Actualizo una entrada que hice en este blog hace ya más de siete años (ver aquí). El momento que vivimos le proporciona una interesante actualidad. Cada lector podrá sacar sus propias conclusiones sobre el paralelismo de las anécdotas que aquí se relatan. Por mi parte, solo añado esta oración a Jesús Buen Pastor: Señor, reconozco que no lo merecemos, pero por favor reconoce Tú que lo necesitamos. Fiat voluntas tua!
* * *
¿RECUERDO O PRESAGIO?
Releo con emoción un
pasaje del libro Dios o nada del Cardenal Sarah. Se trata del
último párrafo con el que su Eminencia concluye los recuerdos de la visita de
San Juan Pablo II a su tierra natal de Guinea, en febrero de 1992. La escena
tiene lugar en los jardines del arzobispado de Conakri, la noche antes de la
partida del Pontífice, junto a una gruta de Nuestra Señora de Lourdes.
«Después de coronar la
imagen de la Santísima virgen -relata el Cardenal-, el Papa se arrodilló y permaneció recogido un
buen rato. La profundidad y la duración de su oración, interminable, impactaron
a los fieles allí reunidos. Después se levantó y, dirigiéndose lentamente hacia
mí, depositó la hermosa estola que llevaba sobre mis hombros. Sentí una
profunda emoción, sin entender el motivo de su gesto, que no estaba previsto.
Al subir hacia la residencia, me abrazó y me dijo con rotundidad: ‘Ha sido un
bonito final’» (Card. Robert Sarah, Dios o nada, Madrid 2015,
p. 84).
Su lectura me evoca
inmediatamente un suceso similar ocurrido entre Pablo VI y el entonces
Patriarca de Venecia, Cardenal Albino Luciani, luego Beato Juan Pablo I. El mismo Pontífice lo contó en su primer Angelus, cuando explicó a
los fieles allí congregados el porqué de su nombre Juan Pablo:
«Ayer por la mañana, fui
a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca habría imaginado lo que iba a
suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos colegas que tenía al lado
me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: ‘ánimo, si el Señor da un peso, dará
también las fuerzas para llevarlo’. Y el otro compañero: ‘no tenga miedo, en el
mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa’. Al llegar el momento,
he aceptado.
Después vino la cuestión
del nombre, porque preguntan también qué nombre se quiere tomar, y yo había
pensado poco en ello. Hice este razonamiento: el Papa Juan quiso consagrarme él
personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente,
en Venecia le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que
todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros,
las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo, no sólo me ha hecho cardenal, sino
que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo
poner completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la
estola y me la puso sobre los hombros. Jamás me he puesto tan rojo. Por otra
parte, en quince años de pontificado, este Papa ha demostrado, no sólo a mí,
sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre
por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo. (Angelus, 27 de agosto de 1978).
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