viernes, 3 de julio de 2020

COMULGAR EN LA MANO, UN ERROR


J
ohn-Henry Westen, editor jefe de Lifesite, ha publicado un breve y bien articulado ensayo sobre las razones por las que los católicos deberían desistir de comulgar en la mano. El autor, consciente de los tiempos de excepción que vivimos y de las órdenes de algunos gobiernos y episcopados para comulgar solamente en la mano, expone igualmente las cinco razones «por las que nunca podría recibir la Sagrada Comunión en la mano. Y, si el asunto fuera obligado, simplemente haría el sacrifico de hacer una comunión espiritual lo más santa posible». Me gustaría resumir y comentar en próximas entradas al blog algunos de los argumentos señalados por Westen en su artículo, por estimar que la práctica de la comunión en la mano es propensa a debilitar valores importantes de nuestra fe que hoy más que nunca necesitarían de una celosa custodia.

La primera razón que nos ofrece el autor –y a mi juicio la más decisiva– se contiene en esta idea fundamental: la Comunión de rodillas y en la boca está en plena sintonía con «la reverencia debida a Dios omnipotente». Especial interés tiene su advertencia previa antes de entrar en materia: «Quiero descartar la falsa idea de que las personas que reciben la Comunión en la lengua lo hacen movidos por una falsa piedad o por una actitud de superioridad religiosa frente a los demás. Aunque no puedo descartar que haya algo de eso, por lo que he visto y leído, comulgar en la lengua proviene de un profundo amor reverencial por el Rey de Reyes que recibimos en este Augusto Sacramento. Creo que recibir a Nuestro Señor en la lengua mientras permanecemos de rodillas refuerza esa reverencia por Nuestro Señor Eucarístico».

No faltan quienes piensan que los fieles empeñados en la defensa de su derecho por recibir la comunión en la lengua y de rodillas –derecho reconocido por la legislación universal de la Iglesia– actúan de modo arrogante y provocativo. Pero se trata de una falsa idea, como dice Westen. Quien se sintiera ofendido o agredido por ver a un hermano suyo en la fe comulgar reverentemente de rodillas y en la boca, es probable que tenga una herida en su corazón que debería sanar con humildad, caridad y estudio. Y lo mismo vale para quienes por comulgar en la boca experimentaran un sentimiento de superioridad espiritual frente a sus hermanos que lo hacen en la mano. Con todo, y dejando exclusivamente a Dios el juzgar las intenciones que mueven a los fieles a comulgar de una u otra manera y conocer el grado de fervor con que lo hacen, siempre que sea conforme a lo dispuesto por la Iglesia, es perfectamente legítimo sostener, razonando en el plano objetivo de los hechos, que la distribución de la comunión en la mano es un error, y que existen razones de peso para avalar ese juicio. La simple permisión de alguna práctica (en este caso la comunión en la mano) no es suficiente para asegurar su corrección y oportunidad.

A continuación, el autor nos presenta algunos pasajes de la Sagrada Escritura donde se percibe con claridad cómo la reverencia debida a Dios comporta un cierto distanciamiento, un respeto humilde y sumiso ante la majestad de Dios. El primer texto es la manifestación de Dios a Moisés en la zarza ardiente. A este hombre singular, que alcanzará una familiaridad con el Señor fuera de lo común, no le es permitido, sin embargo, acercarse demasiado: debe guardar una respetuosa distancia, debe quitarse sus sandalias porque son calzado impropio para pisar tierra santificada por la presencia de Dios (Cf. Ex 3). Una exhortación similar encontramos en el salmo 95, 6: «Venid, adoremos y postrémonos, doblemos nuestras rodillas ante el Señor, nuestro Hacedor». Lo mismo podemos ver en el Nuevo Testamento cuando Pedro, Santiago y Juan se hallan en la cima del monte Tabor: ante la visión del cuerpo glorificado de Jesús –el mismo que recibimos en la Sagrada Comunión– se postran con la frente en el suelo. Por último, Westen menciona con más detenimiento la sobrecogedora historia de Uzá, el hombre a quien Dios hirió mortalmente por atreverse a tocar el Arca de la Alianza, cuando ésta amenazaba con caer al suelo por los vaivenes de la carreta tirada por bueyes en que era transportada. (Cf. 2 Sam 6, 1-7; 1 Cr 13, 9-12).

