbones encendidos que queman su alma y sus manos, Judas ha decidido abandonar a su Maestro. El salmista ya había profetizado este dolor profundo de Cristo durante su prendimiento en el huerto: «Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad» (Ps, 54, 13-15).

Este inaudito episodio de la vida de Nuestro Señor, en el umbral mismo de su Pasión redentora, también ha quedado inmortalizado en telas de grandes pintores como Caravaggio y Van Dick. En ellas la figura de Cristo, que irradia paz y misericordia, contrasta con la furia y agitación de sus captores. 

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Breve comentario espiritual. «Prendieron a Jesús y lo ataron (Io 18,4). ¿Pero qué es lo que veo? ¡un Dios maniatado!, comenta San Alfonso María de Ligorio. Y añade más adelante: «Mira, alma mía, cómo mientras unos le cogen y le atan las manos, le injurian otros y le hieren, el inocente Cordero se deja maniatar y herir a gusto de sus verdugos; no pretende huir, ni pide socorro ni se lamenta de tantos baldones recibidos, ni pregunta por qué así le maltratan. En aquel momento se cumplió la profecía de Isaías que dijo: Se ofreció a la muerte porque Él mismo lo quiso, y no abrió su boca; será llevado a la muerte como oveja al matadero» (Is 53, 7).

* * *

Breve comentario iconográfico. «En la oscuridad del monte de los Olivos, Jesús recibe el beso que consuma la traición de Judas, mientras Pedro con su espada corta la oreja a Malco, criado del Sumo Sacerdote, según describe el relato evangélico. Esta obra corresponde a la producción juvenil de Van Dyck, inspirada directamente en modelos venecianos. El bajo punto de vista y la utilización de un único foco de luz contribuyen a lograr una gran intensidad dramática, muy apropiada para el acontecimiento». 

«Van Dyck sigue con bastante fidelidad el relato del Prendimiento de Cristo que hacen los evangelistas: la multitud de soldados y sacerdotes que van a buscarle, las linternas, antorchas y armas que llevan, el beso de Judas, el momento en que Pedro corta la oreja al criado del Sumo Sacerdote. 

El pintor destaca la ondulante energía de la agresiva muchedumbre, cuyos gestos y tosquedad física se oponen a la contenida serenidad y la idealizada belleza de Cristo, tal y como recogen los Evangelios, que hacen hincapié en la tranquilidad de Jesús frente a la violencia que le rodea, especialmente cuando recrimina a Pedro que use la violencia contra Malco, el criado del Sumo Sacerdote». Muy expresiva me parece la mirada que Jesús dirige a Judas: traslada fielmente a la tela las palabras que brotaron de sus labios: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? (Lc 22, 48). Compasión y decepción a la vez.


Fuente: museodelprado.es


martes, 15 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. GETSEMANÍ

La Oración en el Huerto. Francisco de Goya

Justo en su inicio la Pasión del Señor alcanza un instante misterioso y estremecedor: la agonía de Getsemaní. En ningún otro momento de su camino a la Cruz se nos presenta Jesús tan desamparado y angustiado como en su atribulada oración del Huerto. Por esta razón, este misterio de dolor ha sido un paso predilecto de meditación para el alma cristiana; en el arte, quizá por su carga de emociones profundas, ha inspirado obras pictóricas maestras a lo largo de los siglos. Es el caso de La Oración en el huerto (1819) del pintor español Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828).

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Desde muy joven Santa Teresa se aficionó a la contemplación de Jesús en el Huerto de los Olivos. Verlo tan necesitado de consuelo y compañía poco a poco volvió su corazón generoso hasta la entrega total de sí, y elevó su alma a la cimas de la contemplación. «Tenía –nos cuenta en el Libro de su Vida este modo de oración: como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí; y me hallaba mejor en las partes adonde le veía más solo. Me parecía que, estando solo y afligido me había de admitir a mí.

