Leemos
en el evangelio de este domingo las palabras con que el Bautista presentó a Jesucristo
a las muchedumbres que acudían a él para bautizarse en el Jordán: «Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). Tomás de Aquino, en su
comentario al Evangelio de San Juan, nos ofrece una hermosa y profunda exégesis
sobre la conveniencia del nombre de Cordero para señalar al Redentor. Dice el
Doctor Angélico:
«
¿Por qué entonces, el Bautista, dando testimonio de Cristo nombró especialmente
el cordero? La razón de esto es que, como se dice en Números (28, 3 ss.),
aunque se llevaran a cabo otros sacrificios en el templo en los demás tiempos,
sin embargo uno era cotidiano, en el cual se ofrecía continuamente un cordero a
la mañana y otro al atardecer; y esto no se modificaba nunca sino que era
cumplido como principal, en cambio otros por añadidura. Y por esto mediante el
cordero, que era el sacrificio principal, se significa a Cristo que es el
sacrificio principal. Pues aunque todos los santos que padecieron por la fe de
Cristo sean de provecho para la salvación de los fieles, sin embargo no logran
esto sino en tanto que son inmolados sobre la inmolación del Cordero (super
oblationem agni), como una oblación añadida al sacrificio principal…»
«Mas
se llama a Cristo Cordero primeramente por su pureza, como se dice en Éxodo 12,
5: el cordero será de un año, sin mancha…
Y Pedro señala en I pt 1, 16: no fuisteis redimidos por el oro o la plata
corruptibles… En segundo lugar [se llama a Cristo Cordero] por la mansedumbre, según la descripción de Isaías (53,
7): como cordero mudo ante quien lo degüella… En tercer lugar [se llama a Cristo Cordero]
por lo que nos proporciona. En efecto, como se dice en Proverbios (27, 26) 'los corderos te dan tu vestimenta. Y
esto en cuanto a la indumentaria; pues pasando de la figura a la realidad, el Apóstol
dice a los Romanos (13, 14): revestíos del
Señor Jesucristo. Luego por el alimento, pues como dice el Señor más abajo
(Juan 6, 52): mi carne es vida del mundo.
Y esta es la razón por la que Isaías (16, 1) rogaba: envía, oh Señor, el cordero dominador de la tierra» (Santo Tomás de
Aquino In Io I lect 14, n° 257-258)
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