«Mientras estaban cenando tomó Jesús
el pan y lo bendijo y partió y dióselo a sus discípulos diciendo: Tomad y comed;
éste es mi cuerpo (Mt 26, 26). Después del lavatorio de los pies,
acto de tan grande humildad, que Jesucristo recomendó a sus discípulos, volvió
a tomar sus vestidos, y, sentándose de nuevo a la mesa, quiso dar a los hombres
la última prueba de amor de su corazón: fue la institución del Santísimo Sacramento
del altar. Tomó el pan, lo consagró y, partiéndolo entre sus discípulos, les
dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Luego les recomendó que cada vez
que comieran aquel pan se acordasen de la muerte que iba a padecer por su amor,
recomendación que interpreta San Pablo diciendo: Tosas las veces que
comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor
(I Cor 11, 26). Obró entonces Jesucristo como obraría un príncipe que
está para morir y ama entrañablemente a su esposa; entre sus joyas escogería la
de más subido precio, llamaría a la esposa y le diría: voy a morir, amada mía,
y para que no te olvides de mí te dejo por recuerdo esta alhaja; cuando la
mires, acuérdate de mí y del amor que te he tenido». (San Alfonso M. de
Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p.
135).
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