He
traducido con sumo interés un reciente artículo del profesor Kwasniewski sobre la
dimensión litúrgica del prólogo del evangelio de Juan. Este prólogo, como
sabemos, constituye el sublime coronamiento de la misa tradicional. El autor se
lamenta por la pérdida que supuso para los fieles la desaparición de este
evangelio en el Novus Ordo Missæ. Inspirado en algunos textos del
escritor alemán Martin Mosebach, Kwasniewski nos ofrece una bellísima reflexión
teológica-litúrgica sobre el valor de este texto del apóstol San Juan y su profundo sentido como colofón de la santa Misa.
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¿POR QUÉ LA REFORMA LITÚRGICA NO DEBIÓ HABER ABANDONADO LA
RECITACIÓN DEL PRÓLOGO DEL EVANGELIO DE JUAN DESPUÉS DE CADA MISA?
Fuente: lifesitenews.com/blog
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final de cada Misa Tridentina, después de la bendición final, el celebrante se
dirige al lado del Evangelio del altar para leer el último Evangelio, el
Prólogo de San Juan: «En el principio era el Verbo...» Esta hermosa costumbre
se describe así en la explicación de la Misa de Dom Prosper Guéranger:
¿Por qué se hace esta
lectura? La costumbre tiene su origen en la Edad Media. En ese período, como
también en épocas anteriores, los fieles tenían una gran devoción a que se les
leyera un trozo del Evangelio, y el comienzo del evangelio de San Juan era
especialmente favorito. Las demandas al fin se multiplicaron tanto, que el
número de sacerdotes fue insuficiente para satisfacer a todos; para simplificar
el asunto, se decidió recitarlo sobre todos los reunidos, al final de la misa.
Por tanto, fue solo la devoción de los fieles la que originó esta adición...
Cuando el sacerdote llega a estas palabras del Evangelio de San Juan: Et
verbum caro factum est, hace genuflexión honrando el anonadamiento del
Verbo hecho carne, que se despojó de sí mismo, tomando la forma de Siervo (Phil
2, 7). Terminado el Evangelio, el sacerdote baja del altar, después de
inclinarse ante la cruz.
La
conveniencia del desarrollo orgánico de esta práctica ha sido bien expuesta por
Martin Mosebach:
El último evangelio es la
parte más reciente del rito clásico. El prólogo del Evangelio de San Juan no se
incorporó en la Santa Misa hasta el siglo XIII; aparece en los misales
dominicanos por primera vez en 1256. Los manuales litúrgicos se refieren al
prólogo de San Juan como una «bendición». De hecho, incluso la lectura del evangelio
en el rito de los Catecúmenos no fue simplemente una proclamación, sino también
un sacramental, con bendición y absolución: «Per evangelica dicta deleantur
nostra delicta» (Por las palabras del Evangelio sean borrados nuestros
pecados). En el último Evangelio, es este aspecto de bendición el que viene
puesto en primer plano. Contenía el núcleo de la fe cristiana en la forma más
corta posible, y por eso el prólogo fue considerado como portador de un poder
especial. En el Libro de los Evangelios que se usaba en las coronaciones
imperiales, este prólogo estaba escrito en letras de oro sobre pergamino
púrpura. El emperador pronunciaba las palabras como un juramento de coronación,
profesando así su responsabilidad ante una creación que había sido santificada
por la encarnación del Verbo. (La herejía de lo informe, 117-18).
Mosebach
señala a continuación que Santo Tomás de Aquino, cuando se le pidió que
compusiera el «propio» para la fiesta del Corpus Christi, no escribió un nuevo
Prefacio, sino que eligió el Prefacio de Navidad, el cual celebra el misterio
de la Encarnación. De esta manera, vinculó fuertemente el misterio de la
renovación sacramental del Sacrificio de la Cruz con el misterio de su origen:
la encarnación del Hijo de Dios para que tuviera un cuerpo y una vida humana
que ofrecer como oblación infinitamente grata. Como declara la Epístola a los
Hebreos: «Por lo cual, entrando en este mundo, dice: no quisiste sacrificios ni
oblaciones, pero me has preparado un cuerpo... Entonces yo dije: Heme aquí que
vengo –en el volumen del Libro está escrito de mí– para hacer, ¡oh Dios!, tu
voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados por la oblación del
cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez (Heb 10, 5, 7, 10). He aquí que
Él viene al mundo para ofrecer este Cuerpo santísimo como el único sacrificio
digno que coincide con la voluntad de Dios y santifica a todos los que
participan en él.
En
palabras de Mosebach:
¿Es por mera casualidad
que, al mismo tiempo y en la misma orden religiosa, el prefacio de Navidad y el
evangelio de Navidad adquirieran un rol en la Misa que va más allá de su
vínculo particular con la Navidad? Lo que el prefacio de Navidad contribuyó a
la comprensión del sacramento del altar en el Corpus Christi, el prólogo del
evangelio de San Juan (evangelio del día de Navidad) lo hizo todos los días.
Recordaba constantemente que celebrar la memoria del sacrificio de la redención
presupone la verdadera encarnación, el cambio de Dios en hombre, del vino en
sangre, de la muerte en vida. El prólogo de San Juan se convirtió en el epítome
de toda la misa. Cada celebración concreta e individual de la misa se concentró
en las palabras visionarias y supra temporales del prólogo. El «hemos visto su
gloria» se refiere ahora, no a la memoria de la transfiguración de Cristo como en
el texto evangélico de San Juan, sino a la visión de la Hostia elevada. En la
misa el creyente se ha convertido en testigo de los acontecimientos de la fe (Ibid.,
119).