De estas simplicidades tenía muchas; en especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto; allí era mi acompañarle; pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido; si podía, deseaba limpiarle aquel sudor tan penoso; pero me acuerdo de que jamás osaba determinarme a hacerlo porque se me representaban mis pecados tan graves. Me estaba allí lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años, las más noches, antes que me durmiese –cuando me encomendaba a Dios– siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun antes de ser monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir» (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, c. 9, 4).

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Breve análisis histórico-artístico de la obra de Goya: "Según la tradición esta obra fue un obsequio de Goya a los Padres Escolapios del colegio de San Antón, Madrid, cuando les pintó el cuadro de La última comunión de San José de Calasanz. Es un boceto del que no se conoce obra definitiva. Sobre fondo negro, como solía hacer el pintor en sus últimas obras religiosas, ha colocado a Cristo arrodillado, con larga túnica blanca, brazos abiertos en cruz y mirada elevada dirigida al ángel que, sosteniendo el cáliz y la patena, vuela amparado por un potente rayo de luz. Jesús, atemorizado, pone su destino en manos del Padre, cuya única respuesta es la visión de esos objetos litúrgicos, preludio de la Pasión".

Fuente: fundaciongoyaenaragon.es

Ver también: artescolapio.org

lunes, 14 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA

Las representaciones artísticas de los padecimientos de Cristo han sido siempre un valioso complemento espiritual a la lectura evangélica de los relatos de la Pasión del Señor. La gran Teresa de Ávila nos cuenta su experiencia: «Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle... Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba» (Vida 9, 1. 3). Contemplar obras maestras de arte sacro que tienen por tema la Pasión del Señor o los dolores de su Madre bendita no solo suscita emociones estéticas ennoblecedoras, sino que hacen brotar del corazón afectos de amor y compasión que consuelan a Cristo en su abandono. Ante los padecimientos de Cristo, San Josemaría aconsejaba: «Míralo, míralo… despacio» (Santo Rosario, 2° misterio doloroso).

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Cristo después de la flagelación. Bartolomé Esteban Murillo

Una «muestra en la producción 'pasionista' de Murillo es el bellísimo Cristo después de la flagelación, también conocido como Cristo flagelado recogiendo sus vestiduras, penosa tarea que lleva a cabo Jesús ante un par de ángeles que son una curiosísima síntesis de grabados manierísticos. Pintado después de 1665, este óleo sobre lienzo conservado en el Museo de Bellas Artes de Boston, es un perfecto ejemplo de la intensidad alcanzada por Murillo en sus interpretaciones del martirio del Redentor, las cuales no perdieron un ápice del éxtasis místico y la sensual belleza que caracterizaron su pintura religiosa.

Aquí el pintor sevillano se ha centrado exclusivamente en el sufrimiento del Mesías, escogiendo el momento inmediatamente posterior al del tormento, una vez que sus torturadores han abandonado la escena. La imagen de Murillo representa la naturaleza humana de Cristo dentro de su divinidad. El artista lo ha colocado humildemente en el suelo y ha pintado su golpeado cuerpo para que su piel parezca casi radiante, a pesar de las heridas y las llagas. Los ángeles muestran tanto la adoración como la compasión por el Cristo torturado, las emociones que la pintura pretendía despertar en sus espectadores».

Fuente: www.lahornacina.com

sábado, 12 de abril de 2025

DOMINGO DE RAMOS. BREVE EXPLICACIÓN CATEQUÉTICA

Entrada de Jesús en Jerusalén. Giotto di Bondone.
Imagen: wikipedia.org

¿Qué misterio se conmemora el Domingo de Ramos?

El Domingo de Ramos se conmemora la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén seis días antes de su Pasión.

¿Por qué causa quiso Jesucristo entrar triunfante en Jerusalén, antes de su Pasión?

Jesucristo, antes de su Pasión, quiso entrar triunfante en Jerusalén, como, estaba profetizado: 1°, para alentar a sus discípulos, dándoles con ello una prueba manifiesta de que iba a padecer espontáneamente; 2°, para enseñarnos que con su muerte triunfaría del demonio, mundo y carne y nos abriría la entrada del cielo.