Westen también nos cuenta una observación muy aguda por parte de su mujer: «Mi esposa, convertida al catolicismo, me preguntó el otro día cómo la comunión en la mano tiene sentido dadas las prácticas de la Iglesia de consagrar el altar y los vasos sagrados utilizados en la Misa. Vemos a sacerdotes, obispos, incluso al Papa, cubriendo sus manos con el ornamento llamado velo humeral durante la bendición con el Santísimo Sacramento. Esto manifiesta el carácter sagrado de Cristo en la Eucaristía. Si permitimos que todos toquen la Sagrada Hostia con sus manos, la práctica del uso del velo humeral se vuelve realmente extraña». En esta misma línea me atrevería a añadir otro contrasentido litúrgico que encierra la comunión en la mano.  En la última edición del Misal Romano (Cf. IGMR, 278) se pide al sacerdote una gran delicadeza en relación con las partículas de las Hostias consagradas y con las debidas purificaciones: «Cuantas veces algún fragmento de la Hostia se haya adherido a los dedos –principalmente después de la fracción o de la Comunión de los fieles– el sacerdote debe limpiar los dedos sobre la patena o si es necesario, lavarlos. Del mismo modo, si quedan algunos fragmentos fuera de la patena, debe recogerlos». La comunión en la mano, sin purificación alguna por parte de los fieles, ¿no hace de estas importantes rúbricas de la misa algo verdaderamente superfluo? Y esto sin hablar de la minuciosidad con que en la Forma Extraordinaria del Rito Romano se prescriben las purificaciones de los vasos sagrados y de los dedos del sacerdote, como asimismo el hecho de que éste mantenga unidos, después de la consagración del pan, los dedos índice y pulgar hasta que sean purificados con agua y vino después la comunión.

Concluye Westen la exposición de la primera de sus razones para no recibir el Cuerpo de Cristo en la mano con un texto del filósofo alemán Dietrich von Hildebrand. Este pensador católico, eximio representante de la escuela fenomenológica, admirado por varios Papas y fiel amante de la liturgia tradicional, supo ver con especial hondura que la actitud reverente constituye un valor esencial de la vida moral del hombre. Quizá por esto mismo pudo escribir con especial autoridad las siguientes palabras sobre la comunión en la mano:

«Desafortunadamente, en muchos lugares se distribuye la comunión en la mano. ¿En qué medida se supone que esto es una renovación y una profundización de la recepción de la Sagrada Comunión? La temblorosa reverencia con la que recibimos este regalo incomprensible, ¿acaso se incrementa al volver a recibirlo en nuestras manos no consagradas, en lugar de hacerlo directamente de la mano consagrada del sacerdote? No es difícil ver que el peligro de que partes de la Hostia consagrada caigan al suelo es incomparablemente mayor, y el peligro de profanarla o incluso de una horrible blasfemia es muy grande. ¿Y qué se gana con todo esto? La afirmación de que el contacto con la mano hace que el huésped se perciba como más real es sin duda una simple tontería: porque el tema aquí no es la realidad de la materia de la Sagrada Forma, sino más bien la conciencia, que solo es alcanzable por la fe, de que la Hostia en realidad se ha convertido en el Cuerpo de Cristo. La recepción reverente del Cuerpo de Cristo en nuestras lenguas, de la mano consagrada del sacerdote, es mucho más propicia para el fortalecimiento de esta conciencia que la recepción con nuestras propias manos no consagradas» (The Devastated Vineyard, Págs. 67-68).

Texto original del artículo que comento: lifesitenews.com

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