Es
sabido que el corazón de la Eucaristía y de toda la Santa Misa está formado por
el relato de la institución del Sacramento y las palabras de la consagración.
En el Canon Romano este relato, sin
perder para nada su noble sencillez, está adornado por breves incisos que lo
envuelven en una atmósfera de piedad y belleza majestuosa. Por lo mismo, es
lamentable que estas hermosas paráfrasis, aun siendo brevísimas, hayan
desaparecido en los relatos de las nuevas plegarias eucarísticas del misal de
Pablo VI. Así, por ejemplo, frente al escueto y casi cortante «tomó
pan» o «tomó el cáliz» de las demás plegarias eucarísticas, el relato
del Canon Romano nos conmueve con sus expresiones llenas de devoción y valor estético:
«…tomó pan en sus santas y venerables manos
y, elevando los ojos al cielo,
hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso…»
«Del mismo modo, acabada la cena,
tomó este cáliz glorioso
en sus santas y venerables manos…»
No
es de extrañar que algunos liturgistas, al tratar de la componente estética de
toda auténtica liturgia, hayan visto en el relato del Canon Romano un paradigma
de belleza ritual. He aquí un interesante texto sobre este punto:
«De
manera verdaderamente extraordinaria, el Canon romano, en el momento del relato
de la institución de la eucaristía, se muestra particularmente pródigo en
detalles de carácter gestual; además, incluso en este texto tan austero y tan
concentrado sobre la acción, resulta posible entrever una penetración estética
fuera de lo común en la liturgia:
¡Qué
majestuosidad –reconozcámoslo– en este relato a cámara lenta y qué complacencia
inesperada de la mirada sobre una serie de gestos que, por añadidura, se
encuentran en el corazón y en la cumbre de toda la gestualidad sacramental, lo
cual tiene su importancia! Ciertamente esta prosa litúrgica es un florilegio de
textos de la Sagrada Escritura, pero la cantidad de detalles sobre las
circunstancias resulta de por sí significativa; la mención de los ojos elevados al cielo,
inexistente en el relato de la institución, se ha tomado del relato de la
multiplicación de los panes (cf. Mt 14, 19) y del comienzo de la oración
sacerdotal del Señor (cf. Jn 17, 1). Por otra parte, nos hallamos ante una
especie de síntesis de toda la gestualidad de Jesús. Además, ciertos adjetivos,
por completo ausentes en los textos del Nuevo Testamento y que han sido
añadidos de modo gratuito, constituyen de manera decisiva a orientar la
evocación en el sentido estético; así, amén del praeclarum referido al
cáliz, la expresión sanctas ac venerabiles, repetida dos veces, concentra la
atención sobre las manos, órganos gestuales por excelencia. En definitiva, se
trata de una verdadera celebración del gesto, importante en la medida en que
traduce un proceso de elaboración a dos niveles: desde el material
escriturístico disperso hacia la liturgia y desde la liturgia hacia la
estética. El gesto de Jesús, estilizado de esta forma por el rito litúrgico (y
aquí se comprende toda la importancia de la mediación ritual), hace posible una
celebración puramente plástica. ¿Habrían podido Rembrandt o Philippe de
Champagne representar la última cena con tal alarde y complacencia, si la
evocación litúrgica no hubiera acentuado el aspecto estético del gesto de Cristo,
implícito y latente en la letra de la Escritura?» (François Cassingena-Trévedy,
La belleza de la liturgia, Ed.
Sígueme, Salamanca 2008, p. 26-28. Los destacados son nuestros).
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