viernes, 6 de enero de 2017

ORO, INCIENSO Y MIRRA

Recojo esta piadosa consideración de Fray Luis de Granada sobre el misterio de la Epifanía del Señor.

"¡Oh maravillosa niñez!, a cuyos pañales velan los Ángeles, sirven las estrellas, temen los reyes y se inclinan en tierra los seguidores de la sabiduría. ¡Oh bienaventurada choza! ¡Oh silla de Dios, segunda del Cielo, adonde no resplandecen antorchas encendidas, sino resplandecientes estrellas! ¡Oh palacio celestial!, donde no mora rey coronado, sino Dios humanado, que tiene por estrado real un duro pesebre y por palacios dorados una choza ahumada, pero adornada y esclarecida con resplandor celestial.
Después de esto nos queda por mirar la ofrenda con que estos santos varones acompañaron su fe, reconociendo que la fe no ha de ser sola y desnuda, sino acompañada con buenas obras. Y considerando más profundamente el misterio de esta ofrenda, hallaremos que en ella nos está significada la suma de toda la justicia cristiana. Porque tres son las principales cosas que comprende esta justicia. La primera es hacer el hombre lo que debe para con Dios; la segunda, para consigo, y la tercera, para con su prójimo. Y con todo esto cumple el que espiritualmente ofrece las tres especies que estos Santos ofrecieron.
Porque por el incienso entendemos la oración, que es obra de la virtud de la religión, a la cual pertenece adorar y honrar a Dios. Por lo cual decía el Profeta: «Suba, Señor, mi oración así como incienso» (Sal 140,  2). Porque así como el incienso sube a lo alto con suavidad de olor, así la oración sube de la tierra al Cielo con grande suavidad y aceptación de Dios.
Mas por la mirra que, por una parte, es muy amarga y, por otra, muy saludable y de muy suave olor, entendemos la mortificación de nuestros apetitos y pasiones, la cual es muy amarga a nuestra carne, mas muy saludable y muy suave a nuestro espíritu.
Por el oro entendemos la caridad, porque así como el oro es el más precioso de los metales, así la caridad es la más excelente de las virtudes.
Pues, según esto, el que quisiere hacer lo que debe para con Dios, ofrézcale incienso, que es un corazón devoto y levantado siempre de la tierra al Cielo por consideración y memoria de su santo nombre, porque esto es ofrecer incienso, cuyo olor sube siempre a lo alto.
Mas el que quisiere hacer lo que debe para consigo, ofrezca mirra de mortificación, castigando su carne, refrenando su lengua, recogiendo sus sentidos y mortificando todos sus apetitos, porque ésta es mirra de suavísimo olor ante el acatamiento de Dios, aunque sea muy desabrida y amarga a nuestra carne.
Pero el que además de esto desea cumplir con sus prójimos, ofrezca oro de caridad partiendo lo que tiene con los necesitados, sufriendo y perdonando con caridad a los descomedidos y tratando benignamente a todos. De suerte que el que quisiere ser perfecto cristiano ha de trabajar por traer siempre en un corazón tres corazones: uno para con Dios, otro para consigo y otro para con su prójimo; conviene saber: un corazón de­votísimo y humildísimo para con Dios, otro muy áspero y muy severo para consigo y otro liberalísimo y benignísimo para con su prójimo.
Bienaventurado el que adora la Trinidad en unidad, y bienaventurado. el que tiene estas tres maneras de corazones en un corazón.
Después de esto puedes considerar la alegría que la Sagrada Virgen recibiría en este paso, viendo la devoción y fe de estos santos varones, y levantando los ojos a las esperanzas que aquellas tan dichosas primicias prometían, y viendo este nuevo testimonio de la gloria de su Hijo sobre los otros que habían precedido, que eran: hijo sin padre, virgen y madre, parto sin dolor, cantar de Ángeles, adoración de pastores y ahora esta ofrenda de personas tan principales venidas del cabo del mundo.Pues ¿cuáles serían aquí las alegrías de su alma, las lágrimas de sus ojos, los ardores y júbilos de su corazón, mayormente viendo que ya comenzaba a reinar el conocimiento de Dios en el mundo y fundarse la Iglesia y cumplirse todas las maravillas que estaban profetizadas? Pues la que tanto deseaba la gloria de Dios y la salud de las almas, ¿qué tanto se alegraría con las primicias de esta tan grande obra? Si tanto se alegró su espíritu con las promesas de estas maravillas, ¿cuánto se alegraría con tan, prósperos principios y prendas de ellas?" (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Ed. Rialp, Madrid 1990, c. VI De la Adoración de los Magos, p. 42-43).

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