lunes, 21 de diciembre de 2020

¡OH ORIENTE!

Con razón el nacimiento del Salvador es comparado con el despuntar del sol naciente. La humanidad, sumida desde la caída original en una prolongada y tenebrosa noche, mira por fin al oriente y contempla los primeros rayos del Sol divino, y exulta con su luz que jamás conocerá el ocaso.

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Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y Sol de justicia, ven e ilumina a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte (Antífona 21.XII).

«¡Oh Jesús, Sol divino, vienes a sacarnos de la eterna noche: sé por siempre bendito! Mas, ¡cuánto pruebas nuestra fe antes de brillar ante nuestra vista en todo tu esplendor! ¡Cómo te complaces en ocultar tus destellos hasta el momento señalado por tu Padre celestial para que aparezcas en la plenitud de tu brillo! He aquí que vas atravesando la Judea, y te acercas a Jerusalén; el viaje de María y de José toca a su fin. Por el camino, una gran muchedumbre que llega de todas las direcciones y para cumplir el edicto de empadronamiento, cada cual en su ciudad de origen. Ninguno de todos esos hombres ha adivinado que estuvieras tan cerca de ellos ¡oh divino Oriente! A María, tu Madre, la toman por una mujer más; a lo sumo, reconocen la dignidad e incomparable modestia de tan augusta Reina, sienten vagamente el rudo contraste que existe entre tan soberana majestad y un exterior tan humilde, pero en seguida olvidan el feliz encuentro. Pues, si a la Madre miran con tanta indiferencia ¿tienen acaso un solo pensamiento para el hijo que lleva encerrado en su seno? Y sin embargo de eso, ese Hijo eres tú mismo ¡oh Sol de justicia! Aumenta en nosotros la fe, y el amor. Si esos hombres te amaran ¡oh libertador del género humano! te harías sentir de ellos; tal vez no te verían sus ojos, pero al menos ardería su corazón dentro de su pecho; suspirarían por ti, y con sus ansias y oraciones anticiparían el momento de tu llegada. ¡Oh Jesús, que atraviesas el mundo creado por ti, sin forzar a ninguna de tus criaturas! queremos acompañarte durante el resto de tu viaje; queremos besar en la tierra las huellas benditas de la que te lleva en su seno; no te abandonaremos hasta que contigo lleguemos a la afortunada Belén, a esa casa del Pan, donde por fin te verán nuestros ojos ¡oh Esplendor eterno, Señor y Dios nuestro!» (Ibid., p. 652).

O Oriens, canto y partitura: www.youtube.com


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