¿Por qué el domingo de Semana Santa se llama DOMINGO DE RAMOS?

El domingo de Semana Santa se llama Domingo de Ramos por la procesión que en este día se celebra, en la cual los fieles llevan en la mano un ramo de oliva o de palma.

¿Por qué el Domingo de Ramos se hace la procesión llevando ramos de oliva o de palma?

El Domingo de Ramos se hace la procesión llevando ramos de oliva o de palma para recordar la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén, cuando las turbas le salieron al encuentro con ramos de palma en las manos.

¿Quiénes fueron los que salieron al encuentro de Jesucristo cuando entró triunfante en Jerusalén?

Cuando Jesucristo entró triunfante en Jerusalén le salió al encuentro el pueblo sencillo y los niños, no ya la gente granada de la ciudad; disponiéndolo así Dios para darnos a entender que la soberbia los hizo indignos de tomar parte en el triunfo de Nuestro Señor, que gusta de la sencillez de corazón, de la humildad y la inocencia.

(Catecismo de San Pío X, Sobre las fiestas del Señor, c. VI).

 

martes, 8 de abril de 2025

MIRAR EL ROSTRO DOLIENTE DE DIOS

Imagen: wikiart.org

«Quiero que penséis que ese rostro, al que escupieron con tanta dureza, era el rostro mismo de Dios; la frente y las cejas ensangrentadas por la corona de espinas, su cuerpo lacerado por el látigo y expuesto a las miradas, las manos clavadas al madero y, después, su costado atravesado por la lanza, eran la sangre y la carne sagrada, y las manos, y las sienes, y el costado, y los pies de Dios mismo, eso era lo que aquella enloquecida muchedumbre estaba mirando. Es una consideración tan tremenda que cuando lleguemos hasta el fondo por primera vez, no podremos pensar en otra cosa. Contemplémosla y, al tiempo, pidamos a Dios que la suavice un tanto, no sea que pueda con nosotros».

(San John H. Newman, Cuaresma con Newman. Once sermones de cuaresma, Phrónimos, c. 6. Versión Kindle). 





 

viernes, 4 de abril de 2025

LA MISERICORDIA DEL BUEN PASTOR

Texto de una carta de San Máximo el Confesor (580-662) en el que resalta la alegría, generosidad y extrema dulzura con que Jesucristo dispensa su misericordia a la oveja perdida o necesitada. Una lágrima, un sollozo, un suspiro, un lamento bastan para atraer sobre nosotros la mirada misericordiosa de Nuestro Salvador.

* * *

«Por ello clamaba: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Por ello añadió que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que, precisamente, había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para restablecer en el hombre la imagen divina empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: Os digo que habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, lo dejó en el mesón para que lo cuidaran, y, si bien dejó lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió pagar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.

Consideró que era un padre excelente aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo, al que abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y al que agasajo con amor paterno, sin pensar en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones y amenazas, ni de malas maneras, sino que, lleno de misericordia, la puso sobre sus hombros y la volvió, incólume, junto a las otras».

(San Máximo el Confesor, Carta 11; Oficio de Lectura, miércoles de la IV semana de Cuaresma).


 

sábado, 29 de marzo de 2025

BENEDICTO XVI COMENTA LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

El retorno del hijo pródigo. Pompeo Batoni. 

«En la celebración eucarística es Cristo mismo quien se hace presente en medio de nosotros; más aún, viene a iluminarnos con su enseñanza, en la liturgia de la Palabra, y a alimentarnos con su Cuerpo y su Sangre, en la liturgia eucarística y en la Comunión. De este modo viene a enseñarnos a amar, viene a capacitarnos para amar y, así, para vivir. Pero, tal vez digáis, ¡cuán difícil es amar en serio, vivir bien! ¿Cuál es el secreto del amor, el secreto de la vida? Volvamos al evangelio. En este evangelio aparecen tres personas:  el padre y sus dos hijos. Pero detrás de las personas hay dos proyectos de vida bastante diversos. Ambos hijos viven en paz, son agricultores muy ricos; por tanto, tienen con qué vivir, venden bien sus productos, su vida parece buena.

