Pedro
Pablo Rubens, Cristo resucitado, ca. 1615-1616.
Florencia,
Galería Palatina, Palacio Pitti.
Foto Claudio Giusti, Studio Garosi.
En
su comentario al Símbolo de los Apóstoles, Santo Tomás de Aquino nos ofrece cuatro
razones sobre la utilidad de la fe y de la esperanza en el misterio de la
resurrección de la carne; resurrección que Cristo nos ha hecho posible
con su triunfante, gloriosa y personal resurrección del sepulcro.
«P
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rimero, para sobreponernos a
la tristeza que nos produce la muerte de los nuestros. Es imposible que uno no
sienta la muerte de un ser querido; pero si esperamos su resurrección, se mitiga
considerablemente el dolor. Hermanos no
queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os entristezcáis
como los hombres sin esperanza (I Thes
4, 12).
Segundo, porque libran del miedo de la muerte. Si el hombre no espera
otra vida mejor después de su fallecimiento, la muerte sería sin duda muy de
temer, y se justificaría cualquier cosa con tal de no morir. Pero como creemos
que existe esa vida mejor, a la que llegaremos después de la muerte, está claro
que nadie debe temerla ni cometer maldad alguna por evitarla. Para aniquilar por medio de su muerte al que
detentaba el señorío de la muerte, es decir, al diablo, y libertar a cuantos,
por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a la esclavitud (Heb 2, 14-15).
Tercero, porque nos vuelven
alertados y afanosos para obrar bien. Si no contase el hombre con más vida que
la actual, tampoco tendría mayor afán por obrar virtuosamente; hiciese lo que
hiciese, quedaría insatisfecho, puesto que sus deseos solo tendrían como objeto
un bien limitado a un cierto tiempo. Pero como creemos que por lo que hacemos
aquí recibiremos bienes eternos en la resurrección, esta fe nos impulsa a
practicar el bien. Si solo para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en
Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres (I Cor 15, 19).
Cuarto, porque nos retraen del
mal. Del mismo modo que es un estímulo para obrar bien la esperanza del premio,
retrae del mal el miedo al castigo que creemos estar reservado a los malos. Y
marcharán los que hayan hecho el bien a una resurrección de vida, y los que
hayan hecho el mal a una resurrección de condena (Jn 5, 29)» (Santo Tomás de Aquino, Obras catequéticas, Ed.
Eunate, Pamplona 1995, p. 90-91).
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