Desearía
estar equivocado, pero me temo que tras la efervescencia ecuménica de algunos
católicos -casi siempre minorías clericales de salón- por festejar los 5oo años
de la Reforma, más que el deseo de exaltar a los corifeos del protestantismo,
se oculta una solapada y quizá hasta inconsciente celebración: la de la propia
y personal apostasía.
Al
respecto me parece necesario tener presente, tal como lo señalara Maritain en su obra Tres reformadores, que Lutero representa
el advenimiento del yo sobre cualquier otra realidad. «El infeliz –dice el
pensador francés- cree no confiar ya en sí mismo, sino solamente en Dios. Sin
embargo, al no admitir que el hombre pueda participar realmente y en su
interior de la justicia de Jesucristo y de su gracia –que, según él, permanece
siempre fuera de nosotros, que no puede producir en nosotros ningún acto vital–,
se cierra entero, para siempre, en su yo; se aparta de cualquier otro punto de
apoyo, excepto su yo; erige en doctrina lo que es principalmente la catástrofe de
su perfección personal; sitúa el centro de su vida religiosa, no en Dios, sino
en el hombre. En el momento en que, después de las borrascas desencadenadas por
la cuestión de las indulgencias, levanta en el mundo su yo contra el Papa y
contra la Iglesia, ha acabado de derrumbarse su vida interior dentro de él». Y
más adelante concluye: «…el inmenso desastre que fue para la humanidad la
Reforma protestante no es más que el efecto de una prueba interior que resultó
mal en un religioso sin humildad… «En sus orígenes y en su causa, el drama de
la Reforma ha sido un drama espiritual, un combate del espíritu». (Jacques
Maritain, Tres Reformadores, Ed.
Encuentro, Madrid 2008, p. 17-18).
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