La
necesidad de buscar refugio en el Corazón de Cristo ha sido una constante en la
vida de los santos. Solo si nuestras vidas están ancladas en ese Corazón Sacratísimo
podremos llegar a ser objeto de las complacencias del Padre. Es el mensaje que
Juan Pablo II nos ofrece en esta hermosa reflexión sobre una de las letanías
del Sagrado Corazón.
«Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus
complacencias.
Rezando
así, particularmente ahora, en el mes de junio, meditamos en aquella
complacencia eterna que el Padre tiene en el Hijo: Dios en Dios, Luz en Luz.
Esa
complacencia significa también Amor: este Amor al que todo lo que existe le
debe su vida: sin Él, sin Amor, y sin el Verbo-Hijo, no se hizo nada de cuanto
se ha hecho. (Jn 1, 3).
Esta
complacencia del Padre encontró su manifestación en la obra de la creación, en
particular en la del hombre, cuando Dios “vio lo que había hecho y he aquí que
era bueno... era muy bueno” (Cf Gen
1, 31).
¿No
es, pues, el Corazón de Jesús ese «punto» en el que también el hombre puede
volver a encontrar plena confianza en todo lo creado? Ve los valores, ve el
orden y la belleza del mundo. Ve el sentido de la vida.
Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias.
Nos
dirigimos a la orilla del Jordán.
Nos
dirigimos al monte Tabor.
En
ambos acontecimientos descritos por los evangelistas se oye la voz del Dios invisible,
y es la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia.
Escuchadle” (Mt 17, 5).
La
eterna complacencia del Padre acompaña al Hijo, cuando Él se hizo hombre,
cuando acogió la misión mesiánica a desarrollar en el mundo, cuando decía que
su comida era cumplir la voluntad del Padre.
Al
final Cristo cumplió esta voluntad haciéndose obediente hasta la muerte de
cruz, y entonces esa eterna complacencia del Padre en el Hijo, que pertenece al
íntimo misterio del Dios-Trino, se hizo parte de la historia del hombre. En
efecto, el Hijo mismo se hizo hombre y en cuanto tal tuvo un corazón de hombre,
con el que amó y respondió al amor. Antes que nada al amor del Padre.
Y
por eso en este corazón, en el Corazón de Jesús, se concentró la complacencia
del Padre.
Es
la complacencia salvífica. En efecto, el Padre abraza con ella ―en el corazón
de su Hijo― a todos aquellos por los que este Hijo se hizo hombre. Todos
aquellos por los que tiene el corazón. Todos aquellos por los que murió y
resucitó.
En
el Corazón de Jesús el hombre y el mundo vuelven a encontrar la complacencia
del Padre. Este es el corazón de nuestro Redentor. Es el corazón del Redentor
del mundo». (S. Juan Pablo II, Ángelus,
domingo 22 de junio de 1986)
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