domingo, 6 de enero de 2019

ORO, INCIENSO Y MIRRA

Adoración de los Reyes Magos de Pedro Pablo Rubens

Fray Luis de Granada nos ha dejado una piadosa reflexión sobre el simbolismo espiritual de los dones que los Magos de Oriente depositaron a los pies del Niño Dios. Una enseñanza que nos invita a transformar la propia vida en una epifanía luminosa para un mundo entenebrecido.

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espués de esto nos queda por mirar la ofrenda con que estos santos varones acompañaron su fe, reconociendo que la fe no ha de ser sola y desnuda, sino acompañada con buenas obras. Y considerando más profundamente el misterio de esta ofrenda, hallaremos que en ella nos está significada la suma de toda la justicia cristiana. Porque tres son las principales cosas que comprende esta justicia. La primera es hacer el hombre lo que debe para con Dios; la segunda, para consigo, y la tercera, para con su prójimo. Y con todo esto cumple el que espiritualmente ofrece las tres especies que estos Santos ofrecieron.
Porque por el incienso entendemos la oración, que es obra de la virtud de la religión, a la cual pertenece adorar y honrar a Dios. Por lo cual decía el Profeta: «Suba, Señor, mi oración así como incienso» (Sal 140, 2). Porque así como el incienso sube a lo alto con suavidad de olor, así la oración sube de la tierra al Cielo con grande suavidad y acepción de Dios.
Mas por la mirra que, por una parte, es muy amarga y, por otra, muy saludable y de muy suave olor, entendemos la mortificación de nuestros apetitos y pasiones, la cual es muy amarga a nuestra carne, mas muy saludable y muy suave a nuestro espíritu.
Por el oro entendemos la caridad, porque así como el oro es el más precioso de los metales, así la caridad es la más excelente de las virtudes.
Pues, según esto, el que quisiere hacer lo que debe para con Dios, ofrézcale incienso, que es un corazón devoto y levantado siempre de la tierra al Cielo por consideración Y memoria de su santo nombre, porque esto es ofrecer incienso, cuyo olor sube siempre a lo alto.
Mas el que quisiere hacer lo que debe para consigo, ofrezca mirra de mortificación, castigando su carne, enfrenando su lengua, recogiendo sus sentidos y mortificando todos sus apetitos, porque ésta es mirra de suavísimo olor ante el acatamiento de Dios, aunque sea muy desabrida y amarga a nuestra carne.
Pero el que además de esto desea cumplir con sus prójimos, ofrezca oro de caridad partiendo lo que tiene con los necesitados, sufriendo y perdonando con caridad a los descomedidos y tratando benignamente a todos. De suerte que el que quisiere ser perfecto cristiano ha de trabajar por traer siempre en un corazón tres corazones: uno para con Dios, otro para consigo y otro para con su prójimo; conviene saber: un corazón devotísimo y humildísimo para con Dios, otro muy áspero y muy severo para consigo y otro liberalísimo y benignísimo para con su prójimo» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Rialp 1990, p. 42-43)

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