Justo en su inicio la Pasión del Señor alcanza un instante misterioso y estremecedor: la agonía de Getsemaní. En ningún otro momento de su camino a la Cruz se nos presenta Jesús tan desamparado y angustiado como en su atribulada oración del Huerto. Por esta razón, este misterio de dolor ha sido un paso predilecto de meditación para el alma cristiana; en el arte, quizá por su carga de emociones profundas, ha inspirado obras pictóricas maestras a lo largo de los siglos. Es el caso de La Oración en el huerto (1819) del pintor español Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828).
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Desde muy joven Santa Teresa se aficionó a la contemplación de Jesús en el Huerto de los Olivos. Verlo tan necesitado de consuelo y compañía poco a poco volvió su corazón generoso hasta la entrega total de sí, y elevó su alma a la cimas de la contemplación. «Tenía –nos cuenta en el Libro de su Vida– este modo de oración: como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí; y me hallaba mejor en las partes adonde le veía más solo. Me parecía que, estando solo y afligido me había de admitir a mí.
De estas simplicidades tenía muchas; en especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto; allí era mi acompañarle; pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido; si podía, deseaba limpiarle aquel sudor tan penoso; pero me acuerdo de que jamás osaba determinarme a hacerlo porque se me representaban mis pecados tan graves. Me estaba allí lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años, las más noches, antes que me durmiese –cuando me encomendaba a Dios– siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun antes de ser monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir» (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, c. 9, 4).
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Breve análisis histórico-artístico de la obra de Goya: "Según la tradición esta obra fue un obsequio de Goya a los Padres Escolapios del colegio de San Antón, Madrid, cuando les pintó el cuadro de La última comunión de San José de Calasanz. Es un boceto del que no se conoce obra definitiva. Sobre fondo negro, como solía hacer el pintor en sus últimas obras religiosas, ha colocado a Cristo arrodillado, con larga túnica blanca, brazos abiertos en cruz y mirada elevada dirigida al ángel que, sosteniendo el cáliz y la patena, vuela amparado por un potente rayo de luz. Jesús, atemorizado, pone su destino en manos del Padre, cuya única respuesta es la visión de esos objetos litúrgicos, preludio de la Pasión".
Fuente: fundaciongoyaenaragon.es
Ver también: artescolapio.org
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