Conversión de San Pablo
Martín de Loayza (ca. 1663)
Martín de Loayza (ca. 1663)
Iglesia de Nuestra Señora
de la Merced, Cusco.
¿De
qué fue rescatado Saulo de Tarso el día de su conversión? De sí mismo, nos dirá
San Agustín en uno de sus sermones sobre los Apóstoles Pedro y Pablo. Un
sugestivo texto para meditar en el día de la conversión del Apóstol de las
gentes. Reflexión particularmente apropiada también, para cuantos en la santa
misa (en su forma extraordinaria) se acercan al altar de Dios suplicando verse
libres del hombre malvado y engañador: «ab
hómine iníquo, et dolóso, érue me» (Sal
42, 1). Para participar de modo digno en el sacrifico de Cristo, debemos pedir
con humildad que Dios nos libere de ese hombre malo y tramposo que –al decir de
San Agustín– somos nosotros mismos.
«L
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íbrame, Señor, del hombre
malo (Sal 139,
2). Tú que oyes esto, comienzas a pensar únicamente en tu enemigo, en el mal
vecino, en el poderoso, en el compañero, en el ciudadano malo que tienes que
soportar. Cuando escuchas: Líbrame,
Señor, del hombre malo, quizá lo refieres al ladrón, y cuando oras, oras
para que Dios te libre del hombre malo, de este o aquel enemigo tuyo. No seas
malo contigo mismo. Escúchame: ¡ojalá Dios te libre de ti! Cuando Dios con su
gracia y misericordia te convierte de malo en bueno, ¿a partir de qué te hace
bueno, de qué te libra sino de ti, hombre malo? Hermanos míos, esto es
absolutamente verdadero, absolutamente cierto e indudable: si Dios te libera
del hombre malo que eres tú, nada te dañará ningún otro hombre malo, sea quien
sea.
Voy a proponer un ejemplo al respecto,
tomado del apóstol Pablo, cuyo aniversario celebramos hoy. Él fue blasfemo,
perseguidor y ultrajador. Era un hombre malo; él era su mismo tormento. Pues,
cuando anhela matar y está sediento de la sangre de los cristianos, dispuesto a
derramar la propia, poseyendo cartas de los príncipes de los sacerdotes para
que trajese encadenados a cuantos seguidores del camino cristiano encontrase en
Damasco para castigarlos, al tomar la vía de la crueldad ignorando la de la
piedad, escuchó la voz de Jesucristo nuestro Señor, que le decía desde el
cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Es cosa dura para ti dar coces contra el aguijón (Hch 9, 4-5). Herido por esta voz, fue derribado en cuanto perseguidor y
levantado como predicador; perdió la vista de la carne, para conseguir la del
corazón, y recobró la de la carne, para predicar de corazón. ¿Qué os parece,
hermanos? Saulo fue librado de un hombre malo; ¿de quién sino del mismo Saulo?
En consecuencia, liberado del hombre malo que era él mismo, ¿qué le hicieron
los demás hombres malos? Son palabras del apóstol Pedro: ¿Quién podrá dañaros si sois amadores del bien? (1 Pedro 3, 13). Fue el hombre malo el perseguidor, el hombre malo
quien lapidó, el hombre malo quien azotó con varas; para acabar, el hombre malo
arrestó, encadenó, arrastró y dio muerte. Cuantos fueron los males que él
añadió, tantos los bienes que Dios le preparó. Lo que sufrió no fue un castigo,
sino ocasión para ser coronado. Ved en qué consiste ser librado del hombre
malo: en ser librado de sí mismo. ¿Quién,
dijo, podrá dañaros si sois amadores del bien?
Mas he aquí que los hombres malos dañan.
¡Tantos males te causaron, oh Pablo! Y Pablo te responderá: Tenía necesidad de
ser librado del hombre malo, es decir, de mí mismo. Por lo demás, ¿qué mal me
hacen a mí estos hombres? Los
sufrimientos de este tiempo no son equiparables a la gloria futura que se
revelará en nosotros (Rm 8, 18). He
aquí que un leve sufrimiento nuestro engendra para nosotros, que no prestamos
atención a las cosas visibles, un peso eterno de gloria realmente increíble. Lo
que se ve, en efecto, es temporal; lo que no se ve, en cambio, eterno (2 Co 4, 17-18). En verdad has sido
liberado del hombre malo, es decir, de ti mismo, hasta el punto de que los
demás hombres malos, en vez de dañarte, te son de provecho» (San Agustín, Sermón 297,
En la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo).
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