En
el período que va desde San Pío V hasta mediados del siglo XX, el Prólogo de
Juan a menudo venía reemplazado por el evangelio propio del día, cuando este
último había sido desplazado por el evangelio de una fiesta de mayor rango.
Aunque este «desplazamiento» de un evangelio al postrer lugar tenía la ventaja
de asegurar que los leales «perrillos del Señor» (Domini canes, se
podría decir) no perdieran ninguna de las migajas que caían de la mesa litúrgica
del Maestro, podemos reconocer al mismo tiempo, junto con Mosebach, que el
Prólogo de San Juan es especialmente apropiado para el final de la Misa. En las
rúbricas que rigen el Missale Romanum de 1962, utilizado por la mayoría
de los católicos tradicionales de hoy, el Prólogo fue restablecido como el
único evangelio después de la Misa. Mosebach defiende así la oportunidad de
esta rúbrica:
El prólogo de San Juan no
puede ser sustituido por ningún otro evangelio; sería un profundo sinsentido
poner en su lugar una lectura que pertenece a una fiesta conmemorativa. Los que
están comprometidos con el último Evangelio tampoco estarán de acuerdo con la
costumbre ampliamente aceptada de permitir que la asamblea cante un himno
mientras se lee este Evangelio... Tratándose de un texto leído constantemente y
que mucha gente sabe de memoria, el prólogo de San Juan puede ser leído apacible
y conscientemente sotto voce mientras los fieles congregados lo siguen
en sus misales. El objetivo del prólogo es la contemplación, la contemplación
retrospectiva de una realidad vivida (Ibid., 120).
Ya
sea que estemos de acuerdo o no con la opinión controvertida de Mosebach,
podemos constatar que cada tratamiento académico de sagrada liturgia y cada
manual devocional a lo largo del mundo católico, ha recogido reflexiones
edificantes sobre este Prólogo y sobre lo oportuno de su ubicación al final de
cada Misa o en la mayoría de ellas.
Los
reformadores litúrgicos quitaron tranquilamente este último Evangelio, este
verdadero epítome de la fe cristiana, y le han permitido permanecer en el
leccionario un día del año: la misa del día de Navidad. Podemos estar seguros
de que los católicos contemporáneos que solo asisten al Novus Ordo
apenas están familiarizados con esta lectura, en contraste con los católicos
tradicionales que la conocen muy bien, a menudo tan bien, como señala Mosebach,
que podrían recitar estas palabras junto con el sacerdote, si así lo desearan.
En
un curso sobre el misterio de la Trinidad en el Colegio Católico de Wyoming,
los profesores de teología exigen que los estudiantes memoricen el Prólogo de
San Juan y luego lo escriban, palabra por palabra, para el examen final. Los
estudiantes pueden elegir escribirlo en inglés, latín o griego (este último
para obtener un crédito extra). Debido al amor de estos jóvenes adultos por la
misa tradicional en latín, que ya los ha sumergido en este prólogo, a algunos
les resulta más fácil escribirlo en latín que en inglés. Este Evangelio está
alojado en su memoria, parte de su alma, parte de la arquitectura interior en
la que vivirán sus vidas.
De
hecho, así debería ser la liturgia; pero es imposible que la liturgia funcione
de esta manera cuando las lecturas son tan numerosas y cambian constantemente,
como ocurre en el Novus Ordo. Dicho de otro modo: sería mejor para un
hombre en su lecho de muerte que las palabras del Prólogo de San Juan vinieran
espontáneamente a su imaginación y a sus labios, que no lograr recordar los
vastos trozos de la Biblia que se esparcieron sobre él durante décadas. Esto es
parte del genio de la misa antigua: seleccionar cuidadosamente los pasajes más
poderosos de la Escritura y repetirlos año tras año, incluso día tras día, como
sucede con el Prólogo y ciertos Salmos.
Sin
duda, el Prólogo de San Juan es la culminación ideal para la Santa Misa, y su
pérdida es algo profundamente lamentable. Con toda franqueza, no hay ninguna
buena razón para que algunos tradicionalistas (pienso aquí especialmente en
ciertos monasterios benedictinos) continúen utilizando el ritual mutilado de
1965, ahora que es bien sabido que lo pretendido por los reformadores
litúrgicos en 1965 era simplemente una especie de casa transitoria en el camino
al Novus Ordo de 1969. El «misal interino» de 1965 es ya un torso sin
extremidades, como una de esas antigüedades aún hermosas pero tristes de los
museos vaticanos: una Venus que le falta un brazo o una pierna. Tal es la Misa
sin su Introibo y sin su In principio. El recorte de las
oraciones al pie del altar y del último Evangelio crea un grave desequilibrio
artístico. Históricamente, antes de que estas oraciones se agregaran, la misa
habría parecido suficientemente completa; pero como sucede con muchas
grandes obras de arte, estos toques finales han elevado lo que ya era hermoso a
una nueva perfección, tal como un elaborado marco dorado realza la pintura que
enmarca.
Tan
querida llegó a ser esta gloriosa pompa del cuarto Evangelio, familiar a todos
desde su colocación al final de la Misa, que llevó, en el florecimiento de la
música del Renacimiento temprano, a una magnífica escenificación polifónica de
Josquin des Pres (1450/55 –1521):
(Aquí el autor inserta un video con el audio del Motete de
Josquin In principio erat Verbum).
La
polifonía de Josquin proviene de una época en que la liturgia alcanzó su
suprema perfección. La llamativa ausencia del Prólogo en el misal provisional
de 1965 y luego en el Novus Ordo, así como la ausencia general de una
polifonía de la calidad de Josquin, son signos de que la gloria de Dios comenzaba
a alejarse del templo.
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