San
Buenaventura, conocido también con el nombre de Doctor Seráfico, fue un gran
contemplativo de la pasión de Cristo. La meditación amorosa y perseverante de
los dolores de Jesucristo inflamó de tal modo su corazón que mereció ser reconocido
como el Doctor Seráfico, porque Serafín significa “el que arde en amor por Dios”
y este santo doctor, con su vida y sus escritos, demostró vivir lleno de un amor
inmenso hacia Nuestro Señor, a semejanza de la jerarquía angélica de los
serafines. A continuación recojo una conmovedora reflexión suya sobre la
traición de Judas, paso particularmente doloroso para Jesús, por tratarse de la
traición de uno de los suyos.
Giotto, El beso de
Judas. Capilla de los Scrovegni. Padua
«E
|
l
alma que devotamente quiera considerar la pasión de Jesucristo, lo primero que
se le ofrece es la perfidia del traidor. Rebosó de tanto veneno de fraude, que entregó a su Maestro y Señor; se abrasó en
tales llamas de codicia, que vendió
por dinero a Dios infinitamente bueno, y a vil precio la sangre preciosísima de
Cristo; tan grande fue su ingratitud,
que persiguió de muerte al que le había confiado todas las cosas y enaltecido a
la gloria del apostolado; tan obstinada su dureza,
que no pudieron apartarlo de su pérfida alevosía ni la familiaridad de la cena,
ni la humildad del lavatorio, ni la suavidad de la plática. ¡Oh admirable
bondad del Maestro para con el duro discípulo, del piadoso Señor con el peor de
los siervos! Cierto, más le valiera no
haber nacido (Mat 26, 24). Mas,
con ser tan inexplicable la impiedad del traidor, lo es mucho más la
mansedumbre del Cordero de Dios, dada en ejemplo a los mortales, para que el
débil corazón humano, traicionado por la amistad, no diga en adelante: Si fuera un enemigo quien me afrentara,
eso lo soportaría (Ps 54, 13);
pero ¡he aquí al hombre en quien Jesucristo puso toda su confianza, el hombre
que parecía ser uno en la voluntad con el Maestro, su íntimo y familiar, el
hombre que saboreaba el pan de Cristo y que en la sagrada Cena comía con Él los
regalados manjares, levantó contra Él el golpe de la iniquidad! Y sin embargo
de esto, el mansísimo Cordero, sin engaño ni dolo, en la misma hora de la
traición no dudó en aplicar sus labios divinos a la boca rebosante de malicia,
sellándola con beso suavísimo, para dar al discípulo aleve todas las muestras de
afecto, que hubieran podido ablandar la dureza del corazón más perverso».
(San
Buenaventura, Diez opúsculos místicos de
San Buenaventura, Ed. Pax et Bonum,
Buenos Aires 1947, p. 138)
No hay comentarios:
Publicar un comentario