Y, sin embargo, el hijo más joven siente poco a poco que esta vida es aburrida, que no le satisface. Piensa que no puede vivir así toda la vida:  levantarse cada día, no sé, quizá a las 6; después, según las tradiciones de Israel, una oración, una lectura de la sagrada Biblia; luego, el trabajo y, al final, otra vez una oración. Así, día tras día; él piensa:  no, la vida es algo más, debo encontrar otra vida, en la que sea realmente libre, en la que pueda hacer todo lo que me agrada; una vida libre de esta disciplina y de estas normas de los mandamientos de Dios, de las órdenes de mi padre; quisiera estar solo y que mi vida sea totalmente mía, con todos sus placeres. En cambio, ahora es solamente trabajo.

Así, decide tomar todo su patrimonio y marcharse. Su padre es muy respetuoso y generoso; respeta la libertad de su hijo:  es él quien debe encontrar su proyecto de vida. Y el joven, como dice el evangelio, se va a un país muy lejano. Probablemente lejano desde un punto de vista geográfico, porque quiere un cambio, pero también desde un punto de vista interior, porque quiere una vida totalmente diversa. Ahora su idea es:  libertad, hacer lo que me agrade, no reconocer estas normas de un Dios que es lejano, no estar en la cárcel de esta disciplina de la casa, hacer lo que me guste, lo que me agrade, vivir la vida con toda su belleza y su plenitud.

Y en un primer momento —quizá durante algunos meses— todo va bien:  cree que es hermoso haber alcanzado finalmente la vida, se siente feliz. Pero después, poco a poco, siente también aquí el aburrimiento, también aquí es siempre lo mismo. Y al final queda un vacío cada vez más inquietante; percibe cada vez con mayor intensidad que esa vida no es aún la vida; más aún, se da cuenta de que, continuando de esa forma, la vida se aleja cada vez más. Todo resulta vacío:  también ahora aparece de nuevo la esclavitud de hacer las mismas cosas. Y al final también el dinero se acaba, y el joven se da cuenta de que su nivel de vida está por debajo del de los cerdos.

Entonces comienza a recapacitar y se pregunta si ese era realmente el camino de la vida:  una libertad interpretada como hacer lo que me agrada, vivir sólo para mí; o si, en cambio, no sería quizá mejor vivir para los demás, contribuir a la construcción del mundo, al crecimiento de la comunidad humana... Así comienza el nuevo camino, un camino interior. El muchacho reflexiona y considera todos estos aspectos nuevos del problema y comienza a ver que era mucho más libre en su casa, siendo propietario también él, contribuyendo a la construcción de la casa y de la sociedad en comunión con el Creador, conociendo la finalidad de su vida, descubriendo el proyecto que Dios tenía para él.

En este camino interior, en esta maduración de un nuevo proyecto de vida, viviendo también el camino exterior, el hijo más joven se dispone a volver para recomenzar su vida, porque ya ha comprendido que había emprendido el camino equivocado. Se dice a sí mismo:  debo volver a empezar con otro concepto, debo recomenzar.

Y llega a la casa del padre, que le dejó su libertad para darle la posibilidad de comprender interiormente lo que significa vivir, y lo que significa no vivir. El padre, con todo su amor, lo abraza, le ofrece una fiesta, y la vida puede comenzar de nuevo partiendo de esta fiesta. El hijo comprende que precisamente el trabajo, la humildad, la disciplina de cada día crea la verdadera fiesta y la verdadera libertad. Así, vuelve a casa interiormente madurado y purificado:  ha comprendido lo que significa vivir.

Ciertamente, en el futuro su vida tampoco será fácil, las tentaciones volverán, pero él ya es plenamente consciente de que una vida sin Dios no funciona:  falta lo esencial, falta la luz, falta el porqué, falta el gran sentido de ser hombre. Ha comprendido que sólo podemos conocer a Dios por su Palabra. Los cristianos podemos añadir que sabemos quién es Dios gracias a Jesús, en el que se nos ha mostrado realmente el rostro de Dios.

