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días pasados comenté un artículo de John-Henry Westen sobre las razones por las
que el fiel católico debiera preferir la recepción de la Sagrada Comunión en la
lengua (ver aquí). Vuelvo otra vez sobre este escrito con el deseo de recapitular en un ulterior principio las motivaciones que inducen a comulgar en la boca. La tesis podría formularse así: la comunión en la mano no representa el sentir de la Iglesia.
Las 5 razones propuestas por Westen, todas bien documentadas y acompañadas de un valioso elenco de citas y referencias, se podrían resumir en los siguientes enunciados:
Las 5 razones propuestas por Westen, todas bien documentadas y acompañadas de un valioso elenco de citas y referencias, se podrían resumir en los siguientes enunciados:
1. La comunión en la lengua manifiesta
mejor la reverencia con que debemos acercarnos a la infinita majestad de Dios.
2. La autoridad suprema de
la Iglesia siempre ha defendido el derecho de los fieles a comulgar en la boca,
incluso cuando por motivos sanitarios similares a los de hoy estaba prohibida por
la autoridad diocesana.
3. Un inmenso testimonio de
santos y papas avalan esta práctica milenaria de la Iglesia; también el comportamiento
reverente del Ángel de la Paz hacia la Santísimo Sacramento en su aparición a
los pastorcitos de Fátima.
4. La comunión en la lengua
responde a un vivo deseo de evitar cualquier peligro de irreverencia o profanación
hacia el sacramento de la Eucaristía.
5. La historia nos muestra
un desarrollo orgánico y paulatino en la forma de comulgar que decanta
finalmente en la comunión de rodillas y en la lengua; ésta viene asumida como la
expresión ritual más apropiada para comulgar con el Cuerpo de Cristo.
Ahora
bien, si estas razones no expresan simples gustos personales de
un determinado grupo de fieles, sino el sentir íntimo de la Iglesia sobre la
manera de comulgar, habrá que reconocer que la práctica de la comunión en la
mano es una acción fallida, como el tiro de una flecha que no da en el
blanco hacia el que apunta el arquero.
El
sentir de la Iglesia se manifiesta sobre todo en las declaraciones de su
autoridad suprema. Ahora bien, basta una lectura objetiva de la Instrucción Memoriale
Domini de 1969 para disipar cualquier sombra de duda sobre el deseo de la
Iglesia en esta materia: «Así, pues, teniendo en cuenta las advertencias
y los consejos de aquellos a quienes el Espíritu Santo ha constituido
obispos para regir las Iglesias (Cf. Act, 20 28), en razón de la gravedad
del asunto y la fuerza de los argumentos aducidos, al Sumo Pontífice no le ha parecido
oportuno cambiar el modo hace mucho tiempo recibido de administrar a los fieles
la Sagrada Comunión» (n. 15). Es cierto que la Instrucción se abre a la
posibilidad de conceder un indulto a las conferencias episcopales para permitir
la comunión en la mano allí donde esta práctica se ha introducido y resulta
difícil revertirla. Pero esto no modifica en nada el sentir expresado a favor
de la comunión en la boca, más aún cuando las razones para conceder tal permiso
no son propiamente de orden litúrgico, ni espiritual; miran más bien a alivianar
la tarea episcopal de descomprimir un ambiente desafiante y contestario que tan
dolorosamente se acentuó en los años del inmediato posconcilio.
Como
escribió el Cardenal Malcolm Ranjith, entonces secretario de la Congregación
del Culto Divino, con relación a la comunión en la mano, «es necesario
reconocer que se trata de una práctica introducida de forma abusiva y
apresurada en algunos ambientes de la Iglesia inmediatamente después del Concilio,
que ha cambiado la singular práctica precedente y que se ha convertido en la
práctica regular para toda la Iglesia». (Prólogo al libro Dominus est de
Mons. Athanasius Schneider, Ed. Vaticana 2008, p. 6). Señalar este origen
espurio de la práctica moderna de la comunión en la mano me parece importante
para avalar que ella no representa el sentir auténtico de la Iglesia sobre el
modo de dar la comunión a los fieles. Por otra parte, su posterior legitimación
y generalización no han modificado hasta nuestros días su condición de indulto.
En este sentido conviene recordar lo dicho por Monseñor Guido Marini cuando
explicó la decisión de Benedicto XVI de dar la comunión solo en la boca y de
rodillas en las misas presididas por él: «no hay que olvidar que la
distribución de la comunión en la mano sigue siendo todavía, desde el punto de
vista jurídico, un indulto a la ley universal, concedido por la Santa Sede a
las conferencias episcopales que lo hayan pedido. La modalidad adoptada por
Benedicto XVI tiende a subrayar la vigencia de la norma válida para toda la
Iglesia»; además, en cuanto signo litúrgico, «subraya mejor la verdad de la presencia
real en la Eucaristía, ayuda a la devoción de los fieles, introduce con más
facilidad en el sentido del misterio. Aspecto que, en nuestro tiempo,
pastoralmente hablando, es urgente subrayar y recuperar» (L’Osservatore
Romano, 26 de junio de 2008).
Me
temo que la introducción de facto de la comunión en la mano pretendía
ser una manifestación de esa fe «adulta», de raigambre protestante, tan vociferada en los años posconciliares y que miraba con desdén todo gesto religioso de reverencia,
sumisión y sometimiento. Sin embargo, no recuerdo haber leído en el evangelio que
el reino de los cielos sea para los «adultos»; sí, en cambio, que pertenece a
los niños, a los humildes, a los pobres. La comunión en la boca y de rodillas,
desde el punto de vista litúrgico, expresa de modo admirable estas tres
realidades evangélicas: nuestra infancia, nuestra pequeñez, nuestra completa indigencia ante el Señor. Y esto es sentir con la Iglesia de
ayer, de hoy y de siempre.
Inginocchiarsi è segno di innamoramento estremo verso l'Amato. Quando due si amanano intensamente, sono l'un per l'altro disposti a strapparsi tutto di dosso per poter riunirsi ed essere una sola cosa col 'altro.
ResponderEliminarLa meccanica e graciale ricevione in mano è un segno di distacco mortifero, come ogni mancanza di segno visibile di amore