El joven comprende que los mandamientos de Dios no son obstáculos para la libertad y para una vida bella, sino que son las señales que indican el camino que hay que recorrer para encontrar la vida. Comprende que también el trabajo, la disciplina, vivir no para sí mismo sino para los demás, alarga la vida. Y precisamente este esfuerzo de comprometerse en el trabajo da profundidad a la vida, porque al final se experimenta la satisfacción de haber contribuido a hacer crecer este mundo, que llega a ser más libre y más bello.

No quisiera hablar ahora del otro hijo, que permaneció en casa, pero por su reacción de envidia vemos que interiormente también él soñaba que quizá sería mucho mejor disfrutar de todas las libertades. También él en su interior debe "volver a casa" y comprender de nuevo qué significa la vida; comprende que sólo se vive verdaderamente con Dios, con su palabra, en la comunión de su familia, del trabajo; en la comunión de la gran familia de Dios. No quisiera entrar ahora en estos detalles:  dejemos que cada uno se aplique a su modo este evangelio. Nuestras situaciones son diversas, y cada uno tiene su mundo. Esto no quita que todos seamos interpelados y que todos podamos entrar, a través de nuestro camino interior, en la profundidad del Evangelio.

Añado sólo algunas breves observaciones. El evangelio nos ayuda a comprender quién es verdaderamente Dios:  es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama sin medida. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no menoscaban la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Confesión podemos recomenzar siempre de nuevo con la vida:  él nos acoge, nos devuelve la dignidad de hijos suyos. Por tanto, redescubramos este sacramento del perdón, que hace brotar la alegría en un corazón que renace a la vida verdadera.

Además, esta parábola nos ayuda a comprender quién es el hombre:  no es una "mónada", una entidad aislada que vive sólo para sí misma y debe tener la vida sólo para sí misma. Al contrario, vivimos con los demás, hemos sido creados juntamente con los demás, y sólo estando con los demás, entregándonos a los demás, encontramos la vida. El hombre es una criatura en la que Dios ha impreso su imagen, una criatura que es atraída al horizonte de su gracia, pero también es una criatura frágil, expuesta al mal; pero también es capaz de hacer el bien.

Y, por último, el hombre es una persona libre. Debemos comprender lo que es la libertad y lo que es sólo apariencia de libertad. Podríamos decir que la libertad es un trampolín para lanzarse al mar infinito de la bondad divina, pero puede transformarse también en un plano inclinado por el cual deslizarse hacia el abismo del pecado y del mal, perdiendo así también la libertad y nuestra dignidad.

Queridos amigos, estamos en el tiempo de la Cuaresma, de los cuarenta días antes de la Pascua. En este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos ayuda a recorrer este camino interior y nos invita a la conversión que, antes que ser un esfuerzo siempre importante para cambiar nuestra conducta, es una oportunidad para decidir levantarnos y recomenzar, es decir, abandonar el pecado y elegir volver a Dios.

Recorramos juntos este camino de liberación interior; este es el imperativo de la Cuaresma. Cada vez que, como hoy, participamos en la Eucaristía, fuente y escuela del amor, nos hacemos capaces de vivir este amor, de anunciarlo y testimoniarlo con nuestra vida. Pero es necesario que decidamos ir a Jesús, como hizo el hijo pródigo, volviendo interior y exteriormente al padre. Al mismo tiempo, debemos abandonar la actitud egoísta del hijo mayor, seguro de sí, que condena fácilmente a los demás, cierra el corazón a la comprensión, a la acogida y al perdón de los hermanos, y olvida que también él necesita el perdón.

Que nos obtengan este don la Virgen María y san José, mi patrono, cuya fiesta celebraremos mañana, y a quien ahora invoco de modo particular por cada uno de vosotros y por vuestros seres queridos». 

Fuente: www.vatican.va